Un enero más Davos se ha
convertido por unos días en la capital del mundo. La reunión anual del Foro
Económico Mundial - y ya van 28 años- ha convocado a jefes de estado,
presidentes de grandes corporaciones y los expertos con las mentes más
privilegiadas. El tema más comentado este año ha sido como luchar contra las
crecientes desigualdades en el mundo; los objetivos de desarrollo sostenible de
la ONU han estado en boca de todos los ponentes, pero también la propia
organización ha querido darle todo el protagonismo con paneles y stands
dedicados a los ODS en los diferentes espacios del foro. Además, los informes
presentados estos días también han coincidido en señalar que la cuarta
revolución industrial -tan pregonada por el fundador del WEF, el profesor Klaus
Schwab- ha de venir acompañada de actuaciones para que no solo las grandes
corporaciones se beneficien de ella sino también trabajadores de todo el mundo
que ven amenazados sus empleos y por ende las sociedades en las que viven que
asisten impertérritas al crecimiento del populismo fruto de ese descontento.
Uno de esos objetivos de Naciones
Unidas es la educación de calidad que en uno de esos estudios presentados en
Suiza ha sido rebautizada como
re-training. Volver a educarse o formación continua será una de las claves
para conseguir frenar las desigualdades y socializar las externalidades
positivas de la cuarta revolución industrial.
Para el filósofo José Antonio
Marina vivimos en una «sociedad del aprendizaje» regida por una ley impecable:
«Para sobrevivir, las personas, las empresas y las instituciones deben aprender
al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno; además, si quieren
progresar, habrán de hacerlo a más velocidad». Es por ello por lo que muchos
autores, entre ellos Jeffrey Selingo, defienden que estamos viviendo la tercera
revolución de la educación. La primera ola, a principios del siglo pasado, tuvo
que ver con la llegada de la enseñanza obligatoria que propició una educación
masiva que brindó una capacitación para la vida a millones de personas en todo
el mundo. Por ejemplo, en 1910, sólo el 9 por ciento de los jóvenes
estadounidenses obtuvieron un diploma de escuela secundaria, en 1935 eran ya el
40 por ciento. La segunda revolución surgió en el último tercio del siglo XX en
Estados Unidos, pero también en otros países como España (en este caso a raíz
de la llegada de la democracia y la «universidad para todos»). En el año 1965
se matricularon en primer curso 75.000 personas en España, que han pasado a ser
1,5 millones en la actualidad. En 1970, en Estados Unidos había sólo 8 millones
de universitarios matriculados y hoy día superan los 20 millones.
Ahora, debido al fenómeno de la
longevidad, pero también a las exigencias de la evolución tecnológica y su
impacto en el mundo del trabajo, estamos en la tercera gran revolución de la
educación. El nivel de preparación que funcionó en las dos primeras oleadas no
parece suficiente en la economía del siglo XXI. En cambio, esta tercera ola
estará marcada por la formación a lo largo de la vida para poder mantenerse al
día en una profesión y adquirir habilidades para los nuevos trabajos que
llegarán. Gartner pronostica, por ejemplo, que la inteligencia artificial
destruirá en los próximos cuatro años 1,8 millones de empleos a nivel global,
pero generará 2,3 millones de nuevos puestos de trabajo. Es probable que los
trabajadores consuman este aprendizaje de por vida cuando lo necesiten y a
corto plazo, en lugar de durante largos períodos como lo hacen ahora, que
cuesta meses o años completar certificados y títulos. También, con esta tercera
ola, vendrá un cambio en cómo los trabajadores perciben la formación, que es
como una maldición por la que hay que pasar por exigencias de la empresa o,
peor aún, algo a lo que se recurre tras un despido. Estamos entrando en una
etapa en la que el re-entrenamiento será parte de la vida cotidiana puesto que
con vidas laborales tan largas y variadas, reinventarse y volver a capacitarse
será muy normal. Por ello nos tenemos que ir quitando de la cabeza la idea de
que la formación y el mundo del trabajo son etapas de la vida o espejos de
nuestra identidad.
Hasta ahora, uno no sólo
estudiaba, sino que era un estudiante. Concluir la formación superior
significaba acceder a la identidad adulta, marcada por la independencia
económica. En los próximos lustros, será habitual volver con cuarenta,
cincuenta o sesenta años a la universidad para estudiar un grado, programa o
curso completamente diferente de la primera carrera. En general, el mundo
laboral y el formativo estarán mucho más conectados: cruzar del uno al otro
será bastante habitual. A su vez, la incertidumbre y la velocidad de los
cambios tecnológicos exigirán planes de estudios flexibles, ya que lo que
podría parecer un trabajo o habilidades de gran demanda hoy día podría no serlo
para cuando alguien termine de capacitarse para un nuevo trabajo. Uno de los
rasgos característicos de nuestra época es la aceleración del tiempo histórico.
Todo sucede tan deprisa que, a menudo, cuando aún se está desarrollando una
tecnología, ya ha aparecido la siguiente, que convierte la anterior en
obsoleta. En este contexto de inmediatez, la educación, que por su propia
naturaleza requiere planificación y tiempo, asume un gran reto. Los grados
dobles, las titulaciones mixtas, los programas executive, blended, cursos de
foco y experienciales, son algunas de las herramientas para obtener una
formación de calidad, muy especializada y situar a los estudiantes de todas las
edades ante problemas reales para que aprendan a tomar decisiones y solucionar
problemas. Al respecto de estas nuevas habilidades que se requerirán, no todo
será tecnología. La capacitación laboral deberá centrarse en varias disciplinas
técnicas, pero también en las habilidades clave que la complementan, como la
resolución de problemas, el trabajo en equipo, la comunicación y sobre todo la
empatía. En definitiva, como afirmó esta semana pasada el astrónomo español
Rafael Bachiller, solo será útil Davos (y nuestros gobiernos, digo yo) en
cuanto se centren en lograr que la tecnología mediante la educación nos haga
más humanos.