jueves, 21 de abril de 2022

Autónomo, profesión de riesgo

 Este artículo se publicó originalmente en el blog Vida Silver de IFEMA el día 20 de abril de 2022


Prestigiosas investigaciones médicas han demostrado que aquellas personas con determinados trabajos tienen mayor probabilidad de morir. La novedad es que ya no son profesiones de riesgo los mineros, bomberos, policías o los marineros de barcos pesqueros sino el trabajo autónomo. La revista The Lancet publicó hace unos años un estudio sobre mortalidad y estrés laboral. Se vivirá menos años si sufres un estrés malo que definieron. A saber, primero ausencia de control, es decir que tu destino profesional no depende de cuestiones que están en tu mano sino de arbitrariedades externas. En segundo lugar, altos niveles de autoexigencia en el desempeño profesional. Finalmente, otros científicos han añadido precariedad laboral, es decir falta de estabilidad en tu puesto de trabajo a partir de los 50 años. Este es el cóctel que provoca el estrés mortal.

Un profesional por cuenta propia, cumple los tres tristes requisitos. Sus ingresos no dependen de él mismo sino de que tenga clientes. A su vez, un freelance ha de trabajar muchas horas durante muchos años para conseguir estabilidad en su facturación. Por último, a la vista de los datos del Mapa Talento Senior en España, es muy difícil trabajar a partir de los 55 años si no eres autónomo. Estas son las dramáticas cifras del informe citado: la población desempleada mayor de 55 años suma un total de 508.000 personas; esta cifra no ha dejado de crecer en la última década. El paro sénior casi se ha triplicado desde el año 2008 en España ya que los parados ese año eran 180.000 personas. Pero además la población desempleada mayor de 55 años que lleva más de dos años buscando empleo la componen 220.000 personas, que suponen el 43 % de todos los parados sénior. Casi la mitad de los séniores españoles en paro llevan más de dos años en esa situación. Si seguimos poniendo el zoom en estos números concluiremos que el trabajo autónomo en España crece conforme cumple años la población ocupada y en el colectivo sénior está mucho más presente. De media, uno de cada cuatro afiliados sénior a la Seguridad Social es autónomo, pero en algunos tramos supera el 50 %. Ser autónomo es la opción mayoritaria para seguir activo en los últimos años de vida laboral. Por necesidad o por oportunidad, los trabajadores autónomos en su mayoría serán canosos y cada año verán más lejos su retiro.

Pero no todo son malas noticias si trabajas por tu cuenta. Hace tiempo la conocida revista National Geographic publicó su famoso reportaje sobre las zonas azules del mundo o lo que es lo mismo sobre aquellos territorios en los que viven las personas más longevas que superan la centena de años. Estas regiones tienen un patrón común que merece la pena conocer. Los ancianos centenarios seguían muy activos en trabajos vinculados al campo, al mismo tiempo que su voz seguía siendo escuchada y muy respetada en la comunidad en la que vivían. El periodista que firmó la noticia encontró ese denominador común en lugares tan dispares como la isla japonesa de Okinawa, Creta en el Mediterráneo o Costa Rica en Centroamérica. Seguir trabajando da años de vida, es uno de los hallazgos.

También, el profesor titular de la Universidad Carlos III, el actuario Miguel Usabel, aporta otro dato para el optimismo de los autónomos. A raíz de un estudio realizado por un equipo de investigadores de varios países, se demuestra que viven más años aquellos profesionales con personalidades propensas al orden y a la organización. En cambio, las personas indolentes y que retrasan las decisiones mueren mucho antes. Estará de acuerdo el lector conmigo que es Imposible ser perezoso y desorganizado si eres trabajador por cuenta propia, porque te va la supervivencia económica en no serlo.

Yo también me atrevo a situar en esta imaginaria balanza entre ser o no ser autónomo el concepto definitivo que hará que el fiel gire a favor de los autoempleados. Es la economía plateada, también conocida como economía de la longevidad o silver economy para el mundo anglosajón. En palabras del Gobernador del Banco de España “nuestro país cuenta con una situación de partida privilegiada para competir en la provisión de servicios destinados a la población en tramos de edad avanzados —lo que se ha denominado silver economy-, tanto por nuestras especiales condiciones geográficas y culturales como por el patrón de especialización sectorial que hemos desarrollado en los últimos años. Aprovechar las nuevas oportunidades que se nos plantean exigirá ser ágiles - y perseguir continuas mejoras de calidad y eficiencia en la provisión de los bienes y servicios que una sociedad más envejecida demanda”. La lista de organismos internacionales que han identificado las oportunidades para una economía de una  nueva numerosa cohorte de personas mayores de 50 años, es inmensa; desde la OCDE o el Banco Mundial, Naciones Unidas o el BID. La propia Comisión Europea ha afirmado que es imposible encontrar un mercado en el que la oferta esté asegurada que aumente dos dígitos en la próxima década.

Si todavía no te he convencido, el informe para España del centro de investigación CENIE junto a Oxford Economics sitúa la economía plateada como la gran oportunidad para nuestro país, donde ya uno de cada tres euros de nuestra riqueza proviene de los seniors. Difícil encontrar un país del mundo en el que se den tantas circunstancias para liderar esta disciplina: el mejor clima, la mayor esperanza de vida, la apertura al exterior y un robusto sistema socio-sanitario. Pero, además, un resiliente tejido económico de autónomos y pymes con toda la motivación para ofrecer esos nuevos bienes y servicios desde España que necesitan la generación de las canas de todo el mundo

Iñaki Ortega es profesor de economía de la empresa en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y coautor del libro La Revolución de las Canas

 

Emprendedor o depredador

 

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 18 de abril de 2022)


En primero de carrera, a los economistas nos enseñan el concepto de destrucción creativa. Fue formulado el siglo pasado por Schumpeter, austriaco de nacimiento que se mudó a la Universidad de Harvard para ejercer como profesor. La teoría defiende como los auténticos emprendedores a aquellos que con sus innovaciones destruyen la competencia porque consiguen una mejora imbatible. El ejemplo que explico en mis clases es el de la industria de la música: los suecos de Spotify han arruinado a las discográficas americanas pero los usuarios estamos encantados porque la música es más accesible que nunca. También si piensas en cómo ha evolucionado la fotografía o la industria del cine, encontrarás el mismo concepto y cómo hemos ganado con las innovaciones de pioneros emprendedores.

Otros investigadores han complementado los rasgos del empresario y han incluido el riesgo y también el estar alerta. Eso sí, en todas esas definiciones encontraremos el elemento común de Schumpeter: la creación de valor. Y no solo para los que ejercen la actividad empresarial sino también para la sociedad a la que sirven. En la era de la pandemia es un buen ejemplo el de los emprendedores turco-alemanes -inventores de la vacuna de Pfizer- que les ha hecho ganar dinero, pero además ha salvado millones de vidas.

Por desgracia, la pandemia nos ha traído contraejemplos que ocupan estos días las noticias de supuestos empresarios que ni han innovado, ni creado valor, pero que se han lucrado en plena tragedia. En marzo de 2020 cuando morían miles de personas cada día, los gobiernos necesitaban conseguir mascarillas y pagaron lo que fuese por conseguirlas. En Madrid por supuesto, como nos cuenta la fiscalía anticorrupción, pero en otras muchas administraciones de España pasó exactamente lo mismo. Aunque no ocupe los titulares, en cada localidad española un pícaro creyó que era su momento, haciendo gala de que el Lazarillo de Tormes es antepasado de todos nosotros. Llamar al primo del alcalde, al hermano de la presidenta, pero seguro que también al cuñado sindicalista o al camarada del partido que trabaja en la Moncloa, para ofrecer mascarillas fue lo habitual en plena emergencia sanitaria

Alguien dirá que los hoy investigados aprovecharon una oportunidad y que no hay culpa en ello, por eso desde aquí animo a que repasen los manuales de economía porque no crearon valor para nadie, más que para ellos mismos. No son emprendedores sino ventajistas, que el diccionario dice que son aquellos que tratan de obtener beneficio en todos sus asuntos, aunque tengan que recurrir al engaño. Ese ardid funcionó -ni tenían experiencia en China ni en productos sanitarios y el material fue defectuoso- aun así, cobraron millones por las mascarillas. Pero no deberían librarse de la justicia tampoco aquellos que inflaron los precios para lucrarse en plena tragedia, aunque las mascarillas no se rompiesen tras su primer uso. Cada euro de sobreprecio impedía que una protección llegase a un enfermo. En la conciencia de todos esos supuestos emprendedores quedará si actuaron como tales o simplemente como depredadores que saquearon a los de su misma especie.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet UNIR y LLYC 

martes, 5 de abril de 2022

España tiene fiebre

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 4 de abril de 2022)





Lo sabemos porque todos hemos tenido fiebre alguna vez. No es una enfermedad, pero sí el síntoma de que algo no va bien en tu organismo. Generalmente una infección o incluso algo más grave contra lo que lucha el cuerpo. Los médicos nos dicen que al aumentar la temperatura el sistema inmunitario funciona mejor, a los virus y bacterias no les gusta ese calor. Y también el dolor de cabeza y la sensación de cansancio de la febrícula contribuyen a que permanezcamos en reposo y se dediquen esas energías ahorradas a luchar contra la enfermedad.

Esta semana hemos conocido que en España la inflación ha alcanzado el 9,8%, o lo que es lo mismo el IPC, el índice que mide lo que suben los precios de la cesta de la compra, ha subido en el mes de marzo hasta alcanzar casi diez puntos en el acumulado, el más alto en cuarenta años. Con este guarismo han saltado todas las alarmas, los precios de la energía y alimentos se han disparado. La escalada de precios se ha colado en todos los sectores y agentes de la economía española, ya que devalúa los ahorros, reduce el consumo privado, eleva los costes industriales y hace menos competitivos nuestros productos. Los cierres y despidos son cuestión de tiempo.

Los humanos mantenemos la temperatura constante gracias al hipotálamo, localizado en una parte del cerebro que funciona como un termostato. Cuando algo sucede, ese organo mandata la fiebre y se pone en marcha este proceso corporal para luchar contra la infección. La farmacología ha diseñado medicinas para bajar esa fiebre, pero de nada sirven los antitérmicos si la enfermedad sigue y es entonces cuando hay que probar soluciones más radicales como los antibióticos.

En la economía el surgimiento de una elevada inflación puede estar causado por factores exógenos puntuales, como alguien puede pensar que sucede ahora con la invasión rusa de Ucrania. Pero si antes de la guerra estábamos ya en un 7% y además a países con estructuras similares a la nuestra no les ha afectado igual la contienda, está claro que esto no es sólo un catarro estacional, sino que padecemos algo más grave. Hasta ahora el hipotálamo de la economía española podía actuar con la política fiscal (los impuestos) y con la monetaria (los tipos de interés), pero ahora eso depende de Europa. Y parece que no están dispuestos a un nuevo rescate de la economía patria sin que se acometan las reformas necesarias.

El gobierno español quiere, vencer esta fiebre solo con analgésicos como subvencionar la gasolina, prohibir las subidas de alquileres o presionar a las eléctricas y esperar que pase el tiempo. Sin embargo, los principales indicadores son implacables y todas las previsiones son más paro y menos crecimiento.

Urge huir de la pildorita mágica y poner de acuerdo al país con el gobierno, empresarios y sindicatos en un tratamiento que nos haga ser más competitivos. Reformas para una mejor educación, menos trabas a la actividad, más ayudas solo para quien de verdad las necesite, más corresponsabilidad…en definitiva más mérito y capacidad pueden ser nuestro antibiótico.

 

 

 

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet UNIR y LLYC


domingo, 3 de abril de 2022

El nuevo polonio ruso son los datos

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de marzo de 2022)


Hace pocos días se supo la noticia de la muerte en Kiev de la periodista rusa Oksana Baulina fruto de un misil de precisión lanzado por sus compatriotas. Oksana, conocida por sus críticas al régimen de Putin, no estaba en una “zona caliente” de la guerra sino en un enclave seguro junto a informadores internacionales.  Falleció mientras visitaba, en una caravana de periodistas, un arrasado centro comercial de la capital ucraniana. Cuando grababa imágenes de la destrucción provocada por la invasión rusa, su coche fue alcanzado por un proyectil que acabó con su vida al instante. Ningún otro vehículo de la expedición resultó dañado. Oksana, era corresponsal en Ucrania de un medio digital americano, pero antes trabajó para la Fundación Anticorrupción del opositor ruso Alexei Navalni. Después de que la organización fuera catalogada como una organización extremista, tuvo que abandonar Rusia para poder seguir informando sobre la corrupción del gobierno ruso.

Navalny, con este atentado, habrá vuelto a recordar desde su cárcel rusa aquel 20 de agosto de 2020 en Siberia en el que fue hospitalizado en estado grave. Su familia denunció que había sido envenenado, pero los médicos rusos se negaron a aceptar esa hipótesis y por tanto a iniciar un tratamiento. Entonces, Alemanía movilizó un avión medicalizado que logró trasladarle a Berlín. Unos días después el gobierno germano confirmó que las pruebas de toxicología eran «inequívocas» respecto del envenenamiento con Novichok, un veneno diluido en un té que Navalny tomó en el aeropuerto siberiano.

En noviembre de 2006, Alexander Litvinenko, pide también un té en un hotel de Londres. Tres semanas después, este antiguo espía ruso arrepentido, muere en un hospital británico. Dos días antes de fallecer, científicos atómicos confirmaron que dio positivo en envenenamiento por la radiación de polonio.

Oksana ha sido la penúltima víctima del Kremlin, pero esta vez no ha hecho falta un veneno en la taza de té. Ha bastado, probablemente, que la periodista rusa aceptase las cookies de alguna web para que su teléfono fuese rastreado por el ejercito ruso. Sea por eso, o por uno de los miles virus informáticos que pueden alojarse en cualquier móvil, Oksana fue localizada y el resto lo hizo un cohete de alta precisión. Hoy tus datos personales se pueden convertir, por tanto, en tan malignos como ese polonio que usa la KGB.

Hace un par de años Jim Balsillie, el que fue CEO de la matriz de los míticos teléfonos BlackBerry, testificó ante el comité canadiense de privacidad y democracia internacional y dejó para los anales esta frase “los datos no son el nuevo petróleo, son el nuevo plutonio”. En la declaración más extensa explica que los datos de carácter personal gestionados inadecuadamente tienen el potencial de causar un tremendo daño. Por supuesto que Jim no sabía lo que iba a suceder años después en Kiev con el asesinato de la periodista, pero sí conocía la historia de la segunda guerra mundial. Como explicó Adolfo Corujo en un recomendable podcast, el exterminio judío, puede explicarse también por el uso de datos personales. Holanda fue el país donde fueron asesinados un mayor porcentaje de judíos, 74%, pero en cambio en Francia esa cifra no llegó al 25% ¿Dónde reside fue la diferencia? Los nazis cuando invadían un país acudían a los registros municipales, para localizar a los judíos y otras víctimas. Holanda, antes de la invasión, había aprobado una norma para recopilar todo tipo de datos que ayudasen en sus políticas públicas. Uno de esos datos que disponían y tenían actualizado era la religión de las personas. Cuando, en mayo del 1940 el ejército nacional socialista invade el país de los tulipanes, solo tuvieron que ir al censo para encontrarse una exacta base de datos del número de judíos con sus direcciones. En el caso de Francia esa información no se almacenaba por cuestiones de privacidad. El ejército alemán no encontró en Francia esa información y gracias a ello, cientos de miles salvaron sus vidas.

No es nuevo, por tanto, que los datos de carácter personal son plutonio. Lo que sí es nuevo es que la tecnología ha permitido generar sistemas que recolectan estos datos con una eficiencia y a una escala astronómica a nivel global. Y esos datos, en malas manos, puede provocar un asesinato, un ataque a una infraestructura crítica o llevar a la bancarrota a una empresa. Sí, todo por un dato personal.

El plutonio es un material tóxico y radiactivo. El principal tipo de radiación que emite es la “radiación alfa” que ingerida o inhalada puede causar cáncer de pulmón o envenenamiento mortal. También el plutonio es un elemento que se utiliza en la fabricación de armas nucleares. Por eso este elemento químico está sujeto a todo tipo de restricciones en su uso, transporte y almacenamiento. Pero al mismo tiempo, el plutonio se utiliza en marcapasos que evitan infartos de miocardio y en los combustibles de los reactores de las centrales nucleares que están salvando, por ejemplo, a Francia, de la crisis energética que vivimos actualmente

Hay datos que son plutonio. Para bien y para mal. Por ello el debate no es prohibir su uso sino regularlo. Cada vez se habla más de una cuarta generación de derechos humanos ante los abusos de la mala tecnología. Los primeros derechos humanos, con la libertad y la igualdad, nos protegieron frente al poder absolutista gracias a la Revolución francesa. La segunda generación, con el derecho al empleo y la sanidad, permitió que hubiese un Estado que nos defendiese. La tercera oleada de derechos fundamentales fue coherente con la globalización y consagró el pacifismo Se necesita, por tanto, una cuarta, la de los derechos fundamentales en la era digital. El derecho a ser olvidados, el derecho a la identidad digital, la imparcialidad de la red y por supuesto el control de nuestros datos personales para evitar usos tan perversos ahora y en el futuro.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC