domingo, 27 de febrero de 2022

La calculadora de la vida (y de la muerte)


(este artículo se publicó originalmente en el blog de la Fundación MAPFRE el día 24 de febrero de 2022)


Un consorcio de instituciones del conocimiento, liderado por el Instituto Max Planck, se ha atrevido a afirmar que las niñas que nacieron a partir de 2007 en el Reino Unido y Francia tendrán un cincuenta por ciento de probabilidades de superar los cien años. Es uno de los varios equipos investigadores que han llegado a la conclusión de que uno de cada dos niños europeos, alcanzarán los cien años.

Existen suficientes evidencias científicas como para apalancarse en ellas y por tanto construir una rudimentaria calculadora de la vida.  Introduciendo algunos sencillos datos, el aparato sería capaz de predecir cuántos años vivirás. En Madrid un equipo multidisciplinar de sanitarios y actuarios están diseñando un algoritmo con los datos acumulados del estudio de miles de expedientes médicos. Estos científicos han usado las curvas de supervivencia y fragilidad calibradas con modelos phase-type distribution, combinadas con variables médicas, asistenciales, socioeconómicas, laborales, psicológicas y antropológicas. De modo y manera que, con solo incluir una serie de hábitos para cada persona, infieren la probabilidad de que se llegue a centenario.

Aunque no tenga el valor científico del trabajo que acabo de mencionar, podemos construir ahora mismo nuestra propia calculadora vital, simplemente con un ánimo divulgativo. Todos empezaríamos en este experimento con una vida estimada de 82 años, solamente por el hecho de vivir en España. Qué buena noticia puesto que es la esperanza de vida más alta del mundo junto a la de Japón. Pero si metemos en la calculadora nuestro género, comienzan las sorpresas. Si eres hombre vivirás hasta los 81 pero si eres mujer hasta los 87 años. O si resido en Baleares alcanzaré los 83 frente a los 81 de Castilla La Mancha (datos del INE). Hasta ahora todo ha venido dado, lugar de residencia y sexo. Pero considerando una hipotética persona de 50 años que se cuida, hace ejercicio, no tiene estrés y no sufre de soledad, veamos cómo puede cambiar la duración de la vida, al adaptarlo a las circunstancias de cada uno.

Si metemos en la calculadora el dato de alimentación, por ejemplo, “como habitualmente con moderación sin saciarme” las probabilidades de llegar a ser centenario son de un 70%.  Pero si en la calculadora tecleo que tengo un trabajo de alta demanda que me genera mucho estrés, la probabilidad de llegar a los cien años se quedará en un 40%. Avanzamos en nuestro experimento toca responder a la pregunta del ejercicio físico diciendo que hago vida sedentaria. La calculadora te diría que ya tienes únicamente un 8% de probabilidades de superar la centena. Ahora la pregunta es sobre si soy hipertenso y respondo que me cuesta controlar mi tensión porque no me medico para ello, la máquina nos diría que tengo alta probabilidad de ni siquiera alcanzar la edad media de mi país (83 años). Malas noticias, ya no tengo al alcance ser centenario, sino que puedo morir antes que la media. Toca enfrentarse a la cuestión de la soledad y en el caso de señalar la respuesta “debo mejorar mi vida social”, el resultado sobreimpresionado en la pantalla es que con una probabilidad cercana al cien por cien moriré antes que la mayoría de los españoles.

Además de agradecer al equipo del profesor de la Universidad Carlos III -el actuario Miguel Usabel- que me haya cedido algunos datos para poder elaborar el párrafo anterior, conviene resaltar algunas conclusiones.  Es numerosa la literatura científica que demuestra el impacto de las decisiones que tomamos en la vida sobre la duración de esta. Por ejemplo, vivir en un lugar con contaminación acorta la existencia, pero hacer ejercicio moderado diariamente la alarga. La soledad -con la edad- genera un gran impacto en el acortamiento de la vida, pero también, conforme a las investigaciones del doctor José Antonio Corbalán, la práctica del ejercicio extremo o de alta competición. Tener un empleo rodeado de incertidumbre penaliza en tu esperanza de vida al igual que llegar a los cincuenta años con un trabajo precario. Vacunarse contra la gripe y vigilarse la diabetes alargan los años de vida frente a los que no lo hacen.

