jueves, 31 de octubre de 2019

Polizones en la economía (y en la política)

(este artículo se publicó originalmente el 28 de octubre de 2019 en el diario La Información)

En economía se usa el término free rider para referirse a aquellos consumidores de determinados bienes y servicios que se benefician de su disfrute sin pagar contraprestación alguna. Generalmente pasa con lo que los economistas llamamos bienes públicos, es decir bienes provistos por el Estado cuyo consumo es indivisible y que puede ser consumidos por todos los miembros de una comunidad sin excluir a ninguno, el alumbrado de las calles o los parques son los típicos ejemplos que explicamos los profesores en clase de macroeconomía.

En español, al referirnos a estos consumidores, hablamos de parásitos o, en una traducción más informal, como gorrones.  Estos personajes han superado lo económico para introducirse en disciplinas como la psicología o la política con el llamado «problema del polizón». Surge cuando una persona trata de recibir un beneficio por utilizar algo sin pagar por ello. El gasto militar o la defensa sindical son paradigmáticos de lo anterior. Ninguna persona puede ser excluida de ser defendida por el Ejército de un país, y por ello siempre hay gente que se niega a ser corresponsable de ese gasto aunque finalmente disfrute de la Defensa en caso de una supuesta invasión. La solución política han sido los impuestos y en algunos países el servicio militar obligatorio. En el caso de los sindicatos, un polizón es un empleado que no paga cuota sindical, pero que sin embargo recibe los mismos beneficios conseguidos por la representación sindical para sus asociados que sí abonan su cuota. Por ello los sindicatos gozan de financiación pública para evitar depender en exclusiva de las cuotas de sus, cada vez más escasos, afiliados.

Un ejemplo más reciente de estos free riders lo encontramos en el auge del comercio electrónico. Las grandes cadenas de supermercados se esfuerzan ofreciendo una gran oferta de productos que los consumidores pueden tocar, ver y hasta probar en multitud de puntos de venta a lo largo y ancho de la geografía. Esto implica un gasto muy importante para esas empresas que incluye la contratación de vendedores. Pero hoy el auge de los compradores polizones hace que sean utilizadas estas tiendas como meros probadores para finalmente comprar, mas barato, en internet. Los nuevos compradores online se aprovechan vilmente del esfuerzo de esas grandes superficies. 

Estas semanas me he acordado de nuestros amigos los free riders escuchando a los políticos, en precampaña electoral, sus diferentes propuestas económicas. A pesar de que no existe  indicador o informe alguno que deje de alertar sobre la inminencia de una recesión, la mayoría de las propuestas inciden en gastar como si no hubiera un mañana. Pero, eso sí, con la tranquilidad de que Europa nos ayudará si hay problemas para evitar que nuestra economía, sistémica, arrastre al resto de los socios de la Unión. Ademas los pocos partidos responsables con sus medidas económicas ya que son conscientes de la gravedad de la situación, saben que el electorado no les premiará con su voto siendo pacatos. Pero, y esto es peor, les dará la confianza solamente cuando la situación de la economía se torne crítica, para volver a sacar al país de la crisis. 

Pero también veo free riders con motivo de la tensa situación en Cataluña. En las mismas localidades empapeladas con lazos amarillos que reclaman la salida de "las fuerzas de ocupación", si las circunstancias lo requieren como un grave incendio, unos montañeros despeñados o una terrible inundación, no se hace ascos a la ayuda de la Guardia Civil o el ejército. Por no hablar de esos comerciantes y vecinos de la Vía Laietana barcelonesa que financian las movilizaciones independentistas pero se benefician de la seguridad en la zona que otorga la presencia policial. 

La política económica resolvió el problema, como hemos visto, de los consumidores parásitos, vía impuestos o subvenciones. Pero es mucho pedir que las urnas castiguen a aquellas fuerzas políticas que se benefician de los esfuerzos de los demás. Otra opción sería un repentino ataque de sentido común de esos "gorrones" que a pesar de sus posiciones antiespañolas disfrutan de unas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (en las que incluyo a los Mossos y a la Ertzaintza) sin los cuales ni sus ideas secesionistas, podrían defenderse. Difícil pero no imposible.

Inaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 24 de octubre de 2019

Dèja vú

(este artículo se publicó originalmente el día 21 de octubre de 2019 en el periódico 20 minutos)


En psiquiatria, tener la sensación de haber vivido en el pasado una situación que está sucediendo en el presente, se le denomina «dèja vú». El término procede del francés y se traduce literalmente como «ya visto».  Es algo que nos pasa a todos en algún ocasión y te lleva a pensar «vaya, esto me parece que ya lo he vivido hace no mucho». Fue el psicólogo Emile Boirac en el siglo XIX quien acuñó estos engaños de la memoria, que cuando son muy frecuentes, son un indicador de una patología. 

Igual piensas que tengo que ir al psiquiatra pero llevo una semana con deja vu. Y no se me pasa. Cada noche después de trabajar me siento en el sofá a ver la televisión y me encuentro con barricadas, jóvenes encapuchados lanzando piedras, contenedores ardiendo y policías acorralados. Y en mi cabeza aparecen recuerdos de hace 20 años. Yo nací en Bilbao y me crié en Vitoria aunque mis amigos estudiaban en San Sebastián y Pamplona. Y esto ya lo he vivido. Por desgracia no me engaña la memoria. Ojalá nunca España hubiese sufrido la ira del terrorismo de ETA . Autobuses quemados, policías apedreados y sabotajes del mobiliario urbano fueron habituales hasta hace muy poco en el País Vasco y Navarra. El terrorismo de ETA no consistía sólo en asesinar o secuestrar sino que los disturbios callejeros eran otra forma de meter miedo y así los fanáticos pudiesen lograr sus objetivos sin oposición. Para los que crecimos rodeados de la violencia etarra era habitual protegerse en un portal para que un cóctel molotov no te quemase o evitar algunas zonas de la ciudad convertidas en guetos del odio por miedo a que te pegasen una paliza. Viví también como chicos de mi ciudad comenzaban por polítizarse en las aulas pero también en los bares, luego un día envalentonados  por unas cervezas acaban tirando piedras a la policía de «ocupacion» tal y como la denominaba alguna televisión. Ciertos políticos le quitaban importancia a estos hechos como si fuesen pecadillos de juventud, pero la realidad es que yo mismo vi como esos chicos acabaron siendo pistoleros y destrozando familias con sus crímenes. Dèja vú.

No se si durará mucho mi dèja vú. Espero que no. En cualquier caso un vistazo a la historia reciente de España me ayudará a demostrar que no tengo ninguna trastorno de la memoria. Más bien al contrario, quienes se empeñan en relativizar la gravedad de los disturbios en Cataluña, sí que podrían ser diagnosticados con amnesia, en el mejor de los casos, al haber olvidado cuanto ha sufrido nuestro país y cuanto daño hizo a nuestra economía el terrorismo separatista. Pero me temo que no es falta de memoria es pura paranoia. Esos que miran para otro lado ante la violencia en Cataluña les ciega su supremacismo y ven otra realidad. Ojala despierten pronto de ese sueño enfermizo porque las consecuencias del nacionalismo excluyente, otro dèja vú, ya las hemos vivido aquí y en el resto de Europa.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

domingo, 13 de octubre de 2019

El secreto de la felicidad: sumar 14 días

(este artículo se publicó originalmente el dia 7 de octubre de 2019 en el diario 20 minutos)


Antonio Gala cuenta que pocas personas fueron tan poderosas, inteligentes y atractivas como el califa Abderraman III. A punto de morir, hacia el año 961, dejó escrito lo siguiente «He reinado más de cincuenta años en Córdoba. Amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce”. Abderrahman murió con 73 años después de haber vivido entre lujo y placeres casi 27.000 días pero únicamente contabilizó 14 días plenos de felicidad. No se supo nunca como fueron esos 14 días elegidos por el cordobés. No hay rastro de escrito alguno que los describan, ni leyenda o romance que haya llegado a nuestros días con alguna pista de lo que era un día plenamente feliz para Abderraman. Por eso a la espera que un día tu me cuentes los tuyos, yo me atrevo a poner negro sobre blanco alguno de mis días felices por si te ayuda. Esa tarde de septiembre que conocí a mi mujer junto al mar, aquella mañana de julio que la Guardia Civil liberó a Ortega-Lara de su inhumano secuestro o la lluvia de un domingo de octubre en mi cara al terminar la maratón de San Sebastián.
Igual leyendo esta columna te surge la necesidad de apuntar los días felices y hasta temas que se te olvide alguno de esos días que ya han pasado y eso te impida llegar a los deseados 14 del califa. No te preocupes, tienes tiempo por delante. Mucho tiempo. Si la edad media de un español es 44 años y viviremos, conforme a los datos de esperanza de vida, hasta los 83 años. Nos quedan por delante, de media, más de 14.000 días de vida. 14.000 días y sus noches para lograr esos ansiados 14 días plenos de felicidad. Con tantos días por vivir no se antoja tan complicado ser el más feliz del mundo. No parece tan difícil que algún día de esos miles que nos quedan, tu equipo de fútbol gane por fin la Champions o que el partido política al que llevas tanto años votando pero nunca gobierna pueda hacerlo finalmente. Incluso que ese chico que nunca te hace caso cambie de opinión; que te toque la lotería de Navidad; que puedas vivir de un trabajo para el cual estudiaste; que tus padres acaben estando orgullosos de ti; que te duermas al aire libre mirando las estrellas; que se te salten las lágrimas al ver crecer sanos a tus hijos, que llegue un día de risas interminables con tus amigos o una mañana al levantarte alguien te diga "te quiero".
Iñaki Ortega es Director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 7 de octubre de 2019

Entrenarse toda la vida

(este artículo se publicó originalmente en el blog de KUTXABANK el 30 de octubre de 2019)


Vivimos en una «sociedad del aprendizaje» regida por una ley impecable: «para sobrevivir, las personas, las empresas y las instituciones deben aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno; además, si quieren progresar, habrán de hacerlo a más velocidad». Estas palabras del filósofo José Antonio Marina resumen a la perfección la tesis de esta artículo.

De hecho son muchos los autores, entre ellos Jeffrey Selingo, que defienden que estamos viviendo la tercera revolución de la educación. La primera ola, a principios del siglo pasado, tuvo que ver con la llegada de la enseñanza obligatoria que propició una educación masiva y brindó una capacitación para la vida a millones de personas en todo el mundo. Por ejemplo, en 1910, sólo el 9 por ciento de los jóvenes estadounidenses obtuvieron un diploma de escuela secundaria, en 1935 eran ya el 40 por ciento. La segunda revolución surgió en el último tercio del siglo XX en Estados Unidos, pero también en otros países como España (en este caso a raíz de la llegada de la democracia y la «universidad para todos»). En el año 1965 se matricularon en primer curso 75.000 personas en España, que han pasado a ser 1,5 millones en la actualidad. En 1970, en Estados Unidos había sólo 8 millones de universitarios matriculados y hoy día superan los 20 millones.

Ahora, debido al fenómeno de la longevidad, pero también a las exigencias de la evolución tecnológica y su impacto en el mundo del trabajo, estamos en la tercera gran revolución de la educación. El nivel de preparación que funcionó en las dos primeras oleadas no parece suficiente en la economía del siglo XXI. En cambio, esta tercera ola estará marcada por la formación a lo largo de la vida para poder mantenerse al día en una profesión y adquirir habilidades para los nuevos trabajos que llegarán. Gartner pronostica, por ejemplo, que la inteligencia artificial destruirá en los próximos cuatro años 1,8 millones de empleos a nivel global, pero generará 2,3 millones de nuevos puestos de trabajo.

Es probable que los trabajadores consuman este aprendizaje de por vida cuando lo necesiten y a corto plazo, en lugar de durante largos períodos como lo hacen ahora, que cuesta meses o años completar certificados y títulos. También, con esta tercera ola, vendrá un cambio en cómo los trabajadores perciben la formación, que es como una maldición por la que hay que pasar por exigencias de la empresa o, peor aún, algo a lo que se recurre tras un despido. Estamos entrando en una etapa en la que el reentrenamiento será parte de la vida cotidiana puesto que con vidas laborales tan largas y variadas, reinventarse y volver a capacitarse será muy normal. Por ello nos tenemos que ir quitando de la cabeza la idea de que la formación y el mundo del trabajo son etapas de la vida o espejos de nuestra identidad. Hasta ahora, uno no sólo estudiaba, sino que era un estudiante. Concluir la formación superior significaba acceder a la identidad adulta, marcada por la independencia económica. En los próximos lustros, será habitual volver con cuarenta, cincuenta o sesenta años a la universidad para estudiar un grado, programa o curso completamente diferente de la primera carrera. En general, el mundo laboral y el formativo estarán
mucho más conectados: cruzar del uno al otro será bastante habitual y muchos, los mejores, buscarán en ambos océanos a la vez.

Efectivamente uno de los rasgos característicos de nuestra época es la aceleración del tiempo histórico. Todo sucede tan deprisa que, a menudo, cuando aún se está desarrollando una tecnología, ya ha aparecido la siguiente, que convierte la anterior en obsoleta. En este contexto de inmediatez, la educación, que por su propia naturaleza requiere planificación y tiempo, asume un gran reto. Pero no se trata solamente de ganar flexibilidad. Los grados dobles, las titulaciones mixtas, los programas executive, blended, cursos de foco y experienciales, son otras herramientas para obtener una formación de calidad, muy especializada y situar a los participantes de todas las edades ante problemas reales para que aprendan a tomar decisiones y solucionar problemas.

Al respecto de estas nuevas habilidades que se requerirán, no todo será tecnología. La capacitación laboral deberá centrarse en varias disciplinas técnicas, pero también en las habilidades clave que la complementan, como la resolución de problemas, el trabajo en equipo, la comunicación y por supuesto la empatía. De la superespecialización pasaremos a la capacidad de entrecruzar conocimientos. Pero de nada servirá todo lo anterior si olvidamos lo más importante: con nuestro trabajo y el de nuestras empresas podemos y debemos hacer un mundo mejor, donde nadie se quede atrás.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School en Madrid

miércoles, 2 de octubre de 2019

De Elcano a Cabify. España emprendedora

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información en la sección serendipia el día 1 de octubre de 2019)

El éxito de España en el siglo XVI ha inspirado a muchos economistas, no solo patrios, para explicar conceptos como el emprendimiento, la inversión, la innovación e incluso las multinacionales. Todavía con la resaca del 500 aniversario de la primera vuelta al mundo liderada por Juan Sebastián Elcano, se acerca la efemérides del 12 de octubre lo que me lleva a recordar que el descubrimiento de América es considerado uno de los primeros grandes emprendimientos de éxito de la Humanidad. Si definimos al emprendedor como aquella persona que acomete con resolución una empresa dificultosa o azarosa, pocas tareas son tan hercúleas como las que lideraron Cristóbal Colón o Elcano con la ayuda de Magallanes.
Los economistas sitúan el antecedente de las primeras empresas multinacionales en las compañías de indias europeas pero también en la “empresa” de los Reyes Católicos y Colón que permitió atravesar el Océano Atlántico y crear “delegaciones” de España en numerosos territorios americanos, que se han mantenido cinco siglos después gracias al legado del idioma castellano. En el II informe sobre el estado del emprendimiento corporativo en España que en breve verá la luz, los investigadores de Deusto Business School situamos también el germen de las hoy muy codiciadas startups globales en las expediciones españolas del siglo XV. Solamente se explica, dice el estudio promovido por el Centro Internacional Santander Emprendimiento (CISE),  la aparición del emprendedor global por la globalización y el auge del emprendimiento, Las nuevas empresas globales nacen como tal también gracias a la disrupción de internet (los expertos lo sitúan en el año 1994 con el código abierto de la red de redes) que democratiza el acceso a la tecnología y permite la desaparición de las barreras de entrada en una gran mayoría de industrias y países del mundo. Los emprendedores globales se apoyan en las startups (empresas nacientes con alto componente tecnológico) que fundan para “seducir” en sectores tradicionales a los clientes a lo largo y ancho del mundo. Efectivamente se empieza a hablar de estas empresas a finales del siglo pasado pero el pinchazo de la burbuja de las puntocom -unos pocos años después- ralentiza el fenómeno por la desconfianza en su solvencia. Pero conforme avanza el siglo y comienzan a aparecer referentes de esta nueva tipología como UBER en Estados Unidos o Spotify en Europa, las startups globales se convierten en el objeto de deseo de las grandes corporaciones. Términos como born global o unicornios, se usan también también para referirse a estas empresas. Una empresa born global es aquella que nace con el objetivo de internacionalizarse, de convertirse en global desde su nacimiento y para ello se diseñan, es decir que nacen con un plan de negocio, una plantilla y una localización social que lo facilite. Un unicornio, inspirándose en el tan buscado animal mitológico, es una empresa muy poco común que consigue en los tres primeros años de vida una capitalización global superior a mil millones de dólares. Airbnb, Dropbox o la española Cabify en la industria del turismo, la tecnología o el trasporte respectivamente, son ejemplo de startups globales a la vez que unicornios. A la vista de lo anterior podemos concluir que las hazañas españolas de hace cinco siglos tenían mucho de unicornios y sin duda eran empresas globales. Juan Sebastián Elcano, Francisco Pizarro o Cristóbal Colon y Juan de Antonio, el fundador de Cabify, a pesar de que les separaron 500 años, no eran tan diferentes.
El reciente informe dirigido por el economista jefe de Arcano, “España. Nación Emprendedora” comienza explicando cómo el éxito de la nao Victoria, al ser el primer barco que dio la vuelta al mundo, es una buena práctica de innovación. Ignacio de la Torre argumenta que la hazaña de Elcano se basó en tres pilares que al día de hoy se mantienen para cualquier gran innovación. A saber, ecosistema de conocimiento, financiación abundante y recursos humanos emprendedores. Este mismo informe recuerda la frase del CEO de Intel cuando fue cuestionado por la rentabilidad de sus disruptivos planes. “¿Alguién se hubiera atrevido a preguntar a Cristobal Colón por la rentabilidad de descubrir América”. Pero 500 después, el ecosistema español tiene unas carencias que leyendo las recomendaciones de Arcano hay que trabajar intensamente no para volver a ser referentes sino simplemente para sobrevivir. Facilitar la inversión en startups con cambios regulatorios e incentivos fiscales; fomentar la unidad de mercado y las ayudas públicas a la I+D+i; adaptar el sistema educativo a la cuarta revolución industrial y acercar las Fuerzas Armadas al mundo educativo y empresarial, entre otras cuestiones.
Por ello, tampoco a nadie debe sorprenderle que en 2012 en el contexto de un ambicioso paquete de medidas de apoyo al emprendimiento en España, el gobierno promoviese una herramienta financiera para ayudar a las empresas nacientes con el nombre de la reina que financió las innovaciones españolas de su siglo de oro.  Desde entonces el Fondo Isabel La Católica proporciona capital a business angels y otros inversores no institucionales con el objetivo de financiar empresas innovadoras a través de coinversiones. El fondo está gestionado por el FEI -Fondo Europeo de Inversiones- y representa el capítulo español de una iniciativa paneuropea -el European Angels Fund- que tiene como propósito promocionar y apoyar la colaboración internacional entre los llamados ángeles inversores y los vehículos patrimoniales de ahorro e inversión (family offices) contribuyendo a que estos inversores no institucionales se conviertan en una verdadera alternativa de capital para emprendedores y empresas de carácter innovador. El Fondo Isabel La Católica, por tanto, trabaja conjuntamente con los business angels ampliando su capacidad inversora en España invirtiendo con ellos pero sin interferir en la toma de decisión ni en la gestión de las inversiones.
Estos días hemos conocido que el Presidente Sánchez con motivo de su discurso en la Asamblea de Naciones Unidas «ha hecho las Américas». Reunido con los más importantes fondos de inversión del planeta les manifestó las ventajas de invertir en nuestro país. Buena noticia si los pactos postelectorales no lo impiden. Hasta entonces quedémonos con algunos nuevos «descubridores españoles» que con sus startups están encadilando a inversores y grandes empresas. Gas2Move desde Madrid en el trasporte ecológico de última milla, los bilbainos de Ubikare en los servicios médicos a domicilio para el envejecimiento y los hispano-filipinos de Ringteacher con la enseñanza online de idiomas.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR