(este artículo fue publicado originalmente el día 12 de abril de 2016 en el periódico El Correo)
Mi padre suele repetir que la clave de un buen bacalao
al pil-pil es no dejar de mover la cazuela de barro ni un solo instante. Así lo
aprendió él, en algún txoko entre Portugalete y Vitoria. Conseguir emulsionar
el aceite, el ajo y la gelatina que suelta el bacalao hasta lograr la famosa
salsa vasca es fácil, siempre que seas capaz de mover rítmicamente el
recipiente, a la vez que cueces las tajadas. Si por un momento te quedas quieto
en ese proceso, el plato se echa a perder.
Carlos Barrabés es quizás el emprendedor español
más respetado. Hijo de los dueños de un humilde bazar en el corazón del
pirineo aragonés, a finales de los años ochenta fue el pionero del
comercio electrónico vendiendo desde Benasque material de montaña y de esquí a
toda Europa. En los noventa despertó la atención de los miembros del Foro
Económico Mundial ( los mismos que este mes de enero, en Davos, han pregonado
la cuarta revolución industrial) y fue nombrado joven líder mundial. Con el
nuevo milenio, Carlos, se convirtió en el asesor de referencia para
pilotar la trasformación digital en las multinacionales patrias. Hoy su
capacidad para adelantarse a los cambios en la empresa le ha llevado a ser
considerado un visionario. Hace unas semanas se reunió en Deusto Business
School con los directivos que cursan el programa de liderazgo y les alertó de
la necesidad de estar al día de las nuevas tendencias y de estudiar
minuciosamente las tecnologías que las soportan. Entre ellas, situó la nueva
moneda virtual, el bitcoin, contra la que se puede comprar en la red y sacar
dinero de un cajero en la calle Serrano de Madrid. No es sencillo explicar el
sistema que da sentido a esta cripto-moneda, pero de un modo brillante Barrabés
equiparó el blockchain, que así se llama esa tecnología, con nuestro bacalao al
pil-pil, si no lo mueves, no funciona.
Ese es precisamente el paradigma del momento que nos
ha tocado vivir, el cambio permanente, la necesidad ineludible de moverse para
que las cosas sigan funcionando, exactamente igual que la salsa del bacalao.
Se mueven las grandes empresas para captar las mejores
ideas de los emprendedores porque ya no surgen de sus centros internos de
innovación. Se mueven las corporaciones para atraer a los recién
graduados que ya no suspiran por estar en una multinacional como hace
años. Se mueven las universidades para adaptarse a los nuevos sistemas
tecnológicos de enseñanza presionados por las demandas de la generación
z, los nacidos en el entorno el nuevo siglo, que exigen una disrupción en la
educación superior. Se mueven los bancos como ING que han pedido públicamente
a los hackers que les ataquen y así descubrir sus vulnerabilidades. Se mueven
los nuevos consumidores para denunciar los abusos de los grandes y ya están
consiguiendo, como dice Moisés Naim, que el poder ya no sea intocable y esté
cambiando de manos. Se mueven las empresas de seguros, los medios de
comunicación y hasta los hoteles porque hoy, siendo pequeño pero con talento,
consigues capital para poner en marcha nuevos modelos de negocio que revientan
sectores que no habían cambiado en cien años. El derecho, como recuerda el juez
Eloy Velasco, también se ha movido de la estabilidad que garantizaba la
seguridad jurídica al dinamismo para seguir siendo útil ante la aparición de
tantos nuevos delitos. Hasta la Iglesia se ha movido con la elección de
un incómodo Papa que no deja de despertar conciencias diciendo verdades aunque
a veces sean como puños.
A España también ha llegado el movimiento y la mayoría
de las grandes ciudades han pasado a ser gobernadas por fuerzas políticas que
ni siquiera existían en la anterior convocatoria electoral; se mueve también
por ejemplo la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, haciendo lo
difícil, defendiendo a los nuevos operadores que abaratan los precios en el
transporte, como UBER, frente a los taxistas; incluso el Partido Popular se
mueve poniendo en su cúpula, en este momento, a un preparado político
vasco que no oculta su homosexualidad. Pero nada de esto es suficiente
mientras muchos sigan sin moverse, encastillados en sus dogmas.
Y la cosa puede empeorar porque como en Alicia en el
País de las Maravillas, otros se mueven más rápido y eso nos deja atrás. Y
además encarnan el mal. Se ha movido el nuevo terrorismo yihadista, con
internet como aliado, sembrando el pánico en medio mundo; no deja de
moverse el populismo que crece en adeptos haciendo más vigente que nunca la
apuesta de Popper por la sociedad abierta frente a los totalitarismos de los
años treinta. Muy rápido se mueve el cibercrimen, que es ya la principal
amenaza de la seguridad global y lo saben bien no solo los mandatarios o los
jueces que manejan privilegiada información sino también los directivos
de cualquier gran empresa o los gestores de infraestructuras críticas. Se mueve
también una amenaza silenciosa de indolencia frente al drama de la inmigración
que agoniza en nuestras propias fronteras.
Por ello solo cabe demandar movimientos valientes,
comprometidos e inclusivos pero no únicamente a los demás sino a nosotros
mismos. Moverse y no dejar de moverse para conseguir un mundo donde el hombre y
su bienestar sean lo importante. Porque si el mundo sigue igual y se para, como
el pil-pil, se echará a perder.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de
Deusto Business School.
Impresionante, como siempre.
ResponderEliminar