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miércoles, 26 de enero de 2022

La Gran Renuncia

(este artículo se publicó originalmente el periódico 20 Minutos el día 24 de enero de 2022)


En Estados Unidos solo se habla de esto. Lo mismo políticos que empresarios y por supuesto la mayoría de los mortales que dependen de una nómina. Todos tienen en la boca "La Gran Renuncia" que recuerda a otras expresiones que solo escucharlas ponen los pelos de punta como “La Gran Depresión”. Por alguna razón, de repente, más de 40 millones de personas han decidido dejar voluntariamente su trabajo.  Las estadísticas oficiales de empleo en Estados Unidos desde hace casi un año muestran que cada mes más de cuatro millones de trabajadores renuncian a sus puestos de trabajo. Por poner en escala los datos, es que como si todos los trabajadores de España e Italia -de la noche a la mañana- presentarán su dimisión, lo mismo abogados que profesores, dependientes de supermercados o cuidadores. Un caos.

Y lo que es más grave es que no hay razones para creer que las cifras mejorarán durante 2022. A la vista de estudios como el de Gallup que revela que la mitad de los trabajadores están buscando activamente hacer un cambio, mientras que otra investigación de McKinsey sitúa la cifra por encima aún, en un 58 %. Pero lo más increíble es que, al parecer, uno de cada tres de trabajadores estadounidenses que han dejado su trabajo no tenían otro donde ir.

Un mercado laboral como el americano que goza de pleno empleo hace que 10 millones de puestos de trabajo no se cubran por falta de ofertas, lo que puede explicar esa tranquilidad con la que se renuncia a un empleo. No obstante, conviene conocer algunas otras razones de este súbito fenómeno que sí pueden aplicar en nuestro país.

La pandemia ha cambiado las prioridades de la gente. La mayor parte de nuestra vida adulta la vamos a pasar trabajando, las carreras laborales serán de más de 45 años ya que empezaremos a trabajar con poco más de 20 años y estaremos activos hasta el entorno de los 70. Por eso, no queremos morir diariamente en un atasco, soportar jefes mediocres, compañeros indolentes o estar condenados a no ascender. Tampoco instituciones que dicen unas cosas, pero realmente actúan de otro modo. Meses de confinamiento y miedo a morir han llevado -según el profesor Anthony Klotz que ha acuñado el término que titula este artículo- a darnos cuenta de lo importante. Quiero atender a mis hijos; trabajar, pero no por ello ser un infeliz; sentir que en mi compañía valoran mi trabajo y no solo mi presencialidad.

Ahora piensa en tu vida y aunque estés en España, cambiar para mejorar está en tu mano. La losa del alto desempleo de nuestro mercado laboral no puede pararte. La esperanza es que junto a “La Gran Renuncia” cada vez más analistas hablan de “El Gran Despertar” de los trabajadores que quieren mejorar y ahí la clave sigue siendo la misma de hace siete siglos: la educación. Reciclarte, formarte, cualificarte y volver a estudiar es el pasaporte para encontrar la felicidad en un nuevo trabajo. Millones de personas en Estados Unidos, en su gran mayoría entre los 30 y los 50 años lo están haciendo ya y seguro que no son tan diferentes a ti.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

lunes, 23 de agosto de 2021

Generación fluida

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Correo el 19 de agosto de 2021)


El mundo anglosajón sigue generando tendencias y una de ellas es la denominada como «gender fluid». En el año en el que el Gobierno de España ha promovido una legislación dirigida a las personas trans y LGTBI, conviene explicar el término. Para la Universidad de Harvard, la fluidez del género, en su traducción al español, se refiere al cambio a lo largo del tiempo que una persona adopta en su expresión o identidad de género. Es decir que algunas personas se sienten y comportan como hombres en unas fases de su vida y en otras como mujeres.

El término ha triunfado y por eso en esta reflexión veraniega me permito adaptarlo a una realidad que vengo estudiando desde hace años como es la teoría generacional y su impacto en la economía. Las generaciones son aquellas cohortes de edad que por nacer en un determinado contexto histórico se educan y socializan de una manera que les hace comportarse de un modo especial. La generación de los niños de la posguerra en España llevó a los nacidos esos años a forjar una personalidad austera, donde el esfuerzo era la norma. La generación del baby boom la conforman aquellos que se jubilarán en breve después de larguísimos años cotizados porque nacieron con el viento a favor del desarrollismo español de los años 50 y 60. De los millennials y la generación z se ha hablado mucho. Son los jóvenes educados en la era digital. Los primeros, de ahí su nombre, son los que cumplieron la mayoría de edad con el cambio del milenio, y a pesar de ser hijos de la tecnología, han sufrido como ninguno las precariedades de dos crisis económicas. Los segundos, la generación z, nacen después de 1997 con internet en sus casas y son los verdaderos nativos digitales, irreverentes e inmediatos. En el medio, los miembros de generación x o de la EGB nacimos en los setenta y estamos cambiando de trabajo más veces de lo que nos gustaría.

Cinco generaciones que representan la pluralidad de la sociedad española pero que conforme a los datos oficiales de estos días no se reflejan en la población ocupada española. El desempleo de los mayores de 55 años casi se ha triplicado desde el año 2008 en España y cerca de la mitad de los seniors parados llevan más de dos años en esa situación. Para una persona que está en la cincuentena prácticamente la única posibilidad de seguir activo si pierde su trabajo es autoemplearse, así lo demuestra el dato que uno de cada tres autónomos en España son seniors. Qué decir del empleo de los jóvenes. La tasa de paro entre los menores de 25 años en España es del 37,1%, la mayor de toda la Unión Europea, superando a Grecia, tradicional farolillo rojo, que nos saca varios puntos de ventaja con un 30,4%.

Pocas son las empresas que tienen cinco generaciones entre sus empleados. Paradójicamente, al mismo tiempo que la diversidad de edad se ha instalado en los discursos de los directivos, es rara avis en las plantillas, que se han vaciado de jóvenes y seniors. Lo normal es que una aplastante mayoría de los trabajadores de las grandes empresas estén en la cohorte de los cuarenta a los cincuenta años. Al mismo tiempo, si repasamos la edad de las personas que toman las principales decisiones en el sector público -que hay que recordar que moviliza cerca de la mitad del PIB español- nos encontraremos con idéntica situación.


¿Quién entiende que la mitad de la población quede fuera de la lógica de la economía y de las prioridades de las autoridades? No se explica pero así es. Más de 25 millones de españoles no están en esa franja de edad central, de entre los 25 y los 55 años, y por tanto no deciden el gasto público, no elaboran los portafolios de bienes y servicios ni tampoco las campañas de publicidad y por supuesto no participan de las estrategias empresariales.

Los científicos de datos, como los profesores vascos David Ruiz y Carlos Arciniega, aseguran que el futuro puede predecirse simplemente analizando los datos masivos que generamos. A la vista de la completa y extensa información que disponemos de nuestro mercado laboral me atrevo a defender la generación fluida como fórmula para la subsistencia de muchas instituciones. Solamente entendiendo que los clientes, los votantes y en general los usuarios son diversos, podrá servir eficazmente a la sociedad. Por ello además de incorporar jóvenes y seniors a las plantillas, cada uno de nosotros tenemos que adoptar y asumir esa fluidez generacional. Acaso no somos cada vez más, como los nativos digitales, muy impacientes. O quién no aspira a tener la resiliencia de los seniors que acumulan crisis en sus espaldas sin rendirse. Dejarnos contagiar de la corriente intergeneracional será una herramienta de progreso.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

lunes, 22 de marzo de 2021

Hasta aquí hemos llegado

(Este artículo se publicó originalmente el día 22 de marzo de 2021 en el diario 20 Minutos)


La noticia saltó a la opinión pública esta semana. Un grupo de jóvenes analistas del banco americano Goldman Sachs había demandado a su empleador por largas jornadas laborales de hasta 95 horas semanales.  Todos los días, incluidos viernes y domingos salían de la oficina más allá de la media noche. Históricamente los jóvenes más brillantes tras estudiar en las mejores universidades comienzan su carrera profesional en este tipo de entidades: grandes consultoras o banca privada. Era y sigue siendo el primer escalón hacia el éxito, pero a cambio -como si vendieran su alma al diablo- tienen que soportar dos o tres años de jornadas interminables, presión salvaje por los resultados y niveles de desempeño más que exigentes. Bajo la supervisión de profesionales del sector “dopados” por estratosféricas nóminas que se multiplican en función de los éxitos anuales, aprenden que la mera presencialidad y la total disponibilidad es tan importante como su capacitación. Tres generaciones llevan soportando esta presión sin aparentes quejas, de hecho, pasan los años y los directivos que en su día fueron analistas de primer año explotados, acaban por reproducir esos mismos hábitos.

De vez en cuando aparece un renglón torcido, nos escandalizamos, pero pronto se olvida y todo vuelve a ser igual. En 2013, en Londres, un becario de Bank of America con 21 años perdió la vida tras trabajar 72 horas sin descanso. Clientes exigentes, directivos implacables, jóvenes hipermotivados e incentivo económico desorbitados han persistido hasta nuestros días. Este modelo de negocio enfermizo no se ha debilitado por la covid19 sino al contrario, ya que las peores perspectivas para el empleo juvenil han cebado la competencia entre los recién egresados por llegar a estas posiciones.

Pero detrás de esos jóvenes de Nueva York que han documentado las enfermizas prácticas laborales de la banca de inversión, no solo está su valentía sino una irreverencia que caracteriza a la generación nacida a partir de 1994. La conocida como generación z (porque son el grupo etario posterior a los millennials o generación y), son la primera generación en la historia que se ha educado y socializado con internet en sus casas. Algo más de ocho millones de jóvenes en España y 2.000 millones de personas en el mundo que han forjado su personalidad con acceso libre de modo inmediato a un conocimiento casi infinito.  Precisamente por eso los z son irreverentes por naturaleza y se lo cuestionan todo. El mayor reto que tienen las empresas y las universidades es saber escucharlos. Un directivo no los escuchó y hoy gracias a twitter pero también a Financial Times, este banco de inversión tiene un problema. “Hasta aquí hemos llegado” han gritado esos brillantes jóvenes desde sus oficinas en Manhattan.

Pero esto no ha hecho más que empezar y como ha recordado el filósofo coreano Byung-Chul Han en el teletrabajo y “zoom” está una de las más potentes explotaciones contemporáneas. Esa es la siguiente batalla de los z. Al tiempo.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

martes, 9 de marzo de 2021

No funciona la centrifugadora

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 9 de marzo de 2021)


Igual todavía te acuerdas de cuando estudiábamos la fuerza centrípeta. Las leyes de Newton demostraban que existía una fuerza hacía el centro en la trayectoria circular de un objeto. La pandemia no ha hecho más que consolidar una potente tendencia socioeconómica de situar todo el protagonismo en las cohortes centrales de edad, es decir entre los 25 y los 55 años. Una fuerza centrípeta imparable que deja fuera del foco a los jóvenes de la generación z y a los seniors. Me explicaré.

Acaban de conocerse los datos de desempleo juvenil y España lidera esta estadística en Europa con más de un 40%, casi triplicando la media de los países desarrollados (14% en la OCDE). Somos el peor país de nuestro continente para encontrar trabajo entre los 16 y 24 años. Al mismo tiempo 2020 terminó como uno de los peores de la historia para el talento senior. Trabajar y tener más de 55 años es casi ya una utopía en nuestro país con la tasa de actividad en esta cohorte de edad más baja de Europa.

La crisis social que ha traído la covid19 también ha seguido fielmente esta fuerza centrípeta. La población que está en la edad central, por debajo de los 50 años, asiste cómodamente al espectáculo de criticar todos los fines de semana a los inconscientes jóvenes que hacen lo que todos hicimos a su edad. De la misma forma que con un miope paternalismo defienden medidas más estrictas para los que superan los 55 años y así protegerles del virus. Simple y llanamente edadismo o discriminación por edad lo han bautizado los expertos.

¿Cómo es posible que la mitad de la población quede fuera de las prioridades de nuestras autoridades y de la lógica de la economía? No se entiende, pero así es. Más de 25 millones de españoles que no están en esa franja de edad central, de entre los 25 y los 55 años, y por tanto no diseñan las políticas públicas, no elaboran los presupuestos ni tampoco las campañas de publicidad y por supuesto no participan de las estrategias empresariales.

Junto a la fuerza centrípeta en el colegio nos enseñaban la centrífuga. La fuerza centrífuga como su etimología indica -huir del centro- es la tendencia a alejarse del eje sobre el cual gira. Las aplicaciones de esta fuerza son muchas, pero la que más usamos es la función de su mismo nombre en las lavadoras. Las rápidas vueltas del tambor permiten eliminar la humedad y por tanto secar la ropa.

A la luz de los tristes datos económicos y sociales de los más jóvenes y los adultos mayores, tenemos que gritar que la centrifugadora en España no funciona. No hay planes, políticas ni actuaciones público-privadas para luchar con esa fuerza que prioriza las edades centrales y que discrimina a la generación z y a los conocidos como silvers. No nos queda otra que arreglar la centrifugadora en nuestro país, lograr una fuerza que nos saque de la inercia y así tener en cuenta a los jóvenes y los seniors.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

miércoles, 10 de febrero de 2021

No en mi nombre

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 8 de febrero de 2021)


Esta semana recibí una llamada de una redactora de un programa de televisión que me dejó pensativo. Al parece su director había leído en este periódico mi artículo sobre las pocas ganas de pagar impuestos de los youtubers y quería que les ratificase -como profesor- el leitmotiv de su siguiente tertulia. A saber, internet está echando a perder a nuestros jóvenes. La periodista me explicó que ahora hay más obesidad infantil, un preocupante déficit de atención y los influencers son unos peligrosos referentes para las nuevas generaciones. Mi mujer diría que es por mi manía de ir contra corriente, pero le dije a mi interlocutora que no estaba de acuerdo e intenté explicárselo, igual que voy a hacer ahora.

A lo largo de la civilización siempre se ha hablado de generaciones desde la Ilíada pasando por San Agustín, Hegel o Marx. Generaciones entendidas como la distancia de edad entre padre e hijo o bien como la concurrencia de una serie de circunstancias que hacen que se forje un determinado carácter. Ortega y Gasset llego a afirmar que no tenía sentido la propia historia sin las generaciones y formuló en 1914 su frase más conocida “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, que resume a la perfección el elemento clave para definir una generación, sus circunstancias. Circunstancias que nunca se entienden por los que no están en tu misma cohorte de edad; ahora, cuando nosotros éramos jóvenes o cuando lo eran nuestros padres. Seguro que les parecía absurdo en mi casa que pasásemos la tarde jugando a una maquinita en un salón de videojuegos; mis abuelos considerarían un despropósito que sus vástagos se divirtiesen en locales con humo y música de locos; exactamente igual que a mí ahora me saca de mis casillas ver a mis hijos delante de Tik Tok todo el fin de semana. Si nos indignamos porque los más jóvenes sean seguidores del Rubius cuando abandona el país para pagar menos impuestos, qué pensarían nuestros hijos si supiesen que nosotros no nos perdíamos ni una serie de Imanol Arias y Ana Duato que tampoco pagaban sus impuestos; o que nuestros abuelos bebían los vientos por las canciones de Lola Flores que acabó en el banquillo por evasión fiscal. Si el youtuber The Grefg no ha terminado sus estudios y alardea de ello, qué estudios había terminado el cantante de Hombres G en mi juventud o los componentes de Los Brincos que tanto gustaban a mis padres. La realidad es que disfruté a rabiar con esas canciones al igual que mis padres y ahora nuestros hijos se ríen y lo pasan de miedo con sus amigos jugando en línea a Fortnite.

Por eso, borremos los prejuicios sobre la generación a la que no pertenecemos. Es normal no entender a quien no se educó en tu época. Detrás de tu crítica hacia ellos puede que solo haya desinformación o, peor aún, frustración.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 16 de noviembre de 2020

La mediana edad no es la edad de moda

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 16 de noviembre de 2020)


Esta semana he leído en un estudio que los nativos digitales están entrando en la mediana edad, aunque no se hayan dado cuenta. Me hizo reír porque es verdad que la conocida como generación millennial -los jóvenes que cumplían los 18 años en el cambio del milenio- hoy están a punto de cumplir 40 años a pesar de que ellos se ven muy lejos de ser mayores. A la vez empecé a pensar en eso de la mediana edad. La mediana edad se ha entendido como sinónimo de madurez o que dejabas de ser joven. Es aquel momento en el cual se supone has formado una familia, tienes trabajo y has comprado una casa. Eso, en nuestra cultura, pasaba cuando entrabas en la cuarentena.

El informe del economista de Dartmouth College afirma, además, que la edad en la que eres menos feliz es precisamente cuando estás en la década de los cuarenta años. En concreto y después de analizar 500.000 personas de 132 países, concluyó que hoy cuando más infeliz eres es a los 47 años. Si has nacido en 1973 tus hijos siguen dependiendo de ti, el trabajo no es lo suficientemente estable, no has terminado de pagar la hipoteca y el futuro -con la pandemia y la crisis- es más impredecible que nunca,

En esas estaba cuando la etimología de mediana edad me llevó a recordar mis años de profesor de estadística cuando explicamos en clase la diferencia entre mediana, media y moda. Para calcular la mediana de una serie de valores numéricos tenías que ordenarlos de mayor a menor; el número que estaba en el medio era la mediana. En cambio, la media era el promedio y surgía de sumar todos los datos y dividirlos entre el total. Por último, la moda es el dato que más se repetía en una serie. Si ahora esto lo llevamos a la población española podríamos concluir que la edad mediana es 43 años; si estás en esa cifra, hay tantos mayores como menores de tu edad en tu país. La edad promedio por estos lares es un poco más, 44 años o lo que es lo mismo, es la media aritmética de la población.  Pero la moda es dónde está el grupo de edad más numeroso, y en nuestro país está en 40 y 44 años. Cojas la ratio que cojas de la estadística, los cuarenta años te pillan en el medio de todo. Tan cerca de la vejez como de la niñez, de ser un moderno que de ser un supuesto antiguo y, además, cada día, los que integran esa cohorte se acercan -sin prisa, pero sin pausa- a esos 47 años tan infelices.

Visto lo visto, ahora se entiende porque esos millennials no quieren cumplir años y quieren quedarse en los treinta, pero me temo que, aunque manejen tan bien la tecnología, todavía no son capaces de parar el tiempo con sus móviles de última generación.

 

NOTA: Tengo 48 años y he superado los 47 sin problemas.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


lunes, 1 de junio de 2020

F en el chat


(este artículo de publicó originalmente el 1 de junio de 2020 en el diario 20 Minutos)

Si no entiendes el título de este artículo empieza a considerarte una antigualla. Así por lo menos me lo han transmitido mis hijos adolescentes. Nos separan no sólo un puñado de años sino otros códigos. Cuando en mis clases de Dirección de Empresas llegamos al tema de la función de la comunicación, les cuento a mis alumnos que para que los mensajes sean efectivos el emisor y el receptor han de compartir un código. Comunicar en una empresa no es solo transmitir un mensaje, sino que ha de entenderse y para eso hay que hablar el mismo idioma sino el que lo recibe no entenderá nada porque será incapaz de descodificar el mensaje del emisor. Así me siento con mis hijos.

Hoy la mayor parte del tiempo libre de los menores de veinte años transcurre en internet. Internet tiene unos códigos que igual no conoces.  Que estén solos delante de una pantalla no quiere decir que estén aislados. Encerrados en su cuarto están más socializados que ninguna otra generación a su edad porque la tecnología les permite divertirse con sus amigos sin salir de casa. Jugar a las aventuras con Fortnite, a las guerras con Call of Duty, pero también chismorrear con Meet y hacer el gamberro con TikTok. Además, esos nuevos códigos han traído nuevos referentes a los que seguir, los youtuber, tan despreciados por nuestra generación. Chicos y chicas de su edad que acumulan cientos de miles de seguidores, sin trampa ni cartón, simplemente porque hacen o dicen cosas para ellos. Estos nuevos líderes juveniles interactúan con su público a través de mensajes cortos por escrito, mientras juegan con una consola o se inventan un baile. Y si las cosas no salen bien aparece una sola letra, la F, en el repositorio de mensajes. Una F de fallo -fail en inglés- que hace que todos se mueran de risa por el error del youtuber, bien porque el chiste no ha tenido gracia o porque la ha pifiado en el videojuego. En su código “F en el chat”, es fallar estrepitosamente y no hay miedo a decirlo.

Seguro que te reconoces gruñendo porque hoy los niños están todo el día delante de una pantalla, pero, aunque te cueste entenderlo también es una escuela de valores. Prudencia, responsabilidad y pragmatismo pueden aprenderse usando internet y la expresión “F en el chat” nos lleva a la asunción de responsabilidades y la tolerancia a la crítica. Aprender a reconocer el fallo y no tener miedo a denunciar los errores hacen a las personas y a los países mejores. Estarás de acuerdo conmigo que mejor nos iría, si los que somos mayores hubiéramos puesto un “F en el chat” a los que minusvaloraron la pandemia o a los que compraron test falsos, también a los que se ocupan de generar división en lugar de unión en el peor momento de la historia reciente de nuestro país.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 23 de septiembre de 2019

¿Quién es Greta?



(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 23 de septiembre de 2019)

No exagero si te digo que hoy en el mundo existen solamente dos clases de personas, las que adoran a Greta y las que la odian. Para muchos una superheroína que salvará a nuestro planeta y para otros simplemente un producto de marketing, un juguete al servicio de los lobbys. Una valiente niña que se ha enfrentado al poder establecido por una buena causa o bien una bandera facilona que levantar para lavar conciencias de acomodados ciudadanos del primer mundo.

Si no tienes ni idea de qué estoy hablando y el nombre de Greta te suena a chino me temo que contigo aparece un tercer grupo de personas en el mundo, los que no ven la televisión, ni la prensa, ni las redes sociales. Supongo que te habrás despistado esta temporada y quiero pensar que por ello se te ha escapado el fenómeno mundial de Greta así que te voy a recordar quién es esta chica. Greta Thumberg saltó a la fama hace algo más de un año en Suecia, poco antes de las elecciones de ese país, Greta con 15 años, dejó de ir al colegio y se puso en huelga para que los políticos suecos, en campaña electoral en ese momento, hiciesen algo más para luchar contra el cambio climático. La imagen de una débil niña con una pancarta para frenar el calentamiento global se hizo icónica y pasadas las elecciones decidió seguir todos los viernes con su protesta a la que se unieron cientos de niños en su país pero también en el resto de Europa. Así nació, este pasado otono, el movimiento FFF (fridays for futuro) que se extendió como una mancha de aceite por todo el mundo convirtiendo a Greta en la niña más famosa del planeta en este momento. Asistió a la cumbre de Davos, ocupó la tribuna de oradores en el Congreso de Estados Unidos y en la Asamblea de la ONU. Se ha reunido con Barack Obama y con el presidente Macron. Hasta está nominada para el premio Nobel de la paz. Estos días ha convocado una gran huelga mundial por el clima, verás las imágenes de sus movilizaciones a lo largo y ancho del mundo. Todos nos preguntamos cómo es posible si sólo tiene 16 años y además es una niña que padece el síndrome de asperger, una especie de autismo.

Un compañero profesor que viaja habitualmente a Noruega me ha contado que el fenómeno ya ha superado a Greta y muchos nórdicos han dejado de viajar en avión por turismo. Un reciente estudio ha puesto de manifiesto que el 5% de las emisiones de CO2 tiene por origen los combustibles fósiles quemados por los vuelos comerciales; este año en Suecia por primera vez en la historia han bajado los viajeros de las compañías aéreas. La canciller Angela Merkel, esta misma semana ha aprobado un ambiciosos plan para reducir hasta en un 55% las emisiones de CO2; Alemania dedicará 54.000 millones de euros para acelerar la transición hacia una economía más sostenible. La influencia de Greta se deja sentir. Unos dicen que detrás de ella solamente hay grupos de interés para desestabilizar Occidente porque mientras tanto China sigue aprovechándose en términos de competitividad de saltarse todos los compromisos en este campo; otros que las criticas a la niña vienen bien financiadas por la industria del petróleo. 

En cualquier caso ahora que ya sabes quién es Greta puedes elegir en qué grupo quieres situarte. Yo ya lo he decidido.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

miércoles, 21 de noviembre de 2018

La Revolución de las canas

(este artículo se publicó originalmente en el periódico Expansión el día 20 de noviembre de 2018)

Keynes dejó escrito que “la dificultad no estriba en las ideas nuevas, sino escapar de las viejas”. Es muy viejo despreciar la edad y adorar la juventud. Aunque no siempre fue así, de hecho en las llamadas zonas azules del mundo, aquellos territorios del globo donde se alcanzan los mejores registros de longevidad, el denominador común es el respeto a la edad. El Senado romano es otro ejemplo de que las civilizaciones más relevantes de la historia tuvieron en cuenta la sabiduría de los más mayores. Pero sin irnos tan lejos, en los pueblos donde vivieron los abuelos de los autores de este artículo ser mayor siempre fue algo importante que merecía gran respeto. 

Ahora, siguiendo la sentencia de Keynes, la superación de una economía que envejece solo podrá hacerse jubilando esas ideas tan caducas que nos alarman sobre la nueva demografía. Nuestro modelo económico se ha hecho viejo, no porque haya aumentado la esperanza de vida, envejece porque no prescindimos de viejos dogmas que nos impiden ver las oportunidades de un nuevo mundo en el que viviremos muchos más años y, además, disfrutaremos de altos grados de bienestar gracias a los avances técnicos, si tomamos las decisiones correctas –como territorios y como personas-.  

La salud y la economía se convertirán en la asociación que garantice el futuro de las sociedades más dinámicas. Por ello, habrá que ser capaces de conciliar las revoluciones que se están dando en ambas especialidades. Recordémoslas someramente.  

El catedrático de Historia de la Medicina, Diego Gracia, habla de tres revoluciones por las cuales hoy disfrutamos de la longevidad. La primera la revolución terapéutica, con el descubrimiento de las sulfamidas y los antibióticos. La segunda, la biológica, gracias a la manipulación del código genético y por último, la revolución tecnológica, con la irrupción en las ciencias de la salud de la informática y las modernas tecnologías médicas. De hecho, en los últimos diez años sabemos más del cáncer que en los cien años precedentes y no nos equivocamos si afirmamos que los niños que hoy juegan en los parques vivirán por encima de los cien años. 

Klaus Schwab es un economista alemán conocido por ser el fundador del Foro Económico Mundial de Davos. En su formidable libro sobre la cuarta revolución industrial, afirma que no es únicamente un conjunto de tecnologías emergentes como el big data, la inteligencia artificial o el internet de las cosas, sino una transición hacia un nuevo mundo. Eso sí, con una velocidad de cambio, alcance e impacto inédito en la historia de la civilización que modificará nuestra forma de vivir, trabajar y relacionarnos. Pero nada de esto sería posible si no hubiera habido una primera revolución industrial entre 1760 y 1830, con la introducción de las máquinas en la cadena de montaje. O una segunda, a mediados del siglo XIX que con la electricidad hizo posible la manufactura en masa. Finalmente la tercera, ya avanzado el siglo XX, permitió con las tecnologías de la información y comunicación, la llamada globalización. 

Hace tiempo que las revoluciones no se dan solamente en las instituciones políticas. Hemos pasado de estudiar la Revolución Francesa o la rusa a las de carácter empresarial. Acabamos de ver esas involuciones en la economía y en la medicina, por ello defendemos que en la medida que ambos procesos se alineen estaremos ante otra revolución, la de las canas. El elemento común de ambos procesos disruptivos es el alargamiento de la vida de modo y manera que, en muy poco tiempo, el 40% de la población tendrá más de 55 años y dispondrá de todas las herramientas, además de la experiencia vital, para seguir aportando y generando valor. La revolución de las canas traerá un cambio radical porque permitirá que millones de personas sigan trabajando, sigan creando, sigan consumiendo. Permitirá que nazcan nuevas industrias para servirles y que nuevos emprendedores encuentren oportunidades donde nadie pensó que podía haberlas.  

Pocas dudas caben de que nuestro sistema económico envejece y genera cada vez mayor desencanto en muchos estratos de la sociedad que sienten que se ha quedado fuera del mismo. El reto es rejuvenecer la economía con una población que peina canas. Aunque parezca una contradicción, la cohorte de edad situada entre los 55 y 70 años que hoy las empresas y la legislación han expulsado del mercado laboral, tiene en sus manos salvar la economía. Esta generación de las canas suponen la nada despreciable cifra de 897 millones en el mundo, de los cuales 140 millones en Europa, 59 millones de personas en Estados Unidos, más de 26 millones en Brasil frente a los 12,5 millones de México y los 9,2 millones de turcos o los casi 8 millones y medio de españoles. Todo un potencial de actividad, experiencia y creatividad desaprovechado. Por un momento piensen en los revolucionarios efectos que supondría incluir todos esos millones de almas en nuestra economía. Una auténtica revolución de las canas. 

Antonio Huertas, presidente de Mapfre e Iñaki Ortega, director de Deusto Business School publican en noviembre el libro La Revolución de las Canas con la editorial Planeta.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Centennials, la irreverencia al poder

(este artículo se publicó originalmente en el Periodico de Cataluña en su edición en castellano y en catalán el 28 de abril de 2018)


Internet, innovación, irreverencia, inmediatez e incertidumbre son palabras que definen a la generación Z y explican el modo en que estos jóvenes, la primera generación de nativos digitales, están removiendo los cimientos de la educación, el empleo, el consumo, la sociedad y la política.
Son la primera generación en la historia que se ha educado y socializado con internet en sus casas. Algo más de ocho millones de jóvenes enEspaña y el 25% de la población mundial, es decir, 2.000 millones de personas que han forjado su personalidad con acceso libre a la red de redes. Internet ha hecho que la unidad de medida del tiempo se haya acelerado de tal manera que lo que las generaciones anteriores aspirábamos a tener en un mes ellos lo tienen en un minuto. Música, amigos, compras, lecturas, viajes se consiguen ahora casi de forma inmediata.
Nativos digitales, han dejado viejos a los ‘millennials’
Los integrantes de esta generación, también conocidos como centennials, son los nacidos entre 1994 -fecha consensuada por los informáticos como el inicio del internet moderno- y 2009. Son toda una incertidumbre para las marcas y los empleadores, pero también para sus padres y profesores. Nunca han considerado la tecnología como una asignatura, a diferencia de las generaciones que les preceden, porque no la pueden disociar de su vida.
Para los Z, los conocimientos técnicos en programación, por citar un ejemplo, no suponen una obligación sino una expresión del mundo en el que se desenvuelven desde que tienen uso de razón. Estos jóvenes son autodidactas, creativos, sobreexpuestos a la información, innovadores y emprendedores. Hacen un uso intensivo de las nuevas tecnologías de la información; el mundo digital ha conformado su personalidad de una manera más profunda de lo que lo hizo con los millennials. Probablemente, el gran cambio respecto a las generaciones precedentes es su agilidad para crear, modificar y transmitir la información, sin ni siquiera plantearse el hecho de que hace muy pocos años esto era impensable.
Cambia el concepto de autoridad
La generación Z nos obliga a cambiar el concepto de autoridad porque estos jóvenes son irreverentes por naturaleza y se lo cuestionan todo. Gracias a internet acceden de modo inmediato a un conocimiento casi infinito con el cual pueden comprobar si algo es falso o alguien está equivocado. Además, en internet no siguen a un líder o entran en una web porque jerárquicamente esa persona sea más importante, sino porque empatizan mejor y les interesa más.
Por tanto, para vincular a los Z debemos cambiar y  saber escucharles. El mayor reto que tienen las empresas y las universidades es dejarles que aporten desde el primer día, porque ellos esperan que, desde el principio, a la vez que se forman, puedan interactuar y hasta modificar la manera de funcionar de la compañía o de la universidad.
Consumidores empoderados, buscan precio e inmediatez
Las cohortes que pertenecen a la generación Z representan al nuevo consumidor, y cualquier gerente de una empresa, pymes o autónomo, tiene que saber que estos jóvenes son el espejo en el que tienen que mirarse para entender a este nuevo cliente, que es digital y muy exigente, que mira mucho el precio y se mueve por recomendaciones de amigos y redes sociales. Como consumidor el Z es infiel, no le importa tanto lo de siempre como la novedad y que los productos o servicios satisfagan sus necesidades de una manera inmediata.
La sociedad debe ser muy ágil para retener su atención, ya que están acostumbrados a moverse de forma fluida y rápida entre dispositivos. Eso significa que las empresas y marcas que pretendan ganarse a estos jóvenes deben usar todos los canales a su alcance: medios convencionales,bloggersinfluencers, redes sociales sin olvidar el propio puntos de venta. Una comunicación 360 grados que lleve el mensaje de la marca a su público donde quiera que esté, sin importar las fronteras geográficas o culturales.
¿Cómo entender a este nuevo consumidor?
La mejor forma, la más directa, es incorporar a los jóvenes Z a la empresa como trabajadores. Las organizaciones han de ser muy receptivas para aprovechar las cualidades del homo digitalisen la terminología que utiliza el ensayista español José Antonio Marina. La razón es que ahora los jóvenes lo tienen todo al alcance de un clic, y esto hace que se hayan forjado una personalidad distinta: si quieren algo, lo cogen; no esperan a que una empresa o una marca les ofrezca o resideñe un producto. Si un nativo digital no halla lo que busca, quizá lo creará por sí mismo.
La llegada de estos jóvenes a las organizaciones está generando conflictos debido a que, como empleados, ellos ponen en el mismo plano el trabajo y la vida personal. Es decir, los Z demandan flexibilidad laboral, dan por descontado el teletrabajo y exigen condiciones que les permita seguir disfrutando de su vida personal y de su espacio de ocio. Pero, en contrapartida, están dispuestos a trabajar horas extras o los fines de semana, si el proyecto profesional así lo requiere.   
Modernizan mercados obsoletos
El trabajador Z es irreverente y no duda en llevar la contraria a los jefes, como ya lo ha hecho con sus padres en casa y profesores en la universidad. Pero esa irreverencia también puede ser un elemento positivo ya que les sirve -a ellos y a la empresa- para innovar y para que surjan buenas y creativas ideas. La palabra irreverencia puede asustar, pero bien entendida te hace abrazarla porque el mayor problema de las compañías en el mundo es la resistencia al cambio (hacemos las cosas así porque siempre se han hecho) y eso es como nadar con una piedra atada al cuello. En un mundo líquido, en palabras de Bauman, donde los nuevos entrantes saltan fácilmente las barreras de los mercados clásicos con sus disrupciones, hacer las cosas por inercia es una mala estrategia.
Los jóvenes Z prefieren trabajar en red, entenderse con culturas distintas, así obtienen habilidades que les permitirán desempeñar profesiones que aún hoy no existen. En su mayoría, los empleos del futuro estarán relacionados con la creatividad y la innovación. Por este motivo, la gestión del talento joven obliga a los departamentos de Recursos Humanos a trabajar en el alineamiento de las motivaciones de las personas con la estrategia de compañía
Estos chicos y chicas de la generación Z ya están revolucionando muchas industrias, innovando con sus startups, saltándose anticuadas barreras de entrada. Los emprendedores de fintechinsurtech proptech ponen en apuros a la banca, a los seguros y a las inmobiliarias, pero porque con ello están consiguiendo modernizar mercados obsoletos y además dar mejores y más baratos servicios a los consumidores.
Durante la elaboración de nuestro libro Generación Z (Plataforma Editorial, 2017) nos hemos encontrado a socios de consultoras con 24 y 25 años; hay chicos trabajando en departamentos de cibercrimen que tienen 23-24 años y ganando más que un socio. Los expertos en blockchain, indispensable para entender el bitcoin, no superan los 30 años como se demostró este enero en el Foro Económico Mundial con un panel protagonizado por Z y millennials sobre esa nueva tecnología.
Colaboración y activismo
Para las generaciones anteriores, el fin justificaba los medios: trabajar equis horas por sacar adelante a la familia, aguantar jefes impertinentes, que la empresa invirtiera donde no debía, que las compañías no cuidaran el medio ambiente o la responsabilidad social. Ahora ya no, para los jóvenes Z los valores sociales y medioambientales importan mucho a la hora de decidir trabajar en una empresa, comprar un producto o participar en un movimiento. De hecho ya no solo las empresas investigan los currículos de los candidatos, sino que éstos escudriñan la reputación de sus posibles empleadores.
Los valores de la generación Z no son compatibles, por ejemplo, con contratar una persona por 600 euros cuando antes lo hacía por 1.200, ni contratar en verano para despedir en otoño. Habrá organizaciones que lo hagan y quizá podrán obtener beneficios en el corto plazo, pero a largo plazo esa estrategia minará su reputación en la mente de los Z., que no olvidemos son más de 8 millones en España.
Por último, han desterrado el reciente mito de la indiferencia juvenil ante las instituciones. Lo que sucede es que quieren otra forma de ostentar el poder, y de hecho están ya participando activamente en muchos círculos decisorios en think tanks y partidos políticos. En las montañas suizas de Davos todavía resuenan los ecos del panel que la generación Z protagonizó hablando de blockchain. Su irreverenciasorprendió a algunos, pero la mayoría aprendió con ellos.

