Un fornido joven le pide trabajo a un leñador que dirige una cuadrilla en un bosque. El capataz al ver su envergadura y pensando en la cantidad de árboles por podar antes del verano le ofrece empleo sin pensarlo mucho. El primer día trabaja duramente y corta muchos troncos. La segunda jornada se esfuerza igualmente, pero inopinadamente su producción es la mitad. Al día siguiente con renovadas energías, el meritorio se propone mejorar su producción. Desde el alba golpea el hacha con toda su furia contra los árboles hasta el anochecer, pero los kilos de madera siguen bajando. Cuando el encargado se da cuenta del menguante rendimiento del chico nuevo, le pregunta por la última vez que afiló su hacha. El joven, aun exhausto por la paliza, responde enfadado que no ha tenido tiempo porque ha estado demasiado ocupado cortando árboles.
El hacha es el apero que necesitan los leñadores para trabajar. Con el uso, la cuchilla deja de cortar, se convierte en roma y por tanto ineficaz en la tala de arboles. Parar para afilar el hacha es parte del trabajo, aunque la impaciencia e inexperiencia del aprendiz, piense que es perder el tiempo.
Esta semana hablando con la primera ejecutiva de una multinacional sobre las exigencias de la alta dirección me dijo -en inglés- “yo afilo mi hacha” todos los fines de semana. Al ver mi cara de desconcierto se sintió obligada a explicarme cómo las profesionales de su nivel o sacan tiempo para actualizarse y seguir en forma o de lo contrario, alguien que sí lo ha hecho, acabará ocupando su puesto. Cuando terminé la videoconferencia con ella, tecleé en el buscador de mi ordenador esa expresión y me encontré con el cuento con el que ha empezado este artículo.
La herramienta para nuestro trabajo somos nosotros mismos; nuestra cabeza, pero también nuestro físico. Y en los tiempos que vivimos no siempre es fácil sacar tiempo para cuidar esa herramienta. La tecnología ha cebado un estajanovismo para que no quede un mensaje sin responder y al mismo tiempo una oferta de ocio inconmensurable que lastra el descanso. Horas y horas trabajando dentro y fuera de la oficina. Horas y horas consumidas delante de la pantalla del móvil o de la televisión. Como en el cuento, golpeamos y golpeamos al árbol, pero cada vez rendimos menos. Este ritmo vertiginoso de reuniones que atender, series que ver, tareas que resolver, redes sociales que revisar y prisas para todo, impide parar. Parar para saber dónde quiero ir, parar para ponerme fuerte, parar para dormir, parar para estudiar, parar para comer bien, parar para aprender, parar para escuchar, parar para reír, parar para alzar la vista y ver si hay luz al final del túnel.
Un año de pandemia ha sido como cinco años para la digitalización de muchas tareas, según los analistas de Gartner. Y ni te cuento para la salud mental. Esto va muy deprisa…¿a qué esperas para afilar el hacha? Luego no digas que estabas demasiado ocupado.
Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad en Internet UNIR y LLYC
No hay comentarios:
Publicar un comentario