domingo, 28 de febrero de 2021

La plata cotizará más que el oro. Bienvenidos a la década de la silver economy

 (este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión el dia 25 de febrero de 2021)


El oro ha vuelto a ser el activo refugio por excelencia en 2020, la pandemia ha permitido que la cotización del metal precioso haya aumentado un 25%, siendo la más alta en diez años. Los inversores desde hace siglos, ante la incertidumbre, buscan la seguridad del oro frente a la volatilidad del resto de activos.

Pero su liderazgo está amenazado. Hay algo que otorga más certezas que el oro: el envejecimiento de la población. Nadie puede dudar que el mundo vive un cambio demográfico radical. Cada año, en cualquier parte del planeta, se vive más años y con más calidad. Hace un siglo la esperanza de vida mundial no alcanzaba los 40 años y ahora supera los 70 años. Este año por primera vez en la historia de la humanidad hay más personas mayores que niños; la población global de sesenta y cinco años en adelante es un 10% (un 20% en Europa) pero se espera, según la ONU, que esta cifra se duplique en 2050 y se cuadruplique en 2100. España es el corazón de esta nueva certeza, somos junto a Japón el país más longevo y las previsiones dicen que le superaremos en el 2030. Más de 15 millones de españoles tienen hoy más de 55 años y conforme a los datos del I Barómetro del Consumidor Senior la mayoría consideran que tienen buena calidad de vida, apenas van al médico, se cuidan y son optimistas con su futuro.

Esta revolución poblacional además de ser una realidad incontestable es ya una fuente de riqueza que no tiene el color del oro sino plateado. Platas son los cabellos canosos de los mayores de 50 años por eso se ha definido la economía plateada (silver economy) como las oportunidades vinculadas a las nuevas necesidades no satisfechas de la cada vez más numerosa y saludable población adulta mayor. La Comisión Europea estima que, en cuatro años, uno de cada tres euros de la riqueza continental, tendrán su origen en la cohorte plateada.

En España los datos demuestran una ingente oportunidad que todavía no se ha aprovechado.  Empresas y administraciones se han quedado ancladas en un viejo “patrón oro” que no les deje ver las bondades de la economía plateada. Siguen pensando, como en el siglo pasado, que la vida se acaba a los sesenta años o diseñan sus campañas solo para jóvenes como si viviéramos en la época del babyboom. Pero la realidad es bien distinta, el I Barómetro de Consumidor Senior demuestra que la capacidad de compra está mayoritariamente en los mayores. De hecho, un 53% tiene dos o más ingresos en el hogar, un 56% ahorra todos los meses y un 90% tiene una vivienda en propiedad que siete de cada 10 ya han pagado. Los séniors españoles desconectados tecnológicamente son una minoría, en concreto dos de cada 10. En cambio, un 58% usa la banca electrónica, un 49% compra por internet y un 41% maneja las redes sociales diariamente.

Esta generación plateada demanda nuevos productos y servicios en ámbitos como el ocio, la alimentación o la vivienda. La oferta para los mayores de 55 años es escasa y sesgada. Los agentes públicos y privados no han sido consciente de esta revolución silenciosa que ha supuesto que en apenas unas décadas hemos ganado a la vida quince años extras -por el incremento de la esperanza de vida- y pasado de sólo un 8% de mayores al 19% actual. Una gran oportunidad, por ejemplo, para atender- con nuevos operadores especializados o fórmulas novedosas basadas en la propia vivienda- el deseo mayoritario de seguir viviendo en su hogar (un 81%) cuando la mayoría de las casas, dos de cada tres, no están adaptadas para la dependencia. También para responder a sus deseos de cuidar la alimentación (80%), hacer ejercicio físico (70%) con nuevos productos antiaging o una oferta de ocio saludable a su medida. La pandemia no ha parado la cotización al alza de la economía plateada, sino que ha evidenciado lo urgente de implementar esta década nuevas fórmulas en el ámbito sociosanitario para atender los largos cuidados que irán asociados a la longevidad.

 

Juan Fernández-Palacios es el director del Centro de Investigación Ageingnomics de la Fundación MAPFRE e Iñaki Ortega es director de Deusto Business School en Madrid

viernes, 26 de febrero de 2021

Visibilizar un nuevo empleo

 (este artículo se publicó originalmente el día 25 de febrero de 2021 en el blog VidaSilver de IFEMA)



La demografía demuestra, con el imparable crecimiento de la conocida como esperanza de vida sana (healthspan), que las personas entre los 55 y 75 años gozan de buena salud y que pueden permanecer activos con todas las garantías. Otra ciencia, la de la vida, nos confirma que las neuronas no dejan de regenerarse a lo largo de nuestra existencia. A su vez, un economista como Daron Acemoglu ha descubierto la positiva relación entre implantación de la inteligencia artificial y la presencia de trabajadores longevos. Existen incontables evidencias, por ejemplo, en la Historia del Arte, sobre la capacidad de los seres humanos para seguir aprendiendo y creando durante la mayor parte de la vida.

Con esto, la ciencia de la población lo tiene tan claro que ha acuñado el concepto de “dividendo de longevidad”. Se trata de una cohorte de personas entre los 50 y los 70 años que constituyen una fuerza de trabajo potencial y que, en un momento determinado, puede hacerse efectiva mejorando con ello la producción de bienes y servicios.

Un artículo de 2006 en la revista The Scientist, escrito por cuatro experimentados investigadores de universidades americanas, llamó urgentemente a ralentizar el envejecimiento, ya que terminaría creando riqueza. Este nuevo concepto resumía los beneficios que suponen para una sociedad los aumentos alcanzados en la esperanza de vida; en concreto, defiende que “la gente se mantendrá más tiempo en el mercado laboral, los ahorros personales aumentarán, bajará el absentismo y habrá menor presión para el sistema de salud”.

A pesar de lo anterior, en nuestra sociedad ha calado la percepción de que es una anomalía el empleo silver. Por eso conviene recordar que muchos cientos de miles de mayores de 55 años siguen trabajando por cuenta ajena, que otros ya son contratados puntualmente para trabajos esporádicos en la gig economy, también conocida como economía de los pequeños encargos. Cada vez más mayores se convierten en emprendedores sin que la edad sea un impedimento para iniciar una nueva actividad (de hecho, ya hay más emprendedores de más de 50 años que de menos de 30 años). Otro grupo importante desarrolla tareas de voluntariado, bien en el seno de sus propias familias o en instituciones de proyección social; y muchos desearían seguir realizando un trabajo formal, quizá a tiempo parcial, en el mismo o en otro sector de la actividad empresarial y con un salario redefinido.

Pero como explica el experto Valentín Bote, en nuestra mente sólo existen dos posibilidades, como si de computación se tratase, el 0 y el 1, donde 0 es no trabajar y 1 es tener trabajo a jornada completa con horario fijo. Tenemos que pasar página de ese anacronismo porque en una larga vida tendremos varias carreras y, por lo tanto, nuestra relación laboral será variada, con modalidades de trabajo semipresencial, teletrabajo o para varios clientes. No seremos asalariados, sino que venderemos nuestros servicios profesionales a varias compañías. En consecuencia, hay opciones más allá del contrato a tiempo completo.

Desgraciadamente, este deseo, tan loable como necesario, no encuentra en la sociedad, la empresa y los gobiernos la suficiente sensibilidad. El dividendo demográfico que suponen los trabajadores sénior no podrá serlo mientras no se eliminen algunos estereotipos respecto a los trabajadores mayores, que un estudio de la Fundación Laboral San Prudencio puede ayudar a echar por tierra.

Los sénior no son más absentistas, pero sí son más disciplinados, no tienen resistencia a aprender cosas nuevas, ni son menos productivos ni tienen más accidentes. En cambio, sí son más leales y tienen más experiencia y ética en el trabajo. Por ello se necesita luchar contra ese mantra que minusvalora el talento sénior, precisamente difundiendo lo contrario. Empresas de todo el mundo contratan y promocionan a personas mayores y han de conocerse esas buenas prácticas para que otros las sigan: Carrefour en Francia, Mercedes-Benz en Alemania, Ikea en Suecia, ISS en Dinamarca, Metlife en Estados Unidos, Hyundai en Corea o Toyota en Japón, pero también Cuatrecasas y MAPFRE en España.

Esta tarea nos ha de implicar a todos y, además, no tiene porqué ser aburrida. En nuestra mano está por ejemplo promocionar el talento sénior y divertirnos con películas como El Becario (2015), con Robert de Niro salvando una empresa con más de 70 años. Ojalá surjan más largometrajes como The company men (2010), en la que Tommy Lee Jones reinventa con éxito su carrera profesional tras ser despedido por su edad; o Sully (2016) con Tom Hanks aterrizando de emergencia un avión repleto de pasajeros en el río Hudson el mismo día que le jubilaban, a pesar de estar en plenas facultades. En España hace un par de años Carlos Iglesias puso a los emprendedores sénior en la agenda con @buelos (2019). Un paso más en la buena dirección de visibilizar el empleo silver

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

 


lunes, 22 de febrero de 2021

Raperos, youtubers y otros opiáceos

 

(este artículo se publicó originalmente el día 22 de febrero de 2021 en el periódico 20 Minutos)



El rap como estilo musical tiene su origen en la tradición africana y se hizo popular a finales del siglo pasado gracias a cantantes afroamericanos. Hunde sus raíces en la tradición oral de contadores de historias. Todas las culturas tienen algo similar, en España los bertsolaris vascos, la jota aragonesa o el flamenco andaluz. Se cuentan historias y se expresan sentimientos con la ayuda de la música.

Súbitamente hemos tenido que ponernos a escuchar rap de igual manera que conocer los nombres de muchos youtubers. La razón es muy sencilla. En España solo se habla de raperos y youtubers. En lo que llevamos de año las noticias las protagonizan dos españolitos de nombre Hasél y Rubius. Uno cantante de rap, el otro un comentarista de videojuegos. ¿Qué está pasando en nuestro país para que todas las conversaciones versen sobre dos chicos, uno que insulta y agrede a todo el que no piensa como él y otro que se vanagloria de no pagar impuestos?


Fue el filósofo Carlos Marx quién en 1844 popularizó la expresión “el opio del pueblo”. Marx bebió las fuentes de otros pensadores que tiempo antes habían catalogado a la religión como un invento para sedar al pueblo ante sus sufrimientos. El opio se obtiene de una planta similar a la amapola y desde la antigüedad se conocen sus efectos medicinales. A lo largo de la historia se ha usado como analgésico, sedante y anestésico. La morfina es un opiáceo, pero también la codeína sustancias que se usan en la medicina con normalidad desde hace mucho tiempo. Por ello se habla de opiáceos como derivados de esta droga con efectos similares sobre el sistema nervioso central.

No quiero escandalizar a nadie, por eso la explicación anterior para justificar el título de esta columna. Acaso la omnipresencia estas semanas de un cantante condenado por agresión y amenazas no está ocultando los verdaderos males de nuestro país. La morfina hace que te olvides de tus dolores, pero sus causas siguen ahí. La anestesia te duerme para que no sientas nada mientras sufres una operación. Las noticias de youtubers evasores y la falsa polémica sobre la libertad de expresión de un agresor que se esconde detrás del rap, ocultan los verdaderos males de nuestro país. Como si de un opio se tratase nos impide ver que España ha vacunado en estos meses menos personas que Estados Unidos en un día. Estos opiáceos nos adormecen y por ello apenas nos sorprende que todos los indicadores económicos son alarmantes y están en rojo. Tanta noticia y discusión sobre si se puede decir lo que sea en una canción o si los youtubers son buenos o malos, nos impide prestar atención al drama que vive las industrias tractoras de nuestro país como son el turismo y la hostelería. Es mejor debatir sobre un tema que apenas nos atañe porque la mayoría aplastante de españoles no insultamos ni agredimos a nadie y pagamos impuestos, que poner el foco en los dramas con los que convivimos.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 18 de febrero de 2021

Ya no enseñaremos el DNI

 (este artículo se publicó originalmente como post en el mes de marzo de 2021 en el blog del centro de envejecimiento AGEINGNOMICS de la Fundación Mapfre)


La edad cronológica se está convirtiendo en una rémora del pasado. Cada vez son más los expertos de todos los campos que diferencian la edad cronológica (la suma de años que han transcurrido desde el nacimiento) de la biológica (la edad que tienen los sistemas, tejidos y células de un organismo con relación a su normal funcionamiento).

Algo que, por otra parte, siempre ha estado ahí, por ejemplo, cuando nos dicen «aparentas menos edad», en realidad nos están transmitiendo que nuestro aspecto (nuestros tejidos, pero también nuestra actitud) se mantenían mejor que la norma de nuestra edad. Pero ahora el estudio de la longevidad y la irrupción de la conocida como economía senior lo están terminando de demostrar.

En el año 2010, los demógrafos Sergei Scherbov y Warren Sanderson trataron en un artículo publicado en Science de dar respuesta a cuándo se inicia la vejez. Para ello acuñaron el concepto de edad prospectiva, que mide la vejez en función de los años que nos quedan de vida y no de los que ya hemos cumplido.  La edad prospectiva se fija en las características personales, como por ejemplo la esperanza de vida restante. Estos autores proponen considerar que una persona alcanza la vejez a la edad en la que su esperanza de vida restante es de 15 años, independientemente de la edad cronológica que tenga en ese momento. Proponen medir así el envejecimiento y adaptar nuestras instituciones, por tanto, a los años que nos quedan de vida y no los que ya hemos cumplido.

La economía senior también es un fenómeno reciente, trae su nombre de la voz latina senior, más viejo. Su contrario es júnior cuyo origen es también romance, de iunior, más joven.  Ambas palabras se han revitalizado por influjo anglosajón, de hecho, en las ofertas de empleo es habitual esta clasificación. Se añade júnior o sénior a un puesto para hacer referencia al nivel de conocimiento del candidato. Un trabajador júnior es un principiante; un empleo catalogado como sénior es para un profesional que acumula experiencia. Los puestos de trabajo con esa seniority no se alcanzan hasta los cincuenta años y es por ello la edad en que comenzamos a formar parte de esa nueva economía. Un conjunto de oportunidades derivadas del impacto económico y social de las actividades realizadas y demandadas por la población mayor de 55 años.

En MAPFRE desde hace más de un lustro se lleva investigando en este campo hasta crearse en diciembre del año pasado en el seno de su fundación un centro de investigación que ha tomado por nombre “ageingnomics”. Un neologismo que surge de la unión de las palabras envejecimiento (ageing) y economía (economics) para defender que los efectos producidos por el alargamiento de la vida podrían más que compensar los negativos y propiciar un estímulo al crecimiento económico. Algunos hallazgos del nuevo centro de investigación nos ayudan ya a acabar con el mito de la edad cronológica. La mayoría de los seniors españoles compran por internet, usan banca electrónica, hacen ejercicio y apenas van al médico, a pesar de lo que dice su DNI. Por eso se acerca el día en que no nos pedirán el documento de identidad para conocer nuestra edad sino simplemente cuál es nuestra actitud ante el resto de vida que nos quede por delante.

Parte de este texto forma parte del debate DIALOGO ABIERTO. PROGRAMA PARA UNA SOCIEDAD LONGEVA promovido por el CENIE (centro internacional sobre el envejecimiento) https://cenie.eu/es/observatorio/dialogo-abierto

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

 


miércoles, 10 de febrero de 2021

No en mi nombre

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 8 de febrero de 2021)


Esta semana recibí una llamada de una redactora de un programa de televisión que me dejó pensativo. Al parece su director había leído en este periódico mi artículo sobre las pocas ganas de pagar impuestos de los youtubers y quería que les ratificase -como profesor- el leitmotiv de su siguiente tertulia. A saber, internet está echando a perder a nuestros jóvenes. La periodista me explicó que ahora hay más obesidad infantil, un preocupante déficit de atención y los influencers son unos peligrosos referentes para las nuevas generaciones. Mi mujer diría que es por mi manía de ir contra corriente, pero le dije a mi interlocutora que no estaba de acuerdo e intenté explicárselo, igual que voy a hacer ahora.

A lo largo de la civilización siempre se ha hablado de generaciones desde la Ilíada pasando por San Agustín, Hegel o Marx. Generaciones entendidas como la distancia de edad entre padre e hijo o bien como la concurrencia de una serie de circunstancias que hacen que se forje un determinado carácter. Ortega y Gasset llego a afirmar que no tenía sentido la propia historia sin las generaciones y formuló en 1914 su frase más conocida “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, que resume a la perfección el elemento clave para definir una generación, sus circunstancias. Circunstancias que nunca se entienden por los que no están en tu misma cohorte de edad; ahora, cuando nosotros éramos jóvenes o cuando lo eran nuestros padres. Seguro que les parecía absurdo en mi casa que pasásemos la tarde jugando a una maquinita en un salón de videojuegos; mis abuelos considerarían un despropósito que sus vástagos se divirtiesen en locales con humo y música de locos; exactamente igual que a mí ahora me saca de mis casillas ver a mis hijos delante de Tik Tok todo el fin de semana. Si nos indignamos porque los más jóvenes sean seguidores del Rubius cuando abandona el país para pagar menos impuestos, qué pensarían nuestros hijos si supiesen que nosotros no nos perdíamos ni una serie de Imanol Arias y Ana Duato que tampoco pagaban sus impuestos; o que nuestros abuelos bebían los vientos por las canciones de Lola Flores que acabó en el banquillo por evasión fiscal. Si el youtuber The Grefg no ha terminado sus estudios y alardea de ello, qué estudios había terminado el cantante de Hombres G en mi juventud o los componentes de Los Brincos que tanto gustaban a mis padres. La realidad es que disfruté a rabiar con esas canciones al igual que mis padres y ahora nuestros hijos se ríen y lo pasan de miedo con sus amigos jugando en línea a Fortnite.

Por eso, borremos los prejuicios sobre la generación a la que no pertenecemos. Es normal no entender a quien no se educó en tu época. Detrás de tu crítica hacia ellos puede que solo haya desinformación o, peor aún, frustración.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR