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domingo, 3 de diciembre de 2023

La superinteligencia de la resiliencia

(este artículo se publicó originalmente el día 3 de diciembre de 2023 en el El Periódico de Cataluña)

La abreviatura IA, que son las siglas de inteligencia artificial, ha sido elegida la palabra de 2023 por el diccionario Collins. El año que ahora termina ha vivido la irrupción de este término gracias a los interminables usos de la conocida como inteligencia generativa que permite crear textos, imágenes, música, audio y vídeos. Se le llama generativa porque usa un modelo de aprendizaje automático para aprender los patrones de un conjunto inmenso de contenidos creados en su día por personas para a continuación generar ella misma materiales inéditos. ChatGPT, la aplicación más conocida, consiguió en 2023 pulverizar el récord de tiempo en alcanzar 100 millones de usuarios, apenas dos meses, superando a TikTok que necesitó nueve o Instagram que tardó dos años y medio.

La inteligencia artificial también ha dado que hablar en todo el mundo también por las amenazas que su desregulación puede provocar en la sociedad, al ser prácticamente imposible diferenciar lo que es real de lo que no. Incluso en un escenario distópico se ha llegado a plantear el fin del mundo causado por una inteligencia artificial incontrolable por el ser humano. Científicos, filósofos, pero también tecnólogos y gobernantes de toda condición han firmado manifiestos y promovido congresos y así parar esa indeseada inteligencia artificial.

La sigla AI (inteligencia artificial en inglés) no solo es la palabra del año, sino que forma parte del nombre de la empresa tecnológica de moda. OpenAI. Esta compañía es la que creó ChatGPT en noviembre de 2022 pero nació mucho antes en 2015 de la mano del emprendedor americano Sam Altman. Este joven de Chicago acumulaba ya una carrera de triunfos como inversor al haber presidido “Y Incubator” la incubadora empresarial que más iniciativas de éxito ha egresado en la historia económica. Pero es 2023 el año en el que todo el mundo conoció a Altman por el fulgurante éxito de su aplicación ChatGPT y por la increíble inversión en su empresa de 10.000 millones de dólares procedentes de Microsoft, un 49% del capital. En esas estábamos cuando todo saltó por los aires.

La historia arranca un viernes de otoño. El 17 de noviembre por la noche se comunica el despido fulminante de Sam Altman, cofundador de OpenAI. El consejo de administración no aclara el motivo exacto y se escuda en un escueto comunicado que argumenta "pérdida de confianza". Para lograr una transición tranquila, anuncian que será Mira Murati, directora de tecnología de la propia empresa, la que tomará el mando temporalmente. La noticia pilla con el pie cambiado a los principales accionistas, entre ellos Microsoft y el mismo sábado ya se habla de indignación entre varios inversores, que presionan para que restituyan a Altman. Los rumores y especulaciones se multiplican. Contra todo pronóstico, el domingo vuelve a ocurrir algo inesperado: Altman no regresará a la empresa que fundó porque Microsoft anuncia un plan para ficharlo junto a otros pesos pesados y así crear una nueva división de investigación. OpenAI, por su parte, contrataca el lunes difundiendo que Emmet Shear, cofundador de Twitch, será el nuevo CEO interino en lugar de Murati.

El lío no queda ahí. El martes 700 de los 770 empleados de OpenAI suscriben una carta en la que exigen a la junta de dirección que dimita en bloque. Si no ocurre, emprenderán el mismo camino que Altman. Lo más sorprendente de todo es que entre los firmantes se encuentra también Ilya Sutskever, científico de datos, cofundador y miembro de la junta y presunto promotor del despido. Pero el miércoles la tormenta llega a su fin con la vuelta de Sam Altman como primer ejecutivo de OpenAI y la salida de los que le despidieron. La empresa vuelve a tener a su CEO y los accionistas sus dividendos asegurados, pero han quedado muchas dudas sin solventar y las especulaciones no cesan. Al parecer la crisis estuvo causada por la peculiar estructura empresarial de la compañía. En la cúspide del grupo hay una sociedad sin ánimo de lucro controlada por un consejo de administración; no rinde cuentas a accionistas, inversores ni empleados de la compañía, sino que se debe a una misión que no es otra que la inteligencia artificial beneficie a la humanidad. Y aquí reside el quid de la cuestión. La versión más extendida para explicar el conflicto es que los independientes concluyeron que Altman se había olvidado del propósito fundacional de OpenAI y se había desbocado en su ansia de conseguir dinero para el laboratorio, de ahí su inopinado despido.

Lo cierto es que la inteligencia de Sam Altman ha ganado. Vuelve a OpenAI y lo hace con más poder que nunca. Con él vuelve también a la empresa la visión más mercantilista. Muchos analistas han recordado que también un inteligente Steve Jobs fue despedido y luego volvió triunfante a Apple. Pocos han recordado que por estos lares a Pedro Sánchez, le pasó lo mismo con el PSOE y hoy va camino de ser el presidente de gobierno más longevo de ese partido. Altman, Jobs y Sánchez con su inteligencia ganaron y con su resiliencia han hecho historia.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 23 de agosto de 2021

La distopía del Iphone

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Economista el 18 de agosto de 2021)


Cuando George Orwell puso el título de 1984 a su novela no pudo imaginar que sus cálculos para situar un “Gran Hermano” no estaban tan equivocados. Apple es la empresa más grande del planeta (si usamos como indicador la capitalización bursátil) pero además con sus productos es una de las compañías más influyentes en todo el mundo puesto que se estima que está presente en dos de cada diez hogares. Este mes de agosto la empresa tecnológica ha anunciado que el nuevo iPhone tendrá un sistema que analizará las imágenes que se hagan con todos sus dispositivos en busca de material inapropiado. Tal y como ha anunciado la compañía con sede en Cupertino, esta nueva tecnología escaneará las imágenes buscando coincidencias con fotografías de abusos de referencia. Así, de modo automático y, en caso de que se encuentre alguna coincidencia o una imagen sea sospechosa, la alerta saltará y una persona se encargará de evaluar la instantánea, para ponerla, en su caso, en conocimiento de las fuerzas de seguridad. Miles de millones de usuarios de Apple podrán ser vigilados permanentemente. La empresa fundada por Steve Jobs defiende que la aplicación es para hacer el bien, pero expertos de universidades de Stanford, John Hopkins o Cambridge han alertado que bastará con cambiar algunos parámetros en el algoritmo para permitir encontrar otro tipo de fotos.  Por ejemplo, los gobiernos pedirán colaboración para luchar contra el terrorismo, la industria de la música contra el pirateo, Hacienda contra la defraudación, las empresas contra el absentismo, la policía contra manifestaciones no autorizadas, el cine y el futbol para defender sus derechos de exclusividad, los nacionalismos para garantizar el uso de idiomas vernáculos…la lista sería interminable siempre para supuestas buenas causas que nos llevarían al personaje del libro de Orwell.

Gran Hermano es el ente omnipresente que gobierna el mundo en el año 1984 usando una implacable e invasiva vigilancia de todos y cada uno de los habitantes. Para ello se vale de Ministerios como el de Verdad o el de la Felicidad, eufemismos de mecanismos represivos para manipular, vigilar y reprimir masivamente. Esta forma social que imagina la novela escrita en 1947 se ha acuñado como “sociedad orwelliana” y es un ejercicio de prospección del escritor inglés basado en los sistemas totalitarios de la época, comunismos y fascismos.

La noticia de la empresa dirigida por Tim Cook ha generado una enorme preocupación en torno a la privacidad de los usuarios, ya que se cree que esta misma tecnología podría usarse para buscar cualquier tipo de información en los teléfonos. De hecho, expertos del prestigio de David Thiel creen que podría ser utilizada por gobiernos autoritarios para espiar a sus ciudadanos o buscar personas que piensan de manera diferente. Gran Hermano no en 1984 pero sí en 2021.

Una década antes de que Orwell entregara su manuscrito, otro autor también anglosajón de nombre Aldous Huxley, publicó “Un mundo feliz” que describe una sociedad aparentemente perfecta en la que para asegurar la paz y la riqueza global ha de pagarse el precio de asumir la manipulación, prescindir de la libertad de elección y limitar las expresiones emocionales e intelectuales. Apple busca, con buena intención, un mundo mejor, pero nos apuntamos a las dudas de los expertos de estar muy alerta ante sofisticados sistemas basados en inteligencia artificial que acaben tomando decisiones que afecten a las libertades individuales.

El pensador americano Raymond Kurzweil lleva un tiempo hablando de estas cuestiones, lo llama “singularidad”. En el análisis matemático se usa este término para aludir a ciertas funciones que presentan comportamientos inesperados cuando se asignan determinados valores a las variables independientes. La singularidad tecnológica se supone que se da en un hipotético punto a partir del cual una civilización sufre una aceleración del progreso técnico que provocaría la incapacidad de predecir sus consecuencias. En 2030 conforme al increíble desarrollo que está viviendo la inteligencia artificial, una máquina tendrá capacidad de crear inteligencia muy superior al control y la capacidad intelectual del ser humano.

Nos quedan unos años por delante para que estas distopías no se hagan realidad. La clave, como siempre, reside en las personas. La esperanza es que conforme a nuestra experiencia cada vez más compañías apuestan por directivos no sólo capacitados y con experiencia sino con estándares éticos que aplican en su día a día. La buena tecnología triunfará con ellos.

 

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

Ignacio Pascual es socio-director de la empresa de consultoría de alta dirección Alexander Hughes