viernes, 22 de abril de 2016

Aquí hay dragones

(este artículo fue publicado originalmente en el número de abril de 2016 de la revista  Diario 16)


El primer globo terráqueo que incluyó el continente americano data de 1507, es uno de las tres representaciones más antiguas que se conservan de nuestro planeta y se conserva en la Biblioteca Pública de Nueva York. El Globo de Hunt-Lenox, que toma su nombre de los dos restauradores norteamericanos que lo descubrieron en Francia y finalmente lo exhibieron en Estados Unidos, es también el único mapa histórico que contiene literalmente la mítica expresión en latín hic svnt dracones. “Aquí hay dragones”, es una frase utilizada a lo largo de la historia para referirse a territorios inexplorados o peligrosos. Tiene su origen en la costumbre medieval de poner en los mapas criaturas mitológicas, en los territorios aún sin explorar.

Vivimos un momento en el que el progreso tecnológico se ha acelerado. Las predicciones de la ley de Moore se han ido cumpliendo fielmente desde que en 1965 las formuló el fundador de Intel. La capacidad de computación de los chips se ha duplicado y a su vez el precio de esos procesadores se ha dividido por dos,  todos los años desde la década setenta. Ya nos estamos beneficiando de todo ello y hoy es más fácil y barato que nunca acceder a la educación, viajar, comprar, financiar tu nueva empresa o denunciar las injusticias. De hecho son numerosos los expertos que auguran que estamos muy cerca de la llegada de la llamada “singularidad”. Se entiende por ese término el advenimiento de una super-inteligencia artificial que superará la capacidad intelectual de los humanos y por tanto el control que tenemos sobre ella. Los buscadores, el big data o el internet de las cosas, nos ponen en la pista de que ese momento no está tan lejano.

Por ello, parece que queda ya  poco por descubrir en nuestro mundo, ya no hay dragones que temer, ni territorios ni especialidades sin explorar. Avanzamos hacia un mundo donde nos dicen que todas las enfermedades podrán curarse y el desarrollo llegará a todos los territorios. Pero conviene recordar que solo tenemos identificados el dieciséis por ciento de los seres vivos del planeta o que de los 6300 kilómetros de radio de la tierra solo hemos penetrado en los primeros catorce. O que muy cerca de nuestras fronteras el hambre, el frio y la injusticia campa a sus anchas. En nuestras propias ciudades la violencia de género, el racismo o la relativización del terrorismo perviven por mucho smartphone que tengamos en nuestros bolsillos. Es verdad que la tecnología,  ha avanzado exponencialmente pero como acuñaron en el Massachusetts Institute of Technology nuestro mundo vive en un «gran desacople». La intensidad del cambio tecnológico está provocando que las soluciones no surjan a la misma velocidad que los problemas. Muy cerca nuestro siguen habitando dragones y tenemos que promover las armas para luchar contra ellos.

La revista The Economist hace unos meses publicó un artículo en el que hablaba de una batalla económica en este momento entre los llamados insurgentes y los incumbentes. La tesis final era que solo trabajando juntos estos últimos, es decir las viejas empresas, con los emprendedores, que se comportan como insurgentes en las industrias que operan reventando las obsoletas estructuras, conseguiremos mejores y más baratos bienes y servicios. Precisamente Deusto Business School ha presentado estos días un informe sobre los jóvenes que están saliendo de las universidades. La generación z ha tomado el relevo a los millennials y tiene esas armas para vencer a los dragones. Un carácter multicultural  a la vez que irreverente, porque pone en cuestión lo establecido. Son autodidactas, no obstante no dejarán nunca de estudiar y de preocuparse por lo que sucede a su alrededor. Son los primeros en aplicar el “pensamiento lateral”, en desafiar la ortodoxia y buscar inspiración y alianzas con especialidades aparentemente alejadas que permiten llegar mucho más lejos a la hora de solucionar problemas. Abogados tecnólogos, médicos ingenieros, químicos artistas, comerciantes expertos en computación, misioneros directivos de empresa… serán lo habitual como lo es ya que el Premio Nobel en Economía sea matemático.

Por desgracia quedan demasiados dragones viviendo en nuestro mundo, la crisis de los refugiados o el terrorismo yihadista nos lo recuerda casi cada día, la esperanza está en que esa tecnología que avanza tan rápido combinada con el carácter de las nuevas generaciones y las reformas que debemos impulsar el resto de los habitantes del planeta, nos permitan conseguir un mundo más humano.

Iñaki Ortega es doctor en economía y director de Deusto Business School en Madrid.

NOTA: Este artículo fue inspirado y pensado por Daniel Martín, investigador e innovador del Grupo Correos


miércoles, 13 de abril de 2016

Pil-Pil

(este artículo fue publicado originalmente el día 12 de abril de 2016 en el periódico El Correo)


Mi padre suele repetir que la clave de un buen bacalao al pil-pil es no dejar de mover la cazuela de barro ni un solo instante. Así lo aprendió él, en algún txoko entre Portugalete y Vitoria. Conseguir emulsionar el aceite, el ajo y la gelatina que suelta el bacalao hasta lograr la famosa salsa vasca es fácil, siempre que seas capaz de mover rítmicamente el recipiente, a la vez que cueces las tajadas. Si por un momento te quedas quieto en ese proceso, el plato se echa a perder. 

Carlos Barrabés es quizás el emprendedor español  más respetado. Hijo de los dueños de un humilde bazar en el corazón del pirineo aragonés,  a finales de los años ochenta‎ fue el pionero del comercio electrónico vendiendo desde Benasque material de montaña y de esquí a toda Europa. En los noventa despertó la atención de los miembros del Foro Económico Mundial ( los mismos que este mes de enero, en Davos, han pregonado la cuarta revolución industrial) y fue nombrado joven líder mundial. Con el nuevo milenio, Carlos, se convirtió en el asesor de referencia  para pilotar la trasformación digital en las multinacionales patrias. Hoy su capacidad para adelantarse a los cambios en la empresa le ha llevado a ser considerado un visionario. Hace unas semanas se reunió en Deusto Business School con los directivos que cursan el programa de liderazgo y les alertó de la necesidad de estar al día de las nuevas tendencias y de estudiar minuciosamente las tecnologías que las soportan. Entre ellas, situó la nueva moneda virtual, el bitcoin, contra la que se puede comprar en la red y sacar dinero de un cajero en la calle Serrano de Madrid. No es sencillo explicar el sistema que da sentido a esta cripto-moneda, pero de un modo brillante Barrabés equiparó el blockchain, que así se llama esa tecnología, con nuestro bacalao al pil-pil, si no lo mueves, no funciona. 

‎Ese es precisamente el paradigma del momento que nos ha tocado vivir, el cambio permanente, la necesidad ineludible de moverse para que las cosas sigan funcionando, exactamente igual que la salsa del bacalao.

Se mueven las grandes empresas para captar las mejores ideas de los emprendedores porque ya no surgen de sus centros internos de innovación. Se mueven l‎as corporaciones para atraer a los recién graduados que ya no suspiran por estar en una multinacional como hace años.  Se mueven las universidades para adaptarse a los nuevos sistemas tecnológicos de enseñanza presionados por las demandas  de la generación z, los nacidos en el entorno el nuevo siglo, que exigen una disrupción en la educación superior. Se mueven los bancos como ING que han pedido públicamente a los hackers que les ataquen y así descubrir sus vulnerabilidades. Se mueven los nuevos consumidores para denunciar los abusos de los grandes y ya están consiguiendo, como dice Moisés Naim, que el poder ya no sea intocable y esté cambiando de manos.  Se mueven las empresas de seguros, los medios de comunicación y hasta los hoteles porque hoy, siendo pequeño pero con talento, consigues capital para poner en marcha nuevos modelos de negocio que revientan sectores que no habían cambiado en cien años. El derecho, como recuerda el juez Eloy Velasco, también  se ha movido de la estabilidad que garantizaba la seguridad jurídica al dinamismo para seguir siendo útil ante la aparición de tantos nuevos delitos.  Hasta la Iglesia se ha movido con la elección de un incómodo Papa que no deja de despertar conciencias diciendo verdades aunque a veces sean como puños.

A España también ha llegado el movimiento y la mayoría de las grandes ciudades han pasado a ser gobernadas por fuerzas políticas que ni siquiera existían en la anterior convocatoria electoral; se mueve también por ejemplo la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, haciendo lo difícil, defendiendo a los nuevos operadores que abaratan los precios en el transporte, como UBER, frente a los taxistas; incluso el Partido Popular se mueve poniendo en su cúpula,  en este momento, a un preparado político vasco que no oculta su homosexualidad.  Pero nada de esto es suficiente mientras muchos sigan  sin moverse, encastillados en sus dogmas.

Y la cosa puede empeorar porque como en Alicia en el País de las Maravillas, otros se mueven más rápido y eso nos deja atrás. Y además encarnan el mal. Se ha movido el nuevo terrorismo yihadista, con internet como aliado,  sembrando el pánico en medio mundo; no deja de moverse el populismo que crece en adeptos haciendo más vigente que nunca la apuesta de Popper por la sociedad abierta frente a los totalitarismos de los años treinta. Muy rápido se mueve el cibercrimen, que es ya la principal amenaza de la seguridad global y lo saben bien no solo los mandatarios o los  jueces que manejan privilegiada información sino también los directivos de cualquier gran empresa o los gestores de infraestructuras críticas. Se mueve también una amenaza silenciosa de indolencia frente al drama de la inmigración que agoniza en nuestras propias fronteras.


Por ello solo cabe demandar movimientos valientes, comprometidos e inclusivos pero no únicamente a los demás sino a nosotros mismos. Moverse y no dejar de moverse para conseguir un mundo donde el hombre y su bienestar sean lo importante. Porque si el mundo sigue igual y se para, como el pil-pil, se echará a perder.


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de Deusto Business School.