lunes, 30 de septiembre de 2024

Cosas que desaparecerán

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 30 de septiembre de 2024)


Miro a mi alrededor y me doy cuenta que soy el único con corbata en la oficina. Qué curioso porque hace unos años no llevarla era lo raro. Mientras me la quito avergonzado pienso lo poco que le queda, pronto desaparecerá. Una pena la verdad, porque ese lazo anudado al cuello ha sido una nuestra de respeto ante los demás y de paso una prenda que nos hacia más elegantes. En esas estaba cuando me empezaron a venir a la cabeza cosas que en breve ya no existirán.

Los cines como los kioskos de prensa siguen abiertos pero cada vez hay menos. Los pañuelos de tela casi han sido sustituidos por los prácticos klínex. Los diccionarios y las enciclopedias son recuerdos de los salones de la década de los cincuenta y ya no forman parte del mobiliario de ninguna casa. Igual que preguntar a un desconocido cómo encontrar una calle o un restaurante. Dar los buenos días o saludar cuando dos personas se cruzan en la escalera o en el monte.

Las monedas ya no habitarán en los bolsillos ni en las carteras, el huevo hilado ya nadie sabrá qué es y el tratarse de usted sonará al siglo pasado. Igual que las tarjetas de visita y el helado de corte; los tacones y las postales turísticas; los marcos con fotos y la tarta al whisky; las cartas de amor pero no las de hacienda, el matrimonio para toda la vida, el mapa de carreteras y las tiendas de ultramarinos; los santorales, los callejeros y las medias de color carne de las mujeres.  Qué decir de saberse un número de teléfono, merendar todos los días o esperar cada semana a ver el capitulo de una serie. 

Desaparecerá quizás la siesta, tener un coche en propiedad, dar las gracias, ceder el sitio en el autobús o hacer autostop. Sera inaudito ver más niños que mascotas en un parque o que los novios se sienten con sus padres en su propia boda. Los cheques bancarios, comprar acciones en la bolsa para ahorrar o tener el mismo trabajo cinco años seguidos, misión imposible. Igual que encontrar pepinillos en vinagre, una revista en papel o alguien que  escuche un mensaje a velocidad normal, use calcetines de ejecutivo, lleve camiseta interior de tirantes o un jefe que invite a desayunar.

Desaparecerá todo lo anterior o no, pero lo que quedará seguro es la capacidad de sorprenderse del ser humano. Así llevamos miles de años. Ahora también y aunque nos aferremos a la nostalgia o peor aún despotriquemos de las nuevas generaciones... tienes que saber que a nuestros padres les pasó lo mismo con sus abuelos. También te pasara a ti, ilustre miembro de la generación z que consideras toda esta lista que acabo de mencionar como claramente prescindible. Más pronto que tarde, también tu sentirás que tu mundo se extingue.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


lunes, 16 de septiembre de 2024

¿Y tú de quién eres?

 (Este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 16 de septiembre de 2024)

Los que tienen pueblo para pasar el verano, seguro que les sonará esta pregunta. A los que no, quizás les venga a la cabeza una divertida canción de los noventa que todo el mundo tarareaba. Para el resto, esta explicación: en la España rural era habitual etiquetar a los jóvenes con alguno de sus antepasados familiares para así identificarlos mejor. La letra de esa canción se reía de esta costumbre ya que un chico quiere comprar algo en una tienda, pero las clientas solo le preguntan ¿Y tú de quien eres? ¿De Marujita? ¿de Josefita o de Miguelina? …no pararán hasta saber la familia de este forastero.

Así seguimos, por mucho que España sea urbana y multicultural y poco importe ya en la mayoría de ciudades quienes son los ancestros de nadie. Y digo que esto no ha cambiado porque los españoles necesitamos etiquetar todo. Lo hemos hecho a lo largo de nuestra historia y ahora con el fenómeno de la polarización se ha acelerado. Es imposible no posicionarse. O blanco o negro, nada de grises. O estás con Kamala Harris o eres un trumpista. Igualmente, si lees un periódico ya no puedes ojear otro porque parece que estás traicionando a tu cabecera de referencia.

Pero en este mes de septiembre esta pregunta se ha repetido en el bar, el autobús o cenando en casa. ¿Eres de Broncano o de El Hormiguero? Los datos de la batalla de la audiencia se comentan cada mañana como si nos fuera la vida en ello. Antes de mirar la agenda, el horario del metro o el saldo en el banco, chequeamos si La revuelta le ha ganado a Pablo Motos. Seguimos sin entender qué es la TAE de nuestra hipoteca o la tarifa en kWh de la factura de la luz, pero nos hemos vuelto expertos en defender el share que obtiene La Revuelta o el rating que logra El Hormiguero. Muy español.

