jueves, 26 de agosto de 2021

Un gemelo para la ola de calor

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 23 de agosto de 2021)

 

Una megatendencia, para los economistas, es una fuerza emergente que tendrá un impacto significativo en la toma de decisiones de los consumidores, las empresas y los gobiernos. Suelen ser sugeridas por consultoras y centros de investigación de gran prestigio, generalmente se cumplen y tienen que ver con la tecnología. Algunas de esas megatendencias en el pasado fueron el comercio electrónico o la irrupción de las plataformas de televisión.

 

Estos meses ha surgido con fuerza una nueva predicción que es la creación de gemelos digitales a través de la supercomputación. Se trataría de la generación de una réplica virtual de un producto, servicio o proceso que simula el comportamiento del original, con el objetivo de analizar su reacción ante determinadas situaciones y con ello mejorar su rendimiento. Para conseguirlo es imprescindible una increíble capacidad de computación puesto que es necesario procesar muchísimos datos que hagan que ese gemelo sea una copia perfecta.

 

Me cuentan mis amigos de Hewlett Packard Enterprise, que en medicina, por ejemplo, se están construyendo gemelos digitales de órganos como el corazón para observar y así podrían responder a diversas intervenciones, minimizando el riesgo de los primeros ensayos en humanos y acelerando la disponibilidad de los tratamientos para los pacientes. Pero en un futuro muy cercano uno de los principales retos será la interpretación del ADN, con un gemelo digital, lo que dará lugar a una medicina personalizada y a la cura de la mayoría de las enfermedades. Según Pierluigi Nicotera, director científico de DZNE -Deutsches Zentrum für Neurodegenerative Erkrankungen- un organismo público de investigación alemán dedicado a combatir enfermedades neurodegenerativas, la supercomputación “aumenta la probabilidad de que encontremos una terapia para el Alzheimer en un corto período de tiempo”.

 

Pero hay otros campos como la astrofísica, en la facultad de matemáticas de Cambridge existe una plataforma de computación que permite avanzar a los científicos de manera mucho más rápida en sus investigaciones cosmológicas. Sirva como ejemplo la búsqueda que lleva a cabo este grupo de pistas ocultas en conjuntos de datos masivos, que abarcan 14.000 millones de años de información, y que podrían revelar los secretos de los orígenes del universo y de los agujeros negros.

 

La NASA en el ámbito aeroespacial  dispone del superordenador Spaceborne Computer en una estación interespacial para ayudar a la tripulación a interpretar los datos que ofrecen los distintos instrumentales y realizar pruebas piloto relacionados con la salud y la condición médica de los propios tripulantes con capacidad de procesar gráficamente secuencias de ADN.

 

Pero también empresas de energía están diseñando un océano virtual, que simula el comportamiento de las olas durante miles de años para así poder generar energía mareomotriz con garantías. Y hasta en la Fórmula 1 los fabricantes de coches de carreras están creando gemelos digitales de sus vehículos y los prueban en túneles de viento virtuales. Estas simulaciones ayudan a los fabricantes a diseñar más formas aerodinámicas justo antes de cada carrera.

 

A su vez varias organizaciones meteorológicas están creando gemelos digitales de los sistemas de tormentas. Cuando los observadores meteorológicos observan una determinada formación de nubes en los radares, introducen los datos en un superordenador, y así pueden anticipar la posible llegada de un tornado. Además, pueden construir el gemelo digital del tornado y estudiar su comportamiento -incluido el lugar donde podría tocar tierra- antes de que el tornado real tome forma. El objetivo es simular más rápidamente que en tiempo real, lo que supone un enorme avance en la predicción meteorológica y la seguridad pública. Pero también los científicos del clima están utilizando gemelos digitales de la Tierra para predecir las temperaturas futuras y comprender los efectos del calentamiento global.

 

Por eso ahora que en España hemos sufrido una ola de calor en nuestra ciudades, me atrevo a sugerir aplicar esta tecnología para conseguir espacios mucho más amigables para las personas. Un gemelo digital de una ciudad sería una ciudad virtual en la que ensayar el sueño de Aristóteles de una buena vida en las urbes. El profesor Benigno Lacort, quizás uno de los mayores especialistas en España en tecnologías para la dependencia,  prefiere usar más que el término de ciudades inteligentes el de útiles. Lugares con sombra, más jardines, menos coches, más vegetación, estanques y fuentes o espacios públicos refrigerados. Pero también diseños arquitectónicos y urbanistas además de nuevas políticas públicas para hacer atractivas las ciudades seguro que surgirían en esa ciudad gemela digital que nos hubiera permitido soportar mejor la ola de calor.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

lunes, 23 de agosto de 2021

Generación fluida

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Correo el 19 de agosto de 2021)


El mundo anglosajón sigue generando tendencias y una de ellas es la denominada como «gender fluid». En el año en el que el Gobierno de España ha promovido una legislación dirigida a las personas trans y LGTBI, conviene explicar el término. Para la Universidad de Harvard, la fluidez del género, en su traducción al español, se refiere al cambio a lo largo del tiempo que una persona adopta en su expresión o identidad de género. Es decir que algunas personas se sienten y comportan como hombres en unas fases de su vida y en otras como mujeres.

El término ha triunfado y por eso en esta reflexión veraniega me permito adaptarlo a una realidad que vengo estudiando desde hace años como es la teoría generacional y su impacto en la economía. Las generaciones son aquellas cohortes de edad que por nacer en un determinado contexto histórico se educan y socializan de una manera que les hace comportarse de un modo especial. La generación de los niños de la posguerra en España llevó a los nacidos esos años a forjar una personalidad austera, donde el esfuerzo era la norma. La generación del baby boom la conforman aquellos que se jubilarán en breve después de larguísimos años cotizados porque nacieron con el viento a favor del desarrollismo español de los años 50 y 60. De los millennials y la generación z se ha hablado mucho. Son los jóvenes educados en la era digital. Los primeros, de ahí su nombre, son los que cumplieron la mayoría de edad con el cambio del milenio, y a pesar de ser hijos de la tecnología, han sufrido como ninguno las precariedades de dos crisis económicas. Los segundos, la generación z, nacen después de 1997 con internet en sus casas y son los verdaderos nativos digitales, irreverentes e inmediatos. En el medio, los miembros de generación x o de la EGB nacimos en los setenta y estamos cambiando de trabajo más veces de lo que nos gustaría.

Cinco generaciones que representan la pluralidad de la sociedad española pero que conforme a los datos oficiales de estos días no se reflejan en la población ocupada española. El desempleo de los mayores de 55 años casi se ha triplicado desde el año 2008 en España y cerca de la mitad de los seniors parados llevan más de dos años en esa situación. Para una persona que está en la cincuentena prácticamente la única posibilidad de seguir activo si pierde su trabajo es autoemplearse, así lo demuestra el dato que uno de cada tres autónomos en España son seniors. Qué decir del empleo de los jóvenes. La tasa de paro entre los menores de 25 años en España es del 37,1%, la mayor de toda la Unión Europea, superando a Grecia, tradicional farolillo rojo, que nos saca varios puntos de ventaja con un 30,4%.

Pocas son las empresas que tienen cinco generaciones entre sus empleados. Paradójicamente, al mismo tiempo que la diversidad de edad se ha instalado en los discursos de los directivos, es rara avis en las plantillas, que se han vaciado de jóvenes y seniors. Lo normal es que una aplastante mayoría de los trabajadores de las grandes empresas estén en la cohorte de los cuarenta a los cincuenta años. Al mismo tiempo, si repasamos la edad de las personas que toman las principales decisiones en el sector público -que hay que recordar que moviliza cerca de la mitad del PIB español- nos encontraremos con idéntica situación.


¿Quién entiende que la mitad de la población quede fuera de la lógica de la economía y de las prioridades de las autoridades? No se explica pero así es. Más de 25 millones de españoles no están en esa franja de edad central, de entre los 25 y los 55 años, y por tanto no deciden el gasto público, no elaboran los portafolios de bienes y servicios ni tampoco las campañas de publicidad y por supuesto no participan de las estrategias empresariales.

Los científicos de datos, como los profesores vascos David Ruiz y Carlos Arciniega, aseguran que el futuro puede predecirse simplemente analizando los datos masivos que generamos. A la vista de la completa y extensa información que disponemos de nuestro mercado laboral me atrevo a defender la generación fluida como fórmula para la subsistencia de muchas instituciones. Solamente entendiendo que los clientes, los votantes y en general los usuarios son diversos, podrá servir eficazmente a la sociedad. Por ello además de incorporar jóvenes y seniors a las plantillas, cada uno de nosotros tenemos que adoptar y asumir esa fluidez generacional. Acaso no somos cada vez más, como los nativos digitales, muy impacientes. O quién no aspira a tener la resiliencia de los seniors que acumulan crisis en sus espaldas sin rendirse. Dejarnos contagiar de la corriente intergeneracional será una herramienta de progreso.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

La distopía del Iphone

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Economista el 18 de agosto de 2021)


Cuando George Orwell puso el título de 1984 a su novela no pudo imaginar que sus cálculos para situar un “Gran Hermano” no estaban tan equivocados. Apple es la empresa más grande del planeta (si usamos como indicador la capitalización bursátil) pero además con sus productos es una de las compañías más influyentes en todo el mundo puesto que se estima que está presente en dos de cada diez hogares. Este mes de agosto la empresa tecnológica ha anunciado que el nuevo iPhone tendrá un sistema que analizará las imágenes que se hagan con todos sus dispositivos en busca de material inapropiado. Tal y como ha anunciado la compañía con sede en Cupertino, esta nueva tecnología escaneará las imágenes buscando coincidencias con fotografías de abusos de referencia. Así, de modo automático y, en caso de que se encuentre alguna coincidencia o una imagen sea sospechosa, la alerta saltará y una persona se encargará de evaluar la instantánea, para ponerla, en su caso, en conocimiento de las fuerzas de seguridad. Miles de millones de usuarios de Apple podrán ser vigilados permanentemente. La empresa fundada por Steve Jobs defiende que la aplicación es para hacer el bien, pero expertos de universidades de Stanford, John Hopkins o Cambridge han alertado que bastará con cambiar algunos parámetros en el algoritmo para permitir encontrar otro tipo de fotos.  Por ejemplo, los gobiernos pedirán colaboración para luchar contra el terrorismo, la industria de la música contra el pirateo, Hacienda contra la defraudación, las empresas contra el absentismo, la policía contra manifestaciones no autorizadas, el cine y el futbol para defender sus derechos de exclusividad, los nacionalismos para garantizar el uso de idiomas vernáculos…la lista sería interminable siempre para supuestas buenas causas que nos llevarían al personaje del libro de Orwell.

Gran Hermano es el ente omnipresente que gobierna el mundo en el año 1984 usando una implacable e invasiva vigilancia de todos y cada uno de los habitantes. Para ello se vale de Ministerios como el de Verdad o el de la Felicidad, eufemismos de mecanismos represivos para manipular, vigilar y reprimir masivamente. Esta forma social que imagina la novela escrita en 1947 se ha acuñado como “sociedad orwelliana” y es un ejercicio de prospección del escritor inglés basado en los sistemas totalitarios de la época, comunismos y fascismos.

La noticia de la empresa dirigida por Tim Cook ha generado una enorme preocupación en torno a la privacidad de los usuarios, ya que se cree que esta misma tecnología podría usarse para buscar cualquier tipo de información en los teléfonos. De hecho, expertos del prestigio de David Thiel creen que podría ser utilizada por gobiernos autoritarios para espiar a sus ciudadanos o buscar personas que piensan de manera diferente. Gran Hermano no en 1984 pero sí en 2021.

Una década antes de que Orwell entregara su manuscrito, otro autor también anglosajón de nombre Aldous Huxley, publicó “Un mundo feliz” que describe una sociedad aparentemente perfecta en la que para asegurar la paz y la riqueza global ha de pagarse el precio de asumir la manipulación, prescindir de la libertad de elección y limitar las expresiones emocionales e intelectuales. Apple busca, con buena intención, un mundo mejor, pero nos apuntamos a las dudas de los expertos de estar muy alerta ante sofisticados sistemas basados en inteligencia artificial que acaben tomando decisiones que afecten a las libertades individuales.

El pensador americano Raymond Kurzweil lleva un tiempo hablando de estas cuestiones, lo llama “singularidad”. En el análisis matemático se usa este término para aludir a ciertas funciones que presentan comportamientos inesperados cuando se asignan determinados valores a las variables independientes. La singularidad tecnológica se supone que se da en un hipotético punto a partir del cual una civilización sufre una aceleración del progreso técnico que provocaría la incapacidad de predecir sus consecuencias. En 2030 conforme al increíble desarrollo que está viviendo la inteligencia artificial, una máquina tendrá capacidad de crear inteligencia muy superior al control y la capacidad intelectual del ser humano.

Nos quedan unos años por delante para que estas distopías no se hagan realidad. La clave, como siempre, reside en las personas. La esperanza es que conforme a nuestra experiencia cada vez más compañías apuestan por directivos no sólo capacitados y con experiencia sino con estándares éticos que aplican en su día a día. La buena tecnología triunfará con ellos.

 

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

Ignacio Pascual es socio-director de la empresa de consultoría de alta dirección Alexander Hughes


viernes, 13 de agosto de 2021

Un nuevo juramento

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 8 de agosto de 2021)


La medicina nace hace más de dos mil años en la Antigua Grecia cuando se evoluciona de la curación basada en la magia y la religión a lo clínico, a lo científico. Hipócrates es considerado el padre de esta medicina moderna pero también ha pasado a la historia por haber dejado escrito el primer código ético de conducta en una profesión que se mantiene en nuestros días. Es el juramento hipocrático, un compromiso que asume el médico para actuar siempre en beneficio del ser humano y nunca perjudicarlo. Del compromiso moral del médico griego en forma de promesa, se evolucionó el siglo pasado a los códigos deontológicos. Periodistas, abogados, médicos y otras profesiones tienen en esos códigos, negro sobre blanco, una serie de compromisos éticos a seguir en el ejercicio de su actividad. Fue el filósofo alemán Kant quien popularizó la deontología para referirse a aquella parte de la ética que trata deberes y principios que afectan a una profesión

Las noticias falsas nos llevan a tomar decisiones injustas y conforme a un reciente informe dos de cada tres ciudadanos (68%) se ve incapaz de diferenciar lo que es real de una manipulación deliberada o un bulo. La automatización destruye los empleos de los más vulnerables, de hecho, McKinsey ha pronosticado que entre 400 y 800 millones de personas serán desplazadas de sus puestos de trabajo antes de 2030 debido a la automatización. La ciberdelincuencia campa por sus respetos empobreciendo a los atacados y haciendo más fuertes a los criminales; en España un 24% de las grandes empresas han sufrido algún ataque, pero el 31,5% de los usuarios particulares de Internet han sido hackeados.

Acabamos de citar tres ámbitos en los que la digitalización está lesionando la dignidad del ser humano. Solamente tres expresiones de esta era digital en los que la ética profesional defendida por Hipócrates y Kant ni está ni se le espera. Podríamos citar muchas más como la “uberización” de la economía o lo que es lo mismo la precarización de muchos empleos vinculados a plataformas tecnológicas o la habitual utilización de los datos personales para usos mercantiles sin permiso alguno, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la noticia esta semana de que el nuevo iPhone podrá saber las fotos que ves y denunciarte a la policía. El profesor Anderson de la Universidad de Cambridge ha alertado de que con esa decisión de Apple estaríamos en la antesala de la vigilancia permanente de nuestra intimidad.

Detrás de todas estas expresiones que atentan contra la ética hay profesionales, muchas veces directivos que deberían ser conscientes de que sus decisiones en el ejercicio de su actividad lesionan derechos y pueden llegar a ser inmorales. Una suerte de nuevo juramento hipocrático para los tecnólogos podría ser la solución y no son pocas las instituciones que ya lo han propuesto. Mi amigo Ignacio Pascual que trabaja seleccionando directivos en la firma Alexander Hughes me ha dado otra solución este verano. La autorregulación. Su argumento es que cada vez más los criterios de búsqueda de los mejores ejecutivos incluyen además de experiencia y capacitación técnica, exigencias de estándares éticos. Las empresas empiezan a darse cuenta de que tan importante como ganar dinero es hacerlo sin dejar a nadie atrás. Ojalá estemos a tiempo. 


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la UNIR


Congelar un instante para seguir

 

(este artículo se publicó originalmente en el blog del centro de investigación ageingnomics de la Fundación Mapfre el 1 de agosto de 2021)

Un fin de semana de 1974 Nicholas saca una foto a su mujer Bebe con sus tres hermanas, la instantánea refleja el momento vital de las chicas de 15, 21, 23 y 25 años. Nicholas no queda satisfecho y un año después vuelve a fotografiar a las cuatro hermanas colocadas exactamente igual que doce meses antes. El resultado es una bella imagen de las hermanas de apellido Brown en el año 1975 y se convierte en la excusa perfecta para reencontrarse anualmente. La pose se mantiene durante 45 años, cuatro mujeres mirando a la cámara. De 1975 a 2020, nadie falla a la cita anual del fotógrafo Nicholas Nixon con sus hermanas Brown. Las circunstancias cambian, la vida trae enfermedades y muertes muy cercanas, bodas o embarazos. Algunas veces las imágenes reflejan el sol, otras el frio y el viento, pero siempre al aire libre con la luz del día. El paso del tiempo se ve reflejado en sus caras y cuerpos. Cada año, más alegres; cada fotografía, más juntas, como si la vida las hubiera unido más y reconciliado con su propia existencia. El fotógrafo Nicholas Nixon, desde el primer retrato desechado tuvo en la mente un homenaje al paso del tiempo que finalmente se convierte en una exposición. En cada fotografía, en cada edad puede encontrarse belleza y determinación. Instantes congelados para detener el tiempo pero que ayudan a seguir hasta el siguiente año. Y así más de cuarenta años, hasta la última foto en el otoño de 2020. La exposición se convierte en un éxito que ahora ha llegado a España de la mano de Fundación MAPFRE. En la sala KBr de Barcelona y hasta el 6 de septiembre puede disfrutarse de una de las más potentes investigaciones sobre el retrato y el tiempo.

 

Retratar el tiempo en el que vivimos no solo puede hacerse con una cámara sino también recopilando datos de cada momento histórico. Si las fotografías de las hermanas Brown muestran su momento vital, los informes de coyuntura expresan la realidad de una economía en un año en concreto. No podemos detener el paso del tiempo, pero si podemos inmortalizarlo. Una fotografía congela un instante, la estadística nacional retrata el estado de un país. Los años pasan, pero unas determinadas circunstancias quedan imborrables en una instantánea y también en unos indicadores económicos.

El Centro de InvestigaciónAgeingnomics nació en diciembre de 2020 por iniciativa de Fundación MAPFRE para poner en valor las oportunidades del envejecimiento. Los seniors siguen activos más allá de los 50 años; tienen gustos y necesidades que el mercado no siempre satisface y necesitan que se visibilice que cumplir años es una bendición y no una maldición. Este centro de investigación, como el fotógrafo americano, todos los años retrata la sociedad en la que se desenvuelven los seniors con rigurosos informes. “El barómetro del consumo sénior” fue el primero y puso negro sobre blanco la capacidad de ahorro de los mayores y su creciente patrimonio. “El mapa de talento sénior” verá la luz en unas semanas y demostrará que la cohorte de los 55 a 70 años cada vez tiene más dificultades para seguir trabajando. “El monitor de las empresas silver” constatará que cada vez más empresas en todos los sectores empiezan a adaptar su oferta a la cohorte de las canas. Finalmente, “El ranking de los territorios amistosos con los mayores”, usando indicadores objetivos clasificará a las comunidades autónomas. Estos cuatro informes serán una suerte de cuatro fotografías anuales de la economía plateada en España que como las de las hermanas Brown esperamos que con el paso del tiempo cada vez sean mejores.


Para visitar la exposición The Brown Sisters pulse aquí

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja - UNIR.

miércoles, 4 de agosto de 2021

A las neuronas les sienta bien el paso del tiempo

 (este artículo se publicó originalmente en el blog de IFEMA de la Feria Vida Silver el día 1 de agosto de 2021)

Los mayores de 55 años en España tienen una tremenda capacidad para aportar al mercado laboral y la economía. Así lo demuestran los datos, aunque se conozcan muy poco. Más de cuatro millones de séniors forman parte de la población activa; casi un millón de séniors son autónomos, y, por lo menos, 100.000 séniors son emprendedores. Desde 2008 a nuestros días se han perdido 2,8 millones de efectivos del colectivo de jóvenes (16 a 34 años), y, en cambio, en el tramo de los mayores (55 y más), han crecido con 2,9 millones de nuevos integrantes.

El talento sénior, por tanto, está muy presente en la economía española, y no solo en términos absolutos, como acabamos de ver, sino también en comparación con el conjunto de la población. Uno de cada cinco ocupados en España son séniors, y uno de cada tres autónomos españoles tienen más de 55 años. Y su tasa de participación en la población activa total ha pasado en apenas diez años del 11 % al 18,3 %. Pero todavía queda mucho camino por recorrer para aprovechar en España todo el talento sénior. De hecho, estamos lejos de los países más avanzados. Más de medio millón de séniors queriendo trabajar no pueden hacerlo. A su vez, la mitad de los desempleados sénior llevan más de dos años sin trabajar. Las cifras de parados mayores casi se han triplicado desde 2008. También las tasas de emprendimiento del colectivo están por debajo de las de otras cohortes de edad.

Asimismo, en los séniors españoles pervive una cultura de no prolongar su trayectoria laboral, en algunos casos puede llegar a producirse a una edad tan anticipada como los cincuenta y pocos años, lo cual alarga el periodo de retiro a más de 30 años, un tiempo equivalente o incluso más largo al de la actividad. Además, el trabajo por cuenta propia en algunos tramos de edad de los séniors es casi la única opción para seguir enganchado al mundo del empleo, por la sequía de ofertas de trabajo. Por eso, y a pesar de los datos expresado en los primeros párrafos, en España corre el peligro de que se instale la idea de que superar los cincuenta años es no tener futuro laboral. De ahí que sea imprescindible luchar contra los prejuicios culturales con la edad. Hoy, la esperanza de vida supera los 80 años, y la calidad de vida es muy alta en el periodo de los 50 a los 70 años.

Un estudio publicado en New England Journal of Medicine afirma que el cerebro de una persona mayor es mucho más plástico de lo que se cree. A esta edad, la interacción de los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro se vuelve armoniosa, lo que amplía las posibilidades creativas. Esta afirmación se basa en que con el paso del tiempo el cerebro gana en flexibilidad ya que aumenta la cantidad de mielina en el cerebro, sustancia que facilita el paso rápido de señales entre neuronas. Para la Universidad de Montreal “el cerebro de una persona mayor elige el camino que consume menos energía, corta lo innecesario y deja solo las opciones correctas para resolver los problemas ante los que se encuentra”. La realidad apoya este razonamiento, puesto que, si repasamos algunos de los grandes creadores de la historia, comprobaremos que sus obras cumbre fueron siendo adultos mayores.

Las tres etapas más productivas coinciden con las décadas que componen la llamada generación de las canas; es decir, las personas que tienen entre 50 y 75 años. La edad media de los premios Nobel es poco más de los 60 años; Miguel de Cervantes escribió la segunda parte de El Quijote con 68 años, y Beethoven con 54 años su novena sinfonía; Steve Jobs con 56 años convirtió Apple en la empresa de mayor capitalización del mundo. La bioquímica Margarita Salas a los 69 años fue la primera mujer española en formar parte de la Academia de Ciencias Estadounidense. Goethe publicó su ‘Fausto’ superando con mucho los 70 años. Las tres personas más ricas del planeta tienen más de 54 años.

Los prejuicios sobre el talento sénior suponen para la economía española una pérdida de oportunidades en términos de riqueza que diferentes estudios internacionales han tasado en varios puntos del PIB. Además, las ventajas de la conocida como economía plateada o economía sénior no son aprovechadas suficientemente por las empresas españolas. Conviene recordar que España tiene las mejores circunstancias para ser el país de referencia en la silver economy por su liderazgo en longevidad, sistema sanitario y de dependencia y apertura al exterior. No obstante, esta oportunidad se alejará, si los séniors no están presentes en el mercado laboral trabajando, pero también aportando una nueva perspectiva de diversidad en las compañías.

No hay excusas para no tomar decisiones urgentes que permitan que el talento sénior aporte más y mejor a la economía española. Pero esta llamada de atención no afecta solamente al sector público que establece el marco del mercado laboral sino también a las empresas, a los representantes de los trabajadores y a los propios séniors. Todos tenemos que asimilar que a las neuronas les sienta bien el paso del tiempo.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la UNIR


lunes, 2 de agosto de 2021

La ética de la letra pequeña

 Este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de julio de 2021)


Los prospectos de los medicamentos son una lectura entretenida comparados con las cláusulas de cualquier contrato promovido por una multinacional. No tengo dudas de que el lector ha podido comprobar qué difícil es leer completo el papel que acompaña a las medicinas en el que se indica composición, posología y efectos secundarios. La letra tan pequeña y los términos complejos no lo hacen precisamente sencillo, por no hablar del mal cuerpo que se le pone a cualquiera con tantos eventuales riesgos. Nada comparable al clausulado mercantil para ser proveedor de una gran empresa. Confidencialidad de los datos, propiedad industrial, normativa de seguridad, tribunales competentes, derecho aplicable, prevención de la corrupción, cumplimiento de los derechos humanos y responsabilidad ambiental. A pesar de lo tedioso de su lectura es una gran noticia que podemos situar su origen en el acrónimo corporativo de moda, la ESG. Sin duda el mundo puede ser mejor gracias a esos interminables párrafos de letra pequeña.

Las siglas en inglés ESG pueden traducirse como sostenibilidad de las empresas en materia medioambiental, social y de gobierno. Las corporaciones han de ser transparentes en sus emisiones de carbono, pero también en cómo tratan a sus empleados, clientes y proveedores, sin olvidar si respetan a sus accionistas y no aplican liderazgos tóxicos. Hoy estos ejemplos de buenas prácticas de ESG se han convertido en una obligación para grandes empresas. Algunas porque al ser cotizadas, los códigos de buen gobierno de los supervisores se lo exigen,; otras puesto que las leyes de sus países de origen ya lo recogen; una gran mayoría porque sus accionistas lo han incorporado como demanda en los últimos años y finalmente porque cada vez más compañías han abrazado un propósito que da sentido a su desempeño, solamente si cumplen esos estándares éticos.

Esa letra pequeña garantiza por tanto que las grandes empresas no aprovechen los contratos con proveedores para incumplir las prerrogativas éticas de la ESG. No puede, quien contrate con esas grandes empresas, discriminar por edad, sexo, raza o ideología, tampoco pueden contaminar, aunque esté en un país con laxas legislaciones medio ambientales y ni mucho menos incumplir los derechos humanos al implementar su oferta de bienes o servicios. ¡Bendita letra pequeña!

Pero, y también lo sabe el que ha contratado con una pequeña empresa, que eso no pasa en todas las compañías. Y conforme el tamaño empresarial se reduce, salvo honrosas excepciones, los términos como la ESG o el propósito son lujos que ni pueden permitirse. De estas palabras no puede desprenderse que las pymes obvian la ética, sino que simplemente la han aplicado sin necesidad de letra pequeña. En la gran mayoría de los casos los pequeños empresarios, especialmente en estas latitudes, han demostrado un alto compromiso con su entorno, lo que incluye las comunidades en las que actúan. La pandemia nos ha puesto en el espejo de cómo esas microempresas patrias han dado lecciones de moralidad en la peor situación inimaginable.

Esta irrupción de nuevos estándares éticos en la economía capitalista ha empezado por arriba, por las grandes corporaciones, quizás porque las unidades empresariales más pequeñas no tenían la sombra de la sospecha por la cercanía de los empleadores a clientes, proveedores y trabajadores. Pero la economía de mercado tiene otros agentes que actúan a pesar de no tener naturaleza mercantil. Las administraciones públicas se han convertido en un jugador clave de cualquier mercado del planeta. Más allá de su responsabilidad a la hora de marcar las reglas de juego de la actividad económica, el sector público contrata, emplea y tiene clientes y usuarios. En España, miles de millones de facturación, millones de empleados y otros tantos de ciudadanos que contratan servicios bien sea a administraciones o a empresas públicas.

Por ello este movimiento ético ha de arribar también en los gobiernos y su sector público empresarial. Algunos defenderán que los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas están en sus planes de gobierno y que sus altos cargos llevan todos el pin de colores de los ODS. Otros dirán que la normativa vigente ya prevé estos supuestos, pero la realidad es que en muchos concursos públicos pesa más el precio que los derechos humanos. El reciente escándalo del rescate de una línea aérea vinculada a un régimen antidemocrático no puede considerarse una anécdota sino un fallo del sistema que obvia la ética. Porque se sigue contratando desde el sector público empresarial a empresas basadas en países que no respetan los derechos humanos y prohíben la libertad de expresión, no existen garantías procesales o persiguen al diferente. Competencia desleal, alguien lo ha llamado. Nosotros desde esta parte del mundo firmando interminables cláusulas, mientras los que ganan los concursos violan sistemáticamente derechos como el de libertad sexual, reunión o explotación infantil. El precio parece que vale más en muchos pliegos públicos de licitación que la propia moralidad.

Por eso y aunque suponga más BOE, esta nueva ética de la letra pequeña no entiende de público o privado.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)