Los economistas estudiamos la teoría de la elección racional de las personas que ha desbordado nuestra disciplina para llegar a otras. Qué positivas consecuencias tendría también, visto lo visto, para la vida de las personas y para la salud financiera de nuestras instituciones, si elegimos adecuadamente a lo largo de nuestra existencia. No parece complejo optar por la vida saludable en un sentido amplio conociendo sus consecuencias. Estamos a tiempo.


Iñaki Ortega es consejero asesor del centro de investigación ageingomics la Fundación MAPFRE

martes, 22 de febrero de 2022

¿Tras la pandemia, viene la broncemia?

 (Este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 21 de febrero de 2022)



No sé si conoces esta nueva enfermedad, pero seguro que algunas personas cercanas a ti la padecen. Ojalá que tú no la tengas porque es una patología crónica y además degenerativa. Por eso te animo a que leas con atención estas líneas porque estás a tiempo de no sufrirla o ayudar a los que ya se han contagiado. Has de saber que la broncemia está causada por la acumulación progresiva de bronce en la sangre, que acaba afectando a la personalidad, la mente y hasta la expresión corporal. Es más común en la política y la docencia, pero está muy extendida también entre los directivos empresariales en los que aparece como una variedad incurable con síntomas muy severos.

La enfermedad tiene sus primeras expresiones con la hipertrofia del ego, estos pacientes se convierten en pedantes, pierden la capacidad de sonreír y se les olvida hasta saludar por los pasillos. En esta etapa ya existen niveles importantes de bronce en la sangre, pero todavía no hay depósitos en los órganos, sin embargo, se hace fácilmente reconocible para los compañeros de trabajo (y los administrados) que no pueden soportarles.

Siguiendo al mayor estudioso de esta enfermedad el doctor Nicolás Hernández, la segunda fase de la broncemia es la inflamación de la importancia o importantitis. El paciente delira casi todo el día y pierde la noción de la realidad porque los depósitos de bronce se han acumulado en todo el cuerpo comprometiendo el cerebro. La incapacidad de mostrar atención y afecto a nada y nadie que no sean ellos mismos reflejan a su vez los depósitos de bronce en el corazón.

Para el doctor Occhiuzzi la fase terminal de la enfermedad es la inmortalitis, en la que todo el organismo ha sido infectado totalmente por los depósitos de ese metal y el paciente no solo se cree una estatua de bronce, sino que se comporta como tal. Siempre pavoneándose y hablando como si fuese a pasar a la historia, un prohombre antes de tiempo. Rígido, brillante y rodeado de una tropa de admiradores.

El doctor Cabrera, catedrático de cardiología en Madrid, ha preguntado a sus alumnos de la facultad de medicina por este mal, porque considera que es la nueva pandemia. Ha retado a los futuros médicos a que encuentren esta enfermedad en los acontecimientos de estos días. Y lo han hecho. Políticos que se dan mucha importancia ellos mismos, pero ninguna a sus votantes. Presidentes de compañías repletos de afectamiento que discursean y se van, porque para qué escuchar a sus subordinados. Compañeros de trabajo que no responden los correos, muy ocupados repartiendo tareas que deberían hacer ellos mismos. Colegas que desprecian al que no tiene su nivel jerárquico, como si no fuese el rango algo coyuntural.

Aunque no seamos estudiantes de medicina vemos la broncemia en los políticos que no escuchan a la calle y esconden sus fracasos con majestuosas puestas en escena y un verbo florido. En los presidentes de empresas que cambian equipos para que no les cambien a ellos. En los que se olvidan de tus malos momentos, pero siempre están en los buenos

Nuestro cardiólogo encuentra en la intoxicación de arrogancia y soberbia la sintomatología evidente de esta dolencia y por eso te ruego que la vigiles no solo en los demás, sino en ti mismo. Y recomiendes su tratamiento urgente con altas dosis de compañerismo, escucha y humildad.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


viernes, 11 de febrero de 2022

¿A qué esperas para afilar el hacha?


(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 7 de febrero de 2022 )


Un fornido joven le pide trabajo a un leñador que dirige una cuadrilla en un bosque. El capataz al ver su envergadura y pensando en la cantidad de árboles por podar antes del verano le ofrece empleo sin pensarlo mucho. El primer día trabaja duramente y corta muchos troncos. La segunda jornada se esfuerza igualmente, pero inopinadamente su producción es la mitad. Al día siguiente con renovadas energías, el meritorio se propone mejorar su producción. Desde el alba golpea el hacha con toda su furia contra los árboles hasta el anochecer, pero los kilos de madera siguen bajando. Cuando el encargado se da cuenta del menguante rendimiento del chico nuevo, le pregunta por la última vez que afiló su hacha. El joven, aun exhausto por la paliza, responde enfadado que no ha tenido tiempo porque ha estado demasiado ocupado cortando árboles.

El hacha es el apero que necesitan los leñadores para trabajar. Con el uso, la cuchilla deja de cortar, se convierte en roma y por tanto ineficaz en la tala de arboles. Parar para afilar el hacha es parte del trabajo, aunque la impaciencia e inexperiencia del aprendiz, piense que es perder el tiempo.

Esta semana hablando con la primera ejecutiva de una multinacional sobre las exigencias de la alta dirección me dijo -en inglés- “yo afilo mi hacha” todos los fines de semana. Al ver mi cara de desconcierto se sintió obligada a explicarme cómo las profesionales de su nivel o sacan tiempo para actualizarse y seguir en forma o de lo contrario, alguien que sí lo ha hecho, acabará ocupando su puesto. Cuando terminé la videoconferencia con ella, tecleé en el buscador de mi ordenador esa expresión y me encontré con el cuento con el que ha empezado este artículo.

La herramienta para nuestro trabajo somos nosotros mismos; nuestra cabeza, pero también nuestro físico. Y en los tiempos que vivimos no siempre es fácil sacar tiempo para cuidar esa herramienta. La tecnología ha cebado un estajanovismo para que no quede un mensaje sin responder y al mismo tiempo una oferta de ocio inconmensurable que lastra el descanso. Horas y horas trabajando dentro y fuera de la oficina. Horas y horas consumidas delante de la pantalla del móvil o de la televisión.  Como en el cuento, golpeamos y golpeamos al árbol, pero cada vez rendimos menos. Este ritmo vertiginoso de reuniones que atender, series que ver, tareas que resolver, redes sociales que revisar y prisas para todo, impide parar. Parar para saber dónde quiero ir, parar para ponerme fuerte, parar para dormir, parar para estudiar, parar para comer bien, parar para aprender, parar para escuchar, parar para reír, parar para alzar la vista y ver si hay luz al final del túnel.

Un año de pandemia ha sido como cinco años para la digitalización de muchas tareas, según los analistas de Gartner. Y ni te cuento para la salud mental. Esto va muy deprisa…¿a qué esperas para afilar el hacha? Luego no digas que estabas demasiado ocupado.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad en Internet UNIR y LLYC

martes, 1 de febrero de 2022

Yo tuve una Blackberry. Historia del futuro del trabajo

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 1 de febrero de 2022)


Reconozco que cuando en los primeros días de enero leí la noticia tuve sentimientos enfrentados. Nostalgia, porque nunca más podré volver a usar mi mítico teléfono con teclas que me ha acompañado las dos últimas décadas. Inopinadamente, también alivio. Hacía apenas unos meses que había abandonado mi Blackberry ante la incapacidad de encontrar una nueva en el mercado, el apagón de mi adorado teléfono por su fabricante no me pilló de puro milagro.

El primer dispositivo de la familia BlackBerry se puso a la venta por primera vez en 1999, tenía un teclado completo, lo que era inusual en ese momento, podía enviar mensajes, acceder al correo electrónico, navegar por internet y una práctica agenda.  Tanto gustó ese teléfono que una década después tenía 80 millones de suscriptores y una cuota de mercado global de uno de cuatro teléfonos inteligentes.

La Blackberry marcó la primera década del siglo XXI. Fue el Iphone antes del Iphone. Un símbolo de estatus, de modernidad laboral gracias a su movilidad, la herramienta perfecta para seguir trabajando, aunque no se estuviera en la oficina. Directivos y políticos de renombre como Obama o Merkel exhibían orgullosos sus terminales. Pero la falta de respuesta ante la aparición de innovaciones en los nuevos sistemas de mensajería como WhatsApp y las mejoras de los Samsung y Iphone con sus pantallas táctiles, cavaron la tumba de Blackberry. En 2012 entró en pérdidas y en tres años dejó de fabricarse.

Nada que no haya pasado con muchas otras empresas que no supieron adaptarse a su tiempo, siendo líderes de su mercado. Grandes compañías como Nokia, Kodak y hasta Microsoft lo sufrieron también, pero supieron superarlo gracias a que cambiaron de sector, de estrategia y hasta de dirigentes, pero siempre porque consiguieron seguir innovando.

Ahora te pido que pienses en estos otros datos que anuncian los analistas de McKinsey Global Institute. Cinco millones de empleos en España corren el peligro de ser desplazados a lo largo de la próxima década por distintos factores, entre los que destaca la automatización. Lo preocupante es que este informe ha revisado al alza anteriores estimaciones, ya que antes de la covid19 se estimaba que en España podrían desaparecer para 2030 alrededor de 4,1 millones de empleos. La pandemia ha apretado la soga.

Hoy de facto la tecnología permite automatizar el 50% de las actividades de la población laboral, son palabras de Alejandro Beltrán, responsable en España de McKinsey. La reducción de costes por la automatización está generando incrementos de productividad muy relevantes que para un país como España son claves para acercarnos al PIB per cápita de los países de referencia en Europa. Pero al mismo tiempo es una espada de Damocles para los trabajadores españoles.

Los autores del estudio “El futuro del trabajo después de la Covid-19” calculan que en España alrededor de 1,6 millones de trabajadores se verán empujados antes de 2030 a cambiar de ocupación, incluyendo 1,4 millones obligados a un cambio total de ocupación y categoría. El estudio proyecta que en los percentiles salariales más altos se crearán alrededor de medio millón de nuevos empleos para 2030, mientras que se destruirán unos 700.000 empleos en niveles salariales intermedios y otros 100.000 puestos de trabajo en los percentiles salariales más bajos. Las conclusiones son claras, los trabajadores más afectados por la obligación de cambiar de ocupación serán los empleados con salarios bajos y medios, que deberán tratar de acceder a empleos con salarios más altos, para lo que tendrán que adquirir nuevas competencias y especialidades.

Al mismo tiempo para esos 5 millones de españoles (100 millones en todo el mundo) que han de cambiar de trabajo, se abre la oportunidad de que por cada empleo digital que se genera, entre dos y cuatro nuevos puestos de trabajo surgen como consecuencia. Esto tampoco es noticia, la novedad es que la pandemia lo ha acelerado para bien y para mal. Porque está en nuestro mano cualificarnos para ello, pero al mismo tiempo si nos retrasamos o no lo hacemos, seremos las nuevas Blackberrys.  

Las capacidades que van a ser más demandadas serán las llamadas cognitivas superiores, resolución de problemas complejos y habilidades sociales y emocionales. Otra serie de habilidades serán menos demandadas como son las cognitivas básicas, relativas a todo lo manual y con componente físico. No se conoce que, al mismo tiempo, el 30 por ciento de la demanda laboral en España no se satisface porque no hay trabajadores cualificados en el mercado. Un contrasentido en un país como el nuestro en el que cerca de uno de cada dos jóvenes está en paro. Solo cabe una solución ante este panorama, la educación. Formarse para actualizarse y adquirir nuevas habilidades (reskilling) o mejorar sustancialmente las que dispones (upskilling). La pobreza en España estará vinculada más que nunca a la falta de formación para el empleo.

Por mi parte yo no pienso tirar a la basura mi última Blackberry. Quiero no perder de vista lo fácil que es desactualizarse. Quiero tener muy presente que mi trabajo puede desaparecer y he de estar preparándome -siempre- para ello.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)