martes, 29 de diciembre de 2020

La serie de la Navidad

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 28 de diciembre de 2020)


A pesar del intento de Pablo Iglesias de convertir la Nochebuena en un debate de altura intelectual sobre la forma ideal de nuestro Estado, los españoles hemos optado por cenar hablando de otras cosas. Nuestro carácter patrio tan vehemente no necesita motivos añadidos para encendernos.

En una suerte de pacto tácito para no entrar en honduras filosóficas o en discusiones de trinchera, las celebraciones navideñas se amenizan siempre con naderías o perogrulladas. Todo con tal de no discutir. Que si hace más frio que un año antes, que los langostinos ya no saben como antaño, que cómo es posible que siga fabricándose el turrón duro, que no estés con el móvil en la mesa, que si la Pedroche habrá elegido ya su vestido o que la Liga este año la ganara el Atlético. Alguno pensará que la novedad este año son las conversaciones sobre las series. La irrupción en el confinamiento de plataformas con infinitas posibilidades ha popularizado los seriales. La casa de papel, Vis a vis y The Crown se han unido a las de culto como Juego de Tronos en las charlas de sobremesa de estos días de fiesta. Porque mientras hablamos de estas bagatelas nos olvidamos de las desgracias de hemos vivido estos meses marcados por la pandemia.

Pero, aunque a los más jóvenes de la casa les parezca que sin Netflix no había esparcimiento, ni capítulos que seguir, siempre una serie nos ha acompañado en Navidad. Quién no se acuerda de Médico de Familia y Los Serrano o de Falcon Crest y Friends -si eras de producciones anglosajonas- y hasta de Cristal o Pasión de Gavilanes cuando lo que te priva es el acento latino. Para todos los gustos y para todas las edades, los seriales nos han acompañado con sus tramas interminables y sus personajes entrañables. Nos han hecho la vida más entretenida y ahorrado mil discusiones. Qué fácil criticar a esos protagonistas y qué inocuo para la familia. Las series se pierden en el tiempo y no nacieron con el tubo catódico. Pregunta a tu abuela por la Mula Francis o por Matilde, Perico y Periquín, te explicará que la radio del siglo pasado estaba trufada de seriales seguidos masivamente. Qué buenas historias que te hacen aprender tanto en carne ajena.

Ahora que muchas cosas importantes se han olvidado y parece que siempre tuvimos el bienestar o la libertad que hoy disfrutamos, quizás conviene recordar otra serie, esta vez no de ficción, que da sentido a estos días. La de un niño que vino al mundo en la pobreza más absoluta, en una familia sin hogar que huía de un destino trágico. Y que a pesar de todo eso se convertiría en el más poderoso, un Dios hecho hombre. Una historia que todos los años nos permite reunirnos en familia y aunque no esté de moda, hay que recordar.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


lunes, 28 de diciembre de 2020

La cuarentena presidencial

 (este artículo se publicó originalmente en el diario económico La Información el día 27 de diciembre de 2020)

El pasado 14 de diciembre el presidente del Gobierno de España compartió jornada de trabajo y almuerzo con Emmanuel Macron en París. Pedro Sánchez viajó a la ciudad de la luz para participar en el 60 aniversario de la OCDE, pero pocas horas después se supo que el jefe de estado francés había dado positivo por covid-19, obligándole a guardar cuarentena hasta esta Nochebuena. Diez días de cuarentena en los que Sánchez no ha tenido agenda pública y ha estado confinado en el Palacio de la Moncloa.

Se conocen cuarentenas desde hace 25 siglos para evitar contagios de la lepra. Pero no es hasta el siglo XIV cuando las cuarentenas se popularizan como medida de protección, precisamente porque la peste negra llegaba a Venecia en los barcos que arribaban. Quaranta giorni que en italiano significa “cuarenta días” era el tiempo que los marineros habían de permanecer aislados sin contacto con nadie. Hoy los epidemiólogos recomiendan apenas entre 10 y 15 días de aislamiento desde la fecha del contacto con el contagiado ya que es el tiempo medio de incubación del virus.

Diez días son muchas horas sin entablar contacto con nadie, exactamente 240 horas. Si le restamos el tiempo de descanso y una jornada de trabajo media aún así quedan 80 horas libres. En esas 80 horas Pedro Sánchez habrá recordado que en la OCDE solo se hablaba de las 4Ps (Public, Planet, Prosperity y People) y habrá sonreído porque su agenda política va alineada con la de los países más desarrollados del mundo reunidos en París. En esas sesiones los embajadores de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, apostaron por planes de recuperación “Fuertes, Resilientes, Verdes e Inclusivos” y el presidente Sánchez habrá vuelto a poner una mueca de alegría porque esas mismas palabras siempre las usa en sus comparecencias públicas. Pero también en esos días de reuniones parisinas se recordó la frase de aquella comisaria europea que apoyó que hay que gastar en plena pandemia, pero guardar los recibos. El gesto se le torcería entonces al presidente, porque le vendría a la cabeza el informe de la AIReF que acaba de ojear en el que Cristina Herrera reclamaba “hacer lo que haga falta para reducir la deuda” porque en lo que lleva Sánchez en la Moncloa la deuda pública se ha disparado en 150.000 millones de euros. “Guardar los recibos” o lo que es lo mismo que habrá que devolver lo prestado y que si no somos nosotros serán nuestros hijos los que se verán privados de inversiones para su futuro. Pero cuando la mandíbula de Pedro Sánchez empezaría con el bruxismo es al recordar el informe de estos días del Banco de España. Para el supervisor bancario, España lideró la tasa de paro en la eurozona con un dramático 25% frente al 15% de media de nuestros vecinos. El lugar donde más empleo se destruyó en todo Europa durante los meses de confinamiento forzado fue el país que presido, quizás se le pasó por la cabeza. El informe pone en evidencia la fragilidad del mercado laboral español, lo que no cuadra con medidas como la pretendida subida del salario mínimo. Más rechinar de dientes.

En la mesa presidencial descansa el dossier del Consejo Europeo y la Eurocámara en la que se condicionan las ayudas de 140.000 millones a cumplir satisfactoriamente con una serie de reformas económicas. Nuestro presidente no quiere leerlo y mira su móvil para saber los días que le quedan de encierro y solo ve los mensajes de sus ministros enzarzados en batallas por la reforma del CGPJ, los desahucios o las pensiones. Qué ganas de salir y poder jugar al baloncesto; eso quita todos los males, pensaría. “Pero la verdad es que últimamente no duermo muy bien, quizás por las tensiones asociadas al cargo”. Pedro Sánchez no se preocupa porque le consta que, desde Suarez, pasando por González o Aznar sufrieron los rigores de la presidencia en su salud. “En cuanto termine la cuarentena volveré a hacer deporte y se pasará el insomnio” piensa en la soledad del encierro. “Sí, la verdad que exageré un poco el 20 de septiembre de 2019 cuando en la Sexta dije que no dormiría tranquilo con inexpertos de Podemos en el Gobierno”, reflexiona para sus adentros mientras se ríe con las chiquilladas de Pablo Iglesias que la ha tomado con el Rey. “Seguro que cuando acabe la cuarentena, volveré a dormir a pierna suelta y se le habrá pasado el calentón a mi socio de Podemos”. Si estuviésemos en Italia hace siete siglos el confinamiento de Sánchez hubiese sido cuatro veces más largo. En breve veremos si apenas diez días han servido no solo para garantizar que Macron no le contagió sino también para que Sánchez y ese “95% de españoles que no podrán dormir con Podemos en el Gobierno” volvamos a descansar sin desvelarnos por el futuro de nuestras familias.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


domingo, 20 de diciembre de 2020

Un barómetro que medirá otra presión

(este artículo se publicó originalmente el día 20 de diciembre de 2020 en el blog de la Fundación MAPFRE)

 

La Real Academia de la Lengua define barómetro como cualquier índice o medida de un determinado proceso o estado. El Centro de Investigación Ageingnomics de Fundación MAPFRE ha nacido este mes de diciembre de 2020 con un barómetro. Un informe que mide el estado de la población mayor de 55 años en España a través de su consumo, pero también -siguiendo a la RAE- un proceso. Las futuras ediciones anuales de este barómetro permitirán conocer la evolución del imparable proceso de alargamiento de la vida que llevará a España a ser el país más longevo del planeta y con la más numerosa población con edad.

 Qué buena noticia para los que vivimos en España, pero qué pena que se haya trasladado a la sociedad como una pesada carga. “Invierno demográfico” o “tsunami poblacional” se han usado peyorativamente para calificar el envejecimiento español olvidando que España es uno de los países del mundo con mayor calidad de vida, también para los mayores.

 Un barómetro no solo es un informe, sino que el origen del término reside en el instrumento que mide la presión atmosférica. Los primeros barómetros datan del siglo XVIII y tomaron su nombre del griego, baro “pesadez” y metro “medida”.  Pesada, como la raíz de esta palabra, es la insistencia en vincular el increíble alargamiento de la vida con dramáticas consecuencias sin tener en cuenta las externalidades positivas. Presión, como la que mide el barómetro atmosférico, es lo que los directores del estudio, Juan Fernández Palacios y yo mismo, pretendemos conseguir con este informe para que la sociedad española conozca la realidad de la población mayor, a través de sus hábitos de consumo, y pueda aprovecharse de las oportunidades que se abren para empresas y profesionales. Aquellos territorios que se adelanten a la conocida como economía plateada o silver economy recogerán sus frutos.

Con esta primera edición del Barómetro del Consumidor Sénior hemos conocido la realidad del colectivo de mayores de 55 años en España. Frente a los estereotipos que se han instalado en nuestra sociedad, fruto de siglos y siglos en los que la vida activa y sana finalizaba con los sesenta años, el estudio del Centro de Investigación Ageingnomics demuestra una realidad bien distinta. Los adultos mayores españoles compran por internet y apenas acuden al médico. Son optimistas con su futuro, pero a la vez prudentes y ahorradores. Nunca hubo una población mayor que se cuide tanto y con tanto patrimonio e ingresos. Tienen la intención de vivir muchos años en su hogar, aunque tendrán que renovarlo porque la mayoría no están adaptados a la dependencia. Apenas hay mayores desconectados y su ocio, como el del resto de cohortes, está vinculado a los restaurantes, comprar y turismo; una garantía para cuando llegue la vacuna y estos sectores tan dañados por la pandemia, necesiten su impulso, pero también para otros emprendedores que comenzaran a emprender en la economía plateada.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

viernes, 18 de diciembre de 2020

La economía de las canas

(este artículo de opinión se publicó originalmente el día 17 de diciembre de 2020 en el blog de vida silver)

Las canas son el resultado del paso del tiempo, el primer síntoma externo de que nos hacemos mayores. Surgen por la pérdida de melanina en el pelo y, aunque la genética e incluso algún shock pueden provocar su aparición precoz, a la mayoría nos brotan discretamente en la frontera de los 40 y al superar los 55 todos peinamos canas. Nadie se libra, ni siquiera Barack Obama, que entró por primera vez en la Casa Blanca con el pelo negro y abandonó la presidencia de Estados Unidos con la cabeza casi blanca a los 56 años. Por lo tanto, todos hacia los 55 años, con el pelo gris, comenzamos a formar parte de la cohorte que se conoce como generación plateada, precisamente por el color plata de las canas.

La inercia de siglos en los que superar los sesenta años era prácticamente la antesala de la muerte ha provocado que estos individuos hayan sido casi invisibles para la economía y, por tanto, para los medios de comunicación. Para acabar con este sinsentido es indispensable cuantificar su peso en la sociedad. Cuántos son y cuánto aportan a la economía. Hoy los mayores de 55 años son 1.300 millones de personas en el mundo y 15 millones en España, o lo que es lo mismo, más del 30% de la población en nuestro país.

El conjunto de las oportunidades que derivan del impacto de las actividades realizadas y demandadas por los mayores de 55 años se ha bautizado como economía plateada o silver economy. Actualmente ya representa el 25% del PIB, pero esto no ha hecho más que empezar, ya que en 2025 la previsión es que el peso de los mayores de 55 en la economía de la Unión Europea sea del 31,5% del PIB y del 37,8% del empleo. En Francia, los mayores de 55 años ya suponen mucho más de la mitad de todo el consumo nacional y en España se estima que son dueños del 50% del patrimonio.

Con la invisibilidad corremos el riesgo no solo de ignorar las oportunidades, sino de pasar a la estigmatización. Pero qué poco se conocen estos datos y en cambio qué rápido se propagan otros. No olviden a aquel ministro japonés que pidió a los nonagenarios que, por el bien de su país, hiciesen el favor de morirse porque el gasto sanitario causado por el envejecimiento era inasumible. Si alguien considera una rareza la afirmación del mandatario nipón, lo animo a que revise la cantidad de “expertos” que piden confinar estos meses a los ancianos para así no parar la economía. Con la invisibilidad corremos el riesgo no solo de ignorar las oportunidades, sino de pasar a la estigmatización.

“Delante de las canas te levantarás y honrarás el rostro del anciano”. Esta frase de la Biblia nos sirve también para recordar que los mayores de 60 años representan en España uno de cada tres votantes, cuya tasa de abstención es la más baja, y que pueden hacer ganar o perder elecciones. Por si los argumentos económicos no convencen, quizás este otro pueda servir para impulsar en nuestro país la economía plateada.

Iñaki Ortega, director de Deusto Business School y profesor de la UNIR.

martes, 15 de diciembre de 2020

Las dos Españas

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 14 de diciembre de 2020)


No te preocupes, no voy a hablar de política. Pero la expresión acuñada por Machado de las dos Españas viene al caso no sólo para referirse al enfrentamiento entre la derecha y la izquierda. “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón” dejó escrito el poeta sevillano que vivió la guerra civil y murió en Francia huyendo de sus compatriotas. Así seguimos un siglo después. En plena ola de la covid19 unos se mueren y otros se aburren. Negro o blanco. Día o noche. No nos ponemos de acuerdo nunca y menos ahora en qué hacer ante la pandemia. Cada uno hace la guerra por su cuenta.


Piensa en tus amigos que no quieren salir de casa y en esos otros que no quieren entrar. En tus familiares que teletrabajan y en los que siguen en el atasco mañanero. En los que van en el autobús con dos mascarillas y pantalla frente a los que llevan siempre la nariz fuera del antifaz. Tus hermanos que no quieren juntarse en Navidad y los padres que matan por ver a sus hijos. Los abuelos que llevan desde marzo sin abrazar a sus nietos y los que no han dejado ni un solo día de ir a la guardería para ayudar a sus hijos trabajadores. Los colegas que estornudan tapándose con el antebrazo y los que te saludan con un abrazo. Los funcionarios que no han vuelto a la oficina y los camareros que ya se les ha acabado el paro. Los que van al gimnasio por la mañana con su ERTE bajo el brazo y esos otros que madrugan más de la cuenta para evitar la hora punta del metro.


Pero en las dos Españas del coronavirus pasa algo similar que con las de la política. Es muy difícil ser coherente y permanecer en la trinchera ideológica o en la de la covid19.  Defender el confinamiento más estricto o apostar por la relajación absoluta de las medidas es más fácil de palabra que con hechos. Cuantos amigos de derechas acaban votando a la izquierda cuando se enfadan con su partido o al revés, esos que votan en secreto a la derecha para que no les suban los impuestos. Ahora piensa en esos que defienden con uñas y dientes el teletrabajo pero que en cuanto pueden se van a la casa de la playa. O los que jamás cumplen el distanciamiento, pero ahora que llega la Navidad con tal de no ver a sus cuñados se acogen a las medidas sanitarias.


Si piensas que la conclusión de todo lo anterior es que somos un desastre como país. No es verdad. O sí. Simplemente recuerda este verso, de nuevo de Machado que igual te ayuda: “Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa. Todo lo español me encanta y me indigna al mismo tiempo”

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

viernes, 11 de diciembre de 2020

¿Los robots pagarán las pensiones?

(este artículo se publicó originalmente en el blog del Centro de Investigación Ageingnomics de la Fundación MAPFRE en el mes de diciembre de 2020)

Han pasado muchos años desde que las principales fuerzas políticas decidieron sacar del debate electoral el futuro de las pensiones. Corría el año 1995 y en un parador en Toledo se reunieron los cuatro partidos más votados del momento y acordaron una serie de recomendaciones para la sostenibilidad del sistema. Dado el éxito de la herramienta en 1999 el pacto se convirtió en una comisión del Congreso de los Diputados para apuntalar el sistema de previsión social de una manera institucionalizada.  Aunque no se reúnan en la capital manchega sino en la Carrera de San Jerónimo de Madrid los representantes de la soberanía nacional siguen acordando recomendaciones, como en el parador de Toledo, que ahora suponen un mandato para el Gobierno que ha de convertir dichas recomendaciones en ley.

 El pasado 27 de octubre de 2020 tras casi cinco años desde el anterior acuerdo esta comisión aprobó un informe de recomendaciones, inédito desde hace una década, además con un alto grado de consenso. El pacto de Toledo propone 21 recomendaciones que suponen toda una reforma ya que afectan al funcionamiento de la Seguridad Social y al sostenimiento y revalorización de las pensiones.

 Entre los puntos recogidos destacan los que tienen el objetivo de cerrar el déficit que arrastra el sistema desde 2011, así como los ajustes para afrontar la próxima jubilación de la generación del baby boom y el impacto sobre la sostenibilidad del sistema de pensiones. Las recomendaciones recogen asimismo la intención de acercar la edad de jubilación real a la edad de jubilación legal. Así como que se vuelva a fijar la revalorización de las pensiones basándose en el IPC. También se contempla un cambio en el régimen de cotización de los autónomos para que coticen de acuerdo a sus ingresos. Además, se plantea una apuesta decidida por el segundo pilar del ahorro, los conocidos como planes colectivos de empleo, aquellos que se negocian en el seno de empresas y en el que tanto los empresarios como los trabajadores aportan para la futura jubilación.

 Pero hay una recomendación, la 19, que ha pasado desapercibida y plantea que las empresas coticen a la Seguridad Social por la productividad lograda por el avance tecnológico que está provocando menos cotizantes a la Seguridad Social.  Es decir, estudiar un eventual nuevo impuesto cuyo objetivo sea contribuir a la financiación de las pensiones o dicho de otro modo que coticen los robots para financiar el Estado del Bienestar.

 A la espera de conocer si las maquinas pagarán a la Seguridad Social en el futuro, hay que impulsar un amplio debate político, económico y social con expertos de todos los ámbitos que ayuden a evaluar adecuadamente los beneficios y riesgos asociados a un modelo impositivo sobre las actividades que pasan a ser realizadas por máquinas o robots, para que se evite cargar sobre la actividad productiva más innovadora la corrección de los desequilibrios del sistema. Toda la teoría económica avala que la innovación empresarial y la digitalización son las palancas clave de competitividad de las empresas y de un país, por lo que este debate debe llevarse también a la esfera internacional, de la mano de organismos internacionales y la Unión Europea, para evitar que la regulación en este campo cambie las reglas de competencia entre países.

Iñaki Ortega es profesor de la Universidad de Deusto

domingo, 6 de diciembre de 2020

Marshall no puede olvidarse otra vez de España

 


(este artículo se publicó originalmente el día 6 de diciembre de 2020 en el suplemento Actualidad Económica del periódico El Mundo)


La última vez que por estas latitudes hubo que reconstruir un país desde las ruinas fue tras una guerra. No todos los europeos tuvimos la suerte de contar con los mismos resortes para dejar atrás la destrucción. De hecho, aunque nuestra contienda fue antes que la Segunda Mundial, no haber sido parte del Plan Marshall consagró una década de retraso económico español. El llamado “European Recovery Program” sirvió para reconstruir la industria europea y el general que lo promovió recibió el Nobel de la Paz -aunque se olvidará de nuestro país-. El Congreso americano movilizó 12.000 millones de dólares de la época desde 1947 hasta 1951, eso sí, condicionados a la elaboración de reformas estructurales como la apertura comercial o el rigor presupuestario. “Una cura, no una medicina para paliar los padecimientos” afirmó el secretario de estado americano en una conferencia en la universidad de Harvard para explicar el plan que ha pasado a la historia con su apellido.

Si en ese momento las motivaciones económicas -pero también las políticas para frenar el avance del totalitarismo- estuvieron en el parto del plan de reconstrucción que obvió a España. Ahora tenemos que hacer posible que la palanca política y la económica nos impulsen para salir de este desastre. Ya formamos parte de una unidad política como la Unión Europea que puede ser parte de la salvación. Pero somos la economía que más retrocede en términos de PIB, la que más empleo ha destruido, la que más muertos tiene por la pandemia, con millones de personas tiene en riesgo de exclusión y decenas de miles de millones perdidos por la crisis del turismo.

No luchó en la segunda guerra mundial, ni ha sido miembro del gobierno como Marshall, pero hay un español que tiene las ideas tan claras como el político americano para reconstruir un territorio. Luis Miguel Gilpérez ha servido a su país de otro modo. Es un ingeniero que presidió Telefónica en España después de una larga carrera en Latinoamérica; fue el causante de que la multinacional desplegará la mayor red europea de banda ancha en nuestro país y de hibridar telefonía y servicios al hogar. Tras estudiar durante el confinamiento los daños de nuestra economía ha publicado un libro que resumen un plan integral para la reconstrucción poscovid-19.

Acelerar que la digitalización de la educación, la administración o el sistema de salud nos permitan ser el mejor país del mundo para teletrabajar. Acabar con la España vaciada creando polos de riqueza por todo el país sobre bases industriales. Situar el uso de la tecnología como la gran prioridad para desarrollar capacidades y talento en sectores como la logística de última milla, la agricultura intensiva o la producción audiovisual. Avanzar en la descarbonización liderando las energías renovables y el vehículo autónomo con nuevas infraestructuras y el mejor marco normativo. Abrir nuestro país al mundo con empresas más grandes, más competitivas, más innovadoras y que vean en el exterior una oportunidad para seguir creando empleo y riqueza. Son algunas de las ideas fuerza de este plan de reconstrucción que sienta sus bases sobre el talento de los españoles.

Corea del Sur, Israel o Alemania representan historias de éxito basadas en el talento. Ecosistemas en el que lo público y lo privado se han orquestado para promover la igualdad de oportunidades basada en el mérito y la capacidad. Una educación exigente y cercana a la empresa que egresa ciudadanos libres con espíritu emprendedor. Una cultura que dignifica el riesgo por cambiar lo establecido para mejorar el bien común. Una sociedad civil que no se arredra en los momentos críticos, solidaria si se precisa, pero valiente ante el poder que en ocasiones lastra la iniciativa individual.

 Los historiadores han intentado explicar por qué Marshall se olvidó de España. Las razones no solo residían en lo económico -el régimen autárquico y planificado español impedía una rápida modernización- sino también en la política -el populismo autoritario franquista no era el socio ideal para promover el ideario liberal americano-. Ojalá que en el futuro nunca un historiador concluya que, otra vez, las debilidades económicas españolas y sus servidumbres políticas impidieron una reinvención al mismo tiempo que nuestros pares europeos. Para evitarlo hagamos que la reconstrucción no pase exclusivamente por los fondos europeos, ni por planes gubernamentales o por sofisticados proyectos privados que necesitan al BOE sino por cientos de miles de talentos que trabajen y emprendan en nuestro país. Con más españoles preparados y respetados; con más emprendedores e innovadores que hagan grandes nuestras empresas, no habrá nunca más un plan Marshall que nos olvide.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR)

jueves, 3 de diciembre de 2020

¿Y si el hidrógeno fuese la panacea?

(este artículo se publicó originalmente el día 1 de diciembre de 2020 en el diario La Información)

 

La mitología griega cuenta que la diosa Panacea tenía una poción mágica con la que conseguía milagrosamente sanar siempre a los enfermos. El término ha llegado hasta nuestros días para expresar, en sentido figurado, cuando un concepto está destinado a resolver un gran problema. El primer elemento de la tabla periódica aspira hoy a ser la panacea del mundo que nos ha tocado vivir. El hidrógeno acabará con todos nuestros males.

Son cientos de años de separación entre la economía y el bien común. Como si el desempeño empresarial y el bienestar social fuesen dos ríos que jamás acabarían confluyendo. Uno, en el que los resultados y el beneficio guiaban su devenir. El otro, encargado de restar competitividad a la actividad para garantizar la redistribución de la riqueza. Un río con Milton Friedman afirmando que la responsabilidad social de las empresas consiste solamente en ganar dinero; otro río con el Papa Francisco pidiendo a la economía que se implique en superar la degradación. Cuando creíamos que los dos ríos confluirían gracias a los objetivos de desarrollo sostenible, las recesiones nos empobrecen y no somos capaces de frenar problemas como el cambio climático, el populismo o la corrupción.

Aunque no se recuerde, la historia del hidrógeno en la economía no es nueva. En la primera revolución industrial estuvo muy presente con el gas ciudad que iluminó calles y fábricas. A finales del siglo pasado en Europa, Japón y Estados Unidos también se exploró fallidamente como elemento tractor de la actividad. Pero es ahora cuando, sin darnos cuenta, ha irrumpido en nuestras vidas como ese bálsamo que lo puede curar todo. El hidrógeno –el elemento químico más ligero además de insípido, incoloro e inodoro- puede hacer que la economía ayude al bien común. Así lo piensan las empresas más importantes del mundo, pero también las multinacionales españolas que ahora compiten para ver por quién invierte más en este gas. Los fondos de inversión exigen a sus participadas descarbonizarse y comparten discurso por primera vez con gobiernos de izquierdas. El capitalismo se alinea con los más intervencionistas para propiciar el mayor esfuerzo inversor de la historia reciente.

El hidrógeno se encuentra en abundancia en la naturaleza y desde 1800 puede producirse a partir del agua -gracias a las electrólisis- pero, sobre todo, es también un combustible que puede transformarse en electricidad y en calor. Este hecho, como explica Thierry Lepercq en su libro “Hidrógeno, el nuevo petróleo” traducido al español gracias a un visionario ingeniero patrio, se ha mantenido en estado embrionario hasta 2016. La conjunción de varios elementos, a saber, la bajada del precio de la energía renovable (hoy la fotovoltaica junto a la eólica es la más barata en dos tercios del planeta) junto a las economías de escala en la tecnología de su generación y la financiación masiva de los grandes fondos, lo ha cambiado todo. La molécula del hidrógeno puede transportarse en largas distancias sin pérdidas, almacenarse fácilmente y puede producirse vía recursos inagotables de un modo limpio. Imbatible. Una energía descarbonizada, infinita, limpia, sin residuos, disponible y producible si hay sol o viento la han convertido en la nueva panacea. Hasta se habla de valles del hidrógeno repartidos por todo el mundo como nodos de desarrollo económico gracias a este elemento.  Cientos de Silicon Valley que alojarán no a grandes tecnológicas, sino a pioneros industriales de las energías renovables. Murcia, uno de los lugares más eficientes de España para producir hidrógeno con energía solar, está en ello con empresas como Soltec, Primafrio o Andamur, aunque sea bajo el radar mediático, pero no del capital innovador.

El hidrógeno, cuando es verde, da sentido a una cadena de valor global que ayuda a lograr un mundo mejor. En un extremo los recursos solares, en el otro suministrar electricidad, calor o frío a la industria y a los hogares. Todos ganamos. Pero no conviene olvidar a un viejo economista que este sí fue capaz de navegar en el río del rigor económico, pero también en el del progreso social, Alois Schumpeter. Para el economista austro-americano, no son los grandes planes públicos los que hacen que la economía se mueva, sino los emprendedores. No será el New Green Deal o el Next Generation EU los que hagan que las cosas sucedan. Sin duda ayudarán; pero serán empresarios innovadores los que con su “destrucción creativa” acaben con una vieja y sucia economía que no piensa en su entorno y construyan una nueva realidad económica sostenible y con propósito.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 30 de noviembre de 2020

Distópico

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 30 de noviembre de 2020)


Un año más la Real Academia Española (RAE) ha presentado la actualización del diccionario de la lengua en la que se han incorporado más de 2500 nuevas voces.  Aunque en 2020 hemos usado palabras como desescalada, desconfinar o coronavirus hasta este mes de noviembre no estaban reconocidas por la academia. Tampoco distópico. Pero cientos de miles de personas en plena alerta sanitaria buscaron el significado de este término. Para muchos hispanohablantes lo vivido estos meses de pandemia era distópico, es decir muy relacionado con una distopía. Una distopía para la RAE es lo opuesto a una utopía. Si utópica es una sociedad idílica; distópica es la representación de un mundo que solo causa degradación. Para gran parte de los 500 millones de hablantes de español en el mundo, la crisis sanitaria está siendo como hacer real el peor de los sueños.

Pero hay otra distopía que estamos viviendo que también ha puesto el foco en España; quizás no nos demos cuenta, pero ya la estamos sufriendo. El reciente documento del Banco de España titulado “La situación laboral de los de los licenciados universitarios” pone de manifiesto que existe una elevada tasa de desempleo de los titulados españoles en relación con nuestros pares europeos. El mayor paro de los universitarios de nuestro país no responde a que los jóvenes elijan titulaciones con menores salidas laborales, sino simplemente que los egresados por estos lares trabajan en puestos de baja cualificación. Los investigadores del banco central concluyen que esto podría obedecer a la menor calidad de la educación superior española. El porcentaje de universitarios en paro ha crecido en los últimos 12 años más de cuatro puntos provocando que la tasa de desempleo de los licenciados españoles sea el doble que los graduados de la zona euro.

Esta semana también he leído en el informe de CaixaBank sobre desigualdad que la cohorte de edad en la cual los ingresos más han caído por el coronavirus son los jóvenes. El “escudo social”, con herramientas como los ERTEs o la renta mínima vital, no ha llegado a los jóvenes y de media sus ingresos han bajado casi a la mitad. El banco con sede en Valencia ha analizado las nóminas de sus clientes menores de 29 años y ha llegado también a la conclusión que uno de cada tres no ha tenido ingreso alguno durante el confinamiento para concluir que únicamente los que tienen trabajos con mayor cualificación se han librado de la caída de poder adquisitivo.

Vivir peor que sus padres es la distopía de las generaciones españolas nacidas después de 1980. Una pesadilla que no se acabará cuando llegue la vacuna. La covid19 se irá, pero la precariedad del empleo, la baja calidad de nuestro sistema educativo y el abandono escolar no terminarán cuando estemos todos inmunizados. La novedad es que la solución a esta pandemia no está en manos de laboratorios extranjeros, sino que depende de nosotros mismos. Para bien y para mal.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 26 de noviembre de 2020

Vamos perdiendo

(este artículo se publicó originalmente el día 25 de noviembre de 2020 en el número especial del 20 aniversario del periódico 20 Minutos)


Cuando vio la luz el primer ejemplar de 20Minutos la esperanza de vida de un español era de 79 años, hoy de media un paisano alcanza casi los 84. En dos décadas le hemos ganado a la vida más de 4 años. O lo que es lo mismo cada año que se ha editado este periódico hemos conseguido 72 días extra de vida que no esperábamos. El balance de estos 20 años es que el partido de la vida lo estamos ganando.

 

A la vez que lees esta columna, 15 millones de españoles que suponen el 30% de la población superan los 55 años. Esta cohorte protagoniza más de la mitad del consumo, tiene la mayoría de las viviendas en propiedad del país, pero sufre una discriminación inédita. El edadismo -que ha así se llama la lacra que sufren los mayores en nuestra tierra- supone que el mercado laboral está casi cerrado si tu DNI dice que naciste antes de 1970; en la publicidad apenas aparecen adultos mayores y si lo hacen están enfermos; en la mayor emergencia sanitaria de nuestra historia sufrieron el triaje en las urgencias o murieron solos porque decidimos que para protegerles nadie debía visitarles.

 

Pero la realidad es -según un reciente estudio que he tenido el honor de coordinar- los mayores viven en hogares con varios ingresos, tienen estudios, ahorran, se cuidan, son optimistas con el futuro, apenas van al médico, son activos en redes sociales y compran por internet, quieren seguir trabajando y aspiran a vivir muchos años en su casa de un modo autónomo, les gusta viajar y están pensando en gastar más en ocio. Pero nos empeñamos en dibujar una realidad en blanco y negro de unos mayores de luto, frágiles como bebés y a los que hay que tratar con un paternalismo que da grima.

 

En el partido de la dignidad y el respeto a las canas vamos perdiendo de goleada. Aún estamos a tiempo de darle la vuelta porque el tiempo pasa para todos y en breve puede que seas tú el que sufra el edadismo.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 16 de noviembre de 2020

La mediana edad no es la edad de moda

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 16 de noviembre de 2020)


Esta semana he leído en un estudio que los nativos digitales están entrando en la mediana edad, aunque no se hayan dado cuenta. Me hizo reír porque es verdad que la conocida como generación millennial -los jóvenes que cumplían los 18 años en el cambio del milenio- hoy están a punto de cumplir 40 años a pesar de que ellos se ven muy lejos de ser mayores. A la vez empecé a pensar en eso de la mediana edad. La mediana edad se ha entendido como sinónimo de madurez o que dejabas de ser joven. Es aquel momento en el cual se supone has formado una familia, tienes trabajo y has comprado una casa. Eso, en nuestra cultura, pasaba cuando entrabas en la cuarentena.

El informe del economista de Dartmouth College afirma, además, que la edad en la que eres menos feliz es precisamente cuando estás en la década de los cuarenta años. En concreto y después de analizar 500.000 personas de 132 países, concluyó que hoy cuando más infeliz eres es a los 47 años. Si has nacido en 1973 tus hijos siguen dependiendo de ti, el trabajo no es lo suficientemente estable, no has terminado de pagar la hipoteca y el futuro -con la pandemia y la crisis- es más impredecible que nunca,

En esas estaba cuando la etimología de mediana edad me llevó a recordar mis años de profesor de estadística cuando explicamos en clase la diferencia entre mediana, media y moda. Para calcular la mediana de una serie de valores numéricos tenías que ordenarlos de mayor a menor; el número que estaba en el medio era la mediana. En cambio, la media era el promedio y surgía de sumar todos los datos y dividirlos entre el total. Por último, la moda es el dato que más se repetía en una serie. Si ahora esto lo llevamos a la población española podríamos concluir que la edad mediana es 43 años; si estás en esa cifra, hay tantos mayores como menores de tu edad en tu país. La edad promedio por estos lares es un poco más, 44 años o lo que es lo mismo, es la media aritmética de la población.  Pero la moda es dónde está el grupo de edad más numeroso, y en nuestro país está en 40 y 44 años. Cojas la ratio que cojas de la estadística, los cuarenta años te pillan en el medio de todo. Tan cerca de la vejez como de la niñez, de ser un moderno que de ser un supuesto antiguo y, además, cada día, los que integran esa cohorte se acercan -sin prisa, pero sin pausa- a esos 47 años tan infelices.

Visto lo visto, ahora se entiende porque esos millennials no quieren cumplir años y quieren quedarse en los treinta, pero me temo que, aunque manejen tan bien la tecnología, todavía no son capaces de parar el tiempo con sus móviles de última generación.

 

NOTA: Tengo 48 años y he superado los 47 sin problemas.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


lunes, 2 de noviembre de 2020

Que emprendan ellos

(este artículo se publicó originalmente el dia 2 de noviembre de 2020 en el diario 20 Minutos)


En los últimos doce meses han desaparecido más de 800.000 puestos de trabajo en las empresas españolas, pero al mismo tiempo el empleo público aumentó para 108.500 personas. Estos datos oficiales de la pasada semana se unen a los que conocimos hace menos de un mes que certificaban que la covid19 se había llevado por delante 21.900 puestos de dirección del sector privado a la vez que -inopinadamente- crecían los directivos públicos en 6.100 posiciones, en una gran mayoría nombramientos políticos. Pero por si este mazazo para los valientes que deciden cada año emprender no fuese suficiente, el presupuesto del gobierno para 2021 prevé, en plena crisis, una mayor presión fiscal para empresas y autónomos; en cambio los sueldos de los funcionarios se beneficiarán de una subida y habrá recursos para nuevas ofertas públicas de empleo.

Hace un siglo, en un momento en el que España también se encontraba en una encrucijada, Miguel de Unamuno escribió la lapidaria frase “que inventen ellos”. El escritor estaba inmerso en una polémica con Ortega y Gasset sobre la necesidad de mejorar el sistema de ciencia patrio y dejó claro con esa expresión que por estos lares no estábamos por la labor de investigar y conseguir patentes como nuestros vecinos franceses, italianos o alemanes. El triste argumento de Unamuno fue que ya nos beneficiaremos del esfuerzo de otros porque los inventos acaban llegando siempre.

Ahora, si actualizamos ese debate, parece que España está lanzando el mensaje a sus ciudadanos “que emprendan otros”. Si en plena recesión solo crecen los empleos públicos, los funcionarios ven que sus remuneraciones suben, pero los empleo privados se destruyen por cientos de miles y los autoempleados pagaran más impuestos por emprender, el mensaje es atronador “todos funcionarios” que ya emprenderán los chicos de Silicon Valley.

Si el adagio de Unamuno fue coherente con el retraso español del siglo pasado me temo que estos mensajes desincentivadores para las personas emprendedoras no traerán nada bueno para nuestro país. Los emprendedores son algo más que unos soñadores que quieren desafiar lo establecido con sus nuevas empresas. Conviene recordar el informe GEM -firmado por reputados investigadores- que sitúa en el emprendimiento la palanca del desarrollo de las sociedades. Aquellos países que fomentan las vocaciones innovadoras se benefician de la trasferencia de conocimiento de estas personas emprendedoras lo que a la postre permite el crecimiento de tejido empresarial y un más eficiente entorno competitivo. También permite ciudadanos más preparados para afrontar situaciones adversas a las que inevitablemente estamos abocados.

El economista Daniel Lacalle en su último libro lo ha definido como capitalismo social frente al capitalismo de amiguetes en el que para medrar has de estar cerca del poder. El emprendimiento es una expresión de ese capitalismo social en el que se tiene en cuenta la responsabilidad, el mérito y la recompensa; donde no todo lo resuelve el Estado, sino que el impulso individual en sana competencia provoca bienestar y cohesión social. Así que, por favor y a pesar de los pesares, sigamos emprendiendo.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

domingo, 1 de noviembre de 2020

Habrá que trabajar más


(este artículo se `publicó originalmente en el blog del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE en el mes de noviembre de 2020)


Prácticamente cada semana un informe nos recuerda que para salvar la seguridad social de los crecientes gastos pensionarios tenemos que retrasar la edad efectiva de jubilación. La lógica es aplastante: si viviremos hasta cerca de los 85 años, no podemos dejar de trabajar a los 64, edad media de jubilación en nuestro país. Dos décadas cobrando una pensión es demasiada presión para las cuentas de sistema de seguridad social español, cuando de media sólo cotizamos para recibir pensión pública durante una docena de años.

Limitar la jubilación anticipada, incentivar la jubilación activa, promover el talento senior y los planes de pensiones de empleo son algunas de las propuestas que el Consejo General de Economistas ha formulado recientemente. En su informe «El reto del envejecimiento desde una perspectiva integral» se analiza exhaustivamente el retiro de los españoles, así como el sistema que nos hemos dotado para ello.

Entre las recomendaciones de los economistas españoles están medidas que pueden situarse en la nueva disciplina conocida como la economía plateada. Es decir, las oportunidades en términos de ganancias de productividad, riqueza y empleo que la longevidad puede acarrear.

Algunas de esas cuestiones son la posibilidad de establecer innovaciones financieras para convertir en líquidos ciertos bienes inmuebles a través de fórmulas como las rentas vitalicias, vivienda inversa o las hipotecas inversas -muy poco usadas en nuestro país- que permitan sostener los gastos personales asociados a la longevidad.

No puede olvidarse también la necesidad de dotar de mayor flexibilidad al mercado laboral para que los seniors no sean expulsados de las empresas (España junto a Grecia e Italia padece las mayores pérdidas europeas de productividad por este hecho).

A su vez promover que los mayores de 60 años puedan seguir trabajando a la vez que cobran una pensión (somos el país de Europa con menor porcentaje de población entre 55 y 69 que compatibiliza trabajo y pensión es otra tarea pendiente.

Por último, incentivar desde los poderes públicos los sistemas de ahorro para la jubilación desde las empresas al estilo de los sistemas de previsión social complementaria del Reino Unido (auto-enrolment) o el sistema suizo (tres pilares del ahorro) estarían dentro de este paquete de medidas de la también conocida como ageingnomics o economía del envejecimiento.

Para ver el informe completo pulsar aquí:

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


martes, 27 de octubre de 2020

Manuales de psicología para gestionar la crisis.

(este artículo se publicó originalmente el día 27 de octubre de 2020 en el diario La Información)



La economía española no se recuperará en forma de V. China será el único país que crecerá en 2020. Pablo Casado votará “no” a la moción de censura de Vox. Los ERTEs durarán hasta final de año. El Real Madrid ganará al Barca tras sufrir dos humillantes derrotas con desconocidos equipos. Joaquín Sabina sobrevivirá a su mala vida. José Luis Martínez-Almeida sustituirá a Manuela Carmena en la Alcaldía de Madrid. Tik Tok será más popular que Instagram. Un Papa de la Iglesia reconocerá las uniones homosexuales La segunda ola de la covid19 se cebará con España. Trump se acabará poniendo mascarilla. Habrá un toque de queda a las 10 de la noche… Podría seguir con afirmaciones que eran improbables hace unos pocos meses y que han acabado sucediendo. No obstante, si las leemos ahora -y no hace un tiempo- nos parecen absolutamente normales. Así es. Nuestra mente necesita ciertas “trampillas” para no bloquearse y tiende a olvidar lo pasado para centrarse en lo presente. Los investigadores de la llamada economía del comportamiento, una suerte de campo de conocimiento entre la psicología y la empresa, llaman a esos atajos: sesgos cognitivos. Pero conviene no olvidar que son trampas y por tanto pervierten el proceso de toma de decisión.

Un sesgo es un efecto de la mente que da lugar a un juicio inexacto motivado por la interpretación no correcta de la información disponible. En demasiadas ocasiones nuestro cerebro es incapaz de procesar tantísima cantidad de información y tiende a filtrarla en base a diferentes criterios. Por desgracia este cribado puede conducir a tomar decisiones erróneas inconscientemente. Los filtros que usamos para entender nuestro mundo son variados, pero uno de ellos, muy usado por estos lares, es el de retrospectiva. Básicamente es la inclinación que tenemos para considerar los eventos pasados como predecibles y explica porqué ahora nos parecen obviedades las afirmaciones del primer párrafo de este artículo.

El sesgo retrospectivo también conocido como sesgo a posteriori no es más que una ilusión mental. Es sabido que nuestro cerebro no puede recordar todo y muchas veces solo nos acordamos de lo que nos interesa, así sucede con esta trampa cognitiva. Hay un hecho que no se sabe a ciencia cierta si va a suceder, pero cuando pasa nos inventamos retrospectivamente que eso era exactamente lo que pensábamos. El primero que logró demostrarlo fue Baruch Fischhoff. Este profesor americano realizó un experimento con motivo de una gira del presidente Nixon a China; preguntó varias cuestiones de política internacional a un grupo de voluntarios antes de la misión presidencial. Al regresar Nixon de sus viajes, pidieron a las mismas personas que recordaran la probabilidad que originalmente habían asignado a cada uno de los posibles resultados. Y lo que resultó fue muy claro. Si un posible acontecimiento se había producido, los encuestados exageraron la probabilidad que le habían asignado anteriormente. Y si el acontecimiento no se había producido, los participantes recordaron equivocadamente que siempre lo habían considerado improbable.

Pedro Sánchez ganará las primarias del PSOE. La moción de censura contra Rajoy será un éxito. Las sucesivas convocatorias electorales reforzarán al actual presidente del Gobierno. El pacto con Podemos no lesionará la popularidad presidencial. Las apariciones televisivas de Sánchez impulsarán su imagen como líder… ¿Estas afirmaciones achacadas a la gestión en bambalinas del estratega Iván Redondo son también consecuencia del sesgo retrospectivo?

Daniel Khaneman es un psicólogo que sigue ejerciendo como profesor con 84 años. En 2002 ganó el premio Nobel de economía por demostrar que los individuos cuando toman decisiones en entornos de incertidumbre se apartan de los principios de la lógica. A este tipo de decisiones las denominó atajos heurísticos; una de las manifestaciones más típicas de esos atajos es la retrospectiva. En su famoso libro “Pensar rápido, pensar despacio” expone esta interpretación, que igual te ayuda a responder a la pregunta que te acabo de hacer.

“Aunque la retrospección (…)  fomenta el temor al riesgo, también proporciona inmerecidas recompensas a quienes de manera irresponsable buscan el riesgo, como un general o un empresario que hacen una apuesta temeraria y ganan. Los jefes y dirigentes que han tenido suerte nunca son sancionados por haber asumido riesgos excesivos. Por el contrario, se piensa que gracias a su olfato y previsión anticiparon su éxito, y las personas sensibles que dudaban de ellos son vistas retrospectivamente como mediocres, tímidas y pusilánimes. Unas cuantas apuestas insensatas pueden conferir a un líder insensato un halo de audacia”.

Los países hispanohablantes no tendremos un nobel de economía como Khaneman pero sí poseemos el refranero en castellano. Y este párrafo de Khaneman sobre aquellos gurús que se benefician del sesgo de retrospectiva, nosotros en español, lo resumimos en “Crea fama y échate a dormir”.  El Instituto Cervantes sitúa en 1540 la primera vez que aparece en nuestra literatura con lo que podemos concluir que llevamos cinco siglos conociendo personajes que se crean una cierta reputación que, una vez ganada, será difícil de cambiar. No obstante, esta fama sirve no solo para un contexto positivo, es decir, si por suerte o trabajo duro las personas respetan tu trabajo, después de un tiempo no necesitarás probarlo más.  Se aplica también en sentido negativo, si transmites que careces de criterio y dices una cosa y la contraria, aunque un día ya no lo hagas va a ser difícil cambiar la opinión de la gente, porque ya creaste una reputación. Igual ahora alguien se anima en el Palacio de la Moncloa a releer los sesgos cognitivos o simplemente a hablar con sus mayores, que siempre recuerdan estos refranes.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 19 de octubre de 2020

Lecciones de patio de colegio

 

(este artículo se publicó originalmente el día 19 de octubre de 2020 en el diario 20 minutos)


En la escuela, por favor, pórtate bien con esos empollones tan poco populares, porque es muy probable que acabes trabajando para uno de ellos.  Esta frase se le atribuye a Bill Gates, uno de hombres más ricos del mundo gracias a fundar la empresa Microsoft. Gates sabía de lo que hablaba. De niño con sus gafas, aspecto frágil y desaliñado se educó en una escuela americana en los años 60. En ese patio del colegio de Seattle, la capacidad de Bill de retener el 90% de todo lo que leía, no era la virtud más valorada por sus compañeros; tampoco que ayudase a sus profesores a rehacer un calendario escolar que aun hoy sigue usándose. Marginado y con apenas amigos, también abandonó la universidad para volcar todo su tiempo en el conocimiento de la incipiente informática hasta crear el primer sistema operativo, Windows, con el que estoy escribiendo este artículo 35 años después.

Ahora te pido que hagas un viaje en el tiempo y vuelvas al patio de tu colegio. Porque ahí, en ese campo de arena, también se aprendían muchas cosas, casi tantas como en las aulas. Ya no hay arena sino hierba artificial o suelo de caucho, pero se siguen dictando todos los días clases magistrales en los recreos.

Cuando yo corría por el patio a un niño le miraban muy mal, por no querer jugar a la pelota, luego llegó a ser alcalde de mi ciudad y adorado por todos. En Madrid en los años 70 un chaval gordito gallego llega nuevo al colegio y sufre las chanzas de todos hasta llevarle al borde de la depresión; ahora es el presentador de más éxito de la televisión. En el patio se aprende que la vida da muchas vueltas. Estos días se ha fallado el premio Planeta y la ganadora Eva García Saénz de Urturi, estudió en mi colegio, pero apenas la recuerdo. ¿dónde estaba yo esos años para no darme cuenta de que había un genio en el patio?  ¿Timidez? No lo sé, pero no fui capaz de hablar con la escritora española de más éxito. Mi hijo entrena todas las semanas en el campo de futbol del colegio desde hace diez años y el único día que se pone malo, les visita en el patio el futbolista de moda Álvaro Morata. Igual solo tenemos mala suerte, pero esa también es otra enseñanza. no siempre las cosas salen bien.

En Israel es costumbre que una personalidad rinda un homenaje al colegio con mejor expediente. Un año le tocó al cofundador de Google, Sergey Brin. Allí. reunidos en el patio todos los estudiantes, Sergey les felicitó por ser tan brillantes. Pero a continuación les regañó por tener las mejores notas del país en todas las disciplinas menos en una. El mundo cada vez es más complejo y no hay más remedio que prepararse muy bien, les dijo.  Siempre hay alguien más listo que tú. Otra lección en un patio y no en el aula. Espero que un día me cuentes la tuya.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

 

lunes, 5 de octubre de 2020

Nada nuevo, por desgracia

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 5 de octubre de 2020)



El mazazo de volver a liderar la clasificación del paro juvenil en Europa ha llevado a este periódico ha etiquetar de generación perdida a los menores de 25 años españoles. No es algo nuevo, por desgracia. Ni nuevo es que España tenga ese desempleo entre los jóvenes ni que en nuestro país se hable de generación perdida. Empecemos por lo primero.

Las rigideces de nuestro mercado laboral junto a un alto grado de abandono escolar -provocado por la abundancia de empleo coyuntural en sectores como la construcción o el turismo- han funcionado como una tormenta perfecta los últimos cuarenta años. De hecho, lo normal ha sido tener cifras del 40 por ciento de desempleo juvenil según la EPA con picos del 47% en 1985 o del 55% en 2012; si repasamos la serie histórica desde 1980 solamente en el trienio 2005-2007 nos hemos situado cerca de la media europea, es decir por debajo del 20%. Tenemos un problema serio que no puede achacarse ni a las recesiones -porque en periodos de expansión la tasa no mejora sustancialmente - ni a la gestión coyuntural de un gobierno -puesto que partidos de una u otra orientación han sufrido ratios por encima del 40%-. Es verdad que en el mandato de Aznar (1996-2004) se consiguió reducir a la mitad los jóvenes sin empleo, pero es la excepción que confirma la regla de cuarenta años de políticas económicas. Europa insiste en las reformas pendientes del mercado laboral y de nuestro sistema educativo, pero, por estos lares, nos entretiene más desenterrar viejos odios que afrontar con valentía nuestras ineficiencias.

Tampoco es novedad considerar pérdida a una cohorte de edad. La teoría generacional que en España ha tenido grandes teóricos como José Ortega y Gasset, nos recuerda que en función de las circunstancias históricas en las que vivas te comportas de un modo determinado. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.» dejó escrito el filósofo madrileño en 1914. Casi al mismo tiempo, después de viajar por Francia y España, Ernest Hemingway empezó a usar lo de generación perdida para referirse como tal a los jóvenes americanos que habían luchado en la primera guerra mundial y se habían quedado sin oficio por ello. Desde entonces se ha hablado en demasiadas ocasiones de generaciones perdidas en España: después de la guerra civil con cientos de miles de jóvenes huérfanos y sin futuro por la contienda; tras la crisis de los 80 que truncó el desarrollo profesional de la cohorte más joven que además tuvo que convivir con el momento más cruel del terrorismo etarra; la recesión global del 2008 que dejó a los millennials españoles colgados de la brocha y ahora la pandemia que nadie esperaba vuelve a poner de actualidad el maldito término.

Así es, nada nuevo. Ha pasado un siglo, pero seguimos sin aplicar el consejo de Einstein “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo”.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 1 de octubre de 2020

Viviremos menos, pero trabajaremos más

 

(este artículo se publicó originalmente el día 1 de octubre de 2020 en el diario económico La Información)


Entre tanta gresca política hay noticias que pasan desapercibidas. La bronca entre los partidos ha conseguido (quizás porque así lo pretendió algún estratega) que nada nos importe y que hasta los hallazgos más sorprendentes caigan en el olvido. El aumento de decibelios por las discusiones entre las administraciones con sede en Madrid ha dejado sin eco estos días el anuncio del Instituto Nacional de Estadística (INE) de que se había roto la tendencia de décadas de aumento de la vida. La pandemia, según el INE, ha provocado un aumento de 50.000 fallecidos respecto al año anterior lo que ha provocado que baje cerca de un año la esperanza de vida de los españoles. Según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud la esperanza de vida a nivel global ha venido creciendo desde 1950 hasta el año 2000 a un ritmo de más de tres años por cada década. A partir de entonces y hasta el 2015 se ha incrementado en una media de cinco años. Situación que se ha calcado en España. En los últimos 30 años la ganancia media en la esperanza de vida patria ha sido de casi 2 meses por año, es decir que le hemos ganado casi 4 horas cada día a la vida hasta llegar a los más de 83 años de esperanza actual. Pero esto no siempre ha sido así, en la España en 1920 no se superaban los 40 años, la misma ratio que en la Hispania romana de dos mil años antes.

Conviene recordar que la esperanza de vida calcula el promedio de años que se espera que viva una persona bajo las condiciones de mortalidad del período en cuestión, es decir que si la esperanza de vida en Turquía en 2016 es de 76 años significa que se estima que una persona nacida en Ankara en 2016 vivirá de promedio 76 años. La clave de la definición es la palabra promedio, ya que algunos vivirán 95 años y otros morirán con 57, pero conforme a la mortalidad registrada en ese periodo, la media aritmética serán esos 76 años.

Para su cálculo se parte de un instrumento de carácter estadístico-matemático que permite medir las probabilidades de muerte o de vida de una población en función de su edad. Este instrumento se denomina tabla de mortalidad o tabla de vida. La lógica de la construcción de las tablas de mortalidad se basa en el principio de la teoría de probabilidades y se parte en su elaboración de obtener las probabilidades de muerte o de vida de la población a partir de los datos reales de defunciones, nacimientos y la población. Es decir, se calculan las tasas de defunciones por edad y por un procedimiento matemático se convierten en probabilidades de muerte y a partir de éstas se derivan las otras funciones de la tabla hasta llegar a obtener este indicador demográfico. La esperanza de vida, por tanto, simplemente nos dice el promedio de edad de las personas fallecidas en un año. Es decir que este año de coronavirus los españoles nos hemos muerto, de media, un año antes. Un año de la vida de 46 millones de personas se ha esfumado, pero a nadie le ha preocupado, absortos como estamos en seguir el espectáculo de las ruedas de prensa que anuncian medidas médicas en un sentido y en el contrario. No sé ustedes, pero a mí no me gusta que nadie me robe y menos un año de mi existencia.

Y mientras pasaban estas cosas, en una destacable unanimidad, los expertos aconsejan que para salvar nuestros sistemas de pensiones tenemos que retrasar la edad efectiva de jubilación. La lógica es aplastante: si viviremos hasta cerca de los 85 años, no podemos dejar de trabajar a los 64, edad media de jubilación en nuestro país. Dos décadas cobrando la pensión es demasiada presión para las maltrechas cuentas del sistema de Seguridad Social, cuando de media solo cotizamos para una docena de años.

 

Limitar la jubilación anticipada, incentivar la jubilación activa, promover el talento senior, ampliar los años cotizados que se tienen en cuenta para calcular la pensión y los planes de pensiones de empleo son algunas de las propuestas que la AIREF y el Consejo General de Economistas proponen. En reciente informe publicado por esta última institución, titulado «El reto del envejecimiento desde una perspectiva integral (cómo abordar de forma multidisciplinar el envejecimiento)» se analiza exhaustivamente el retiro de los españoles y del sistema que nos hemos dotado. Entre las recomendaciones de los economistas están medidas que pueden situarse en la nueva disciplina conocida como la economía plateada. Es decir, las oportunidades en términos de ganancias de productividad, riqueza y empleo que la longevidad puede acarrear. La posibilidad de establecer innovaciones financieras para convertir en líquidos ciertos bienes inmuebles a través de fórmulas como las rentas vitalicias o las hipotecas inversas -muy poco usadas en nuestro país- que permitan sostener los gastos personales asociados a la longevidad; dotar de mayor flexibilidad al mercado laboral para que los seniors no sean expulsados de las empresas; promover que los mayores de 60 años puedan seguir trabajando a la vez que se cobra una pensión. Por último, también incentivar desde los poderes públicos los sistemas de ahorro para la jubilación desde las empresas al estilo de los sistemas de previsión social complementaria del Reino Unido o auto-enrolment estaría dentro de este paquete de medidas de la también conocida como ageingnomics.

Mientras la jauría seguía sin dejar oír apenas nada, también va desgranándose por parte de la Comisión Europea más detalles sobre el Fondo de Recuperación y Resiliencia. Lo relevante -como recuerda el economista Antonio Carrascosa- es que más allá de las medidas contra la pandemia se han incluido algunas recomendaciones del Consejo Europeo a España: reformas para la sostenibilidad de las pensiones y para el mejor funcionamiento del mercado de trabajo, entre otras. Si por un momento el ruido dejase de sonar, escucharíamos alto y claro lo que la estadística, la economía y nuestros socios europeos nos están diciendo que, aunque la pandemia nos está haciendo vivir menos, tendremos que trabajar muchos más años.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 21 de septiembre de 2020

Vida en Venus

 (este artículo se publicó originalmente el día 21 de septiembre en el diario 20 Minutos)


Esta semana se ha hecho público que la astrofísica Clara Sousa Silva ha encontrado en el planeta Venus indicios de vida. Venus, también conocido como el lucero del alba, porque puede verse al amanecer, es el planeta con mayor temperatura en el sistema solar. Y eso no es solo por su proximidad al Sol (otro planeta como Mercurio está más cerca aún) sino por la presencia de numerosos gases entre ellos azufre y ácido sulfúrico que elevan a 400 grados la temperatura en su superficie.

En realidad, la científica lo que han descubierto es que puede haber vida en las nubes del planeta. Las condiciones en la superficie de Venus hacían imposible la mera posibilidad, en cambio, en las nubes hay 30 grados y sobre todo existe un elemento de nombre fosfina. Este gas funciona como un biomarcador, es decir, que, a partir de una determinada concentración, como la que ha encontrado la investigadora, solo puede explicarse por la existencia de microorganismos. La NASA ya anunciado una misión al astro que junto a la Luna y el Sol más se ve desde la Tierra y a pesar de los prudentes mensajes de la comunidad científica, la emoción de encontrar vida extraterrestre se palpaba esta semana en las declaraciones de todos ellos.

Igual no lo recuerdas, pero Venus es de un tamaño similar al planeta Tierra. Compartimos además ser los únicos planetas con nombre femenino y los expertos también afirman que poseen parecida densidad. Además, estarás conmigo, que las condiciones de vida en la superficie de ambos planetas se han vuelto muy parecidas en los últimos meses. En esta parte del planeta, a la vista de lo acalorado de las discusiones políticas, la temperatura va camino de los 400 grados de Venus; los ataques entre las administraciones llevan tanto azufre como el de la atmósfera venusiana y las medidas contra la pandemia son tan corrosivas para nuestra convivencia y economía como el acido sulfúrico que hay en el planeta con nombre de diosa.

Por eso, estos días que todo son malos augurios para nuestro bolsillo y amenazas para nuestra salud, al devorar las crónicas sobre este descubrimiento con la ilusión de que se confirme que no somos los únicos con vida en el universo, he encontrado también un motivo de esperanza. Si los milagros son posibles y en Venus con tanto calentamiento y tanto veneno, puede surgir la vida, por qué no aquí.

Si en un planeta como Venus, donde si no te mata el calor es el azufre quien lo hace, hay indicios de vida, cómo en España no vamos a tener la esperanza de que pueda haber vida -inteligente- entre nosotros. En medio de la catástrofe, con la economía por los suelos, medio país confinado, el otro acongojado o liándola parda, hay como en Venus, posibilidad de que surja, un poco de esperanza que demuestre que todavía podemos sobrevivir como país.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

martes, 15 de septiembre de 2020

Ojalá

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el 7 de septiembre de 2020)

 

Los colegios permanecerán abiertos durante todo el curso y los niños no contagiarán a sus familias. En octubre, el pico de todos los años de la gripe no se notará apenas, gracias a las medidas preventivas por la pandemia. Los ERTEs se prorrogarán hasta 2021 y todos los trabajadores volverán a sus empleos una vez que pase la crisis. Los bares y los pequeños negocios volverán a la normalidad con el nuevo año. Los bosques no arderán. Las empresas de sectores como el turismo y el transporte recuperarán sus ingresos porque volveremos a viajar. Nunca nadie minusvalorará el sufrimiento de las víctimas del terrorismo. Las residencias de mayores serán los lugares más protegidos frente al coronavirus. Iñigo volverá a sus partidos de futbol de los sábados por la mañana. Los gobiernos pactarán las políticas con la oposición. Ningún adulto mayor estará solo este otoño porque se organizarán redes de voluntarios para acompañarlas. Oscar volverá sin miedo a la oficina. Los sanitarios tendrán todos los medios materiales para luchar contra esta epidemia. La paz llegará al Líbano. Todos seguiremos fielmente las recomendaciones de las autoridades para evitar contagios. Ninguna mascarilla estará tirada por el suelo. Nadie empuñará un arma contra nadie. La vacuna para la covid19 se dispensará antes de Navidad a cientos de miles de compatriotas. No habrá botellas de plástico en las playas o ríos. Mi hija jugará con sus amigas en el patio todo el año. Los homenajes a los terroristas serán prohibidos.  Los tratamientos para curar la SARS-CoV-2 serán eficaces y estarán disponibles en todos y cada uno de los hospitales del país. España volverá a ser el destino preferido en el mundo para pasar las vacaciones, estudiar y trabajar. El Rey volverá de Abu Dabi. Los centros de día para los enfermos de Alzheimer no bajarán la persiana. Ningún policía volverá a matar un indefenso joven de color. Los abuelos besarán de nuevo a sus nietos. Las chicas no serán menos que los chicos. Volverán los conciertos.

 La psicología ha dedicado mucho más tiempo a estudiar los aspectos negativos del comportamiento del ser humano (la ansiedad, la depresión o el pesimismo) que a enfocarse en aquellos que redundan en el bienestar humano. A finales del siglo pasado la llamada psicología positiva vino a cubrir este vacío centrándose en el estudio de las bases del bienestar humano. Martin Seligman, uno de los autores más destacados de esta escuela, concluye que la felicidad tiene mucha relación con estar contentos y para ello hay un elemento clave: la positividad. Adoptar un punto de vista optimista y asumir una visión positiva de lo que ha pasado y lo que va a suceder, nos acerca a la felicidad. Pero, además, como todos sabemos, si apostamos firmemente porque algo pase, en ocasiones se consigue. Así que, no tenemos nada que perder, seamos optimistas este curso que ahora empieza.

 Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

domingo, 13 de septiembre de 2020

Falacias impositivas

(este artículo se publicó originalmente en el periódico El Correo el día 6 de septiembre de 2020 en una sección titulada ¿Qué hacemos con los impuestos?)

 


Nassim Taleb acuñó el término Cisne Negro es su libro homónimo de 2007. Resumiendo, es un suceso altamente improbable con gravísimas consecuencias socioeconómicas. Nadie previó la crisis sanitaria del coronavirus y en unos pocos meses ha traído la mayor destrucción económica de toda la historia de nuestro país. Si en la última crisis, el PIB cayó entre 2008 y 2013 un total del 8,6%, solamente este año el producto se hundirá el doble; la tasa de paro, entonces del 8%, ahora habrá que multiplicarla por dos; la deuda pública era de un 40% y en 2020 estará por encima del triple. 

 

Que esta pandemia es un ejemplo de cisne negro es muy conocido pero lo que no es tanto es que la definición de Taleb dice algo más y es que una vez pasado el hecho, se tiende a racionalizar haciendo que parezca predecibleEs esta segunda parte de la definición la que interesa más en este momento: las trampas de la mente en situaciones dramáticas. Las ilusiones han sido muy estudiadas en economía; el nobel, Daniel Kahneman, explicó esta falsa percepción cognitiva que llamó sesgo retrospectivo. Nuestra cabeza -impactada por algo que ha generado mucha atención- nos hace creer que lo sabíamos desde el principio, que era “obvio” y de “sentido común”. Este estudio tiene muchos siglos detrás y Aristóteles, en su manual contra los sofistas, abundó en lo que el identificaba como falacias. Una falacia no es otra cosa que un raciocinio errado que intenta pasar como verdadero. Un ardid basado en argumentos supuestamente “obvios” o de “sentido común” para convencer a la audiencia.

 

Ahora, en pleno inventario de daños de nuestra economía, aparece como milagrosa solución una falacia aristotélica que encajaría en la conocida como falso dilema. Hay que subir los impuestos, de lo contrario el país se hundirá. Los partidarios de aumentar la presión fiscal ocultan que no hemos dejado de hacerlo; si seguimos comparando indicadores con la anterior crisis, el IVA ha pasado del 16% al 21%; se ha recuperado el impuesto del patrimonio y el tipo máximo del IRPF en territorio común ha pasado de 43% al 49%. Repiten sin parar que hay que ser solidarios, como si hasta ahora no lo hubiéramos sido. Además, usan otro dilema, a saber: como estamos muy endeudados o subimos los impuestos o no podremos mantener el estado del bienestar. Pero no deja de ser un sofisma, porque se pueden obtener más recursos sin subir los impuestos o incluso bajándolos si aumenta la actividad económica. Olvidan conscientemente que, subiendo los impuestos, se lesiona al muy dañado tejido productivo que verá imposible su recuperación y se multiplicarán los cierres patronales y despidos. También antes de tomar decisiones tan arriesgadas debería racionalizarse el ingente gasto público y hacer más eficiente la recaudación. La solución fácil y demagógica es exigir que paguen más las empresas (que nunca han estado peor que ahora) y exprimir más a los cada vez menos trabajadores (no está de más recordar el último informe de la AIREF que sitúa en solo uno de cada tres españoles los que no viven de lo público). Pero lo difícil y valiente sería recortar gastos superfluos, luchar contra el fraude, eliminar duplicidades e implantar la evaluación de hasta el último euro del erario. Nuestros vecinos europeos parece que leen más a Aristóteles que nosotros y Francia, Alemania y Reino Unido no han caído en la trampa mental y sus planes de reconstrucción que vamos conociendo incluyen lo contrario que por aquí, un atractivo marco fiscal para los creadores de riqueza que son las empresas.

 

Iñaki Ortega es profesor de Deusto Business School