(este artículo se publicó originalmente el 29 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)
“Cuando los limpiabotas empiezan a
invertir en Bolsa es momento de vender todo”. La frase atribuida al mayor
millonario de la historia, el empresario del petróleo John D. Rockefeller, ha
sido frecuentemente usada para explicar cómo las burbujas económicas son
causadas por cientos de miles ciudadanos desinformados invirtiendo
equivocadamente. Lo más parecido a
Rockefeller en nuestros días, por lo menos en riqueza, es el viejo inversor
Warren Buffet. Precisamente el llamado “oráculo de Omaha” ha manifestado estos
días de enero que jamás invertirá en bitcoins y que muy pronto la aventura de la
criptomoneda terminará mal. El primer
mandamiento del decálogo de buen inversor de Buffet es “nunca inviertas en un
negocio que no puedes entender” así que simplemente ha sido coherente en su
reciente ataque contra la moneda virtual.
Las burbujas en economía son
procesos especulativos en los que compradores lo hacen aspirando a vender por
mucho más. Rápidamente estas situaciones
derivan en inauditas espirales de subida hasta un momento, en el que por alguna
razón, hay ventas masivas pero no
compradores suficientes. Es entonces cuando explota la burbuja dejando en la
ruina a miles de inversores.
Rockefeller vivió la Gran
Depresión que puso fin a una década de euforia conocida como los felices años
20. El jueves negro del año 1929 en Wall Street desató el pánico con millones
de órdenes de venta que provocaron el estallido de la burbuja bursátil y la
primera crisis global.
Warren Buffet sobrevivió a la burbuja de
internet del año 2000 en la que empresas sin actividad, solo por expectativas,
llegaron a tener un mayor valor que grandes corporaciones en sectores
industriales como General Motors. La burbuja de las puntocom se pinchó
simplemente cuando se puso frente al
espejo a esas compañías sin facturación y claramente sobrevaloradas.
También todos nosotros hemos
padecido de alguna manera la crisis inmobiliaria de 2008 bien porque nos
hipotecarnos por encima de nuestra posibilidades o bien por tener que sufragar
la factura de la mayor recesión de la historia reciente de España.
Casi al mismo tiempo que
Rockefeller desde Nueva York nos recordase que todos podemos ser limpiabotas, en Dinamarca
Hans Christian Andersen escribió su
famosa fábula “El traje nuevo del emperador”.
Un rey muy preocupado por su vestuario es convencido por unos
embaucadores para comprar una sofisticada y carísima tela que solo podía ser
apreciada por las personas inteligentes ya que para el resto de los mortales sería invisible.
El rey que no quiere quedar como
estúpido, a pesar de que no ve vestido alguno, sale a desfilar por la capital
de su reino con el imaginario vestido. El pueblo que conoce el origen del
vestido y que no quiere parecer necio tampoco dice nada hasta que un niño grita
que el rey va desnudo. En ese momento el rey y el pueblo se dan cuenta del
engaño dando por finalizado el desfile.
Estos días hemos visto como las
caídas de la valoración del bitcoin continuaban alcanzando ya un 40% frente a
su meteórico ascenso del 1300% en el 2017. No solo Buffet sino también la CNMV
y la SEC han alertado de su peligro y hasta algunas sociedades de inversiones
han puesto en marcha corralitos para evitar males mayores con las inversiones
en criptomonedas. Todo nos empieza a recordar a esas burbujas que acabamos de
mencionar. Pero esta vez los limpiabotas no vamos a necesitar un niño como el
cuento de Andersen que nos haga ver la cruda realidad. No será preciso esperar a
que la sobrevaloración reviente las costuras del mercado y que la explosión arrase con todo. Soy optimista y mi esperanza
reside en que esta vez detrás de las burbujas hay mucha curiosidad. Ningún
comprador en los años 90 quiso saber qué tecnología había detrás de la rápida
construcción de cientos de miles de edificios. Tampoco hubo interés por parte
de los accionistas de las puntocom en conocer los protocolos que daban sentido
a internet sin los cuales no hubiera habido nueva economía. Por supuesto ningún periódico en los años 20
estudió la técnica que disponía la Bolsa de Nueva York para comprar y vender
acciones en el día. Pero hoy, en cambio es muy difícil encontrar un directivo,
periodista o profesor que no esté estudiando o escribiendo sobre el blockchain.
La cadena de bloques, por su término en castellano, es la tecnología que da
sentido al bitcoin y otras criptomonedas. Es una gigantesca base de datos
distribuida formada por cadenas de bloques que no pueden alterarse lo que
permitió crear el bitcoin y otros contratos inteligentes. De hecho todas las
grandes empresas del mundo están dedicando recursos a investigar las
aplicaciones del blockchain en otros campos como la energía, los servicios
profesionales y los seguros además de las finanzas. Casi podríamos hablar de
una nueva burbuja pero de conocimiento sobre esta tecnología, pero con una
pequeña diferencia que esta vez no será mala sino que nos salvará.