viernes, 4 de julio de 2025

El duende del flamenco (y de la economía)

(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el día 1 de julio de 2025)

Dicen que el genial poeta Federico García Lorca definió el duende del flamenco como un poder misterioso que tienen solo algunos artistas, una especie de fuerza vital que les conecta con el público, generando una emoción profunda y auténtica. El duende, según Lorca, no es disponer de una técnica o una habilidad especial, sino de disfrutar de una conexión casi sobrenatural que emana del interior. No soy nadie y menos siendo de Bilbao para poner en cuestión al autor granadino sus opiniones sobre el arte jondo. Pero escuché -estos días de tantos premios en Madrid- a un galardonado que citó a Paco de Lucía con esta frase que no puedo olvidar: "Llevo desde los seis años practicando 16 horas al día con la guitarra y en mi tierra a eso le llaman duende".

Rápidamente me vino a la cabeza las numerosas declaraciones de estos meses de la vicepresidente del gobierno Yolanda Diaz en las que para justificar su propuesta de reducción de jornada ha argumentado que desde su partido "queremos que la gente trabaje menos para vivir mejor". No sé si hubiera vivido mejor o peor Paco de Lucía ensayando menos horas, pero lo que sí sé es que sin ese esfuerzo jamás hubiéramos disfrutado de su arte.

Los economistas llevamos siglos intentando medir qué significa vivir mejor, como pretende Yolanda Diaz con su polémica propuesta de las 37, 5 horas semanales. De las clásicas magnitudes de la contabilidad nacional como el PIB, es decir lo que produce un país, se evolucionó al PIB per cápita o al índice de Gini para ver cómo la riqueza se reparte entre la población. También indicadores sintéticos ex novo fueron promovidos como el IDH, sin gran éxito.

En los últimos tiempos el consenso tiene que ver con la vinculación de la competitividad y la productividad. El profesor español en el IMD suizo -Arturo Bris- habla de la buena vida en la que incluye la calidad institucional, como el principal indicador para la movilidad del talento internacional. Dicho de otra manera, los países más competitivos lo son porque tienen en su seno la mejor fuerza de trabajo. Una suerte de círculo virtuoso que hace mejores, si cabe, a los países más competitivos, ya que la llegada de esas personas talentosas hace que prospere esa nación y provoque que vengan más en el futuro. Suiza, Suecia o Alemania se sitúan en las primeras posiciones. Ser competitivo no solo supone ofrecer bienes y servicios mejores que el resto de los países, sino hacerlo provocando una mejora del bienestar patrio.

Algo parecido sucede con la productividad, es decir la capacidad de hacer más con menos, que parece que es lo que pretende Yolanda Diaz. Las clasificaciones globales llevan a situar en la cabeza a territorios como Irlanda y de nuevo Suecia o Alemania. El profesor Bris en sus clases cruza en un gráfico la posición de los países en las clasificaciones de competitividad y productividad para concluir que la correlación de ambos vectores es lo que determina la prosperidad. Suecia y Alemania se encuentran en esos cruces buenos. En ambos países, por ejemplo, las carreras laborales son más largas que en España, medida por la duración media de la vida activa que elabora Eurostat. O lo que es lo mismo los suecos trabajan ocho años más que los españoles y los alemanes cinco más. Le guste o no a la Vicepresidenta, así es.

No hay por tanto casualidades, ni nada sobrenatural en el bienestar de esos países. Hay duende. Pero no el duende de Lorca sino el de Paco de Lucía. Mejor "mucho" que "poco". Mucho esfuerzo por innovar, muchas horas de estudio, mucha dedicación a ser el mejor en tu producto, mucho sacrificio para dejar tu casa y aprender fuera, mucha vigilancia del gasto público, mucho rigor en las finanzas, mucha persecución al corrupto y mucho premio al excelente. La propuesta de reducir la jornada laboral para “vivir mejor” va en el sentido contrario de la experiencia de los países más dinámicos del mundo y promueve una mentalidad hedonista, del "poco", muy alejada del arraigado sentido del deber y de la responsabilidad que tienen los territorios más prósperos del planeta y por lo que parece también los mayores genios del flamenco.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 24 de junio de 2025

Hola doctora IA, adios doctor Google

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 24 de junio de 2025)

Leo que el 80% de los consumidores españoles utiliza la inteligencia artificial (IA) para cuestiones vinculadas a la salud. Eso significa que los que estáis leyendo este artículo con alta probabilidad habéis consultado a la IA –conforme especifica ese estudio– en asuntos como los usos de un medicamento, la interpretación de determinados síntomas corporales, así como recomendaciones para el mejor ejercicio físico o la dieta ideal para adelgazar.

No parece algo llamativo porque desde la irrupción de internet los buscadores acaparaban consultas de todo tipo en materia de salud. Si buscamos el mejor hotel, por qué no el mejor médico. De hecho, los científicos de datos digitales eran capaces de predecir la llegada de una cepa de la gripe a una geografía en función del número de consultas que se hacían en Google sobre cómo atajar los síntomas de esa afección. A mayor número de entradas en el buscador con esas dudas, mayor probabilidad de un brote de gripe con alta prevalencia.

Los tiempos en los que leíamos un manual de medicina o incluso los prospectos de los medicamentos pasaron a la historia hace tiempo. También es un recuerdo de nuestros padres y abuelos visitar al médico con rapidez cuando nos encontramos mal. Por supuesto que hay gente que todavía únicamente confía en los facultativos y las urgencias en fin de semana siguen colapsadas, pero hoy la mayoría nos hemos contagiado de la inmediatez del momento y no estamos dispuestos a esperar semanas para una consulta médica o una interminable cola si hay otras vías para encontrar respuesta a nuestras cuitas de salud.


La salud digital ha avanzado de una manera espectacular en los últimos años y hoy es posible desde las consultas telemáticas a las recetas electrónicas. Además, se están probando con éxito dispositivos que miden en remoto el pulso, la presión arterial, la saturación de oxígeno en sangre o la capacidad pulmonar. Pero somos impacientes. El avance de la tecnología en materias como el comercio electrónico nos ha impregnado de la necesidad de disponer de respuestas inmediatas a nuestras necesidades. Amazon y luego todas las grandes marcas nos han educado en tener las compras en casa en apenas unas horas. Los bancos han ayudado a este cambio de mentalidad con los pagos al instante, Bizum es la mejor expresión de lo anterior. Y la salud, que es lo más importante para la mayoría de los ciudadanos, no podía ser la excepción.

La novedad ahora es que en apenas unos meses hemos pasado de confiar en el doctor Google que nos buscaba las páginas web donde consultar nuestras preocupaciones en materia de salud a charlar con una aplicación de IA. Confiábamos en los buscadores clásicos porque nos permitían obtener respuestas sobre enfermedades tras leer sitios web de institutos médicos u hospitales. Ahora simplemente confiamos en la doctora IA, sin leer nada ni saber las fuentes que utiliza o cómo ha conseguido la información, simple y llanamente la damos por válida.

Esta doctora IA nos recomienda un ayuno intermitente, una rutina de ejercicio o un tratamiento para la diabetes cuando no el mejor médico u hospital para curarse. Sin duda, la nueva doctora nos puede ayudar a mejorar la salud, pero antes de abrazarnos a ella deberíamos pedir a los doctores de siempre y a las empresas e instituciones de la salud que no minusvaloren la IA y entren en ese campo por nuestro bien. Con ellos dentro, todo será mejor.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

sábado, 21 de junio de 2025

No existían

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos con motivo de sus 25 aniversario el día 19 de junio de 2025)


Parece mentira, pero hace 25 años no se sabía qué era eso de la generación Z y apenas habían nacido ninguno de los que hoy marcan las tendencias en todo el planeta.

Cuando apareció el primer ejemplar de 20minutos, el mundo estaba dominado por las generaciones que se habían educado en la EGB, con la televisión y la calle o el patio del colegio como inspiradores. En ese momento en el que se repartía el primer número de este diario, en alguna calle de una ciudad española, estaban naciendo esos jóvenes que hoy influyen -como ninguna otra generación antes- en lo que pasa en la política, en la economía y en la sociedad. Se educaron con internet, se socializaron con internet y ahora se expresan y aspiran a trabajar, solo con internet.

Son nativos digitales porque vieron la luz al mismo tiempo que los primeros portales que te ayudaban con los deberes escolares; crecieron con las redes sociales (ya muy polarizadas) y con la irrupción de los programas accesibles de inteligencia artificial. Por eso entienden tan bien este momento marcado por la tecnología y todas las empresas los quieren en sus plantillas.

No habían nacido en el año 2000 y no nos podíamos imaginar que en 25 años ellos decidirían dónde trabajar y cómo hacerlo, pero es la realidad. Y si no pregunten a cualquiera que entreviste para un puesto de trabajo a un joven hoy en día: ellos mandan.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

miércoles, 11 de junio de 2025

Resentidos

 (este artículo se publicó originalmente el día 9 de junio de 2025 en el diario 20 Minutos)

Así estamos. Resentidos. Lo ha dicho el ministro Óscar Puente para calificar a Eduardo Madina por atreverse a criticar la deriva del socialismo español. Y, aunque parezca mentira, una mayoría nos sentimos tan resentidos como Madina. Tengo el orgullo de conocer a Eduardo desde hace tres décadas. La primera vez que le vi ambos no superábamos los 20 años y Madina defendía con pasión las siglas del PSOE en el País Vasco. Era un joven estudiante en una época en la que militar en un partido no nacionalista en esa parte de España te costaba la vida. Sus compañeros socialistas vascos, Fernando Buesa en el año 2000 o Enrique Casas en 1984, fueron asesinados en Vitoria y San Sebastián por ello. Eduardo se salvó de milagro en 2002 de una bomba terrorista en los bajos de su coche en la margen izquierda de Bilbao, pero, aunque su cuerpo quedó mutilado, sus ideas salieron de ese atentado más fuertes.

Lo recuerdo perfectamente. Salió del hospital y no cambió un ápice sus palabras sabiendo la desgracia que le habían supuesto. Y siguió. Vaya que siguió. De las juventudes socialistas al Congreso de los Diputados y de ahí a disputar con coraje y por dos veces a Pedro Sánchez la secretaría general del PSOE. Valentía y coherencia. Tras su segunda derrota en 2017 emprendió una trayectoria profesional fuera de la política que no le ha impedido seguir participando activamente en el debate social del país con la misma convicción y honestidad.

Digo que nos sentimos resentidos -como ha dicho el ministro- porque para una mayoría de españoles que vivió con dolor los años de terrorismo las palabras de Puente son como volver a sentir esa misma desazón. Sí, estamos resentidos como reza la etimología de la palabra: sentimos de nuevo -con ese infame ataque a una víctima del terrorismo- algo parecido a cuando ETA mataba y los que les apoyaban encima vilipendiaban al asesinado una vez muerto. Por encima de las siglas políticas, los españoles, da igual de qué partido fueran, sintieron el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 como el de un hermano o el de Fernando Múgica en 1996 como el de un padre. Unidos frente a la tragedia, miembros de un país por encima de las legítimas diferencias políticas.

¿Qué ha pasado en esta tierra para llegar al extremo en el que un miembro del Gobierno tache de resentido a una persona a la que se le debe tanto y cuya hoja de servicios a la democracia es excepcional? Es difícil encontrar a alguien que hable mal de Eduardo Madina, en su partido o en el de enfrente; en su empresa o en la de la competencia; de sus mismas ideas o de las contrarias. Y sé muy bien de lo que hablo porque en estos años he estado muchas veces en la otra orilla de Eduardo. Y jamás dudé ni conocí a una persona que dudara de su honradez intelectual.

Ahora que solo nos ocupa el penúltimo escándalo, toca recordar que Eduardo Madina representa lo mejor de este país, lo mejor de nuestra historia reciente y lo que tanto echamos de menos en este preciso cuarto de hora: concordia, decencia y altruismo.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

sábado, 31 de mayo de 2025

La brecha de género también afecta a las mujeres trabajadoras mayores de 55 años

(este artículo se publicó originalmente en la revista académica The Conversation  el 27 mayo de 2025)




Las diferencias entre hombres y mujeres han sido objeto habitual de análisis de todo tipo: desde sociales a educativos pasando siempre por los laborales. Sin embargo, el cruce de edad y género no había tenido la misma consideración en España. El centro de investigación Ageingnomics de la Fundación Mapfre ha publicado el IV Mapa de Talento Senior, que mide la presencia de las mujeres mayores de 55 años en el mercado laboral español.

Los resultados del estudio no son alentadores. Muestran las cinco brechas que perjudican a las mujeres séniores frente a los hombres de su misma franja de edad:



1.Trabajan menos.

2.Tienen menores salarios.

3.Sufren mayores tasas de desempleo.

4.Ocupan menos puestos directivos.

5. Hay menos mujeres emprendedoras mayores de 55 años.

Todos estos factores generan, por ejemplo, un impacto directo en sus pensiones. Al tener menores bases de cotización, las mujeres cuando se jubilan reciben pensiones más bajas que las de los hombres.Al revisar las cinco brechas ya nombradas se entiende mejor cómo es la discriminación laboral contra las mujeres en el colectivo de los séniores.

En lo referente al empleo, si usamos como indicador la tasa de actividad –es decir el porcentaje de mujeres que trabajan–, el análisis del grupo de edad de 55 a 69 años muestra que la tasa de trabajo por cuenta ajena de las mujeres es inferior en casi 10 puntos a la de los hombres. Usando la tasa de desempleo, vemos que el paro femenino sénior es cinco veces mayor que el de los hombres.

También el trabajo por cuenta propia está más extendido entre ellos que entre ellas. Hay solo 365 000 mujeres autónomas frente a 673 000 hombres trabajando por cuenta propia. Esta diferencia se mantiene en todos los grupos de edad de la población sénior, pero la brecha crece conforme avanzan los años de vida laboral y se acerca la edad legal de jubilación.

La brecha salarial de género se ha ido acortando entre menores de 44 años. Pero a partir de esa edad va creciendo, hasta llegar a un 27 % entre los séniores mayores de 65.

Por último, es especialmente significativa la diferencia que existe en la categoría de directores y gerentes a partir de los 55 años. No son muchos porque, lógicamente, los puestos de la alta dirección son reducidos (239 800), pero hay dos veces y media más hombres (172 900) que mujeres (66 900) en esta categoría, cuando encontramos mucha más población femenina que masculina a partir de los 55 años.

Las mujeres séniores trabajan menos y reciben menores salarios que los hombres de las mismas edades a pesar de que, de media, son más y vivirán más años. Esas, sumadas a otras lagunas de cotización que sufren las trabajadoras durante su trayectoria laboral –derivadas de la maternidad o de los cuidados de familiares, cuando no de la informalidad de sus empleos–, son causas determinantes de la brecha de género en pensiones.

Una menor pensión de jubilación reduce la capacidad de las mujeres de acceder a los cuidados necesarios en la edad avanzada, limita su capacidad de consumo y repercute en la capacidad de crecimiento del PIB nacional.

No obstante, también detectamos algunos datos para la esperanza. Por ejemplo, hay más mujeres funcionarias mayores de 55 que hombres (27 y 17 % respectivamente). Y aunque hay menos mujeres que hombres entre la población sénior trabajadora, su nivel de cualificación es algo mejor: más de un 40 % de las séniores ocupadas poseen un título universitario, un factor que facilita el trabajo y reduce los riesgos del desempleo.

Además, las tasas de crecimiento de la población activa sénior femenina son mayores que las de los varones: entre 2008 y 2022, la de ellos fue de un 60 %, mientras que la de ellas alcanzó el 150 %, lo que reduce la brecha de género en ese sector del mercado laboral. En 2023 había unos 5 millones de trabajadores, de los que un 53 % eran hombres y el 47 % restante, mujeres. Adicionalmente, la ratio de emprendedoras también crece. Todo esto apunta a que disminuyen las brechas y habrá mejores oportunidades para las futuras mujeres trabajadoras séniores.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 26 de mayo de 2025

Hoy no me puedo levantar (absentismo)

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 26 de mayo de 2025)


Será por la alergia al polen –este año está siendo brutal– o por la astenia primaveral que te deja sin fuerzas, pero hoy me siento como si las pilas se me hubiesen agotado. Al sonar el despertador me ha venido a la cabeza la mítica canción de Mecano. Y es que es así, «hoy no me puedo levantar». Cada lunes una mayoría de los más de 20 millones de españoles que trabajamos nos sentimos de esa manera. Cuando eres joven por los excesos del fin de semana; si tienes familia porque los niños agotan; y al peinar canas, los años se notan y parar durante dos días hace que cueste arrancar. Sacamos fuerza de no se sabe dónde y nos vamos a trabajar. Sí se sabe, esas fuerzas salen del compromiso, de la responsabilidad y de un sentido del deber adquirido, generalmente gracias a los valores de la familia y la educación recibida.

Pero hoy, un millón y medio se quedarán en la cama. Es lo que se llama absentismo laboral y una de las causas de la falta de productividad de nuestra economía. Las ausencias hacen que la producción de las empresas –como es normal– disminuya porque hay menor mano de obra o –en el caso del sector terciario– el servicio sea peor y se acabe lesionando. Además, los salarios se siguen pagando, aunque no se asista al puesto de trabajo, con lo que se remunera un trabajo que no se ha realizado. Por último, el absentismo injustificado genera una sobrecarga en los empleados que sí acuden religiosamente a cumplir con sus tareas, lo que acaba minando la moral de los cumplidores y, a la larga, desmotivándoles.

Uno de los grandes logros de nuestra sociedad es la asistencia social ante la enfermedad y, de ese millón largo de absentismo, una parte importante son bajas laborales. Y no puede ponerse un solo pero. Es decir, la realidad es que cada día hay cientos de miles de trabajadores que están malos, lesionados o tienen que ir al médico, y nuestro sistema les protege. En cambio, uno de cada cuatro del millón largo que faltan al curro cada día no tienen ninguna excusa. Son más de 300.000 españoles que hoy, teniendo contrato en vigor, apagan el despertador y siguen durmiendo, abren el ojo y ven una serie porque, y sigo citando a Mecano, «el fin de semana me dejó fatal».

Es un drama para un negocio no saber si el lunes podrá subir la persiana o no. Y también –muchas veces– un desastre para los trabajadores que faltan sin motivo aparente. Los expertos dicen que detrás de esos miles de ausentes no está solamente una cara de cemento armado, sino también circunstancias familiares complejas que no se quieren contar y eso lleva al absentismo o, incluso, a situaciones de estrés o acoso en el trabajo que con la ausencia evitas.

En cualquier caso, sigue habiendo cientos de miles de trabajadores que se pasan el lunes cómodamente zanganeando, seguramente porque saben que la impunidad le protege, bien porque es difícil de demostrar que la jaqueca era tan fuerte, bien porque la empresa no puede permitirse echarles. La realidad seguro que es una mezcla en la que también estará que, en algunos sectores, encontrar un trabajador –aunque parezca mentira con las cifras de paro que tenemos– sea una odisea tal que a los empresarios les compense seguir con el absentista.

Ana Torroja en la misma canción decía «hay que ir al trabajo, no me da la gana» y así nos va, con tantos españolitos haciendo caso en esto a la solista de Mecano.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

domingo, 25 de mayo de 2025

Mejor camellos que unicornios (para invertir)

(este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Cataluña el día 25 de mayo de 2025)

En los últimos 10 años, las grandes corporaciones y los inversores suspiraban por las empresas apodadas como unicornios. Uber, Airbnb y OpenAI, y por nuestros lares Cabify y Glovo, eran los objetos de deseo. Una rara avis de compañía que consigue en los tres primeros años de vida una capitalización global superior a mil millones de dólares. Como en el mito del unicornio -un caballo con un cuerno en la frente que al que lo poseía le permitía alcanzar la inmortalidad-, el dinero buscaba con fruición ese animal entre las start-ups de medio planeta. Pero eso ha pasado a la historia. Los unicornios han abandonado definitivamente los manuales de empresa para volver a los libros de ciencia ficción.

Desde hace dos años, apenas han surgido unicornios en el panorama empresarial, entre otras cosas porque la coyuntura es más volátil y el dinero más pacato y huye del riesgo. Tampoco ha ayudado la burbuja de valoraciones de esas empresas incipientes que finalmente fueron un fiasco como WeWork y Peloton. Pero sobre todo porque las grandes empresas han ocupado con su músculo financiero y de innovación el espacio que hace solamente un lustro quedaba libre para los emprendedores.

Ahora los inversores buscan ingresos más estables, certezas, aunque los crecimientos no sean tan explosivos como los de los unicornios. Se ha dejado de confiar en el carácter milagroso de esa fantasiosa cornamenta, al igual que los poderosos de antaño se dieron cuenta de lo absurdo de beber pociones para alcanzar la vida eterna hechas con el cuerno, de un animal que solo existía en la imaginación de los juglares.

Lanzadera, la herramienta de Juan Roig y Mercadona para detectar las innovaciones del futuro y principal incubadora de empresa en España, lo ha dicho alto y claro: "Viene una época de camellos ante la escasez de unicornios". Esto no supone que se hayan extinguido los unicornios, simplemente quiere decir que todo fue una fantasía, en realidad nunca existieron y lo que se ha esfumado con ellos es una época. Unos años en los que quisimos creer en start-ups mitológicas con sus múltiplos exponenciales y su potencia multiplicadora. Y obviamos lo que teníamos alrededor, empresas solventes que todos los años ganaban dinero, aunque no tuviesen el adjetivo de disruptivas ni ROE (return on equity, por sus siglas en inglés) de hasta tres dígitos.

Los camellos con su joroba, su sucio color y su gesto indolente no pueden competir con la belleza del unicornio, un joven aguerrido caballo con brillante cuerno que sale de su cabeza en la que también caben unos hermosos ojos azules. El capital riesgo y las grandes empresas se dejaron seducir por una quimera y ahora han vuelto prosaicamente a mirar a su alrededor. ¿Qué especie sobrevive en las peores condiciones? y ¿qué empresas mantienen su actividad con independencia de la coyuntura? Son dos preguntas que se responden con la misma palabra, camello, un animal diseñado para sobrevivir sin comida ni agua durante meses, para ahorrar la energía necesaria para andar y cargar sin descanso.

Las empresas camello que ahora se buscan son aquellas nacidas para sobrevivir. Equilibran el crecimiento y el flujo de caja. Son capaces de sobreponerse a los mercados de capitales desérticos, donde la financiación es escasa y solo pueda subsistirse con fondos propios.  

Son compañías austeras con los recursos medidos para funcionar y por tanto con escasa necesidad de financiación frente a los unicornios que necesitan miles de litros de agua -una inyección constante de fondos- para lograr la ansiada escalabilidad. Esos unicornios gastan siempre más dinero del que ganan para poder desarrollar -se supone- increíbles servicios que les harán multimillonarios. Los camellos ahorran siempre esfuerzos y también agua para así nunca dejar de contar con reservas, al igual que las empresas del mismo nombre, que desde el minuto uno tienen beneficios.

Las empresas unicornio priorizan el crecimiento sobre la rentabilidad, lo que las aboca a la financiación continúa del capital riesgo para no morir y a una peligrosa dicotomía: el éxito o la ruina. Las empresas camello tienen objetivos menos glamurosos, como administrar costes y mantener el empleo, pero se mantienen en el tiempo siempre con ebitdas positivos.

Los inversores se han despertado de una especie de embrujo que permitía hacerse rico invirtiendo en empresas que solo eran un dosier que lo aguantaba todo por el mero hecho de ser catalogadas como candidatas a unicornio. Ahora al haber cesado el influjo toca volver a la realidad, a los camellos: empresas que ganan dinero solucionando problemas a sus clientes y solo sobreviven si gastan menos de lo que ingresan. 

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y en LLYC