Núria Vilanova, presidenta de ATREVIA
Iñaki Ortega, director de Deusto Business School
Autores del libro ‘Generación Z. Todo lo que necesitas saber sobre los jóvenes que han dejado viejos a los millennials

miércoles, 31 de enero de 2018

La buena noticia del bitcoin

(este artículo se publicó originalmente el 29 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)




“Cuando los limpiabotas empiezan a invertir en Bolsa es momento de vender todo”. La frase atribuida al mayor millonario de la historia, el empresario del petróleo John D. Rockefeller, ha sido frecuentemente usada para explicar cómo las burbujas económicas son causadas por cientos de miles ciudadanos desinformados invirtiendo equivocadamente.  Lo más parecido a Rockefeller en nuestros días, por lo menos en riqueza, es el viejo inversor Warren Buffet. Precisamente el llamado “oráculo de Omaha” ha manifestado estos días de enero que jamás invertirá en bitcoins y que muy pronto la aventura de la criptomoneda terminará mal.  El primer mandamiento del decálogo de buen inversor de Buffet es “nunca inviertas en un negocio que no puedes entender” así que simplemente ha sido coherente en su reciente ataque contra la moneda virtual.

Las burbujas en economía son procesos especulativos en los que compradores lo hacen aspirando a vender por mucho más.  Rápidamente estas situaciones derivan en inauditas espirales de subida hasta un momento, en el que por alguna razón, hay  ventas masivas pero no compradores suficientes. Es entonces cuando explota la burbuja dejando en la ruina a miles de inversores.

Rockefeller vivió la Gran Depresión que puso fin a una década de euforia conocida como los felices años 20. El jueves negro del año 1929 en Wall Street desató el pánico con millones de órdenes de venta que provocaron el estallido de la burbuja bursátil y la primera crisis global.

 Warren Buffet sobrevivió a la burbuja de internet del año 2000 en la que empresas sin actividad, solo por expectativas, llegaron a tener un mayor valor que grandes corporaciones en sectores industriales como General Motors. La burbuja de las puntocom se pinchó simplemente cuando  se puso frente al espejo a esas compañías sin facturación y claramente sobrevaloradas.

También todos nosotros hemos padecido de alguna manera la crisis inmobiliaria de 2008 bien porque nos hipotecarnos por encima de nuestra posibilidades o bien por tener que sufragar la factura de la mayor recesión de la historia reciente de España.

Casi al mismo tiempo que Rockefeller desde Nueva York nos recordase que  todos podemos ser limpiabotas, en Dinamarca Hans Christian Andersen  escribió su famosa fábula “El traje nuevo del emperador”.  Un rey muy preocupado por su vestuario es convencido por unos embaucadores para comprar una sofisticada y carísima tela que solo podía ser apreciada por las personas inteligentes ya que  para el resto de los mortales sería invisible.  El rey que no quiere quedar como estúpido, a pesar de que no ve vestido alguno, sale a desfilar por la capital de su reino con el imaginario vestido. El pueblo que conoce el origen del vestido y que no quiere parecer necio tampoco dice nada hasta que un niño grita que el rey va desnudo. En ese momento el rey y el pueblo se dan cuenta del engaño dando por finalizado el desfile.


