miércoles, 31 de enero de 2018

La buena noticia del bitcoin

(este artículo se publicó originalmente el 29 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)




“Cuando los limpiabotas empiezan a invertir en Bolsa es momento de vender todo”. La frase atribuida al mayor millonario de la historia, el empresario del petróleo John D. Rockefeller, ha sido frecuentemente usada para explicar cómo las burbujas económicas son causadas por cientos de miles ciudadanos desinformados invirtiendo equivocadamente.  Lo más parecido a Rockefeller en nuestros días, por lo menos en riqueza, es el viejo inversor Warren Buffet. Precisamente el llamado “oráculo de Omaha” ha manifestado estos días de enero que jamás invertirá en bitcoins y que muy pronto la aventura de la criptomoneda terminará mal.  El primer mandamiento del decálogo de buen inversor de Buffet es “nunca inviertas en un negocio que no puedes entender” así que simplemente ha sido coherente en su reciente ataque contra la moneda virtual.

Las burbujas en economía son procesos especulativos en los que compradores lo hacen aspirando a vender por mucho más.  Rápidamente estas situaciones derivan en inauditas espirales de subida hasta un momento, en el que por alguna razón, hay  ventas masivas pero no compradores suficientes. Es entonces cuando explota la burbuja dejando en la ruina a miles de inversores.

Rockefeller vivió la Gran Depresión que puso fin a una década de euforia conocida como los felices años 20. El jueves negro del año 1929 en Wall Street desató el pánico con millones de órdenes de venta que provocaron el estallido de la burbuja bursátil y la primera crisis global.

 Warren Buffet sobrevivió a la burbuja de internet del año 2000 en la que empresas sin actividad, solo por expectativas, llegaron a tener un mayor valor que grandes corporaciones en sectores industriales como General Motors. La burbuja de las puntocom se pinchó simplemente cuando  se puso frente al espejo a esas compañías sin facturación y claramente sobrevaloradas.

También todos nosotros hemos padecido de alguna manera la crisis inmobiliaria de 2008 bien porque nos hipotecarnos por encima de nuestra posibilidades o bien por tener que sufragar la factura de la mayor recesión de la historia reciente de España.

Casi al mismo tiempo que Rockefeller desde Nueva York nos recordase que  todos podemos ser limpiabotas, en Dinamarca Hans Christian Andersen  escribió su famosa fábula “El traje nuevo del emperador”.  Un rey muy preocupado por su vestuario es convencido por unos embaucadores para comprar una sofisticada y carísima tela que solo podía ser apreciada por las personas inteligentes ya que  para el resto de los mortales sería invisible.  El rey que no quiere quedar como estúpido, a pesar de que no ve vestido alguno, sale a desfilar por la capital de su reino con el imaginario vestido. El pueblo que conoce el origen del vestido y que no quiere parecer necio tampoco dice nada hasta que un niño grita que el rey va desnudo. En ese momento el rey y el pueblo se dan cuenta del engaño dando por finalizado el desfile.


Estos días hemos visto como las caídas de la valoración del bitcoin continuaban alcanzando ya un 40% frente a su meteórico ascenso del 1300% en el 2017. No solo Buffet sino también la CNMV y la SEC han alertado de su peligro y hasta algunas sociedades de inversiones han puesto en marcha corralitos para evitar males mayores con las inversiones en criptomonedas. Todo nos empieza a recordar a esas burbujas que acabamos de mencionar. Pero esta vez los limpiabotas no vamos a necesitar un niño como el cuento de Andersen que nos haga ver la cruda realidad. No será preciso esperar a que la sobrevaloración reviente las costuras del mercado y que la explosión  arrase con todo. Soy optimista y mi esperanza reside en que esta vez detrás de las burbujas hay mucha curiosidad. Ningún comprador en los años 90 quiso saber qué tecnología había detrás de la rápida construcción de cientos de miles de edificios. Tampoco hubo interés por parte de los accionistas de las puntocom en conocer los protocolos que daban sentido a internet sin los cuales no hubiera habido  nueva economía.  Por supuesto ningún periódico en los años 20 estudió la técnica que disponía la Bolsa de Nueva York para comprar y vender acciones en el día. Pero hoy, en cambio es muy difícil encontrar un directivo, periodista o profesor que no esté estudiando o escribiendo sobre el blockchain. La cadena de bloques, por su término en castellano, es la tecnología que da sentido al bitcoin y otras criptomonedas. Es una gigantesca base de datos distribuida formada por cadenas de bloques que no pueden alterarse lo que permitió crear el bitcoin y otros contratos inteligentes. De hecho todas las grandes empresas del mundo están dedicando recursos a investigar las aplicaciones del blockchain en otros campos como la energía, los servicios profesionales y los seguros además de las finanzas. Casi podríamos hablar de una nueva burbuja pero de conocimiento sobre esta tecnología, pero con una pequeña diferencia que esta vez no será mala sino que nos salvará.

