(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 18 de abril de 2022)
En primero de carrera, a los economistas nos enseñan el concepto de destrucción creativa. Fue formulado el siglo pasado por Schumpeter, austriaco de nacimiento que se mudó a la Universidad de Harvard para ejercer como profesor. La teoría defiende como los auténticos emprendedores a aquellos que con sus innovaciones destruyen la competencia porque consiguen una mejora imbatible. El ejemplo que explico en mis clases es el de la industria de la música: los suecos de Spotify han arruinado a las discográficas americanas pero los usuarios estamos encantados porque la música es más accesible que nunca. También si piensas en cómo ha evolucionado la fotografía o la industria del cine, encontrarás el mismo concepto y cómo hemos ganado con las innovaciones de pioneros emprendedores.
Otros investigadores han complementado los rasgos del empresario y han incluido el riesgo y también el estar alerta. Eso sí, en todas esas definiciones encontraremos el elemento común de Schumpeter: la creación de valor. Y no solo para los que ejercen la actividad empresarial sino también para la sociedad a la que sirven. En la era de la pandemia es un buen ejemplo el de los emprendedores turco-alemanes -inventores de la vacuna de Pfizer- que les ha hecho ganar dinero, pero además ha salvado millones de vidas.
Por desgracia, la pandemia nos ha traído contraejemplos que ocupan estos días las noticias de supuestos empresarios que ni han innovado, ni creado valor, pero que se han lucrado en plena tragedia. En marzo de 2020 cuando morían miles de personas cada día, los gobiernos necesitaban conseguir mascarillas y pagaron lo que fuese por conseguirlas. En Madrid por supuesto, como nos cuenta la fiscalía anticorrupción, pero en otras muchas administraciones de España pasó exactamente lo mismo. Aunque no ocupe los titulares, en cada localidad española un pícaro creyó que era su momento, haciendo gala de que el Lazarillo de Tormes es antepasado de todos nosotros. Llamar al primo del alcalde, al hermano de la presidenta, pero seguro que también al cuñado sindicalista o al camarada del partido que trabaja en la Moncloa, para ofrecer mascarillas fue lo habitual en plena emergencia sanitaria
Alguien dirá que los hoy investigados aprovecharon una oportunidad y que no hay culpa en ello, por eso desde aquí animo a que repasen los manuales de economía porque no crearon valor para nadie, más que para ellos mismos. No son emprendedores sino ventajistas, que el diccionario dice que son aquellos que tratan de obtener beneficio en todos sus asuntos, aunque tengan que recurrir al engaño. Ese ardid funcionó -ni tenían experiencia en China ni en productos sanitarios y el material fue defectuoso- aun así, cobraron millones por las mascarillas. Pero no deberían librarse de la justicia tampoco aquellos que inflaron los precios para lucrarse en plena tragedia, aunque las mascarillas no se rompiesen tras su primer uso. Cada euro de sobreprecio impedía que una protección llegase a un enfermo. En la conciencia de todos esos supuestos emprendedores quedará si actuaron como tales o simplemente como depredadores que saquearon a los de su misma especie.
Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet UNIR y LLYC
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