Estos días hemos visto como las caídas de la valoración del bitcoin continuaban alcanzando ya un 40% frente a su meteórico ascenso del 1300% en el 2017. No solo Buffet sino también la CNMV y la SEC han alertado de su peligro y hasta algunas sociedades de inversiones han puesto en marcha corralitos para evitar males mayores con las inversiones en criptomonedas. Todo nos empieza a recordar a esas burbujas que acabamos de mencionar. Pero esta vez los limpiabotas no vamos a necesitar un niño como el cuento de Andersen que nos haga ver la cruda realidad. No será preciso esperar a que la sobrevaloración reviente las costuras del mercado y que la explosión  arrase con todo. Soy optimista y mi esperanza reside en que esta vez detrás de las burbujas hay mucha curiosidad. Ningún comprador en los años 90 quiso saber qué tecnología había detrás de la rápida construcción de cientos de miles de edificios. Tampoco hubo interés por parte de los accionistas de las puntocom en conocer los protocolos que daban sentido a internet sin los cuales no hubiera habido  nueva economía.  Por supuesto ningún periódico en los años 20 estudió la técnica que disponía la Bolsa de Nueva York para comprar y vender acciones en el día. Pero hoy, en cambio es muy difícil encontrar un directivo, periodista o profesor que no esté estudiando o escribiendo sobre el blockchain. La cadena de bloques, por su término en castellano, es la tecnología que da sentido al bitcoin y otras criptomonedas. Es una gigantesca base de datos distribuida formada por cadenas de bloques que no pueden alterarse lo que permitió crear el bitcoin y otros contratos inteligentes. De hecho todas las grandes empresas del mundo están dedicando recursos a investigar las aplicaciones del blockchain en otros campos como la energía, los servicios profesionales y los seguros además de las finanzas. Casi podríamos hablar de una nueva burbuja pero de conocimiento sobre esta tecnología, pero con una pequeña diferencia que esta vez no será mala sino que nos salvará.

domingo, 21 de enero de 2018

La letra que mide la alta capacidad

(este artículo fue publicado originalmente el día 19 de enero de 2018 en la revista Claves de Comunicación)

Cada año generamos más contenidos que todos los que se habían creado en 2.000 años de civilización. Recientemente, unos científicos cuantificaron la información disponible. Para medir esa ingente cantidad de información usaron zettabytes. Si no sabes qué es un zettabyte no pasa nada, quédate con que es sinónimo de alta capacidad. El prefijo de los zettabyte coincide con el nombre con el que se conoce a la cohorte de chicos y chicas educados con internet en sus hogares. Es decir, la llamada generación z, los nacidos a partir de 1994, fecha consensuada por los informáticos como el inicio del internet moderno. Irreverentes, inmediatos, son toda una incertidumbre para las marcas y empleadores, pero también para sus padres y profesores. Un zettabyte es un 1 byte seguido de 21 ceros. Está demostrado que a partir de cierta cantidad de ceros nuestra mente es incapaz de poner en perspectiva una cifra tan elevada. Si no entiendes los zettabytes pero tampoco a tus colegas de trabajo y clientes más jóvenes te animamos a que leas nuestro nuevo libro sobre la generación z.

“Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para entrar en el mundo del saber”. La frase, atribuida a Eisntein, no fue nunca tan cierta como con la generación que ha dejado antiguos a los millennials. Los chicos y chicas que hoy tienen veinte años no han considerado la tecnología como una asignatura, a diferencia de los que superamos la treintena. Para ellos, los conocimientos técnicos en programación, por citar un ejemplo, no suponen una obligación sino una expresión del mundo en el que se desenvuelven desde que tienen uso de razón. Si quieres comunicarte con ellos has de hablar su idioma, y su idioma hoy es la tecnología. Los expertos insisten en que entre 2030 y 2050 la ficción se hará realidad y la inteligencia artificial superará al ser humano. La automatización está penetrando en actividades tan humanas como el razonamiento o la percepción, desplazándose, por tanto, desde el sector manufacturero al de servicios. El blockchain dejará sin trabajo a los notarios. Los chatbots están ya vaciando de personal los departamentos de atención al público. La impresión aditiva cambiará la vida de las factorías. Por ello y volviendo al principio de esta brve reflexión basta con que recuerdes que zettabytes es una medida para almacenar datos y que además sus primeras letras son el apelativo con el que se conoce a una nueva generación. Ambos, esa medida y esos jóvenes son sinónimos de altas capacidades y ambos no se explican sin la importancia de los cambios tecnológicos. Así que no habrá más remedio que abrazar la tecnología de la mano de la nueva generación de clientes, empleados y ciudadanos.

Nuria Vilanova es presidenta y fundadora de ATREVIA

Iñaki Ortega es profesor y director de DEUSTO BUSINESS SCHOOL

viernes, 25 de agosto de 2017

David y Goliat. La osadía de una generación que se enfrenta al resto del mundo

(este artículo fue publicado originalmente en el diario Cinco Días el día 22 de agosto de 2017)


El relato bíblico de David y Goliat ha sido usado a lo largo de la historia para demostrar que en ocasiones el débil puede vencer al poderoso. Aunque los combates sean desiguales siempre hay espacio para milagros. En el mundo del deporte encontramos muchos ejemplos que encajan con este símbolo. La victoria en la liga de futbol inglesa en 2016 del humilde Leicester o el Valencia Basket este año ganando la liga ACB a los imbatibles Real Madrid y Barcelona. Pero las derrotas en la guerra fría de las grandes potencias en Vietnam o Afganistán o las inesperadas victorias del Brexit y los partidarios del “no” en Colombia nos recuerdan que lo inusual puede producirse más allá del deporte.

Solo por que seas grande y fuerte no significa que puedas hacer lo que quieras. Aquellos en los que nunca creemos de vez en cuando pueden llegar a la cumbre.  Detrás de estas afirmaciones no solo hay voluntarismo sino también mucho ingenio y la confianza en uno mismo para poder ganar al más fuerte. Los casos anteriores nos enseñan que además del talento de los vencedores es imprescindible perder el miedo reverencial al poderoso. Hay que estar preparado para ganar física y mentalmente. Es imprescindible, por tanto, tener armas competitivas pero además ser irreverente.

Israel, en aquella época, estaba en guerra con los filisteos. Un gigante del ejercito filisteo de casi tres metros de altura llamado Goliat  desafió a los militares hebreos, proponiendo que escogieran a su mejor hombre para hacerle frente. En palabras de Goliat, si él resultaba derrotado y muerto, los filisteos serían esclavos de Israel, pero si él vencía  los israelitas serían sus esclavos. Los hebreos fueron incapaces durante 40 días de encontrar a alguien que tuviese el valor de enfrentarse a Goliat. David, un jovencísimo pastor que se encontraba por casualidad en el campo de batalla escuchó el desafío del gigante y se ofreció para luchar. A pesar de lo que pensaron sus compatriotas y el propio Goliat no era ningún frívolo ya que para defender a sus rebaños de los ataques de fieras salvajes había desarrollado una extraordinaria habilidad con un cayado y una honda. De modo y manera que nada más empezar el combate David le incrustó con su honda una piedra en la frente a Goliat derrotando al filisteo.

Hoy las enseñanzas de este pasaje de las sagradas escrituras están más vigentes que nunca. Es preciso recordar que no existe enemigo desdeñable por pequeño que sea, si el talento le acompaña. Es incuestionable además el poder que tiene la constancia frente a un enemigo en apariencia muy superior. Por último la irreverencia de luchar contra las apariencias se hace indispensable para siquiera poder optar a la victoria. Talento, constancia e irreverencia son a su vez las cualidades de una nueva cohorte de profesionales nacidos a partir de 1994 y que se les conoce como los posmillennials o generación z. Se han educado y socializado con internet absolutamente desarrollado y eso les ha llevado a comportarse de un modo radicalmente diferente a sus predecesores. Son los primeros que han echado por tierra el principio de autoridad de sus padres, profesores y jefes porque tienen a su disposición herramientas hasta ahora impensables. El hacker de 23 años que fue capaz de desactivar, desde su casa WannaCry, el más peligroso ciberataque conocido hasta ahora. Las miles de startups de veinteañeros que en todo el mundo están amenazando el status quo de las empresas más poderosas del planeta saltándose las barreras de entrada a esos mercados con disruptivos productos y servicios. Los jóvenes del Rif marroquí y Venezuela que día tras día se juegan su integridad por denunciar la injusticia de regímenes que no respetan los derechos humanos. Los anónimos becarios que asombran a los empleados de las empresas en las que trabajan con su dominio de las nuevas especialidades de la industria 4.0. Todos ellos representan una nueva generación que como las anteriores tiene la ilusión por triunfar, la constancia de las fuerzas intactas por su edad, los conocimientos más vanguardistas. Pero además los z han perdido el miedo reverencial al poderoso, llámese Gobierno, Multinacional o profesor porque son nativos de un nuevo mundo en el que se manejan a la perfección mientras el resto a duras penas nos mantenemos a flote.

David no solo ganó a Goliat sino que con el tiempo se convirtió en Rey de Israel. Es recordado como uno de los mejores gobernantes y que más hizo por unificar su patria. Precisamente el mes pasado el presidente de la cámara de comercio hispano-israelí explicó en la Universidad de Deusto el “efecto chutzpah” como una de las claves de su milagro económico. La palabra hebrea chutzpah puede traducirse al castellano como irreverencia. Es esa actitud desafiante con la que los estudiantes se dirigen a sus profesores en la universidad,  cómo los empleados desafían a sus jefes, la forma en que los sargentos cuestionan las órdenes de sus generales o los funcionarios ponen en cuestión los mandatos del Ministro de turno.  En algún momento de su vida, un israelí, aprende en la escuela, en casa o en el ejército que lo normal es tener confianza en uno mismo y cuestionar las órdenes en base a tus conocimientos. Eso te hace crecer a ti y  a tu sociedad. De ese modo la ciencia y la economía ha podido avanzar increíblemente en ese territorio al no dar por irresoluble ningún problema a pesar de lo que generaciones anteriores les hayan trasmitido.

Hoy la generación z es lo más parecido a ese joven pastor que con su chutzpah venció al soberbio gigante: El reto será que no solo los más jóvenes encarnen esos valores sino el conjunto de las instituciones de nuestra sociedad.


Iñaki Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School.

domingo, 16 de abril de 2017

El dilema de la Generación Z

(este artículo se publicó originalmente en el diario ABC el día 16 de abril de 2017)

Los siete millones de jóvenes que tienen en este momento entre 14 y 23 años se encuentran en un dilema. Por haber nacido en los últimos años del siglo pasado, internet les ha acompañado toda su vida para estudiar, para ser controlados, para tener amigos y por supuesto para su ocio.

Son la llamada Generación Z, también conocidos como centennials. Pero el mundo no es todavía digital 100%. Por eso, tienen que elegir entre renunciar a parte de su identidad para adaptarse a una realidad hecha por y para sus padres y abuelos o, por el contario, ser ellos mismos aun a riesgo de quedar en la periferia del sistema. Seguir buscando el trabajo que ansiaban sus hermanos mayores o trabajar por proyectos y abrazar la gig economy. Sucumbir al descrédito generalizado en  la política o comprometerse por cambiar lo que no les gusta. Ser fieles a las marcas de siempre o ser consecuentes con su mundo digital donde lo que importa es la experiencia del usuario y las recomendaciones. Estas son algunas de las conclusiones de una nueva edición de la investigación sobre la generación Z elaborada por Deusto Business School con el apoyo de ATREVIA.
Tal y como recoge el citado estudio, que es continuación del publicado en 2016 con el nombre deGeneración Z, el último salto generacional, la web ha sido y es omnipresente desde edades tempranas para los integrantes de esta generación, pero junto a internet hay otros cuatro términos que empiezan por la letra i que también les definen: Irreverencia, inmediatez, inclusión e incertidumbre. Irreverentes porque no dudan en llevar la contraria a sus padres, profesores o mayores, entre otras cosas porque han sido autodidactas. Inmediatez como las redes sociales que frecuentan donde todo es rápido y fugaz. La economía colaborativa y la diversidad que abrazan les convierte en inclusivos. El mundo líquido en el que han nacido, en palabras del filósofo Bauman, donde nada es estable y todo cambia, hace que la incertidumbre sea su compañera desde que nacieron en plena crisis global.
Esta generación se encuentra ante un dilema, ante una encrucijada en la que pueden elegir el mejor camino o perseverar en los fallos de las generaciones anteriores.
El del prisionero es para los economistas el dilema más recordado. Muestra que dos personas pueden no cooperar incluso aun cuando vaya en contra del interés de ambas. Fue desarrollado en los años cincuenta del siglo pasado por dos matemáticos, considerados los padres de la teoría de juegos. Para los que no lo recuerden, en el dilema la policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras incomunicarles, los visita y les ofrece el mismo acuerdo. Si uno confiesa y el cómplice no, este último será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el otro quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrá hacer la justicia es encerrarlos durante un año por un cargo menor.
El punto clave reside en que las mejores opciones individuales finalmente, puestas en relación con la decisión del otro,  son muy malas para cada uno de ellos. Ser egoísta tiene malas consecuencias. En cambio si se aplica la lógica, la única solución  es cooperar entre ellos. Este planteamiento nos lleva a la correcta resolución del dilema, que es decir la verdad y cooperar.
Volviendo al informe, los Z desconfían de la educación superior actual por su falta de pragmatismo y lejanía de las vanguardias tecnológicas; se muestran muy preocupados por la situación política y votaron masivamente en las últimas elecciones. Como empleados, lo más importante no es el sueldo sino el ambiente de trabajo y la capacidad de conciliar; apuestan por el emprendimiento como el empleo ideal y son la primera generación que aspira a equilibrar trabajo y vida privada.
Pero a la vez que todo lo anterior sucede, persisten demasiados jóvenes abocados a instalarse en la precariedad del empleo actual. Adolescentes que cuando dejen de serlo no podrán aspirar a formar una familia con los sueldos que percibirán. Nuevos votantes que ven que la nueva política ha envejecido demasiado rápido y volverán al desencanto. Jóvenes emprendedores que sufren los rigores de la misma administración que les anima a arriesgarse.
Una contradicción pura, dos realidades que conviven en una misma generación. En definitiva una situación comprometida para los jóvenes que no saben por qué optar, porque ni es bueno lo anterior ni lo que viene, porque el pasado no era tan malo ni lo es el presente. Casi la definición literal de dilema que nos ofrece el diccionario. Pero lo que no aparece en ningún manual es la solución mágica a esta disyuntiva que afecta a más de siete millones de españoles que están llamando a las puertas de nuestra sociedad. Esperemos que la respuesta sea la misma que en el dilema del prisionero. Cooperar.
Iñaki Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School
Nuria Vilanova es empresaria y presidenta de ATREVIA