martes, 23 de enero de 2018

Cuatro manzanas y un folio


(este artículo se publicó originalmente el 22 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)



La historia de la manzana e Isaac Newton es quizás la serendipia más conocida. El golpe recibido en su cabeza al caer la manzana del árbol le sirvió a Newton para entender que el universo se basa en un juego de contrafuerzas. A petición de varios lectores de esta columna traigo de nuevo a mi reflexión semanal alguna de esas famosas casualidades de las que pueden extraerse conclusiones extraordinarias. Isaac Newton ha pasado a la historia como uno de los científicos más importantes y la manzana por haber ayudado a que el genio inglés desarrollase la teoría de la gravedad. Pero lo que es menos conocido es que era un gran tecnólogo para su tiempo. Fue admirado por sus contemporáneos también por sus inventos y gadgets que desarrolló hasta su muerte. Molinos de viento, relojes solares, carricoches, linternas instaladas en cometas y por supuesto telescopios son algunos de sus experimentos con la tecnología de la época. En las líneas siguientes, inspirados en esa serendipia demostraremos que la manzana de Newton sigue haciendo posible aprender lecciones inesperadas y casuales. 

Si hoy pidiésemos, como en esos test de personalidad que nos hacían en el colegio, una respuesta inmediata a la asociación de dos conceptos como manzana y tecnología, pocos dirían Newton pero en cambio, estará el lector conmigo, que muchos habríamos respondido Apple. La compañía tecnológica con su famoso logotipo de la manzana mordida es el símbolo de la nueva economía con su deseado iPhone en la cúspide. 

Nueva York sería la segunda respuesta más pronunciada. No sólo porque Gran Manzana es la forma de referirse a Nueva York en medio mundo sino porque no se entiende el crecimiento de la tecnología y de sus empresas bandera sin la financiación obtenida en el mercado de valores con sede en Times Square, conocido como NASDAQ. Google, Apple, Facebook  Amazon, los famosos GAFA, consiguieron crecer gracias a la financiación del mercado de valores tecnológico de la gran manzana. 

Se cuenta que el torero El Gallo dijo “Tié q’haber gente pa’tó” cuando le presentaron a Ortega y Gasset como un señor que se dedicaba a pensar. Pues en nuestra particular encuesta seguro que encontraríamos alguien que respondería con la palabra gusano. Gusano es lo que todos nos hemos encontrado alguna vez en una manzana pero también es uno de los malware más temidos en ciberseguridad. 

Estas cuatro posibles respuestas nos permiten avanzar hacia el sentido último  de este artículo. La tecnología ha alcanzado un increíble grado de madurez y financiación sin duda gracias a las empresas citadas que les ha permitido alcanzar beneficios espectaculares y escalar los puestos de las compañías más destacadas. Pero la vez, esa sofisticación de la tecnología apoyada en esas corporaciones está creando problemas que no habríamos imaginado en la peor de nuestras pesadillas. La inteligencia artificial, los dispositivos conectados, el coche autónomo o el blockchain están dando lugar a inéditos conflictos y violaciones de derechos. El ciberacoso, la ciberguerra, el cibercrimen, las ciberadiciones,  las fakenews y la posverdad han irrumpido paralelamente a la demanda de nuevos derechos como el derecho al olvido, el derecho a la neutralidad de la red, el derecho a la muerte digital o el derecho a la inviolabilidad de los dispositivos.

A lo largo de la historia cada impulso relevante en la defensa de los derechos humanos ha surgido como respuesta de la sociedad civil a manifiestos abusos del poder. Ante la monarquía absolutista, la declaración de derechos de Virginia del año 1776 o la declaración de derechos del hombre y la ciudadanía en Francia en 1789. Ante el auge de los totalitarismos la declaración universal de los derechos humanos de la asamblea de naciones unidas del año 1948. Ahora ante el auge exponencial  de tantas violaciones de derechos en el mundo digital a qué esperamos para actualizar esa lista e incluso para incluir nuevos derechos. Bastaría un folio para poner negro sobre blanco que internet ha traído nuevos problemas y amenazas que impactan en el bienestar del ser humano y necesitamos reinventar el derecho natural. Cuántas manzanas más tienen que caer en nuestras cabezas o en la de nuestros gobernantes para ello.

domingo, 21 de enero de 2018

La letra que mide la alta capacidad

(este artículo fue publicado originalmente el día 19 de enero de 2018 en la revista Claves de Comunicación)

Cada año generamos más contenidos que todos los que se habían creado en 2.000 años de civilización. Recientemente, unos científicos cuantificaron la información disponible. Para medir esa ingente cantidad de información usaron zettabytes. Si no sabes qué es un zettabyte no pasa nada, quédate con que es sinónimo de alta capacidad. El prefijo de los zettabyte coincide con el nombre con el que se conoce a la cohorte de chicos y chicas educados con internet en sus hogares. Es decir, la llamada generación z, los nacidos a partir de 1994, fecha consensuada por los informáticos como el inicio del internet moderno. Irreverentes, inmediatos, son toda una incertidumbre para las marcas y empleadores, pero también para sus padres y profesores. Un zettabyte es un 1 byte seguido de 21 ceros. Está demostrado que a partir de cierta cantidad de ceros nuestra mente es incapaz de poner en perspectiva una cifra tan elevada. Si no entiendes los zettabytes pero tampoco a tus colegas de trabajo y clientes más jóvenes te animamos a que leas nuestro nuevo libro sobre la generación z.

“Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para entrar en el mundo del saber”. La frase, atribuida a Eisntein, no fue nunca tan cierta como con la generación que ha dejado antiguos a los millennials. Los chicos y chicas que hoy tienen veinte años no han considerado la tecnología como una asignatura, a diferencia de los que superamos la treintena. Para ellos, los conocimientos técnicos en programación, por citar un ejemplo, no suponen una obligación sino una expresión del mundo en el que se desenvuelven desde que tienen uso de razón. Si quieres comunicarte con ellos has de hablar su idioma, y su idioma hoy es la tecnología. Los expertos insisten en que entre 2030 y 2050 la ficción se hará realidad y la inteligencia artificial superará al ser humano. La automatización está penetrando en actividades tan humanas como el razonamiento o la percepción, desplazándose, por tanto, desde el sector manufacturero al de servicios. El blockchain dejará sin trabajo a los notarios. Los chatbots están ya vaciando de personal los departamentos de atención al público. La impresión aditiva cambiará la vida de las factorías. Por ello y volviendo al principio de esta brve reflexión basta con que recuerdes que zettabytes es una medida para almacenar datos y que además sus primeras letras son el apelativo con el que se conoce a una nueva generación. Ambos, esa medida y esos jóvenes son sinónimos de altas capacidades y ambos no se explican sin la importancia de los cambios tecnológicos. Así que no habrá más remedio que abrazar la tecnología de la mano de la nueva generación de clientes, empleados y ciudadanos.

Nuria Vilanova es presidenta y fundadora de ATREVIA

Iñaki Ortega es profesor y director de DEUSTO BUSINESS SCHOOL

jueves, 18 de enero de 2018

De la Florencia del siglo XV a la España del turismo


(este artículo se publicó originalmente el 15 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)

Esta semana la aparición de dos informes sobre nuestro país nos ha hecho más llevadera la temida cuesta de enero. El nuevo secretario general de la Organización Mundial del Turismo (OMT) certificó que España es ya el segundo país del mundo en número de visitantes con más de 80 millones de turistas en 2017 solamente detrás de Francia. Por otro lado las estadísticas mundiales de criminalidad, dadas a conocer por el Banco Mundial nos han situado como uno de los países más seguros del mundo. Tenemos las tasas de asesinato más bajas no sólo de la Unión Europea, sino del mundo, por debajo de Alemania, Francia o Portugal. Por esta causa, mueren 0,7 de cada 100.000 habitantes, lejos de la media mundial, que asciende a 5,3. Sólo Irlanda, Holanda, Austria, Singapur y Liechtenstein tienen mejores datos.

No pueden estar equivocadas dos instituciones del prestigio de las anteriores y tampoco los millones de ciudadanos que nos visitan cada año y lo atestiguan. España es uno de los mejores países del mundo en calidad de vida. Precisamente el profesor canadiense Richard Florida lleva años defendiendo el poder de ese “buen ambiente”  para cambiar el mundo. Conforme a su teoría de las 3T, los territorios más dinámicos son aquellos que ofrecen las mejores condiciones para atraer y retener el talento (1ªT) y la tecnología (2ªT) –las clases creativas-. Esas condiciones las ha resumido en la palabra tolerancia (3ªT), entendida por el profesor en sentido amplio como la suma de libertades sociales y económicas además de una buena oferta educativa, cultural sin olvidar un clima agradable para vivir.

Otro profesor, Francisco González-Bree, esta vez español,  explica a directivos que la palabra cooperación ha de guiarnos en la nueva economía. Cooperación es un vocablo que procede del latín: co (unión) y operari (trabajar). Trabajar diferentes en unión es lo que dio lugar en el siglo XV de algún modo al llamado “efecto Médici” que ahora en nuestros días podemos reeditar en España. El profesor  de Deusto Business School cuenta en sus clases que Lorenzo de Médici, también conocido como Lorenzo el Magnífico por sus contemporáneos, fue un estadista de la República de Florencia durante el Renacimiento italiano. Príncipe de Florencia, mecenas de las artes, diplomático, banqueropoeta filósofo renacentista, perteneciente a la familia Médici. Esta influyente saga tuvo entre sus miembros a reyes de Francia e Inglaterra, varios Papás además de numerosos dirigentes florentinos que pasaron a la historia por patrocinar artistas y científicos de su época. La vida de Lorenzo coincidió con el esplendor del Renacimiento a finales del siglo XV. Un período de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. Significó la reivindicación de la cultura clásica griega y romana pero también, lo que es más importante, se planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano sustituyendo el teocentrismo medieval por el antropocentrismo. La ciudad de Florencia, en Italia, fue el lugar de nacimiento y desarrollo de este movimiento, que se extendió después por toda Europa gracias a las creaciones literarias de escritores como Petrarca y Maquiavelo, las obras de arte de Miguel Ángel o Leonardo da Vinci, y grandes ejemplos de arquitectura, como la iglesia de Santa María del Fiore en Florencia y la Basílica de San Pedro en Roma.

Son muchos los autores que han llegado a considerar este Renacimiento florentino como el periodo de mayor creatividad de la historia de la humanidad. Pero lo que no se conoce tanto es el efecto impulsor de ese periodo conocido como “efecto Médici". Con esta expresión se quiere trasmitir que las explosiones de innovación y creatividad se dan en contextos de atracción de talento y  frontera entre disciplinas. La familia Médici, y en concreto Lorenzo de Medici, financiaron y apoyaron a investigadores, artistas, arquitectos, científicos y pensadores que se instalaron en esa parte de Italia conectando y creando intersecciones entre disciplinas y culturas generando contextos de frontera.

Ahora está en nuestra mano que se pueda reeditar ese periodo de tanta creatividad si nos inspiramos en el “efecto Médici". Son varios los factores que lo están facilitando. El primer factor es el mundo digital y en red que está desarrollando individuos digitales, equipos virtuales, organizaciones integradas, empresas en red y negocios interconectados a través de tecnologías de la información. El segundo factor es el mundo de la innovación, emprendimiento y pensamiento creativo que fomentan una adecuada mentalidad emprendedora, innovadora, crítica y creativa, tan necesaria en el entorno incierto actual de los negocios. El tercer factor es el mundo de la sostenibilidad que integra la búsqueda del éxito empresarial medido en términos de rendimiento, productividad y competitividad a la vez que intenta resolver los retos económicos, políticos y sociales globales y locales. Los nuevos modelos de negocio están integrando la sostenibilidad y el valor compartido como elementos clave para el rendimiento empresarial y la calidad de vida social. El cuarto es una nueva generación que tiene todas las habilidades anteriormente citadas que si se alinean con el poder que ostentan las generaciones pretéritas hará que sea imparable lograr un nuevo Renacimiento en nuestros días. El último factor tiene que ver con cómo empezó este artículo, con buenas noticias que trasladen al mundo un efecto llamada de que en España tenemos el mejor ambiente, la tolerancia de Richard Florida, para hacer florecer el talento.

martes, 9 de enero de 2018

El nuevo horóscopo. baby boomers, millennials y otros astros

(este artículo se publicó originalmente el 8 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)


Recuerdo cuando era niño leer los primeros días de enero el horóscopo en una de las revistas del corazón que mi madre compraba.  También los llamados periódicos serios reservaban espacio (y reservan) a explicar lo que nos iba deparar el nuevo año en función de la constelación de tu fecha de nacimiento. Pertenezco a la llamada generación de la EGB y todos los que estábamos en esa cohorte de edad no solo conocíamos perfectamente nuestro signo del zodiaco sino también el de nuestros padres, hermanos y hasta futuras novias. Cada vez que tocaba pasar por la peluquería, pero en especial en días como estos de inicio de un año, nos sorprendíamos leyendo en una revista, no sin cierto nerviosismo, si a los aries les iría bien en el amor o a los piscis en el trabajo y hasta si los sagitario deberían cambiar de coche.

Los años han pasado y el horóscopo languidece en la prensa y revistas. De hecho los chicos y chicas de menos de 20 años que no encuentran vinculación alguna entre un bolígrafo bic y una cinta de radiocasete tampoco saben situarse en el horóscopo como capricornio o escorpios.

Pero si en los ochenta estabas obligado a conocer los signos del zodiaco para participar en las conversaciones de sobremesa, hoy las nuevas constelaciones son las generaciones. De modo que si no quieres sentirte como un marciano charlando con amigos y primos o no entender nada en la prensa económica es preciso que sepas situar a tus seres más cercanos en alguna de las siguientes clasificaciones: los niños de la posguerra, los babyboomer, la generación x, los millennials y la generación z.
Esta semana me he tenido que frotar los ojos varias veces al leer “los babyboomers en 2018 tendrá que contratar sin falta un plan de pensiones para compensar su improbable jubilación”. O un artículo en el que se afirmaba que “los millennials en el nuevo año votarían masivamente al partido ganador de las últimas elecciones catalanas”. Por no mencionar un sesudo análisis según el cual “la generación z verá como la norma francesa de no poder usarse móviles en las aulas llegará a nuestro país con el nuevo año”. El nuevo horóscopo son las generaciones. Aquí tienes una guía rápida para situarte:

Los niños de la posguerra es un fenómeno plenamente español vinculado a nuestra contienda nacional. En otros países los nacidos en la década de los años 30 son conocidos como la generación silenciosa porque padeció la gran depresión del año 1929 que les enmudeció en sentido figurado. Pero en nuestro país nos referimos a los niños nacidos entre 1930 y 1948 que crecieron en los rigores de los años posteriores a la Guerra Civil española. El pan negro, las cartillas de racionamiento, los huérfanos y la enfermedad convivieron con esos niños que les hizo labrar una personalidad austera y trabajadora. Estamos hablando de 6 millones de personas hoy en día en España que superan todos ellos los 70 años de edad.

Los babyboomers o generación de la explosión de la natalidad. Son aquellos que nacen tras la Segunda Guerra Mundial animados por una sociedad que respira tranquilidad después de años de convulsión bélica. Especialmente en el mundo anglosajón se da un inusual repunte de la natalidad de modo y manera que estos babyboomers forman parte de la cohorte más numerosa de sus países y crecen con las aulas de sus colegios a rebosar.  En España el fenómeno se da aunque en menor medida y con un retraso de cerca de diez años respecto al resto de Europa y Estados Unidos,  comenzando a principios de los cincuenta al calor de la incipiente bonanza económica, los éxitos en la reducción de la mortalidad infantil y llegando hasta finales de los años 60. El éxodo del campo a la ciudad, la alegría del nuevo desarrollismo español con crecimientos medios anuales del 7% del PIB y el nuevo consumismo del seiscientos y el turismo nacional de playa, marcan la ambición de esta generación. Para el INE  son más de 12 millones los babyboomers, han ostentado todas las magistraturas del poder económico y político y a su vez representan el triunfo de la clase media en nuestro país.

La generación x. En álgebra el signo x se utiliza para representar una cantidad desconocida. No existe consenso sobre el origen del uso de la letra x para reflejar las incógnitas en las ciencias exactas. Se habla del matemático Descartes como propulsor en el siglo XVII  ya que en la imprenta esa letra era la menos usada. También como una traducción fonética del árabe del término “incógnita” por parte de españoles que estudiaron el algebra persa. En cualquier caso la x siempre se ha asociado al misterio o lo desconocido y en el siglo XIX se usó así para bautizar cuestiones tan dispares como los rayos x, esos rayos catódicos que eran una incógnita para los investigadores porque permitían ver a través de la piel. En el siglo XX  por ejemplo el activista de los derechos de los afroamericanos Malcom X, cambio su apellido de nacimiento por la x ya que quería representar la incógnita de su verdadero apellido africano perdido en los años de la esclavitud. En 1991 un libro firmado por el escritor canadiense Coupland con el título “Generación x” definió con esa letra a las nuevas clases medias americanas absolutamente desconocidas para el gran público. El término triunfó en los medios de comunicación para referirse a los jóvenes seguidores del canal de música MTV que eran a su vez los hijos de los babyboomers. Es decir los chicos y chicas nacidos entre 1965 y 1980. Sufrieron el esplendor del consumismo y la obsesión por el triunfo a toda costa de esa época. En nuestro país a causa de la dictadura franquista comienza un poco más tarde, a finales de la década de los sesenta con la apertura política. La componen en la actualidad más de 9 millones de personas y es llamada también la generación de la EGB, acrónimo para referirse a la educación obligatoria que cursaron. Son los últimos niños que aprendieron a jugar en la calle y los primeros que empezaron a jugar con las consolas. Conocieron los primeros ordenadores personales y llegaron a familiarizarse con la informática como herramienta habitual de trabajo pero la televisión para ellos se acababa a las ocho y media de la tarde con la familia Telerín y el famoso “Vamos a la cama que hay que descansar”. Protagonistas del final de una época en España en la que comenzamos a parecernos más al resto del mundo occidental, y asumen, esta generación x, con rapidez la obsesión, casi sin límites, por el éxito profesional  de sus pares europeos y americanos.

La generación y conocidos como los millennials. Tomando como referencia las cohortes de nacidos entre 1981 y 1993, se ha estimado en aproximadamente 7 millones el número de millennials en España, 80 millones en Estados Unidos y unos 1.700 millones en todo el mundo. Son conocidos también como la generación del milenio,  jóvenes que se han hecho mayores con el nuevo siglo. Tienen entre veinte y treinta años, han sido profusamente etiquetados como ninis, individualistas, narcisistas y aburguesados. También están los que les auguran la arcadia feliz con el teletrabajo o la vuelta al campo subsistiendo con un huerto y el trueque. Y por supuesto no fallan los augurios catastrofistas que les sitúan viviendo de las pensiones de sus padres o pidiendo la paga con 50 años. La realidad es mucho más compleja pero no puede obviarse a la hora de analizarles que son los inventores de la economía colaborativa, los defensores y practicantes de la vida sana y las dietas saludables, los protagonistas de las revoluciones que demandan democracia en medio mundo o los trabajadores digitales que nos permiten trabajar menos. Lo anterior no quiere decir que no les haya afectado la coyuntura. Muy al contrario, son nativos en la crisis. Su vida, especialmente la profesional, ha estado mediatizada por las depresiones económicas que han congelado su futuro profesional y les ha provocado una frustración que demuestran en su forma de ser.

La generación z también llamados los centennials, nativos móviles o posmillennials. Son los chicos y chicas nacidos en el periodo 1994-2010 con internet desplegado masivamente. Te adelanto que dominan a la perfección las herramientas de la nueva economía y la nueva sociedad en la que vivimos, porque no han conocido otra cosa desde que nacieron. Eso les otorga el poder del conocimiento lo que les ha hecho perder el respeto y por tanto comportarse irreverentemente con padres, jefes y profesores. Además de irreverentes, son innovadores, reclaman la inmediatez son  toda una incertidumbre. En número son más que los archiconocidos millennials. Son casi 8 millones según la estadística española y suponen algo más que el 25% de la población mundial, 2.000 millones de personas en el planeta Tierra.


Ahora piensa en tu compañera de oficina, en el informático que te arregla el ordenador, en la directora de tu oficina bancaria  o en tus nietos y prueba a situarles en la anterior taxonomía. Mucha suerte.

miércoles, 3 de enero de 2018

Uber, Macron y Trump frente a la desintermediación

(este artículo se publicó originalmente el 1 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)


No intente buscar la palabra desintermediación en el diccionario. No existe en castellano a pesar de que los economistas la usamos habitualmente para describir el proceso gracias al cual la relación entre productor y consumidor será cada vez más eficiente.  Como muchos otros términos empresariales es un calco del inglés, en este caso, del vocablo «disintermediation». 

Comenzó a usarse el siglo pasado en el argot bancario para expresar el fenómeno que eliminaba intermediarios en determinadas operaciones financieras de modo y manera que los inversores pudiesen operar directamente. La irrupción de internet convirtió la desintermediación en el santo grial a buscar ya que haría posible un mundo feliz sin intermediarios, con oferentes y demandantes plenamente satisfechos. Según los exégetas de la desintermediación la economía digital permitiría balancear el poder desde las grandes corporaciones hacia los pequeños proveedores y los indefensos clientes. Incluso se acuñó el acrónimo P2P (peer to peer) para definir esa arcadia feliz en la que  empresas y clientes se comportarían como una red de iguales. Así pasarían a la historia los viejos modelos B2C (business to consummer). Hasta el laureado profesor Jeremy Rifkin inventó la palabra “prosumidor” para reflejar que, con la nueva economía digital, los ciudadanos seríamos productores y consumidores a la vez. 

Pero este mes de diciembre, la aparición de tres noticias casi simultáneas, nos lleva a concluir que no vamos por el buen camino para desintermediar nuestra economía. Casualidad o causalidad es algo que dejo a la voluntad del lector de esta columna que por algo tiene el título de serendipia.

Este 14 de diciembre la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos revocó la llamada neutralidad de internet,  auspiciada por el anterior inquilino de la Casa Blanca, que garantizaba que ningún operador permitiese un acceso discriminatorio en la red de redes. Más allá de la nueva regulación de la era Trump, deberíamos preguntarnos si diez años después de superar los mil millones de usuarios de internet hemos avanzado en la desintermediación o, en cambio, se han propiciado, por mucha «neutralidad» vigente, nuevos intermediarios con más poder que nunca como, por ejemplo, Amazon, Facebook o Google.

La segunda noticia fue la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea de 20 de diciembre en la que se daba la razón a los taxis frente a Uber, al considerar a esta última como un servicio de transporte y no una plataforma tecnológica.  A este respecto cabe preguntarse, más allá de la decisión del Tribunal y el ulterior desarrollo en los países miembros, si la llegada de Uber y otros operadores a Europa ha eliminado agentes en la cadena de prestación del servicio de transporte terrestre o bien ha creado uno nuevo más (y con menor control público), como son las plataformas Uber o Cabify.

Por último, esta Navidad un periódico español ha nombrado a Emmanuel Macron el personaje del año tras ser elegido en 2017 presidente de Francia. Entre los méritos que citaba el sesudo análisis periodístico, estaba haber llegado a la República gala sin un partido político detrás. «El triunfo de la desintermediación en la política». Pero si quitamos un poquito de la tradicional fascinación patria por nuestros vecinos encontraremos que, no tener detrás un partido convencional, no significa precisamente que hayamos ganado en transparencia. Más bien al contrario, puesto que los viejos partidos franceses han sido sustituidos por poderosos lobbies más opacos si cabe.

El diccionario de Oxford ha considerado la palabra del año las llamadas “fake news”. La Real Academia de la Lengua Española ha incorporado nuevas palabras también este año como hacker porque quiere acercar el diccionario a la realidad del uso popular. Hasta la Fundacion del Español Urgente, Fundeu,  se ha apuntado a esta moda y  ha considerado «aporofobia», el neologismo de la profesora Adela Cortina que expresa el odio o rechazo a la pobreza, como la palabra del año en castellano. Oxford, la RAE y Fundeu reconocen con esas palabras preocupaciones ciudadanas. 

Podríamos seguir citando listas de palabras de otras instituciones pero no merece la pena porque en ninguna de ellas encontraremos la desintermediación. Y me temo que detrás de esa ausencia encontramos una de las enseñanzas del año 2017 y es que eliminar ineficientes intermediarios en la economía cada vez interesa menos.