(este artículo se publicó originalmente en el diario 65yMás el día 27 de abril de 2020)
Los países, en todo el mundo,
expresan el luto oficial haciendo ondear sus banderas a media asta. Para ello
la bandera se iza por completo y luego se arría para que pueda ondear más
abajo, a una distancia similar al ancho de la propia bandera, lo cual no
siempre es la mitad de la altura del mástil, aunque la expresión induce a
pensarlo así. Esta distancia tiene una explicación no muy conocida y es para
dejar sitio a una imaginaria bandera que ondeará por encima, la “bandera
invisible de la muerte”, una bandera que no se ve pero que es la que realmente
indica la tristeza y homenaje a los fallecidos.
En nuestro país las banderas
ondean en lo más alto sin hueco alguno para esa invisible bandera que
represente a los fallecidos. Como si en esta parte del mundo no hubiese
tristeza ni consideración por los caídos. El luto oficial que está regulado por
ley es que el establece la obligatoriedad de las banderas a media asta. No voy
a entrar a discutir, por mi condición de economista, si toca ahora decretar el
luto o esperar al fin de la pandemia. Pero sí cabe recordar al filósofo Zygmunt
Bauman que dejó escrito en su manual “Mortalidad, inmortalidad y otras
estrategias de la vida” cómo las diferentes culturas se retratan ante la
importancia que dan a la muerte. Y ahí no nos salva ninguna interpretación
legal u oportunidad política. Nos estamos retratando.
Más de 23.000 muertos en dos
meses, una media de casi 400 muertos diarios y la seguridad de que morirán
muchos miles más. La muerte se ha posado en España y millones de españoles la
llevan sintiendo muy cerca las últimas semanas. Amigos, hermanos, colegas,
parejas, padres o tíos han fallecido víctimas de la pandemia. Pero, además, diez
millones de compatriotas que superan los 60 años se levantan pensando que un
día más jugarán a la ruleta rusa con la muerte. Porque cuando el 95% de todos
los fallecidos por el covid19 están en tu cohorte de edad; la letalidad entre
tus coetáneos es uno de cada cuatro; el triaje en las urgencias tiene tu nombre
o la mitad de todos los que fallecen viven una residencia de ancianos, tu vida -si
eres mayor-pende de un hilo.
Mientras tanto los telediarios
ocupados en banalidades para que no veamos la realidad como si fuésemos una
sociedad menor de edad. La radio televisión pública, como si tuviese oyentes
infantes a los que proteger, no habla de muertos, no entrevista a las familias
de los damnificados, sólo trasmite un impostado florilegio de noticias felices.
El Gobierno, con el presidente a la cabeza, se empeña durante siete semanas en
hablarnos por televisión como un entrenador de colegio a los niños antes de
afrontar el partido de los sábados.
Las noticias de los aplausos de
las ocho, los emprendedores con sus apps para frenar la epidemia, las empresas
de 3D que fabrican respiradores, los niños que dibujan mensajes de ánimo o los
abnegados sanitarios entrevistados ya no son capaces de tapar el ruido de un
país que llora. Un llanto por los muertos, un quejido por lo que morirán y
muchas lágrimas por los mayores que viven muertos de miedo. Un inmenso silencio
atronador por los miles de ancianos muertos en la absoluta soledad sin ningún
familiar al que darle la mano, por los cientos de miles de españoles que no han
podido dar el último adiós a sus padres o por el pánico que hoy sienten los que
tienen más de 60 años porque no llega la ansiada vacuna.
A pesar de eso, los crespones
negros que se usaron en situaciones menos dramáticas parece que ya no son
necesarios. El luto ha sido ocultado por una naif moral de victoria, como si
bastase con eso para vencer a la enfermedad más letal en dos siglos. Y las
banderas siguen sin estar a media asta.
La versión más aceptada sobre el
origen de la expresión “a media asta” reside en la tradición greco-romana que representa
a la muerte con una columna rota sobre la tumba de la persona. Algo así como
que la vida del fallecido ha sido sesgada antes de tiempo. Dicen los estudiosos
de esa época que este tipo de columnas “a media asta” en los cementerios
significaban la tristeza por una existencia truncada. Pero también la ruina de
los que sobreviven ante la descomposición de los pilares que nos sustentan.
Precisamente como esos griegos
nos sentimos muchos hoy en España. Tristes por tantas muertes, pero
descompuestos ante el estado en el que se encuentran los pilares que nos
sustentan: la familia, el trabajo y la libertad. ¿Acaso no se están
desmoronando las familias con tantas muertes; nuestra economía con tanto
confinamiento o nuestras libertades con tanto estado de alarma? Asi que, por
favor, quienes tengan la responsabilidad pongan la bandera a media asta.
Iñaki Ortega es director de
Deusto Business School y profesor de la UNIR