martes, 29 de diciembre de 2020

La serie de la Navidad

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 28 de diciembre de 2020)


A pesar del intento de Pablo Iglesias de convertir la Nochebuena en un debate de altura intelectual sobre la forma ideal de nuestro Estado, los españoles hemos optado por cenar hablando de otras cosas. Nuestro carácter patrio tan vehemente no necesita motivos añadidos para encendernos.

En una suerte de pacto tácito para no entrar en honduras filosóficas o en discusiones de trinchera, las celebraciones navideñas se amenizan siempre con naderías o perogrulladas. Todo con tal de no discutir. Que si hace más frio que un año antes, que los langostinos ya no saben como antaño, que cómo es posible que siga fabricándose el turrón duro, que no estés con el móvil en la mesa, que si la Pedroche habrá elegido ya su vestido o que la Liga este año la ganara el Atlético. Alguno pensará que la novedad este año son las conversaciones sobre las series. La irrupción en el confinamiento de plataformas con infinitas posibilidades ha popularizado los seriales. La casa de papel, Vis a vis y The Crown se han unido a las de culto como Juego de Tronos en las charlas de sobremesa de estos días de fiesta. Porque mientras hablamos de estas bagatelas nos olvidamos de las desgracias de hemos vivido estos meses marcados por la pandemia.

Pero, aunque a los más jóvenes de la casa les parezca que sin Netflix no había esparcimiento, ni capítulos que seguir, siempre una serie nos ha acompañado en Navidad. Quién no se acuerda de Médico de Familia y Los Serrano o de Falcon Crest y Friends -si eras de producciones anglosajonas- y hasta de Cristal o Pasión de Gavilanes cuando lo que te priva es el acento latino. Para todos los gustos y para todas las edades, los seriales nos han acompañado con sus tramas interminables y sus personajes entrañables. Nos han hecho la vida más entretenida y ahorrado mil discusiones. Qué fácil criticar a esos protagonistas y qué inocuo para la familia. Las series se pierden en el tiempo y no nacieron con el tubo catódico. Pregunta a tu abuela por la Mula Francis o por Matilde, Perico y Periquín, te explicará que la radio del siglo pasado estaba trufada de seriales seguidos masivamente. Qué buenas historias que te hacen aprender tanto en carne ajena.

Ahora que muchas cosas importantes se han olvidado y parece que siempre tuvimos el bienestar o la libertad que hoy disfrutamos, quizás conviene recordar otra serie, esta vez no de ficción, que da sentido a estos días. La de un niño que vino al mundo en la pobreza más absoluta, en una familia sin hogar que huía de un destino trágico. Y que a pesar de todo eso se convertiría en el más poderoso, un Dios hecho hombre. Una historia que todos los años nos permite reunirnos en familia y aunque no esté de moda, hay que recordar.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


lunes, 28 de diciembre de 2020

La cuarentena presidencial

 (este artículo se publicó originalmente en el diario económico La Información el día 27 de diciembre de 2020)

El pasado 14 de diciembre el presidente del Gobierno de España compartió jornada de trabajo y almuerzo con Emmanuel Macron en París. Pedro Sánchez viajó a la ciudad de la luz para participar en el 60 aniversario de la OCDE, pero pocas horas después se supo que el jefe de estado francés había dado positivo por covid-19, obligándole a guardar cuarentena hasta esta Nochebuena. Diez días de cuarentena en los que Sánchez no ha tenido agenda pública y ha estado confinado en el Palacio de la Moncloa.

Se conocen cuarentenas desde hace 25 siglos para evitar contagios de la lepra. Pero no es hasta el siglo XIV cuando las cuarentenas se popularizan como medida de protección, precisamente porque la peste negra llegaba a Venecia en los barcos que arribaban. Quaranta giorni que en italiano significa “cuarenta días” era el tiempo que los marineros habían de permanecer aislados sin contacto con nadie. Hoy los epidemiólogos recomiendan apenas entre 10 y 15 días de aislamiento desde la fecha del contacto con el contagiado ya que es el tiempo medio de incubación del virus.

Diez días son muchas horas sin entablar contacto con nadie, exactamente 240 horas. Si le restamos el tiempo de descanso y una jornada de trabajo media aún así quedan 80 horas libres. En esas 80 horas Pedro Sánchez habrá recordado que en la OCDE solo se hablaba de las 4Ps (Public, Planet, Prosperity y People) y habrá sonreído porque su agenda política va alineada con la de los países más desarrollados del mundo reunidos en París. En esas sesiones los embajadores de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, apostaron por planes de recuperación “Fuertes, Resilientes, Verdes e Inclusivos” y el presidente Sánchez habrá vuelto a poner una mueca de alegría porque esas mismas palabras siempre las usa en sus comparecencias públicas. Pero también en esos días de reuniones parisinas se recordó la frase de aquella comisaria europea que apoyó que hay que gastar en plena pandemia, pero guardar los recibos. El gesto se le torcería entonces al presidente, porque le vendría a la cabeza el informe de la AIReF que acaba de ojear en el que Cristina Herrera reclamaba “hacer lo que haga falta para reducir la deuda” porque en lo que lleva Sánchez en la Moncloa la deuda pública se ha disparado en 150.000 millones de euros. “Guardar los recibos” o lo que es lo mismo que habrá que devolver lo prestado y que si no somos nosotros serán nuestros hijos los que se verán privados de inversiones para su futuro. Pero cuando la mandíbula de Pedro Sánchez empezaría con el bruxismo es al recordar el informe de estos días del Banco de España. Para el supervisor bancario, España lideró la tasa de paro en la eurozona con un dramático 25% frente al 15% de media de nuestros vecinos. El lugar donde más empleo se destruyó en todo Europa durante los meses de confinamiento forzado fue el país que presido, quizás se le pasó por la cabeza. El informe pone en evidencia la fragilidad del mercado laboral español, lo que no cuadra con medidas como la pretendida subida del salario mínimo. Más rechinar de dientes.

En la mesa presidencial descansa el dossier del Consejo Europeo y la Eurocámara en la que se condicionan las ayudas de 140.000 millones a cumplir satisfactoriamente con una serie de reformas económicas. Nuestro presidente no quiere leerlo y mira su móvil para saber los días que le quedan de encierro y solo ve los mensajes de sus ministros enzarzados en batallas por la reforma del CGPJ, los desahucios o las pensiones. Qué ganas de salir y poder jugar al baloncesto; eso quita todos los males, pensaría. “Pero la verdad es que últimamente no duermo muy bien, quizás por las tensiones asociadas al cargo”. Pedro Sánchez no se preocupa porque le consta que, desde Suarez, pasando por González o Aznar sufrieron los rigores de la presidencia en su salud. “En cuanto termine la cuarentena volveré a hacer deporte y se pasará el insomnio” piensa en la soledad del encierro. “Sí, la verdad que exageré un poco el 20 de septiembre de 2019 cuando en la Sexta dije que no dormiría tranquilo con inexpertos de Podemos en el Gobierno”, reflexiona para sus adentros mientras se ríe con las chiquilladas de Pablo Iglesias que la ha tomado con el Rey. “Seguro que cuando acabe la cuarentena, volveré a dormir a pierna suelta y se le habrá pasado el calentón a mi socio de Podemos”. Si estuviésemos en Italia hace siete siglos el confinamiento de Sánchez hubiese sido cuatro veces más largo. En breve veremos si apenas diez días han servido no solo para garantizar que Macron no le contagió sino también para que Sánchez y ese “95% de españoles que no podrán dormir con Podemos en el Gobierno” volvamos a descansar sin desvelarnos por el futuro de nuestras familias.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


domingo, 20 de diciembre de 2020

Un barómetro que medirá otra presión

(este artículo se publicó originalmente el día 20 de diciembre de 2020 en el blog de la Fundación MAPFRE)

 

La Real Academia de la Lengua define barómetro como cualquier índice o medida de un determinado proceso o estado. El Centro de Investigación Ageingnomics de Fundación MAPFRE ha nacido este mes de diciembre de 2020 con un barómetro. Un informe que mide el estado de la población mayor de 55 años en España a través de su consumo, pero también -siguiendo a la RAE- un proceso. Las futuras ediciones anuales de este barómetro permitirán conocer la evolución del imparable proceso de alargamiento de la vida que llevará a España a ser el país más longevo del planeta y con la más numerosa población con edad.

 Qué buena noticia para los que vivimos en España, pero qué pena que se haya trasladado a la sociedad como una pesada carga. “Invierno demográfico” o “tsunami poblacional” se han usado peyorativamente para calificar el envejecimiento español olvidando que España es uno de los países del mundo con mayor calidad de vida, también para los mayores.

 Un barómetro no solo es un informe, sino que el origen del término reside en el instrumento que mide la presión atmosférica. Los primeros barómetros datan del siglo XVIII y tomaron su nombre del griego, baro “pesadez” y metro “medida”.  Pesada, como la raíz de esta palabra, es la insistencia en vincular el increíble alargamiento de la vida con dramáticas consecuencias sin tener en cuenta las externalidades positivas. Presión, como la que mide el barómetro atmosférico, es lo que los directores del estudio, Juan Fernández Palacios y yo mismo, pretendemos conseguir con este informe para que la sociedad española conozca la realidad de la población mayor, a través de sus hábitos de consumo, y pueda aprovecharse de las oportunidades que se abren para empresas y profesionales. Aquellos territorios que se adelanten a la conocida como economía plateada o silver economy recogerán sus frutos.

Con esta primera edición del Barómetro del Consumidor Sénior hemos conocido la realidad del colectivo de mayores de 55 años en España. Frente a los estereotipos que se han instalado en nuestra sociedad, fruto de siglos y siglos en los que la vida activa y sana finalizaba con los sesenta años, el estudio del Centro de Investigación Ageingnomics demuestra una realidad bien distinta. Los adultos mayores españoles compran por internet y apenas acuden al médico. Son optimistas con su futuro, pero a la vez prudentes y ahorradores. Nunca hubo una población mayor que se cuide tanto y con tanto patrimonio e ingresos. Tienen la intención de vivir muchos años en su hogar, aunque tendrán que renovarlo porque la mayoría no están adaptados a la dependencia. Apenas hay mayores desconectados y su ocio, como el del resto de cohortes, está vinculado a los restaurantes, comprar y turismo; una garantía para cuando llegue la vacuna y estos sectores tan dañados por la pandemia, necesiten su impulso, pero también para otros emprendedores que comenzaran a emprender en la economía plateada.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

viernes, 18 de diciembre de 2020

La economía de las canas

(este artículo de opinión se publicó originalmente el día 17 de diciembre de 2020 en el blog de vida silver)

Las canas son el resultado del paso del tiempo, el primer síntoma externo de que nos hacemos mayores. Surgen por la pérdida de melanina en el pelo y, aunque la genética e incluso algún shock pueden provocar su aparición precoz, a la mayoría nos brotan discretamente en la frontera de los 40 y al superar los 55 todos peinamos canas. Nadie se libra, ni siquiera Barack Obama, que entró por primera vez en la Casa Blanca con el pelo negro y abandonó la presidencia de Estados Unidos con la cabeza casi blanca a los 56 años. Por lo tanto, todos hacia los 55 años, con el pelo gris, comenzamos a formar parte de la cohorte que se conoce como generación plateada, precisamente por el color plata de las canas.

La inercia de siglos en los que superar los sesenta años era prácticamente la antesala de la muerte ha provocado que estos individuos hayan sido casi invisibles para la economía y, por tanto, para los medios de comunicación. Para acabar con este sinsentido es indispensable cuantificar su peso en la sociedad. Cuántos son y cuánto aportan a la economía. Hoy los mayores de 55 años son 1.300 millones de personas en el mundo y 15 millones en España, o lo que es lo mismo, más del 30% de la población en nuestro país.

El conjunto de las oportunidades que derivan del impacto de las actividades realizadas y demandadas por los mayores de 55 años se ha bautizado como economía plateada o silver economy. Actualmente ya representa el 25% del PIB, pero esto no ha hecho más que empezar, ya que en 2025 la previsión es que el peso de los mayores de 55 en la economía de la Unión Europea sea del 31,5% del PIB y del 37,8% del empleo. En Francia, los mayores de 55 años ya suponen mucho más de la mitad de todo el consumo nacional y en España se estima que son dueños del 50% del patrimonio.

Con la invisibilidad corremos el riesgo no solo de ignorar las oportunidades, sino de pasar a la estigmatización. Pero qué poco se conocen estos datos y en cambio qué rápido se propagan otros. No olviden a aquel ministro japonés que pidió a los nonagenarios que, por el bien de su país, hiciesen el favor de morirse porque el gasto sanitario causado por el envejecimiento era inasumible. Si alguien considera una rareza la afirmación del mandatario nipón, lo animo a que revise la cantidad de “expertos” que piden confinar estos meses a los ancianos para así no parar la economía. Con la invisibilidad corremos el riesgo no solo de ignorar las oportunidades, sino de pasar a la estigmatización.

“Delante de las canas te levantarás y honrarás el rostro del anciano”. Esta frase de la Biblia nos sirve también para recordar que los mayores de 60 años representan en España uno de cada tres votantes, cuya tasa de abstención es la más baja, y que pueden hacer ganar o perder elecciones. Por si los argumentos económicos no convencen, quizás este otro pueda servir para impulsar en nuestro país la economía plateada.

Iñaki Ortega, director de Deusto Business School y profesor de la UNIR.

martes, 15 de diciembre de 2020

Las dos Españas

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 14 de diciembre de 2020)


No te preocupes, no voy a hablar de política. Pero la expresión acuñada por Machado de las dos Españas viene al caso no sólo para referirse al enfrentamiento entre la derecha y la izquierda. “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón” dejó escrito el poeta sevillano que vivió la guerra civil y murió en Francia huyendo de sus compatriotas. Así seguimos un siglo después. En plena ola de la covid19 unos se mueren y otros se aburren. Negro o blanco. Día o noche. No nos ponemos de acuerdo nunca y menos ahora en qué hacer ante la pandemia. Cada uno hace la guerra por su cuenta.


Piensa en tus amigos que no quieren salir de casa y en esos otros que no quieren entrar. En tus familiares que teletrabajan y en los que siguen en el atasco mañanero. En los que van en el autobús con dos mascarillas y pantalla frente a los que llevan siempre la nariz fuera del antifaz. Tus hermanos que no quieren juntarse en Navidad y los padres que matan por ver a sus hijos. Los abuelos que llevan desde marzo sin abrazar a sus nietos y los que no han dejado ni un solo día de ir a la guardería para ayudar a sus hijos trabajadores. Los colegas que estornudan tapándose con el antebrazo y los que te saludan con un abrazo. Los funcionarios que no han vuelto a la oficina y los camareros que ya se les ha acabado el paro. Los que van al gimnasio por la mañana con su ERTE bajo el brazo y esos otros que madrugan más de la cuenta para evitar la hora punta del metro.


Pero en las dos Españas del coronavirus pasa algo similar que con las de la política. Es muy difícil ser coherente y permanecer en la trinchera ideológica o en la de la covid19.  Defender el confinamiento más estricto o apostar por la relajación absoluta de las medidas es más fácil de palabra que con hechos. Cuantos amigos de derechas acaban votando a la izquierda cuando se enfadan con su partido o al revés, esos que votan en secreto a la derecha para que no les suban los impuestos. Ahora piensa en esos que defienden con uñas y dientes el teletrabajo pero que en cuanto pueden se van a la casa de la playa. O los que jamás cumplen el distanciamiento, pero ahora que llega la Navidad con tal de no ver a sus cuñados se acogen a las medidas sanitarias.


Si piensas que la conclusión de todo lo anterior es que somos un desastre como país. No es verdad. O sí. Simplemente recuerda este verso, de nuevo de Machado que igual te ayuda: “Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo”

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

viernes, 11 de diciembre de 2020

¿Los robots pagarán las pensiones?

(este artículo se publicó originalmente en el blog del Centro de Investigación Ageingnomics de la Fundación MAPFRE en el mes de diciembre de 2020)

Han pasado muchos años desde que las principales fuerzas políticas decidieron sacar del debate electoral el futuro de las pensiones. Corría el año 1995 y en un parador en Toledo se reunieron los cuatro partidos más votados del momento y acordaron una serie de recomendaciones para la sostenibilidad del sistema. Dado el éxito de la herramienta en 1999 el pacto se convirtió en una comisión del Congreso de los Diputados para apuntalar el sistema de previsión social de una manera institucionalizada.  Aunque no se reúnan en la capital manchega sino en la Carrera de San Jerónimo de Madrid los representantes de la soberanía nacional siguen acordando recomendaciones, como en el parador de Toledo, que ahora suponen un mandato para el Gobierno que ha de convertir dichas recomendaciones en ley.

 El pasado 27 de octubre de 2020 tras casi cinco años desde el anterior acuerdo esta comisión aprobó un informe de recomendaciones, inédito desde hace una década, además con un alto grado de consenso. El pacto de Toledo propone 21 recomendaciones que suponen toda una reforma ya que afectan al funcionamiento de la Seguridad Social y al sostenimiento y revalorización de las pensiones.

 Entre los puntos recogidos destacan los que tienen el objetivo de cerrar el déficit que arrastra el sistema desde 2011, así como los ajustes para afrontar la próxima jubilación de la generación del baby boom y el impacto sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones. Las recomendaciones recogen asimismo la intención de acercar la edad de jubilación real a la edad de jubilación legal. Así como que se vuelva a fijar la revalorización de las pensiones basándose en el IPC. También se contempla un cambio en el régimen de cotización de los autónomos para que coticen de acuerdo a sus ingresos. Además, se plantea una apuesta decidida por el segundo pilar del ahorro, los conocidos como planes colectivos de empleo, aquellos que se negocian en el seno de empresas y en el que tanto los empresarios como los trabajadores aportan para la futura jubilación.

 Pero hay una recomendación, la 19, que ha pasado desapercibida y plantea que las empresas coticen a la Seguridad Social por la productividad lograda por el avance tecnológico que está provocando menos cotizantes a la Seguridad Social.  Es decir, estudiar un eventual nuevo impuesto cuyo objetivo sea contribuir a la financiación de las pensiones o dicho de otro modo que coticen los robots para financiar el Estado del Bienestar.

 A la espera de conocer si las maquinas pagarán a la Seguridad Social en el futuro, hay que impulsar un amplio debate político, económico y social con expertos de todos los ámbitos que ayuden a evaluar adecuadamente los beneficios y riesgos asociados a un modelo impositivo sobre las actividades que pasan a ser realizadas por máquinas o robots, para que se evite cargar sobre la actividad productiva más innovadora la corrección de los desequilibrios del sistema. Toda la teoría económica avala que la innovación empresarial y la digitalización son las palancas clave de competitividad de las empresas y de un país, por lo que este debate debe llevarse también a la esfera internacional, de la mano de organismos internacionales y la Unión Europea, para evitar que la regulación en este campo cambie las reglas de competencia entre países.

Iñaki Ortega es profesor de la Universidad de Deusto

domingo, 6 de diciembre de 2020

Marshall no puede olvidarse otra vez de España

 


(este artículo se publicó originalmente el día 6 de diciembre de 2020 en el suplemento Actualidad Económica del periódico El Mundo)


La última vez que por estas latitudes hubo que reconstruir un país desde las ruinas fue tras una guerra. No todos los europeos tuvimos la suerte de contar con los mismos resortes para dejar atrás la destrucción. De hecho, aunque nuestra contienda fue antes que la Segunda Mundial, no haber sido parte del Plan Marshall consagró una década de retraso económico español. El llamado “European Recovery Program” sirvió para reconstruir la industria europea y el general que lo promovió recibió el Nobel de la Paz -aunque se olvidará de nuestro país-. El Congreso americano movilizó 12.000 millones de dólares de la época desde 1947 hasta 1951, eso sí, condicionados a la elaboración de reformas estructurales como la apertura comercial o el rigor presupuestario. “Una cura, no una medicina para paliar los padecimientos” afirmó el secretario de estado americano en una conferencia en la universidad de Harvard para explicar el plan que ha pasado a la historia con su apellido.

Si en ese momento las motivaciones económicas -pero también las políticas para frenar el avance del totalitarismo- estuvieron en el parto del plan de reconstrucción que obvió a España. Ahora tenemos que hacer posible que la palanca política y la económica nos impulsen para salir de este desastre. Ya formamos parte de una unidad política como la Unión Europea que puede ser parte de la salvación. Pero somos la economía que más retrocede en términos de PIB, la que más empleo ha destruido, la que más muertos tiene por la pandemia, con millones de personas tiene en riesgo de exclusión y decenas de miles de millones perdidos por la crisis del turismo.

No luchó en la segunda guerra mundial, ni ha sido miembro del gobierno como Marshall, pero hay un español que tiene las ideas tan claras como el político americano para reconstruir un territorio. Luis Miguel Gilpérez ha servido a su país de otro modo. Es un ingeniero que presidió Telefónica en España después de una larga carrera en Latinoamérica; fue el causante de que la multinacional desplegará la mayor red europea de banda ancha en nuestro país y de hibridar telefonía y servicios al hogar. Tras estudiar durante el confinamiento los daños de nuestra economía ha publicado un libro que resumen un plan integral para la reconstrucción poscovid-19.

Acelerar que la digitalización de la educación, la administración o el sistema de salud nos permitan ser el mejor país del mundo para teletrabajar. Acabar con la España vaciada creando polos de riqueza por todo el país sobre bases industriales. Situar el uso de la tecnología como la gran prioridad para desarrollar capacidades y talento en sectores como la logística de última milla, la agricultura intensiva o la producción audiovisual. Avanzar en la descarbonización liderando las energías renovables y el vehículo autónomo con nuevas infraestructuras y el mejor marco normativo. Abrir nuestro país al mundo con empresas más grandes, más competitivas, más innovadoras y que vean en el exterior una oportunidad para seguir creando empleo y riqueza. Son algunas de las ideas fuerza de este plan de reconstrucción que sienta sus bases sobre el talento de los españoles.

Corea del Sur, Israel o Alemania representan historias de éxito basadas en el talento. Ecosistemas en el que lo público y lo privado se han orquestado para promover la igualdad de oportunidades basada en el mérito y la capacidad. Una educación exigente y cercana a la empresa que egresa ciudadanos libres con espíritu emprendedor. Una cultura que dignifica el riesgo por cambiar lo establecido para mejorar el bien común. Una sociedad civil que no se arredra en los momentos críticos, solidaria si se precisa, pero valiente ante el poder que en ocasiones lastra la iniciativa individual.

 Los historiadores han intentado explicar por qué Marshall se olvidó de España. Las razones no solo residían en lo económico -el régimen autárquico y planificado español impedía una rápida modernización- sino también en la política -el populismo autoritario franquista no era el socio ideal para promover el ideario liberal americano-. Ojalá que en el futuro nunca un historiador concluya que, otra vez, las debilidades económicas españolas y sus servidumbres políticas impidieron una reinvención al mismo tiempo que nuestros pares europeos. Para evitarlo hagamos que la reconstrucción no pase exclusivamente por los fondos europeos, ni por planes gubernamentales o por sofisticados proyectos privados que necesitan al BOE sino por cientos de miles de talentos que trabajen y emprendan en nuestro país. Con más españoles preparados y respetados; con más emprendedores e innovadores que hagan grandes nuestras empresas, no habrá nunca más un plan Marshall que nos olvide.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR)

jueves, 3 de diciembre de 2020

¿Y si el hidrógeno fuese la panacea?

(este artículo se publicó originalmente el día 1 de diciembre de 2020 en el diario La Información)

 

La mitología griega cuenta que la diosa Panacea tenía una poción mágica con la que conseguía milagrosamente sanar siempre a los enfermos. El término ha llegado hasta nuestros días para expresar, en sentido figurado, cuando un concepto está destinado a resolver un gran problema. El primer elemento de la tabla periódica aspira hoy a ser la panacea del mundo que nos ha tocado vivir. El hidrógeno acabará con todos nuestros males.

Son cientos de años de separación entre la economía y el bien común. Como si el desempeño empresarial y el bienestar social fuesen dos ríos que jamás acabarían confluyendo. Uno, en el que los resultados y el beneficio guiaban su devenir. El otro, encargado de restar competitividad a la actividad para garantizar la redistribución de la riqueza. Un río con Milton Friedman afirmando que la responsabilidad social de las empresas consiste solamente en ganar dinero; otro río con el Papa Francisco pidiendo a la economía que se implique en superar la degradación. Cuando creíamos que los dos ríos confluirían gracias a los objetivos de desarrollo sostenible, las recesiones nos empobrecen y no somos capaces de frenar problemas como el cambio climático, el populismo o la corrupción.

Aunque no se recuerde, la historia del hidrógeno en la economía no es nueva. En la primera revolución industrial estuvo muy presente con el gas ciudad que iluminó calles y fábricas. A finales del siglo pasado en Europa, Japón y Estados Unidos también se exploró fallidamente como elemento tractor de la actividad. Pero es ahora cuando, sin darnos cuenta, ha irrumpido en nuestras vidas como ese bálsamo que lo puede curar todo. El hidrógeno –el elemento químico más ligero además de insípido, incoloro e inodoro- puede hacer que la economía ayude al bien común. Así lo piensan las empresas más importantes del mundo, pero también las multinacionales españolas que ahora compiten para ver por quién invierte más en este gas. Los fondos de inversión exigen a sus participadas descarbonizarse y comparten discurso por primera vez con gobiernos de izquierdas. El capitalismo se alinea con los más intervencionistas para propiciar el mayor esfuerzo inversor de la historia reciente.

El hidrógeno se encuentra en abundancia en la naturaleza y desde 1800 puede producirse a partir del agua -gracias a las electrólisis- pero, sobre todo, es también un combustible que puede transformarse en electricidad y en calor. Este hecho, como explica Thierry Lepercq en su libro “Hidrógeno, el nuevo petróleo” traducido al español gracias a un visionario ingeniero patrio, se ha mantenido en estado embrionario hasta 2016. La conjunción de varios elementos, a saber, la bajada del precio de la energía renovable (hoy la fotovoltaica junto a la eólica es la más barata en dos tercios del planeta) junto a las economías de escala en la tecnología de su generación y la financiación masiva de los grandes fondos, lo ha cambiado todo. La molécula del hidrógeno puede transportarse en largas distancias sin pérdidas, almacenarse fácilmente y puede producirse vía recursos inagotables de un modo limpio. Imbatible. Una energía descarbonizada, infinita, limpia, sin residuos, disponible y producible si hay sol o viento la han convertido en la nueva panacea. Hasta se habla de valles del hidrógeno repartidos por todo el mundo como nodos de desarrollo económico gracias a este elemento.  Cientos de Silicon Valley que alojarán no a grandes tecnológicas, sino a pioneros industriales de las energías renovables. Murcia, uno de los lugares más eficientes de España para producir hidrógeno con energía solar, está en ello con empresas como Soltec, Primafrio o Andamur, aunque sea bajo el radar mediático, pero no del capital innovador.

El hidrógeno, cuando es verde, da sentido a una cadena de valor global que ayuda a lograr un mundo mejor. En un extremo los recursos solares, en el otro suministrar electricidad, calor o frío a la industria y a los hogares. Todos ganamos. Pero no conviene olvidar a un viejo economista que este sí fue capaz de navegar en el río del rigor económico, pero también en el del progreso social, Alois Schumpeter. Para el economista austro-americano, no son los grandes planes públicos los que hacen que la economía se mueva, sino los emprendedores. No será el New Green Deal o el Next Generation EU los que hagan que las cosas sucedan. Sin duda ayudarán; pero serán empresarios innovadores los que con su “destrucción creativa” acaben con una vieja y sucia economía que no piensa en su entorno y construyan una nueva realidad económica sostenible y con propósito.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR