sábado, 30 de noviembre de 2024

Esta sí es la revolución que necesitamos

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 28 de noviembre de 2024)

Más presión fiscal para terminar el año que hará posible más anuncios pagados por el gobierno sobre "la magia que provocan los impuestos" en la vida de los españoles. Algún ministro hasta se ha atrevido a catalogar como auténtica revolución impositiva la continuada subida de tributos que vivimos desde hace seis años.

Pocos dudas que la educación universal fue clave para el «milagro» económico español que actuó como «ascensor social» a partir de los años 60 del siglo pasado. Gasto público inteligente que permitió a millones de españoles formarse al máximo nivel y ascender socialmente, no sin esfuerzo pero con una economía que ayudaba a las empresas y por tanto a la generación de oportunidades. Sin embargo, comienza a atisbarse que el asensor ya no funciona. Quizás porque ese acceso a la educación ya no es tan determinante. Son varios los factores que lo explican, la percepción social de la caída de la calidad de la educación del sistema educativo público español ante las muy bajas posiciones en los rankings; también la sensación de que con o sin educación las generaciones más jóvenes y las más seniors están condenadas a la precariedad o al subsidio.

Para el filósofo José Antonio Marina vivimos en una «sociedad del aprendizaje» regida por una ley impecable: «Para sobrevivir, las personas, las empresas y las instituciones deben aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia el entorno; además, si quieren progresar, habrán de hacerlo a más velocidad». Esa es la auténtica revolución que hemos de afrontar, una suerte de tercera revolución de la educación. La primera, a principios del siglo pasado, tuvo que ver con la llegada de la enseñanza obligatoria que propició una educación masiva que brindó una capacitación para la vida a millones de personas en todo el mundo. Por ejemplo, en 1910, sólo el 9 por ciento de los jóvenes estadounidenses obtuvieron un diploma de escuela secundaria, en 1935 eran ya el 40 por ciento. La segunda revolución surgió en el último tercio del siglo XX en Estados Unidos, pero también en otros países como España (en este caso a raíz de la llegada de la democracia y la «universidad para todos»). En el año 1965 se matricularon en primer curso 75.000 personas en España, que han pasado a ser 1,7 millones en la actualidad. En 1970, en Estados Unidos había sólo 8 millones de universitarios matriculados y hoy día superan los 18 millones. Ahora, debido al fenómeno de la longevidad, pero también a las exigencias de la evolución tecnológica y su impacto en el mundo del trabajo, estamos en la tercera gran revolución de la educación. El nivel de preparación que funcionó en las dos primeras oleadas no parece suficiente en la economía del siglo XXI. En cambio, esta tercera ola estará marcada por la formación a lo largo de la vida para poder mantenerse al día en una profesión y adquirir habilidades para los nuevos trabajos que llegarán.

Gartner pronostica, por ejemplo, que la inteligencia artificial destruirá en los próximo millones de empleos a nivel global, pero generará otros tantos nuevos puestos de trabajo. Es probable que los trabajadores consuman este aprendizaje de por vida cuando lo necesiten y a corto plazo, en lugar de durante largos períodos como lo hacen ahora, que cuesta años completar títulos. También, con esta tercera ola, vendrá un cambio en cómo los trabajadores perciben la formación, que hoy todavía es como una maldición por la que hay que pasar por exigencias de la empresa o, peor aún, algo a lo que se recurre tras un despido.

Estamos entrando en una etapa en la que el reentrenamiento será parte de la vida cotidiana puesto que con vidas laborales tan largas y variadas, reinventarse y volver a capacitarse será muy normal. Por ello nos tenemos que ir quitando de la cabeza la idea de que la formación y el mundo del trabajo son etapas de la vida o espejos de nuestra identidad. Me explico, hasta ahora, uno no sólo estudiaba, sino que era un estudiante. Concluir la formación superior significaba acceder a la identidad adulta, marcada por la independencia económica. En los próximos lustros, será habitual volver con cuarenta, cincuenta o sesenta años a la universidad para estudiar un grado, programa o curso completamente diferente de la primera carrera. En general, el mundo laboral y el formativo estarán mucho más conectados: cruzar del uno al otro o al reves será bastante habitual.

El mundo hacia el que vamos obliga a descartar la idea de que la educación sea un pasaporte que se adquiere una vez y en la juventud para entrar en el mercado laboral y se abandonarse a continuación. Son muchos los retos por delante, pero hay algo que no cambiará. Además de constituir la llave para el mercado laboral, la educación seguirá siendo la herramienta más eficaz para formar ciudadanos, disminuir la desigualdad y garantizar la movilidad y la cohesión social. Los gobiernos, empresas y familias han de ejercer su responsabilidad de preparar a los ciudadanos para el mundo en el que van a vivir, y no para el que está en trance de desaparecer, de otro modo el sistema educativo quedará obsoleto, con enormes consecuencias sociales y políticas.

Y en este momento, me temo, que la agenda pública está más centrada en trabajar menos -con la reducción de la jornada semanal- que en estudiar más y mejor. Una pena porque la tercera revolución de la educación, frente a las del pasado, ya no entiende de geografías sino de personas. No nos podemos permitir como españoles perder este tren. Aún estamos a tiempo, por lo menos cada uno de nosotros, en volver a las aulas.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 25 de noviembre de 2024

No preguntes a mamá

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 25 de noviembre de 2024)


Desde que se publicó hace unos años, este libro ha arrasado e incluso se ha incluido como lectura obligatoria en alguna de las mejores universidades de empresa en Estados Unidos. Su título original es The Mom Test, si se prefiere una traducción más literal que la del encabezado de este artículo, sería algo así como El examen de mamá.

La tesis del libro reside en que muchos negocios fallan porque se pregunta a los futuros clientes por nuevos productos o servicios como si fueran nuestras madres y, ¡claro!, generalmente responderán como tales: sin herir los sentimientos e impidiendo que la verdad en estado puro fluya y por tanto también aparezcan valiosos aprendizajes, aunque duelan.

El libro defiende la idea de que si fuésemos capaces de hacer preguntas a nuestra madre sobre cuestiones importantes sin que ella mintiera o dulcificara su opinión para proteger nuestros sentimientos, entonces estaríamos haciendo las preguntas correctas.

A nadie se le escapa que esto no es sencillo, pero puede aplicarse en muchas facetas de la vida. Desde cuando siendo jóvenes le pedimos criterio sobre unos nuevos amigos con raras costumbres o por una pareja que te da mala vida, hasta por ese trabajo que paga tan mal o por ese socio que te va a permitir ganar rápidamente mucho dinero. También por esos atajos que te ves obligado a tomar para llegar antes a un determinado destino profesional. Preguntamos generalmente a nuestra madre de modo y manera que nos dé la aprobación y de paso algo de cariño. Qué error.

Este libro se centra en el mundo empresarial y en concreto en cómo vender más haciendo las preguntas adecuadas y no las de una madre. Es una guía práctica que enseña cómo obtener respuestas honestas y útiles, evitando las sesgadas que a menudo se obtienen al preguntar a un familiar o amigos íntimos. Esas respuestas de los que te quieren te ayudan en el corto plazo con algo de autoestima, aunque te llevan al fracaso con el tiempo.

Por eso hay que aplicarse el cuento con tres fáciles consejos. El primero, evitar preguntas ambiguas. En lugar de cuestiones generales como "¿Te gusta mi idea?", es mejor interesarse sobre experiencias pasadas, por ejemplo: "¿Cuándo fue la última vez que enfrentaste este problema?". En segundo lugar, hay que enfocarse en aprender, no en vender. El objetivo de una buena conversación no debe ser convencer a la otra persona de que tu idea es buena, sino entender sus problemas reales. Esto implica escuchar más y hablar menos, permitiendo que la otra persona comparta sus experiencias y opiniones sin sentirse presionada.

Y en tercer lugar, siempre buscar un compromiso concreto. En vez de aceptar promesas vagas de apoyo futuro, es importante buscar pruebas de que la persona ha intentado resolver el problema en el pasado y está dispuesta a pagar por una solución en el futuro. Preguntas como "¿Cuánto has gastado en intentar resolver este problema?" pueden ser reveladoras.

Ahora lleva todo esto a tu día a día. A ese consejo que pides a tus íntimos para que te ayuden, pero en realidad solo buscas reafirmarte. Cómo cambiaría la película de nuestra vida e incluso la de España si preguntásemos a las personas adecuadas o de manera adecuada. Sin ir más lejos, estos días de tantas corrupciones si los aludidos pidiesen consejo siguiendo las reglas de este libro, la respuesta sería clara y cruda y me temo que como a muchos hijos tampoco le gustaría oírla al presidente del Gobierno, pero permitiría avanzar al país.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Una dieta para la era Trump

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 11 de noviembre de 2024)

En plena resaca de la victoria de Donald Trump, los mandatarios europeos se reunieron la semana pasada en Budapest para tratar el futuro de su comunidad política. Como anfitrión estaba el presidente húngaro, Viktor Orbán, que se jactó de haber brindado con vodka por el resultado de las elecciones americanas ante una audiencia todavía frotándose los ojos por la vuelta del empresario a la Casa Blanca.

En el salón del palacio de congresos, además de los políticos y sus asesores, un gran elefante en la habitación ocupaba todo el espacio de la reunión: qué pasará con la guerra de Ucrania y por tanto con la ofensiva rusa en Europa. Tras mucho discurso protocolario y abrazos a un descompuesto Zelenski, subió a la tribuna Emmanuel Macrón.

Defendió que no se puede delegar la seguridad continental en los estadounidenses. El presidente de Francia también se preguntó si queremos leer la historia escrita por otros o queremos escribirla. Él mismo se respondió diciendo que como europeos tenemos la fuerza para escribirla, pero para eso toca actuar y defender nuestros intereses desde la autonomía estratégica.

Entonces para explicar mejor lo que quería decir y que le entendiese hasta el último vecino, catalogó a los europeos como herbívoros en un mundo de carnívoros. Una dieta de la que hemos presumido en los últimos tiempos en la Unión Europea con nuestras legislaciones medioambientales y otras regulaciones para defender los derechos humanos que nos hacen ser los más buenos del planeta, pero no los más competitivos. La frase que ha hecho fortuna resume el momento: "Estados Unidos inventa, China produce y Europa legisla".

Pero es que vivimos una época en la cual los que se alimentan de proteínas y chuletones, cada día se les ve más musculados y más fuertes sus industrias o sus ejércitos. Y ahora para colmo, un hipercarnívoro como Trump lidera el país más rico del mundo; la era del solomillo ya está aquí con los aranceles, los muros a la inmigración y los amigotes populistas. Nada que no hayamos visto estos años con China o Rusia y su dieta paleo, que se inspira en la alimentación de nuestros ancestros cazadores y recolectores. Acaso la dependencia europea del gas ruso o de las importaciones chinas no convertía a esos países en auténticos depredadores/cazadores. O es que el desembarco de baratos productos chinos por estas latitudes no era más que una forma de recolectar y llevarse a su país los beneficios, machacando nuestra industria que sí cumple las legislaciones ‘veganas’ que esos ‘carnívoros’ se saltan sistemáticamente.

Por eso, Macron, ante la sorpresa del proteico Orbán, ha defendido que los europeos tenemos que ser omnívoros. Si no nuestro vergel europeo de bienestar y verduras en la dieta será devorado por los fortísimos carnívoros que cada vez son más imparables. Las empresas europeas han de contar con el apoyo de una Europa omnívora que sepa jugar en todos los campos, que tenga una dieta equilibrada que las permita tener fuerza para crecer y nutrientes para afrontar las crisis económicas o incluso bélicas que están por llegar.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Lecciones de economía en la DANA

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico valenciano El Levante el 8 de noviembre de 2024)


Pasará mucho tiempo hasta que a los españoles se nos borre de la retina las imágenes de las inundaciones de Valencia. Millones de vecinos de Levante jamás lo olvidarán; cada vez que llegue el otoño y la gota fría o como quiera que se llame en el futuro a estas tormentas torrenciales, pensarán si no podría haberse evitado.

Son muchas las lecciones que hemos aprendido estos días de tragedia. Desde no minusvalorar las alertas pasando por el impacto macabro que tienen las decisiones imprudentes. La ausencia de signos en el corto plazo no impide una catástrofe a un plazo más largo. Inundaciones pasadas no garantizan comportamientos prudentes en el futuro. O la imprescindible necesidad de la coordinación ante la magnitud de eventos atmosféricos así como el efecto sistémico del pueblo cuando se moviliza y en especial las necesarias inversiones preventivas en tiempos de bonanza y calma.

No soy ingeniero de caminos y tampoco climatólogo ni he gestionado políticas públicas en este ámbito, pero sí soy un economista con tres décadas de desempeño profesional y no me puedo resistir a poner negro sobre blanco algunos paralelismos entre la economía y la meteorología. En ambas disciplinas hay catástrofes y en ambas o bien podrían evitarse estos sucesos extremos o por lo menos aminorarse sus efectos.

Recordemos las grandes crisis económicas: el crack del 29, el shock del petróleo en 1973 y la gran recesión de 2008. En todas ellas las consecuencias fueron dramáticas, millones de familias arruinadas y miles de empresas cerradas, además de generaciones condenadas a la miseria.

Al mismo tiempo en los tres colapsos siempre hubo quien alertó de lo que podría pasar. A finales de los felices años veinte, el economista Roger Babson advirtió públicamente sobre un inmediato colapso bursátil que finalmente se produjo en el martes negro de Wall Street. Unos meses antes de que los precios del petróleo se duplicasen en 1973, la reunión del grupo Bildeberg predijo el brutal alza del precio del crudo. El profesor Nouriel Rubini en el año 2006 alertó sobre la burbuja inmobiliaria y los riesgos de las hipotecas subprime americanas, cuando la crisis llegó dos años después se ganó el apodo de doctor catástrofes.

En los tres casos las alertas fueron desoídas. También en esas tres recesiones los más perjudicados fueron los más humildes. Y en todas ellas el paso del tiempo tampoco ayudó ya que al cabo de cuatro décadas (un lapso de tiempo suficiente para la amnesia), una gran crisis se repetía. Todo como en Valencia.

Pero me gustaría centrarme en la parte positiva, que la hay, de las tres crisis. Tras la crisis del 29 nacieron muchos de los grandes programas de protección social que sostienen el sistema de bienestar que blinda, aún hoy, a la población ante las recesiones económicas. Así mismo la crisis del petróleo, espoleó a los Estados Unidos para evitar su dependencia de las importaciones del crudo e hizo posibles innovaciones como el shale gas que explican que hoy sean autosuficientes energéticamente hablando. Por último, la crisis financiera de 2008 propició nuevas regulaciones de los mercados que hoy disfrutamos con una mayor supervisión y transparencia que hace imposible un nuevo desastre financiero.

De las tres crisis se aprendió también la importancia de un pequeño tejido empresarial que propicia el dinamismo económico, frente a la errónea percepción de que solamente importan las grandes empresas. Y así tras cada uno de esos desastres, surgieron herramientas de apoyo a las pymes como las leyes de defensa de la competencia, las agencias de desarrollo local y las incubadoras de empresas, respectivamente. También de las tres crisis surgieron iniciativas supranacionales de coordinación para evitar decisiones unilaterales que conducen casi siempre al desastre. 

La DANA valenciana reproduce casi fielmente todo lo anterior. Los avisos y la tradición oral fueron desatendidos; los más perjudicados han sido las personas más frágiles bien por las condiciones de sus hogares o lugar de residencia, bien por su dependencia. Las infraestructuras construidas en el pasado fruto de catástrofes similares ayudaron a que hubiese menos víctimas, pero al mismo tiempo no haber actuado con mayor previsión en el pasado azuzó la tragedia. Y finalmente, el pueblo movilizado logra aminorar las consecuencias del drama que exigirá una reconstrucción no solo de las infraestructuras valencianas sino de la gobernanza de nuestra estructura administrativa.

Si en la conferencia de Bretton Woods de 1944 el mundo fue capaz de ponerse de acuerdo para crear instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial que evitasen las crisis económicas que habían asolado el mundo y de paso promover la cooperación internacional, nosotros ahora en España tendríamos que conseguir que nuestro entramado institucional esté a la altura en las siguientes catástrofes, que seguro vendrán, con valientes reformas.

lunes, 4 de noviembre de 2024

La economía de los 120 años

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el día 4 de noviembre de 2024)

El sector del seguro lleva un tiempo trabajando con su regulador para revisar las tablas biométricas que indican la mortalidad prevista o si se prefiere los años de supervivencia de los asegurados. Esta comisión técnica auspiciada por la dirección general de seguros y fondos de pensiones cuenta con la participación de las principales empresas del sector muy interesadas en que esas tablas recojan la realidad de la demografía española.

Y aunque parezca increíble en la mesa está que esas tablas -que actualmente sitúan en 120 años la esperanza de vida- puedan ser actualizadas al alza. El proceso de cambio demográfico que vivimos hace que cada año le estemos ganando algo más de tres meses a la vida. Es tan sencillo como recordar que la esperanza de vida en nuestro país en 1950 era de 62 años y hoy superamos los 83, en apenas siete décadas hemos conseguido 20 años extra. Y este hecho no se va a dejar de producir; cada año seguiremos rascándole meses a la vida, aumentando nuestra esperanza de vida. Ya hoy somos uno de los cinco países del planeta más longevos pero los institutos más reputados nos sitúan en la cúspide con Japón en muy pocos años.

No alcanzaremos tan pronto esos 120 años de las tablas de las aseguradoras, ni mucho menos los superaremos como se estudia por parte de esa dirección general del Gobierno de España. Que las tablas se sitúen en esa edad no significa que esa sea la esperanza de vida, sino que es factible que algunas personas alcancen esas edades. Si alguien se ha escandalizado con lo anterior y piensa que es pura ciencia ficción le aconsejo que no siga leyendo el resto de este artículo. La Fundación Matusalén cofundada por el científico Aubrey de Grey defiende que alcanzaremos una vida de 1.000 años. Además, el autor del libro “Ending Aging”, le pone fecha, si se cuenta con financiación, esto sucederá con un 50% de probabilidad en los próximos 25 años, pero también podría suceder en los próximos 100. En la misma línea, otros investigadores desde Silicon Valley sostienen que «basándonos en el rápido ritmo de crecimiento de avances biomédicos, la cuestión no es si podemos romper el código del envejecimiento, sino cuándo lo haremos». Por último, el científico Ray Kurzweil sostiene que gracias a la nanotecnología y a una mayor comprensión de cómo funciona el cuerpo, se podrán suplantar órganos vitales y de esa manera vivir para siempre; de hecho, en su opinión, esta se alcanzará en un plazo de 20 años.

Pero aún hay más. El transhumanismo es una teoría que no ha dejado de ganar adeptos desde que en los años 80 se reunieron por primera vez en la universidad de UCLA de California los defensores de que debido a los avances tecnológicos los límites fundamentales de la condición humana podrían superarse, entre ellos la muerte. Pero los transhumanistas van más allá de la búsqueda de la inmortalidad que la dan por hecha. Lo que les preocupa no es la muerte de cada ser humano sino la desaparición del género humano. Kurzweil cree que estamos acercándonos a la "singularidad", es decir el momento en el que las computadoras, gracias a la IA, se vuelven lo suficientemente inteligentes como para aprender solas. En ese momento el ser humano no tendrá más remedio, si quiere sobrevivir a las máquinas, que hibridarse con ellas y ser un poco máquina, un poco humano porque si no será imposible subsistir. Mientras tragamos saliva para asimilar esta negra premonición que esperemos nunca se cumpla quedémonos con que una nueva vida más larga y saludable ya está aquí y que es una gran oportunidad para las empresas que quizás no se está aprovechando del todo en España.

El monitor de empresas de la economía senior se presentó hace unas semanas en Madrid y puso de manifiesto que la mitad de las empresas en España ofrece productos o servicios dirigidos a los mayores de 55 años, lo que supone un incremento de 4 puntos porcentuales respecto a 2023 (46%). Este grupo poblacional, que representa actualmente el 33% de la población total y el 60% del gasto español, se ha convertido, por tanto, en un público clave para muchas compañías, ya sea en forma de bienes, servicios, tarifas y descuentos diferenciales para el mercado sénior, o a través de canales de comunicación específicos, servicios de atención preferentes, o por medio de campañas de marketing para llegar mejor a estas personas.

A pesar de que las empresas consideran la economía sénior, también conocida como economía plateada por las canas de sus protagonistas, como un factor dinamizador para la economía. En concreto para la creación de nuevos bienes y servicios (con una puntuación media de 7,7 sobre 10) y para el desarrollo económico del país (7,6), todavía y aquí está la parte negativa, la mayoría sigue asociando el envejecimiento con los cuidados y la asistencia y como “desafío empresarial” debido al reto que supone abordar estas nuevas necesidades. El informe destaca, además, que es una minoría, 4 de cada 10 compañías las que reconocen que tiene previsto desarrollar planes o líneas de actividad específicas para el colectivo sénior en los próximos 5 años. No obstante, solo el 23% ha realizado ya algún estudio de mercado para identificar sus intereses y necesidades específicas, lo que demuestra que son deseos más que realidades.

Estamos lejos de una economía de los 120 años, digan lo que digan las tablas biométricas pero muy cerca de que los niños que hoy nacen tengan una esperanza de vida de 100 años. Esperemos que las empresas españolas con la complicidad de las autoridades públicas sepan aprovechar las oportunidades de vivir en un país en el que cada vez más disfrutaremos de alcanzar las canas con salud, economía y trabajo.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 28 de octubre de 2024

El zorro y el erizo

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 28 de octubre de 2024)


Qué diferencia. La noche y el día. Un oasis en medio de la podredumbre de la política española. En la entrega de los premios de la Fundación Princesa de Asturias todo era elegancia, desde la puesta en escena del majestuoso teatro Campoamor en Oviedo con los delicados terciopelos azules tan asturianos al vibrante sonido de las gaitas, pasando por la solemnidad de la familia real y especialmente con los méritos de las biografías de los galardonados, jalonadas de esfuerzo, valentía y talento.

En una semana en la que solo se habló de maletas de lingotes de oro, del ‘todo gratis’ a cuenta del erario ministerial, cuando no de rayas de cocaína y escabrosos detalles de las andanzas nocturnas de un político dimitido, las biografías de los premiados sonaban como la esperanza que tanto necesitamos y que defendió la princesa Leonor en su nervioso, pero auténtico y delicado discurso.

Historias como la de Serrat, implacable en la defensa de la cultura popular; las escritoras Marjane Satrapi y Ana Blandiana, represaliadas en sus países por defender los derechos humanos; o Carolina Marín, la gran deportista española que se ha levantado una y otra vez tras sus lesiones.

Michael Ignatieff, premiado por su defensa de las libertades frente a los nacionalismos excluyentes, explicó en su discurso que las personas pueden ser zorros o erizos. El zorro sabe muchas cosas, en cambio el erizo solo sabe una única gran cosa. Conocer poco de muchas materias o mucho de una sola. Ser rápido, fugaz y astuto frente a las amenazas o enroscarse como una bola pétrea para defenderse con sus púas. La innovación o la tenacidad. La libertad o la coherencia.

El filósofo canadiense ha dado clases e incluso dirigido alguna de las más importantes universidades del mundo, su obra académica es de gran impacto, lo que no le ha impedido ofrecer una intensa labor divulgativa e incluso servir a su país como político. La metáfora de los animales que usó no es nueva y se usa desde la Grecia clásica para identificar estilos de liderazgo, los dirigentes ‘zorro’ versátiles y sagaces frente a los ‘erizo’ fieles a una visión.

En esa dicotomía consumió sus minutos de agradecimiento el viejo profesor para terminar confesando que siempre se había sentido un zorro que quería ser erizo porque nunca había tenido una única preocupación sino muchas. Y alertó con ello de la peligrosa tentación de dejar de lado las libertades para resolver las preocupaciones. Sus palabras retumbaron en mi cabeza en este momento de la historia de nuestro país con tantos ejemplos de inmoralidad y corruptelas.

Con tan pocas personas ejemplares de las que se hable (no porque no existan, sino porque no protagonizan el destino de nuestro país). Con tantos problemas que resolver y tantas energías consumidas en la putrefacción del sistema político. Pero no lo resolverá una solución mágica ni un mesías, sino la suma de muchos talentos como los que vimos en los premios presididos por el rey de España y como los que vendrán si dejamos que el país sea un lugar donde triunfe el mérito y la capacidad.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 14 de octubre de 2024

Mi burbuja

 (este artículo se publico originalmente en el diario 20 Minutos el día 14 de octubre de 2024)

Nunca nadie lo ha vuelto a hacer. Era el año 1982 y Felipe González arrasó en las elecciones con una mayoría absoluta de 202 diputados. Un resultado inédito por muchas votaciones que se han celebrado desde entonces. Al día siguiente la madre de un amigo mío comentó a la hora de comer que cómo era posible que hubiese ganado Felipe si ella no conocía a nadie que le votase.

No hay mejor forma de explicar el sesgo de confirmación que esta anécdota. Esta trampa mental no es otra cosa que la tendencia de los humanos a buscar información que respalde los puntos de vista que ya tenemos. También nos lleva a interpretar todo tipo de evidencias de manera que apoyen lo que pensamos.

Le pasó a la madre de mi amigo y nos pasa a todos nosotros todos los días. Con la política por supuesto, pero también con el fútbol o con la música. Por eso no damos crédito cuando perdemos la Champions teniendo la mejor defensa o nuestro cantante preferido no es un superventas si llena sus conciertos. A los abuelos les sucede con sus nietos que siempre son superdotados por su precocidad para andar o hablar aunque luego la vida les ponga en su sitio. Interpretamos datos irremediablemente a nuestro favor.

Y cada vez más. Los algoritmos de internet, que nacieron para mejorar la experiencia de usuario, para que así recibiéramos mensajes adecuados a nuestras preferencias, han acentuado este sesgo y nos aíslan cada vez más de los que no piensan como nosotros. En nuestras redes sociales solamente aparecen vídeos de lo que nos gusta u opiniones afines, y no hay sugerencia para seguir a nadie que no se parezca muchísimo a nosotros mismos.

El problema es que esta trampa mental también nos afecta más allá de la vida personal y ha desembarcado en el desempeño profesional. De modo y manera que las empresas empiezan a sufrir también el sesgo de confirmación. Compañías que maltratan a los seniors cuando su clientela lo es, pero sus empleados no. Marcas que hacen política porque sus primeros ejecutivos piensan así, olvidando la pluralidad de sus seguidores y usuarios. Directivos encerrados en sus despachos y coches de empresa que confunden sus necesidades con las del público al que se supone que sirven… por no hablar de tantas campañas de publicidad que solamente gustan al presidente y primer accionista.

Las empresas deben estar constantemente alineadas con las conversaciones sociales más relevantes para su audiencia. Sin embargo, identificar y entender los temas clave donde una marca debe posicionarse está cada vez más expuesto a los sesgos de la alta dirección y de sus propios empleados. La buena noticia es que esa misma tecnología que polariza también permite un fiable mapeo de territorios de la conversación social. Es decir, que gracias a la huella digital se puede con altas dosis de fiabilidad saber lo que quiere o piensan los grupos de intereses claves. No hay excusa por tanto para que las organizaciones superen estos errores cognitivos, identifiquen las temáticas adecuadas para diferenciarse y de paso eviten tantos riesgos causados por vivir en una burbuja.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC