(este artículo se publicó originalmente el día 1 de octubre de 2020 en el diario económico La Información)
Entre tanta gresca política hay
noticias que pasan desapercibidas. La bronca entre los partidos ha conseguido
(quizás porque así lo pretendió algún estratega) que nada nos importe y que
hasta los hallazgos más sorprendentes caigan en el olvido. El aumento de
decibelios por las discusiones entre las administraciones con sede en Madrid ha
dejado sin eco estos días el anuncio del Instituto Nacional de Estadística
(INE) de que se había roto la tendencia de décadas de aumento de la vida. La
pandemia, según el INE, ha provocado un aumento de 50.000 fallecidos respecto
al año anterior lo que ha provocado que baje cerca de un año la esperanza de
vida de los españoles. Según las estimaciones de la Organización Mundial de la
Salud la esperanza de vida a nivel global ha venido creciendo desde 1950 hasta
el año 2000 a un ritmo de más de tres años por cada década. A partir de
entonces y hasta el 2015 se ha incrementado en una media de cinco años.
Situación que se ha calcado en España. En los últimos 30 años la ganancia media
en la esperanza de vida patria ha sido de casi 2 meses por año, es decir que le
hemos ganado casi 4 horas cada día a la vida hasta llegar a los más de 83 años
de esperanza actual. Pero esto no siempre ha sido así, en la España en 1920 no
se superaban los 40 años, la misma ratio que en la Hispania romana de dos mil
años antes.
Conviene recordar que la
esperanza de vida calcula el promedio de años que se espera que viva una
persona bajo las condiciones de mortalidad del período en cuestión, es decir
que si la esperanza de vida en Turquía en 2016 es de 76 años significa que se
estima que una persona nacida en Ankara en 2016 vivirá de promedio 76 años. La
clave de la definición es la palabra promedio, ya que algunos vivirán 95 años y
otros morirán con 57, pero conforme a la mortalidad registrada en ese periodo,
la media aritmética serán esos 76 años.
Para su cálculo se parte de un
instrumento de carácter estadístico-matemático que permite medir las
probabilidades de muerte o de vida de una población en función de su edad. Este
instrumento se denomina tabla de mortalidad o tabla de vida. La lógica de la
construcción de las tablas de mortalidad se basa en el principio de la teoría
de probabilidades y se parte en su elaboración de obtener las probabilidades de
muerte o de vida de la población a partir de los datos reales de defunciones,
nacimientos y la población. Es decir, se calculan las tasas de defunciones por
edad y por un procedimiento matemático se convierten en probabilidades de
muerte y a partir de éstas se derivan las otras funciones de la tabla hasta
llegar a obtener este indicador demográfico. La esperanza de vida, por tanto,
simplemente nos dice el promedio de edad de las personas fallecidas en un año.
Es decir que este año de coronavirus los españoles nos hemos muerto, de media,
un año antes. Un año de la vida de 46 millones de personas se ha esfumado, pero
a nadie le ha preocupado, absortos como estamos en seguir el espectáculo de las
ruedas de prensa que anuncian medidas médicas en un sentido y en el contrario.
No sé ustedes, pero a mí no me gusta que nadie me robe y menos un año de mi
existencia.
Y mientras pasaban estas cosas,
en una destacable unanimidad, los expertos aconsejan que para salvar nuestros
sistemas de pensiones tenemos que retrasar la edad efectiva de jubilación. La
lógica es aplastante: si viviremos hasta cerca de los 85 años, no podemos dejar
de trabajar a los 64, edad media de jubilación en nuestro país. Dos décadas
cobrando la pensión es demasiada presión para las maltrechas cuentas del
sistema de Seguridad Social, cuando de media solo cotizamos para una docena de
años.
Limitar la jubilación anticipada,
incentivar la jubilación activa, promover el talento senior, ampliar los años
cotizados que se tienen en cuenta para calcular la pensión y los planes de
pensiones de empleo son algunas de las propuestas que la AIREF y el Consejo
General de Economistas proponen. En reciente informe publicado por esta última
institución, titulado «El reto del envejecimiento desde una perspectiva integral
(cómo abordar de forma multidisciplinar el envejecimiento)» se analiza
exhaustivamente el retiro de los españoles y del sistema que nos hemos dotado.
Entre las recomendaciones de los economistas están medidas que pueden situarse
en la nueva disciplina conocida como la economía plateada. Es decir, las
oportunidades en términos de ganancias de productividad, riqueza y empleo que
la longevidad puede acarrear. La posibilidad de establecer innovaciones
financieras para convertir en líquidos ciertos bienes inmuebles a través de
fórmulas como las rentas vitalicias o las hipotecas inversas -muy poco usadas
en nuestro país- que permitan sostener los gastos personales asociados a la
longevidad; dotar de mayor flexibilidad al mercado laboral para que los seniors
no sean expulsados de las empresas; promover que los mayores de 60 años puedan
seguir trabajando a la vez que se cobra una pensión. Por último, también
incentivar desde los poderes públicos los sistemas de ahorro para la jubilación
desde las empresas al estilo de los sistemas de previsión social complementaria
del Reino Unido o auto-enrolment estaría dentro de este paquete de medidas de
la también conocida como ageingnomics.
Mientras la jauría seguía sin
dejar oír apenas nada, también va desgranándose por parte de la Comisión
Europea más detalles sobre el Fondo de Recuperación y Resiliencia. Lo relevante
-como recuerda el economista Antonio Carrascosa- es que más allá de las medidas
contra la pandemia se han incluido algunas recomendaciones del Consejo Europeo
a España: reformas para la sostenibilidad de las pensiones y para el mejor
funcionamiento del mercado de trabajo, entre otras. Si por un momento el ruido
dejase de sonar, escucharíamos alto y claro lo que la estadística, la economía
y nuestros socios europeos nos están diciendo que, aunque la pandemia nos está
haciendo vivir menos, tendremos que trabajar muchos más años.
Iñaki Ortega es director de
Deusto Business School y profesor de la UNIR