lunes, 27 de mayo de 2024

Romper la cuarta pared

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 27 de mayo de 2024)

En el teatro, la cuarta pared es ese muro invisible que se crea en una función entre el actor y los espectadores. Aunque no hayas oído hablar de esa pared, es el secreto que explica la magia del teatro, pero también del cine y la televisión. Es esa frontera que hace que el actor interprete, olvidando que tiene público delante y jamás se dirija a los asistentes, haciendo perder la ilusión de la función. Al mismo tiempo, gracias a esa pared también actúa respetando a la audiencia, nunca dándoles la espalda o siguiendo siempre los movimientos de la cámara y los micrófonos en las películas.

El origen de esta imaginaria cuarta pared nace con el renacimiento del teatro. Un escenario tiene una pared del fondo, dos laterales y esta cuarta que separa a los actores del público. Una frontera mágica que hace que obre el milagro de una ficción creíble.

En las ciencias escénicas se habla incluso de romper la cuarta pared cuando los actores se dirigen al público e interactúan con él. Rompen esa barrera para recuperar una conexión con la audiencia. Algo inimaginable en los conciertos de hace dos siglos, hoy es común las canciones coreadas por los asistentes o preguntas respondidas por la masa. También numerosas series o videojuegos se han apuntado a la moda de hablar al público rompiendo el encanto de la pared invisible. Ahora la economía y la política también quieren romper esa cuarta pared, para reconectar con la ciudadanía.

La semana pasada el gobierno español aprobó la compatibilidad del cobro del subsidio de desempleo con una nómina en un trabajo por cuenta ajena. Parado y empleado a la vez, dos ingresos al mismo tiempo. La medida trae su causa en la evidencia de que las personas que cobran el paro no tienen incentivos para buscar trabajo. Con este incentivo económico, dos abonos en el banco, mucha gente podrá salir del desempleo. Un gobierno de izquierdas rompe la pared que les separa con sus oponentes que llevaban años defendiendo la medida y sobre todo con la sociedad que se beneficiará de la acción. Igualmente, el mismo gabinete ha promovido que pueda también cobrarse la pensión y seguir trabajando o en el pico inflacionario se rebajó el IVA de productos básicos, por no hablar de las ayudas a los autónomos del campo. Se rompe la pared económica e ideológica para conectar con las audiencias que votan.

Romper la cuarta pared también explica muchas de las decisiones del presidente Pedro Sánchez. Su carta en la red social X para reflexionar cinco días o su entusiasta apoyo a la causa palestina. Sánchez quiere interactuar con el público/votante directamente, sin partidos políticos ni medios de comunicación. Nos habla como marido y como padre. Una persona con cara y ojos que sufre ante las ofensas a su mujer, un español que no soporta tantos cadáveres de niños en Gaza. La pared rota, aunque para ello eche por tierra los usos y costumbres de la democracia, la diplomacia o las relaciones internacionales. La pared se cae para que el público le crea, poco importa la bondad de lo defendido o la coherencia con lo prometido, lo importante es el aplauso/voto.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 13 de mayo de 2024

La guerra de Eurovisión

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 13 de mayo de 2024)


El festival europeo de la canción es considerado el programa de televisión más antiguo del mundo ya que se celebra desde 1956. Todos los años supone una auténtica batalla musical entre los cantantes que representan a sus respectivos países. Una encarnizada lucha por lograr los puntos otorgados por el público y por los respectivos jurados nacionales de expertos. Lo que no es tan conocido es que esos términos de batalla y lucha no son metafóricos, sino que Eurovisión ha estado, está y estará muy vinculado a las guerras.

El concurso nació precisamente en plena guerra fría para generar una conciencia europea e influir con la música en la Europa comunista del telón de acero. El espectáculo del festival creado en plena posguerra logró infundir alegría a los europeos al mismo tiempo que traspasó fronteras para exhibir la alegría y libertad de los países de esta parte del mundo. Eurovisión con sus luces, bailes y ritmos desenfrenados era la expresión de las democracias liberales a las que todos los países de la órbita soviética deberían aspirar. Y así fue, casi al mismo tiempo que caía el muro de Berlín a finales de los ochenta, el festival se fue ampliando por el Este hasta nuestros días.

La guerra fría terminó, sí, pero la guerra siguió muy presente en el concurso. En los noventa con la contienda de los Balcanes, en los 2000 con la guerra de Irak y los conflictos en Gaza y Ucrania que tuvieron sus precuelas hace diez años. De hecho, en el año 2022 la ganadora de Eurovisión fue la representante ucraniana, aupada por el masivo voto popular de rechazo a la invasión rusa. Este año Israel ha dado la campanada al lograr un ingente e inopinado voto del público, a pesar de las numerosas llamadas lanzadas para boicotear a la artista hebrea. La opinión pública hoy no necesita solamente las urnas para expresarse, sino que la soñada democracia directa cada día está más cerca y Eurovisión nos lo está demostrado

Y es que las guerras ya no son solo tanques y misiles, cada vez son más culturales y han llegado para no irse, también de Eurovisión. La batalla cultural es un viejo término que nació en la Alemania de Bismarck pero que cuajó a finales del siglo pasado en Estados Unidos y se ha extendido por todo el planeta a la vez que la polarización. Es una guerra por defender unos valores frente a los contrarios. Una batalla de propaganda en la que se manosean derechos universales para desprestigiar al rival -casi siempre- político. Cualquier asunto sirve para esta guerra si ayuda a dividir la sociedad, bien sea el clima, la religión o la sexualidad. Por supuesto que en esta guerra no hay posibilidad de ser neutral y te abocan a participar en la batalla a riesgo de parecer un colaboracionista. Da igual que no apoyes a un régimen terrorista que prohíbe la libertad política, religiosa y sexual como es Hamas, si estás con la paz del mundo tenías que ponerte un pañuelo palestino este año en Eurovisión. Hasta que llegó el televoto.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 6 de mayo de 2024

El tamaño sí que importa

(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el 6 de mayo de 2024)

Enrico Letta fue primer ministro en Italia hace una década. Comenzó su carrera política en la democracia cristiana para acabar cercano al socialismo. Quizás por esa capacidad para entender a las dos grandes familias políticas, desde la Comisión Europea se le encargó un informe sobre el mercado único. El estudio del italiano fue entregado hace unos días y la principal conclusión es que el tamaño importa.

En economía y me temo que también en sexología el tamaño es un debate recurrente y nunca resuelto del todo. A los lectores de esta columna les gustará que me centré en la primera disciplina. Desde el siglo XVIII los economistas han estudiado las economías de escala. Algunas industrias son capaces de producir cada vez más productos con un menor coste. En esas compañías, cuando alcanzan un tamaño muy grande, los costes unitarios decrecen conforme aumenta la producción. Un chollo. La clave para los directivos es saber cuándo se alcanza ese nivel de fabricación en el que obra el milagro de la reducción de los costes unitarios que hace que se disparen los beneficios y los rivales desaparezcan de un plumazo incapaces de competir. El ingeniero americano Taylor, en la frontera entre el siglo XIX y el XX, propuso una organización racional del trabajo que dividía sistemáticamente tareas y procesos para así ganar productividad. El taylorismo instauró la era de la mecanización de la industria que hizo posible la creación de las grandes corporaciones empresariales.

Henry Ford fue el primero que hizo fortuna en 1908 con la aplicación práctica de los dos principios anteriores. La producción a gran escala del famoso Ford T, permitió no solo la creación de la primera industria global americana sino también la implementación del sistema de producción en cadena o en serie conocida por ello como fordismo. El éxito de esta fórmula basada en el gran tamaño rápidamente se extiende consagrando a mediados del siglo XX la figura de las multinacionales en sectores más allá de los industriales como el gran consumo o la energía. Galbraith llega a proclamar el triunfo inapelable de las grandes empresas frente a las pymes en el momento del inicio de la masiva globalización.

En nuestros días, la abundancia de mittelstand o empresas medianas es la explicación de la innovación y competitividad germana. Un estudio del Circulo de Empresarios estimó que, si España tuviera una distribución de empresas con el tamaño de las alemanas, la productividad agregada de nuestra economía sería un 13% superior. En ese país, pero también en el Reino Unido la proporción de empresas medianas es cuatro veces superior que aquí, donde la inmensa mayoría son micropymes.

No solo las empresas se han beneficiado del tamaño. China, Estados Unidos y ahora India, son naciones inmensas que precisamente por ello son también las principales economías del planeta. Con un mercado interior potente y una oferta imbatible de mano de obra han sido capaces de liderar la producción mundial.  Pero en este ranking podría estar Europa, según Letta, si el gran tamaño geográfico del continente no tuviese fronteras para la economía y sus empresas. Unir mercados, eliminar burocracia y garantizar la efectiva libertad de circulación de mercancías, servicios, personas y capitales que consagran los sucesivos tratados europeos. El ejemplo de la fragmentación del mercado de las finanzas europeo es usado como argumento en el informe para demostrar la debilidad de nuestra economía frente a la americana porque aquí los capitales, en forma de ahorros o empresas, huyen a Estados Unidos. Reteniendo con un mercado financiero único esos capitales podrían financiarse nuevas industrias medioambientales o de defensa. Pero el italiano va más lejos aún y pide una libertad de circulación más: la libertad de movimiento para la innovación y el conocimiento que incluiría los datos para no perder la carrera de la inteligencia artificial. Grandes universidades europeas y grandes proyectos de innovación transnacionales que nos permitirían competir con los gigantes de América y Asía.

Europa es un continente, del tamaño de China o Estados Unidos. Pero, ahora, somos iguales a ellos únicamente en metros cuadrados, para serlo en millones de dólares de producción e innovación, necesitamos eliminar trabas y barreras que persisten a pesar de lo que rezan los tratados. Un mercado único en el que el talento y el conocimiento fluya en la era de la tecnología de la mano de estados y leyes amistosas con las empresas. De otra manera, y que me perdonen por volver a una materia que no es la mía ni la de estas páginas, sufriremos un gatillazo. Europa querrá, pero no podrá. Su historia le dirá que sí y su realidad que no.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


domingo, 5 de mayo de 2024

Mientras tanto…

(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el 6 de mayo de 2024)


El miércoles 24 de abril a las siete de la tarde se paró el país. Durante cinco días solamente se habló del estado de ánimo del presidente del gobierno, de sus cuitas matrimoniales y de la decisión que finalmente tomaría el lunes por la mañana.

Todos los medios de comunicación durante más de cien horas intentando escudriñar la mente del presidente y buscando explicación a un suceso tan extraordinario en un estado de derecho como que su presidente interrumpa casi una semana sus obligaciones. De hecho, esta decisión de Pedro Sánchez arrastró a su gobierno y a los partidos que le apoyan a salir en tromba a la calle, medios de comunicación y redes sociales, desatendiendo sus responsabilidades de servicio público en ministerios o altos cargos de la administración.

Mientras tanto, aunque parezca mentira, el mundo no se paró y ni mucho menos la economía. La inflación, el desempleo, la deuda, la inversión o la fiscalidad no consultaron esos días manuales de psicología o de estrategia política, sino que, tozudas, siguieron con su preocupante tendencia.

España ha registrado en abril una tasa de inflación estimada del 3,4%, dos décimas más que en el mes de marzo, y ha escalado hasta ser el tercer país con la tasa de inflación más alta de la Eurozona, tras Bélgica (4,9%), Croacia (4,7%).  El Banco de España alertó la semana pasada que las subidas de tipos de interés dejan a más de un millón de hogares (el 7,2% del total) sin poder pagar los gastos básicos.

Durante el retiro espiritual del presidente también hemos conocido los resultados de la Encuesta de Población Activa (EPA) publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE). España ha perdido 139.700 ocupados en el primer trimestre del año, lo que supone la mayor destrucción de empleo para este periodo de enero a marzo desde el año 2020. Este dato ha ido acompañado de un incremento en el número de parados en España de 117.000, con lo que el número total de desempleados en el país se sitúa casi en los tres millones (2.977.800) y la tasa de paro ha escalado hasta situarse en el 12,3%, desde el 11,8% en que se encontraba a cierre de 2023.

Respecto a nuestro endeudamiento, estos mismos días Bruselas ha advertido que España es el país de la Unión Europea donde más aumentará el gasto en pensiones, debido al impacto de las reformas del sistema, que según la Comisión Europea supondrán un incremento del gasto de hasta 4,6 puntos porcentuales del PIB en el periodo de proyección, que abarca hasta 2070.  De hecho, según nuestro supervisor bancario, España necesitará 25 millones de inmigrantes en 2053 para mantener las pensiones.

La inversión extranjera en España es otra pieza que encaja -por desgracia- en este puzle. En 2023 cayó un 18,7% con respecto al año anterior, siendo esta más de un 50% inferior al nivel máximo alcanzado en 2018. No hace falta recordar que en una economía como la española el peso de lo público en la inversión es considerable, no solo por el esfuerzo presupuestario sino por las facilidades que puedan darse desde la regulación. Respecto a lo primero sabemos, desde la convocatoria de las elecciones catalanas, que no tendremos Presupuestos Generales del Estado este año y respecto a lo segundo hay que mencionar el papel gubernamental en la nueva regulación para la inversión extranjera. Un mecanismo puesto en marcha hace unos meses para autorizar determinadas inversiones en sectores estratégicos que está ralentizando muchas operaciones. Naturgy, Telefónica o Talgo han visto cómo los sucesos de estos días retrasaban más aún la toma de decisiones que puede hacer que huya el dinero extranjero.

Lo cierto es que mientras Sánchez meditaba, la economía sufría. Cepsa, la segunda petrolera en España, anunció esos días que había alcanzado un resultado neto negativo de ocho millones de euros en el primer trimestre de este año fruto del impuesto a los beneficios caídos del cielo que el gobierno puso en marcha en plena crisis energética. El CEO de la compañía ha explicado que al mismo tiempo en febrero pagaron más de 122 millones por el primer tramo del impuesto lo que ralentiza, sin duda, sus planes de inversión para convertir España en un hub mundial de hidrógeno. El Gobierno lleva meses planteándose cambios en este tributo para preservar estas inversiones verdes pero la agenda medioambiental, a la vista del retraso, es menos importante que la política.

Qué decir de las empresas patrias que por mucho que empatizasen con la aparente desazón del presidente no dejaron ni un minuto de mirar sus cuentas de resultados amenazadas por nuevos impuestos y contribuciones extraordinarias. No pocos accionistas hicieron caso omiso de este culebrón, porque lo que les ocupaba -y ahora más todavía- era saber si el Estado finalmente tomará el control de compañías bandera españolas, bien directamente con la SEPI o con la colaboración de Criteria. Y a la vez millones de españoles con un ojo en la televisión y el otro en la declaración de la renta en la que pagarán este año más porque se no han deflactado las tarifas.

Actuar tiene consecuencias, no actuar también.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC