sábado, 28 de abril de 2018

Se acabaron las clase magistrales (no solo en la universidad)

(este artículo se publicó originalmente el 23 de abril de 2018 en el diario La Información en la columna semanal #serendipia)


En 2007 dos profesores de instituto de una pequeña población de Colorado hartos de las ausencias de los alumnos por la dureza del clima y las largas distancias que tenían que recorrer para llegar a clase idearon una sencilla herramienta. Jonathan Bergman y Aarón Sams grababan las lecciones y junto los materiales que habían usado en clase las volcaban en internet para que aquellos estudiantes que no habían asistido a  clase pudieran tener acceso a las mismas. Rápidamente su uso se hizo viral y los dos profesores  comenzaron a explicar a otros docentes cómo enseñar a los alumnos fuera del aula. Tan grande fue la aceptación que maestros en todo el mundo comenzaron a utilizar estas lecciones fuera del aula con lo que conseguían aprovechar el tiempo de clase para realizar ejercicios y trabajar en equipo. Así es como en medio de las montañas rocosas americanas nació la llamada aula invertida o flipped classroom como se conoce en el mundo anglosajón.
En realidad el término había sido originalmente acuñado por dos académicas, Walvoord y Anderson, que en 1998 propusieron un modelo donde los estudiantes, antes de la clase, tenían un primer acercamiento al contenido. Luego en el aula, se fomentaría la comprensión del contenido mediante un aprendizaje activo. Con el objetivo de asegurar que los estudiantes realizaran la preparación necesaria para el trabajo en el aula, éstos debían llevar a cabo una serie de actividades previamente. Al introducirse años después la tecnología multimedia, el método de clase invertida se perfeccionó con las infinitas posibilidades que daba la universalización de internet. Hoy es una modalidad de aprendizaje semipresencial (blended learning) que está llamada a revolucionar la enseñanza reglada acabando con la antiquísima clase magistral. Porque si somos capaces de cambiar el modelo tradicional de clase, llevando parte del proceso de enseñanza y aprendizaje fuera del aula, se consigue utilizar el tiempo de clase para actividades con las que perfeccionar el aprendizaje.
Este mes dos profesores de la Universidad de Deusto, Alex Rayón y yo mismo impartimos una clase con este método con gran éxito a la vista de las encuestas que rellenaron los alumnos de executive education que participaron en el aula invertida. Ambos docentes grabamos en enero de este año un video de no más de 6 minutos, siguiendo las recomendaciones de los expertos chilenos de la plataforma de enseñanza digital Flipp,  puesto que internet ha reducido la capacidad de concentración de los estudiantes. Además les adjuntamos una serie de lecturas y un cuestionario sobre lo explicado. Finalmente en abril convocamos la sesión presencial en la que la clase, al ser invertida, la daban los propios alumnos explicando sus aprendizajes y planteando a los dos profesores sus dudas. La sesión se convirtió en un enriquecedor debate donde comprobamos la virtualidad de este método.
 A algún lector le puede chocar el cambio de clases magistrales presenciales de una hora a sesiones enlatadas de seis minutos pero después de años estudiando a los millennials y a la generación subsiguiente, los z, al firmante de esta columna no le sorprende. Recientemente se hizo viral una infografía en la que se recogía las cosas que pasaban en un minuto en internet que nos ayudará a entender todo lo anterior. Más de 4 millones de videos de youtube vistos, 156 millones de emails enviados, compras encargadas por un valor cercano al millón de dólares o 990.000 citas amorosas cerradas en Tinder. Solo en un minuto. La unidad de medida del tiempo se ha acelerado de tal manera que lo que aspirábamos a conseguir las generaciones anteriores en un día o en un mes, los nacidos con el nuevo milenio lo logran en un minuto. A estos datos podemos añadir que durante la hora que usted tarda en comer habrá 20.000 ciberataques o que  los melómanos se habrán descargado dos millones de horas de música en Spotify. En un solo día se mandan 64 mil millones de mensajes por Whatsapp y 189 millones de apps se descargarán.
Pero lo que si me atrevo a sugerir es la necesidad de escalar este método fuera de la educación. Sus fundamentos teóricos se centran de forma principal en dedicar el tiempo de clase a tareas en las que el alumnado sea el protagonista del aprendizaje y no a la realización de explicaciones teóricas que pueden realizarse cómodamente en casa gracias a la tecnología.
En breve veremos tediosos debates en el Congreso de los Diputados para aprobar los presupuestos generales del Estado. Así mismo estos días termina el plazo que establece la legislación mercantil para celebrar interminables juntas generales de accionistas de las más importantes empresas españolas. En unos y otras el método ha sido el mismo que queremos modernizar, la clase magistral. Monólogos de ministros y de portavoces parlamentarios; de consejeros delegados, presidentes y secretarios de consejos de administración. Con apenas (como dicen en el baloncesto para ese tiempo que se juega sabiendo que el resultado del partido no cambiará) unos minutos de la basura para preguntas de periodistas o accionistas minoritarios.
En el método de aula invertida al darle la vuelta a la clase, el rol como docente también debe moverse y el profesor ha de tener otras habilidades como la empatía, la escucha activa, la modestia y la vocación de servicio. No estaría mal que los que gestionan empresas y gobiernos se apliquen el cuento.

miércoles, 18 de abril de 2018

Por qué los españoles, y no solo Cifuentes, no entendemos la palabra chutzpah


(este artículo se publicó originalmente el 16 de abril de 2018 en el diario La Información en la columna semanal ·serendipia)

En la lengua hebrea clásica la palabra chutzpah se usaba con un carácter peyorativo como sinónimo de descaro, insolencia o desfachatez. Con el paso del tiempo el significado ha migrado hacia lo que tiene la cualidad de ser audaz. En esta evolución de chutzpah desde la chulería a la audacia, sin duda algo habrá tenido que ver el popular bestseller “La nación startup. La historia del milagro económico de Israel” escrito por los periodistas Dan Senor y Saúl Singer. En ese libro se explica el llamado efecto chutzpah que no es otra cosa que la irreverencia con la que los estudiantes se dirigen a sus profesores en la universidad,  cómo los empleados desafían a sus jefes, cuando los sargentos cuestionan las órdenes de sus generales o los funcionarios ponen en duda los mandatos del Ministro de turno.  En algún momento de su vida, un israelí aprende en la escuela, en casa o en el ejército que lo normal es tener confianza en uno mismo y cuestionar las órdenes en base a tus conocimientos. Eso te hace crecer a ti y a tu sociedad. Para Senor y Singer el secreto de que Israel sea uno de los países más innovadores del mundo con miles de patentes, cientos de startups de éxito y decenas de premios nobeles a pesar de su situación geográfica y política, está, entre otras cuestiones que analizan, en esa irreverencia que hace que los israelís pongan en cuestión lo que dicen  sus padres, jefes o profesores. De ese modo, la ciencia y la economía ha podido avanzar increíblemente en dicho territorio al no dar por irresoluble ningún problema a pesar de lo que generaciones anteriores les hayan trasmitido.

Frente a esa chutzpah, por estas latitudes estábamos más acostumbrados al principio de autoridad. Como nos explica la epistemología el principio de autoridad es el procedimiento por el que una proposición científica se acepta por el solo hecho de estar afirmada en un texto considerado como cierto.  Este principio ha tenido no pocos cuestionamientos en nuestro país por ejemplo en la Ilustración o con el darwinismo, pero un inane máster lo ha acabado por enterrar definitivamente estos días.

El principio de autoridad era lo que argumentaba nuestro padre al negarnos algo sin razonar y decía “cuando seas padre, comerás huevos”. En el mundo de la innovación se ha rebautizado semejante principio como el síndrome de NIH, acrónimo del inglés “not invented here” puesto que es lo que aducen los veteranos directivos de una empresa para echar por tierra las mejoras propuestas por los novatos. El aforismo que resume a la perfección el principio de autoridad es “magister dixit”. Esta expresión tan vieja ha muerto estos días con la actitud irreverente de los medios de comunicación al poner en cuestión la versión de Cristina Cifuentes por mucha presidenta de una comunidad que fuese o le apoyasen rectores y catedráticos. Detrás de “el maestro lo dijo” desde la época de Pitágoras, pasando por los escolásticos en la Edad Media y por los sucesivos Papas de la Iglesia, subyacía la idea de que el conocimiento y la autoridad solo podían proceder de los llamados maestros y de la enseñanza tradicional. El corpus intelectual, de hecho, debía considerarse inamovible y por tanto contradecir al maestro, al Papa o al padre era casi como contradecir a Dios. Era la garantía del mantenimiento de un orden que no podía ponerse en cuestión por muchas dudas que cupiesen. Pero hoy la autoridad y el conocimiento se han repartido conformando millones de micropoderes, como los ha bautizado el genial escritor venezolano Moisés Naim. El orden ya no podrá basarse en el miedo sino que conforme más micropoderes haya más residirá en la verdad.

Pero estas semanas también nos han servido para comprobar cómo hay quienes entienden mal esa chutzpah y creen que ser audaz, en estas latitudes, consiste en practicar el aforismo “sostenella y no enmendalla” trufado de chulapismo de zarzuela. La irreverencia hebrea no es chulería madrileña y no se puede llevar la contraria a todo el mundo si no tienes la razón de tu parte. De hecho estos días con menos dosis de costumbrismo de la Villa y Corte pero con más humildad las consecuencias hubieran sido otras.

Por último y para esos que hoy usan esa valentía para escudriñar expedientes académicos falseados, les pido que ellos también interpreten bien el significado de la palabra chutzpah, que no es otro que atreverse a poner en cuestión todo, no solo lo que se odia sino también lo que ama. La tarea será ingente porque como nos recuerdan recientes informes más del 70% de currículos de los candidatos a cualquier puesto contiene falsedades.




domingo, 15 de abril de 2018

Basuraleza y otros neologismos necesarios

(este artículo se publicón originamente el día 9 de abril de 2018 en el diario La Información en la columna semanal #serendipias)

Los neologismos son palabras nuevas o de reciente creación que se incorporan a un idioma. Aunque también se consideran neologismos aquellas palabras ya existentes pero que adquieren nuevos significados, así como las palabras procedentes de otras lenguas, los llamados préstamos léxicos. Hoy quiero escribir de los primeros.
Un ejemplo de neologismo es la voz aporofobia que fue cuñada por la filósofa española Adela Cortina en varios artículos de prensa en los que llamó la atención sobre el hecho de que solemos llamar xenofobia o racismo al rechazo a inmigrantes o refugiados, cuando en realidad esa aversión no se produce por  su condición de extranjeros, sino porque son pobres.

Este término se incorporó el año pasado al diccionario de la lengua española y también la Fundación del Español Urgente, Fundéu, la consideró, hace unos meses,  la palabra del año 2017 porque «pone nombre a una realidad, a un sentimiento que, a diferencia de otros, como la homofobia, y aun estando muy presente en nuestra sociedad, nadie había bautizado». La aporofobia, efectivamente, protagonizó la actualidad informativa de 2017, con el drama de los migrantes y la irrupción, a causa de la crisis, del empobrecimiento en extensas capas de la sociedad.
No todos los neologismos  son admitidos por la Real Academia de la Lengua (RAE), de hecho históricamente solo aquellos “necesarios”, es decir los que se referían a nuevos conceptos o realidades que antes no existían, se incorporaban al diccionario enriqueciendo así nuestra  lengua. Pero en lo últimos tiempos algunas palabras procedentes de otros idiomas que en teoría son innecesarias, porque ya existe una palabra para designar esa realidad, han pasado a formar parte de la oficialidad. La RAE ha optado por un criterio social y está aceptando los nuevos términos  si se ha extendido su uso en la sociedad. Un ejemplo es hacker por pirata informático.
Basuraleza espera su turno para ser reconocida por la RAE, como vaticinó hace unos días el escritor y académico Antonio Muñoz Molina en la presentación de su último libro en Bilbao. Para el novelista la nueva palabra es “extraordinaria” y hacía falta para sustituir el anglicismo littering con el que designa a los desechos abandonados. Basuraleza es, por tanto,  la invasión de basura abandonada por el ser humano en la naturaleza. Surge de la contracción de dos términos que por desgracia se han juntado no sólo en la nueva palabra sino en nuestra realidad: basura y naturaleza. Acuñada por dos entidades medioambientales y ecologistas como son Ecoembes y SEO/Birdlife fruto de un arduo trabajo con expertos en biodiversidad, la idea original era sencilla "generar concienciación”. Y para ello había que idear un término entendible que sustituyera a la voz inglesa littering, que designaba hasta ahora el problema y que, según el grupo de trabajo encargado de la búsqueda del nuevo término, complicaba las labores divulgativas.

Porque detrás del neologismo basuraleza hay una realidad lacerante. Como recordaba esta semana el consejero delegado de Ecoembes, Oscar Martín, en el año 2050 la población mundial rondará los 9.100 millones y en ese momento harán falta 3 planetas para tener los recursos naturales necesarios para mantener el modo de vida actual. Hace ya dos años la Cumbre de París reivindicó que el crecimiento será sostenible o simplemente no será. Solo en Europa, por ejemplo, cada año generamos 25 millones de toneladas de residuos plásticos y apenas reciclamos un 30%, el resto (17,5 millones de toneladas) va a vertedero o incineradora lo que quiere decir que estamos enterrando y quemando materias primas. Si hablamos ahora del total de residuos europeos, se generan cada año 2502 millones de toneladas y tan solo se recicla 900 millones de toneladas.

Pero si pensamos en los residuos abandonados al aire libre, en la basuraleza, diversos estudios estiman en más  1.400 especies marinas y acuáticas afectadas por este fenómeno. La incidencia es especialmente grave en la fauna y flora amenazada.  Es el caso, por ejemplo, de la tortuga boba o del oso marino ártico, ambas catalogadas en situación vulnerable. Las aves marinas, como la pardela cenicienta o la pardela balear, tampoco se escapan a la catástrofe ambiental que supone la basuraleza. Un reciente estudio calcula que el 90% de las aves marinas han ingerido plástico y que, de seguir así, el número llegará al 99% en 2050. Ya existen análisis que sugieren que el impacto de la basuraleza terrestre podría ser mayor que la de los océanos. No en vano, la mayor parte de los residuos que acaban en el océano provienen de  tierra firme.

Si pensamos que esto es un drama pero poco podemos hacer, no está de más recordar que la literatura científica apunta el negativo impacto de otros restos como las toallitas desechables o las colillas. De los casi 6 billones que se producen al año, 4,5 billones acaban formando parte de la basuraleza. Cada papel de aluminio o envase que abandonamos en la naturaleza es una fuente de contaminación potencial tan grave como las escombreras ilegales que vemos por televisión en otros continentes.
Volviendo  a los neologismos, los lingüistas sitúan su interés por la capacidad de estos nuevos términos para designar realidades palpables, pero a menudo invisibles. A las cosas hay que ponerles nombre para hacerlas visibles. Si no lo tienen, esas realidades no existen o quedan difuminadas. No se pueden defender ni denunciar. Recoger una lata del campo para llevarla a una papelera puede tener un efecto mínimo ante la catástrofe medioambiental que se nos viene encima. Escribir un artículo como este para defender el uso del neologismo basuraleza tampoco cambiará nada. Pero si todos lo hacemos, incluida la RAE, estaremos más cerca de la solución.
Para terminar les animo a que piensan en situaciones de estos días que les indignan y cuál sería la nueva palabra que mejor las resumiría. A los problemas, como decíamos, hay que ponerles nombre y apellidos para arreglarlos.


martes, 3 de abril de 2018

Justin Bieber contra Trump. La generación z se moviliza contra las armas en los colegio

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información en la columna #serendipia el 2 de abril de 2018)


Piensa qué edad tenías en 1994. Ese año no sucedió nada especialmente relevante que nos marcase de por vida. Pero hubo un hecho que pasó desapercibido y es clave para entender el mundo actual. En 1994 comenzó el llamado internet moderno, gracias al primer navegador de uso abierto y público. A partir de entonces se acelera el despegue del uso de la red de redes por todo el mundo hasta llegar a nuestros días donde no se entiende la vida cotidiana sin internet. De hecho, por lo anterior, las personas que nacieron a partir de esa fecha son tan diferentes respecto a las que les precedieron que se les ha puesto un nombre, la generación z. Son casi 8 millones según la estadística española y suponen algo más que el 25% de la población mundial o lo que es lo mismo más de 2.000 millones.

Pero también pasó otra cosa, en el año 1994 nació el cantante Justin Bieber que se ha convertido en una estrella global gracias a las herramientas que internet puso a su disposición (y a la de su madre que colgó sus primeros videos en youtube y así pudo ser descubierto).  Los asiduos a esta columna pensarán que es una simple serendipia porque  no hay nada especial en el éxito de un cantante adolescente. La generación de la posguerra española creció con los gorgoritos de la película “El Pequeño Ruiseñor” que protagonizó el niño cantante Joselito en los años 50; a los  babyboomers les acompañó en su niñez y juventud, de 1960 a 1980 un fenómeno musical como fue Marisol, con canciones como “Tómbola”. La generación de la EGB en España no se entiende sin las canciones de los grupos de música de niños como Parchís y su célebre “Cumpleaños Feliz” o Enrique y Ana recordando la muerte del naturista Félix Rodríguez de la Fuente con su “Amigo Félix”. Todos esos niños arrastraron también detrás multitud de seguidores en nuestro país pero jamás hubieran soñado con ser figuras mundiales y escuchadas en el rincón más recóndito del planeta de la noche a la mañana. Hasta el “rey del pop”, Michael Jackson, que empezó a actuar con apenas 8 años necesito más de quince años de carrera musical para empezar a ser una estrella con su mítico “Thriller”. Por eso que en 20 meses, Justin Bieber, hijo de madre soltera en un pueblecito de Canadá, pasase de ser un anónimo niño a en 2010 la celebridad más buscada en google, el video de su canción,  el más visto en youtube; tener el mayor porcentaje de tráfico en twitter por no comentar que varias estudios le situaban con mayor un grado de conocimiento en el mundo que el propio presidente de los Estados Unidos, nos indica cómo de rápido pasan las cosas en la generación z. Pero a la velocidad del cambio hay que sumarle la democratización del acceso a las oportunidades. Por primera vez en la historia, con la generación z, ya no importa quién es tu familia, dónde has nacido sino la clave es el talento, cosa que pocos le niegan a Bieber. Su madre ya era consciente en el año 2007 que colgando un video en youtube, red social que apenas había nacido hacía dos años, estaba dando una oportunidad para que el mundo conociese a su hijo (y también, como así fue, los productores musicales le descubrieran). Desde ese momento Bieber no ha dejado de colgar videos musicales en las redes sociales y no se entiende su éxito sin ese acceso universal y gratuito a su obra, también inédito en la música hasta la llegada de su generación.


Si todavía no ves la relación entre un ídolo de adolescentes y el presidente Donald Trump más allá del carácter repulsivo de ambos, es hora de recordar que la pasada semana se celebró la multitudinaria “Marcha por nuestras vidas” en Washington. Entre las celebridades que apoyaron la protesta estaba Justin Bieber que animó desde twitter no solo a asistir sino a firmar una petición para presionar al inquilino de la Casa Blanca. La manifestación fue convocada para pedir leyes más estrictas en la venta y posesión de armas en Estados Unidos de América. Promovida por los estudiantes supervivientes de la matanza del 14 de febrero de este año en la escuela de secundaria de Parkland (Florida) paralizó la capital americana con millones de chicos y chicas de la generación z indignados por la inacción de los gobernantes. Como recordó desde la tribuna Emma González, una chica de 14 años que compartió escuela con los 17 asesinados “si activamente no hacemos nada la gente seguirá muriendo, así que es hora de empezar a hacer algo”. Ese algo ha sido que miles de jóvenes de la generación z se han inscrito estos días como votantes. Los medios de comunicación de medio mundo han conocido gracias a esta marcha quienes son la generación z y cómo no están dispuestos a dejar de usar las oportunidades que les ha dado el mundo en el que han crecido. Gina Montaner nos recuerda que de poco servirá la movilización a pesar de que los datos les dan la razón, por ejemplo el estudio de Health Affairs fija el índice de homicidios con armas de fuego como 49 veces más alto en Estados Unidos que en otros países o incluso la reciente encuesta de Associated Press constata que siete de cada 10 adultos en Estados Unidos está a favor de que haya mayores restricciones para portar armas. Pero aunque nadie, a pesar de las cíclicas matanzas, haya podido parar la influencia de Asociación Nacional del Rifle, la generación z ha emergido estos días en Estados Unidos para enfrentarse al mismísimo Donald Trump y al todopoderoso lobby armamentístico, si aun así tienes dudas te animo a que sigas el hashtag #MarchForOurLives o entre en su web www.marchforourlives.com

Internet y Justin Bieber. Tecnología y jóvenes son un binomio, inédito en la historia de la civilización, ya que nunca antes el poder del conocimiento y la tecnología estuvo en manos de los de menor edad. Esa unión de juventud y conocimiento ya no puede disociarse y es la que da sentido a una cohorte de edad muy especial, los nacidos del año 1994 al 2010, que se conoce como la generación z y que han marchado la semana pasado en más de 800 ciudades de todo el mundo por conseguir que los legisladores paren la violencia en las escuelas.