miércoles, 13 de abril de 2016

Pil-Pil

(este artículo fue publicado originalmente el día 12 de abril de 2016 en el periódico El Correo)


Mi padre suele repetir que la clave de un buen bacalao al pil-pil es no dejar de mover la cazuela de barro ni un solo instante. Así lo aprendió él, en algún txoko entre Portugalete y Vitoria. Conseguir emulsionar el aceite, el ajo y la gelatina que suelta el bacalao hasta lograr la famosa salsa vasca es fácil, siempre que seas capaz de mover rítmicamente el recipiente, a la vez que cueces las tajadas. Si por un momento te quedas quieto en ese proceso, el plato se echa a perder. 

Carlos Barrabés es quizás el emprendedor español  más respetado. Hijo de los dueños de un humilde bazar en el corazón del pirineo aragonés,  a finales de los años ochenta‎ fue el pionero del comercio electrónico vendiendo desde Benasque material de montaña y de esquí a toda Europa. En los noventa despertó la atención de los miembros del Foro Económico Mundial ( los mismos que este mes de enero, en Davos, han pregonado la cuarta revolución industrial) y fue nombrado joven líder mundial. Con el nuevo milenio, Carlos, se convirtió en el asesor de referencia  para pilotar la trasformación digital en las multinacionales patrias. Hoy su capacidad para adelantarse a los cambios en la empresa le ha llevado a ser considerado un visionario. Hace unas semanas se reunió en Deusto Business School con los directivos que cursan el programa de liderazgo y les alertó de la necesidad de estar al día de las nuevas tendencias y de estudiar minuciosamente las tecnologías que las soportan. Entre ellas, situó la nueva moneda virtual, el bitcoin, contra la que se puede comprar en la red y sacar dinero de un cajero en la calle Serrano de Madrid. No es sencillo explicar el sistema que da sentido a esta cripto-moneda, pero de un modo brillante Barrabés equiparó el blockchain, que así se llama esa tecnología, con nuestro bacalao al pil-pil, si no lo mueves, no funciona. 

‎Ese es precisamente el paradigma del momento que nos ha tocado vivir, el cambio permanente, la necesidad ineludible de moverse para que las cosas sigan funcionando, exactamente igual que la salsa del bacalao.

Se mueven las grandes empresas para captar las mejores ideas de los emprendedores porque ya no surgen de sus centros internos de innovación. Se mueven l‎as corporaciones para atraer a los recién graduados que ya no suspiran por estar en una multinacional como hace años.  Se mueven las universidades para adaptarse a los nuevos sistemas tecnológicos de enseñanza presionados por las demandas  de la generación z, los nacidos en el entorno el nuevo siglo, que exigen una disrupción en la educación superior. Se mueven los bancos como ING que han pedido públicamente a los hackers que les ataquen y así descubrir sus vulnerabilidades. Se mueven los nuevos consumidores para denunciar los abusos de los grandes y ya están consiguiendo, como dice Moisés Naim, que el poder ya no sea intocable y esté cambiando de manos.  Se mueven las empresas de seguros, los medios de comunicación y hasta los hoteles porque hoy, siendo pequeño pero con talento, consigues capital para poner en marcha nuevos modelos de negocio que revientan sectores que no habían cambiado en cien años. El derecho, como recuerda el juez Eloy Velasco, también  se ha movido de la estabilidad que garantizaba la seguridad jurídica al dinamismo para seguir siendo útil ante la aparición de tantos nuevos delitos.  Hasta la Iglesia se ha movido con la elección de un incómodo Papa que no deja de despertar conciencias diciendo verdades aunque a veces sean como puños.

A España también ha llegado el movimiento y la mayoría de las grandes ciudades han pasado a ser gobernadas por fuerzas políticas que ni siquiera existían en la anterior convocatoria electoral; se mueve también por ejemplo la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, haciendo lo difícil, defendiendo a los nuevos operadores que abaratan los precios en el transporte, como UBER, frente a los taxistas; incluso el Partido Popular se mueve poniendo en su cúpula,  en este momento, a un preparado político vasco que no oculta su homosexualidad.  Pero nada de esto es suficiente mientras muchos sigan  sin moverse, encastillados en sus dogmas.

Y la cosa puede empeorar porque como en Alicia en el País de las Maravillas, otros se mueven más rápido y eso nos deja atrás. Y además encarnan el mal. Se ha movido el nuevo terrorismo yihadista, con internet como aliado,  sembrando el pánico en medio mundo; no deja de moverse el populismo que crece en adeptos haciendo más vigente que nunca la apuesta de Popper por la sociedad abierta frente a los totalitarismos de los años treinta. Muy rápido se mueve el cibercrimen, que es ya la principal amenaza de la seguridad global y lo saben bien no solo los mandatarios o los  jueces que manejan privilegiada información sino también los directivos de cualquier gran empresa o los gestores de infraestructuras críticas. Se mueve también una amenaza silenciosa de indolencia frente al drama de la inmigración que agoniza en nuestras propias fronteras.


Por ello solo cabe demandar movimientos valientes, comprometidos e inclusivos pero no únicamente a los demás sino a nosotros mismos. Moverse y no dejar de moverse para conseguir un mundo donde el hombre y su bienestar sean lo importante. Porque si el mundo sigue igual y se para, como el pil-pil, se echará a perder.


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de Deusto Business School.

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