Nada que no haya pasado a lo largo de nuestra historia. En el siglo XVII la rivalidad entre Francisco de Quevedo y Luis de Góngora superó la literatura para alcanzar lo personal. En el barrio de las Letras de Madrid se crearon dos bandos, los partidarios del primero “los conceptistas” y los “culteranistas” que apoyaban al cordobés. Dos siglos después casi en las mismas calles, el pueblo se dividió entre los “afrancesados” que defendía la invasión del vecino porque traería la Ilustración frente a los “patriotas” que querían al rey Fernando VI. El relevo de bandos lo tomaron los “isabelinos” y los “carlistas”, de nuevo etiquetas españolas, que han seguido conforme avanzaban los años con los anglófilos frente a germanófilos; los prorrusos y los atlantistas. El Real Madrid de Cristiano o el Barca de Messi. La radio de Encarna Sánchez o la de María Teresa Campos. Siempre en dos orillas del rio, como si no pudiese valorarse al mismo tiempo la ironía de Quevedo y la profundidad de Góngora. Acaso no podía compartirse el amor a tu país y defender al mismo tiempo las bondades de las ideas venidas de fuera. Por qué renunciar a la cultura alemana o rusa al mismo tiempo que repudias sus dictaduras. Se puede admirar a dos futbolistas y también escuchar varias emisoras de radio, sin ser un felón. No es fácil, pero hay que intentarlo también estos días.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

domingo, 8 de septiembre de 2024

El seísmo catalán

 Este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el 6 de septiembre de 2024

En el País vasco hay preocupación. Las ondas sísmicas del terremoto catalán de este verano han llegado hasta el golfo de Vizcaya. El bochorno causado por los Mossos d´Escuadra  incapaces de cumplir una orden de detención dictada por los jueces, ha sido muy comentado en la policía vasca. Los ertzainas lucharon contra ETA con alto coste en vidas personales, pero no es cosa del pasado porque siguen sufriendo el acoso en muchas localidades cada vez que llegan las fiestas de verano. Tampoco puede olvidarse que evitaron -destapando el “caso Retolaza”- las pretensiones del PNV de convertir la Ertzaintza en una suerte de policía de partido. Y es que el espectáculo de la vuelta Puigdemont en Barcelona, solo ha sido posible, gracias a una policía que parece que responde más a Junts más que a las leyes. Costará mucho tiempo recuperar el prestigio y acallar las voces que demandan una vuelta atrás de la cesión de una competencia tan sensible como la seguridad. Tanto sufrimiento de los agentes vascos, para nada.

Pero el temblor que más han notado los vascos tiene su origen en el acuerdo que ha hecho President a Salvador Illa. La cesión total de los impuestos recaudados en Cataluña consagra de facto un Concierto catalán al estilo del vasco y el Convenio navarro, con la importante salvedad de que ese no tiene soporte constitucional a diferencia de estos dos. La soberanía fiscal para Cataluña es un seísmo de alta intensidad que se ha sentido en el verano vasco y los interrogantes han surgido inmediatamente porque la línea argumental de la defensa de la fiscalidad foral era su amparo constitucional y su excepcionalidad en el sistema autonómico español. O lo que es lo mismo la Carta Magna consagraba la salida del régimen común tributario y los partidos políticos impedían la ruptura de la solidaridad que supondría dar la llave de la caja impositiva a todas las comunidades autónomas. Pero ahora ese equilibrio se ha roto y hasta el propio acuerdo con ERC pone en duda la solidaridad de la excepción foral. Por eso muchos se preguntan estos días en la costa vasca si será tan fácil negociar el siguiente cupo o incluso si el consenso político sobre el Concierto se mantendrá en los próximos años o fruto de las cesiones de Sánchez al nacionalismo catalán, el descontento se llevará por delante también la foralidad.

Douglass North recibió en 1993 el premio Nobel de economía por el rol de las instituciones en el desarrollo económico de los territorios. Para el profesor americano en su teoría de las instituciones no caben solamente las administraciones públicas sino también las leyes, los impuestos y hasta las empresas. La riqueza de las naciones está mediatizada por la interacción entre instituciones (que fijan las reglas del juego) y las organizaciones (empresas y sociedad civil). Así pues, el empresario como agente responsable y catalizador de la creación de empresas está condicionado por los factores del entorno y es el encargado de implementar las reglamentaciones, así como las normas fruto de su aprendizaje y del proceso de socialización, contando además con la incidencia de otras organizaciones políticas, económicas, sociales y educativas.

North seguro que está en la cabeza de muchos vascos (y españoles) desde que se sintió el temblor originado en la Plaza de la Ciudadela de Barcelona. Por lo menos leyendo estos días a López Basaguren catedrático de derecho constitucional de la universidad vasca o a la presidenta de la patronal vasca, Tamara Yagüe, a mí me han recordado casi literalmente a la teoría institucionalista. Para Basaguren la negociación fiscal bilateral rompe la sagrada regla de que el sistema de nivelación ha de ser multilateral y por consenso. A su vez, la máxima responsable de Confebask ha asegurado que “desde la crisis financiera de 2008, el crecimiento de la economía vasca ha estado por debajo de la zona euro y del resto de comunidades más prósperas. Por eso, ha llegado el momento de volver a poner el Concierto Económico al servicio de la competitividad y del crecimiento del País”. Para los empresarios vascos toca contribuir desde la fiscalidad a la aceleración del crecimiento económico de Euskadi. Creen que es necesario reducir la presión fiscal para reactivar la economía y dejar de perder posiciones respecto a otras regiones más dinámicas de Europa. Lo han llamado “invertir en fiscalidad” y el hilo conductor de la propuesta es rebajar impuestos para relanzar la inversión, la atracción de empresas y también de talento. Todo ello redundaría en más actividad económica de tal forma que no se perdería recaudación.

Leyes que se cumplen, impuestos que favorecen la actividad, solidaridad entre los que más tienen y los que menos… empresarios y profesores vascos preocupados porque no se sigue lo anterior. Instituciones puestas en solfa estos días con el número de escapismo de Puigdemont pero que no pueden ocultar lo más grave que es el riesgo de pérdida de confianza en el estado de derecho de inversores, emprendedores y trabajadores que buscarán refugio (no tan lejano) en aquellos lugares donde el círculo virtuoso de North funcione.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

Tocado y hundido

 Este artículo se publicó en La Información el 2 de septiembre de 2024

El verano poco a poco nos deja, pero a los economistas nos quedará el recuerdo de algunas noticias. Se olvidará el lunes negro de la bolsa en agosto y también el culebrón de la bajada de los tipos de interés o el aumento del desempleo en Estados Unidos. En cambio, en nuestra mente permanecerá un suceso que a priori no afecta a la ciencia económica. Me refiero al naufragio el 19 de agosto de un velero en la costa de Sicilia que causó la muerte de media docena de personas. Más allá de que entre los fallecidos haya destacados actores económicos como el empresario Mike Lynch o el presidente internacional de Morgan Stanley, el hundimiento de este barco explica muy bien algunas lecciones de economía.

El Bayesian era un lujoso yate valorado en más de 50 millones de dólares propiedad del exitoso emprendedor británico Mike Lynch, que murió ese día ahogado junto a su hija. El barco era conocido en todo el mundo no solo por su espectacular diseño y tecnología sino por su imponente mástil de 75 metros, considerado el más alto del mundo. Lynch había invitado a colegas y familia a disfrutar del Mediterráneo para celebrar que había sido absuelto de un proceso judicial que podría haber acabado con su fortuna y haberle llevado a la cárcel. Para este crucero eligió al mejor, un capitán neozelandés que tenía una grandísima experiencia comandando barcos de superlujo. Pero a pesar de recibir un aviso de tormenta en Palermo, confiado por las prestaciones del velero y por su dominio de estas situaciones, el marinero no pudo evitar el naufragio. Cuando la tromba marina alcanzó al Bayesian, las puertas de la cabina y algunas escotillas estaban abiertas lo que hizo posible que una gran cantidad de agua entrase en el casco. Esto, unido al fuerte desequilibrio que causó en el velero un mástil tan alto azotado por el huracán, le llevó al fondo del mar. Algunas otras fuentes hablan de órdenes contradictorias entre el propietario y el piloto. Sea como fuere, con tecnología punta, un piloto exitoso y el reconocimiento mundial, el barco se hundió.

En economía se puede confiar en la tecnología – como en la del yate- y de hecho si repasamos los valores bursátiles que más crecen son aquellos soportados por servicios tecnológicos. Las conocidas como big tech han dado grandes alegrías a sus accionistas los últimos años, aunque  quizás tras los avisos de estas semanas esto ya se ha acabado. Sus empleados lo saben bien ya que cientos de miles han sido despedidos desde la pandemia y otros tantos lo serán fruto de las eficiencias logradas por la IA generativa.

Tampoco nadie duda de la importancia de un CEO para el desempeño de una empresa, como un capitán para un barco. La teoría económica ha estudiado las cualidades de los mejores consejeros delegados y analizado el impacto positivo de la gestión de estos buenos líderes empresariales. Steve Jobs, Bill Gates, Jeff Bezos, Jack Welch transformaron sus compañías, pero todos ellos fueron puestos en cuestión en algún momento y no terminaron su carrera como primeros ejecutivos. De hecho, son varios informes que demuestran que la duración promedio de los CEOs se ha reducido en los últimos años e incluso alguno ya habla de que dos de cada diez de los primeros espadas de las principales empresas del mundo son despedidos todos los años.

Ser el mejor hoy, no es garantía de serlo mañana. La historia económica acumula sonoros fracasos de compañías que fueron líderes indiscutibles sin que nadie dudara de su solvencia. O incluso envidiadas por su liderazgo mundial -como el Bayesian por su mástil- Desde Kodak con su pionera cámara digital; Blackberry con el primer teléfono inteligente o Blockbuster con la mayor red del mundo de alquiler de películas, éxitos pasados no garantizan éxitos futuros.

Los veleros en breve volverán a los puertos refugio, pero la lección del hundimiento de este verano no puede olvidarse porque si no volverá a repetirse en el mar y en la economía. No puede subestimarse la fuerza del mar como tampoco la de los mercados. Por muchas crisis que se hayan bandeado, la última siempre es la peor. En un barco como en una empresa el mérito y la capacidad es lo que ha de regir su funcionamiento por encima de cualquier otra consideración. Por último, la propiedad y la gestión siempre han de ir alienadas.

Dejo para la reflexión del lector si las empresas que conocen o incluso las instituciones que les gobiernan cumplen los criterios anteriores o están en riesgo de hundimiento.


lunes, 2 de septiembre de 2024

Turismofilia

 Este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el 2 de septiembre de 2024

Ahora que se ha puesto de moda estar horrorizado porque en agosto las playas y bares de media España están masificados, yo declaro que tengo turismofilia. Me encantan los turistas porque yo también lo soy. Reconozco que voy a playas y montañas que están a cientos de kilómetros de mi casa, disfruto en verano en bares de pueblos recónditos y rompo la paz del campo en excursiones con amigos. 

Nada de turismofobia. En mi caso y quizás en el tuyo, querido lector, no sería coherente. En vacaciones queremos ir a sitios que durante el año no tenemos la suerte de visitar, buscamos climas, gastronomía y en general experiencias imposibles de conseguir en los siguientes 11 meses del año. Y es que muchos de esos que hablan de la turismofobia aspiran a dormir en alojamientos estupendos y a buen precio, se llamen hoteles o viviendas turísticas; además, a algunos los he escuchado presumir de encontrar los mejores chollos y hasta alardear de que hay muchísima más oferta gracias a todas esas plataformas. 

Todos somos turistas. Cuando viajamos al extranjero y hacemos lo que tan nervioso nos pone de los que vienen por aquí y fotografiamos lo típico. Pero también somos turistas cuando volvemos a nuestros orígenes o pasamos un fin de semana fuera de casa. No lo olvidemos.

Defiendo también mi turismofilia porque el turismo es una industria que genera riqueza y empleo en nuestro país. Este año serán más de 90 millones los visitantes que vendrán a España para consolidarnos como el segundo destino del mundo muy cerca de Francia, que no se cansa de los turistas, sino todo lo contrario, los busca cada vez más como ha demostrado este verano con los Juegos Olímpicos. El turismo supone casi el 13% de la riqueza española, medida por el PIB o si se prefiere casi 200.000 millones de euros. Una cifra prácticamente idéntica al gasto que se dedica del presupuesto público a las pensiones. Si queremos menos turistas tendremos que asumir que las pensiones bajarán en la misma proporción que las llegadas de visitantes. 

Qué gusto las playas con menos gente y las calles de los pueblos tranquilas todo el año… pero hay un precio a pagar. España no sería igual sin el turismo, no tendríamos las carreteras que disfrutamos, tampoco las líneas de alta velocidad. Por supuesto, nada de hospitales en la puerta de casa ni universidades públicas al alcance de todos. Tampoco las pensiones serían universales porque sin turistas durante los últimos cincuenta desaparecerían dos billones de euros, que en números suena peor: 2.000.000.000.000 de euros. Y para colmo sin turismo nuestros mejores recuerdos especialmente de la infancia y la adolescencia desaparecerían de un plumazo. Y eso sí que vale dinero.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC