domingo, 25 de mayo de 2025

Mejor camellos que unicornios (para invertir)

(este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Cataluña el día 25 de mayo de 2025)

En los últimos 10 años, las grandes corporaciones y los inversores suspiraban por las empresas apodadas como unicornios. Uber, Airbnb y OpenAI, y por nuestros lares Cabify y Glovo, eran los objetos de deseo. Una rara avis de compañía que consigue en los tres primeros años de vida una capitalización global superior a mil millones de dólares. Como en el mito del unicornio -un caballo con un cuerno en la frente que al que lo poseía le permitía alcanzar la inmortalidad-, el dinero buscaba con fruición ese animal entre las start-ups de medio planeta. Pero eso ha pasado a la historia. Los unicornios han abandonado definitivamente los manuales de empresa para volver a los libros de ciencia ficción.

Desde hace dos años, apenas han surgido unicornios en el panorama empresarial, entre otras cosas porque la coyuntura es más volátil y el dinero más pacato y huye del riesgo. Tampoco ha ayudado la burbuja de valoraciones de esas empresas incipientes que finalmente fueron un fiasco como WeWork y Peloton. Pero sobre todo porque las grandes empresas han ocupado con su músculo financiero y de innovación el espacio que hace solamente un lustro quedaba libre para los emprendedores.

Ahora los inversores buscan ingresos más estables, certezas, aunque los crecimientos no sean tan explosivos como los de los unicornios. Se ha dejado de confiar en el carácter milagroso de esa fantasiosa cornamenta, al igual que los poderosos de antaño se dieron cuenta de lo absurdo de beber pociones para alcanzar la vida eterna hechas con el cuerno, de un animal que solo existía en la imaginación de los juglares.

Lanzadera, la herramienta de Juan Roig y Mercadona para detectar las innovaciones del futuro y principal incubadora de empresa en España, lo ha dicho alto y claro: "Viene una época de camellos ante la escasez de unicornios". Esto no supone que se hayan extinguido los unicornios, simplemente quiere decir que todo fue una fantasía, en realidad nunca existieron y lo que se ha esfumado con ellos es una época. Unos años en los que quisimos creer en start-ups mitológicas con sus múltiplos exponenciales y su potencia multiplicadora. Y obviamos lo que teníamos alrededor, empresas solventes que todos los años ganaban dinero, aunque no tuviesen el adjetivo de disruptivas ni ROE (return on equity, por sus siglas en inglés) de hasta tres dígitos.

Los camellos con su joroba, su sucio color y su gesto indolente no pueden competir con la belleza del unicornio, un joven aguerrido caballo con brillante cuerno que sale de su cabeza en la que también caben unos hermosos ojos azules. El capital riesgo y las grandes empresas se dejaron seducir por una quimera y ahora han vuelto prosaicamente a mirar a su alrededor. ¿Qué especie sobrevive en las peores condiciones? y ¿qué empresas mantienen su actividad con independencia de la coyuntura? Son dos preguntas que se responden con la misma palabra, camello, un animal diseñado para sobrevivir sin comida ni agua durante meses, para ahorrar la energía necesaria para andar y cargar sin descanso.

Las empresas camello que ahora se buscan son aquellas nacidas para sobrevivir. Equilibran el crecimiento y el flujo de caja. Son capaces de sobreponerse a los mercados de capitales desérticos, donde la financiación es escasa y solo pueda subsistirse con fondos propios.  

Son compañías austeras con los recursos medidos para funcionar y por tanto con escasa necesidad de financiación frente a los unicornios que necesitan miles de litros de agua -una inyección constante de fondos- para lograr la ansiada escalabilidad. Esos unicornios gastan siempre más dinero del que ganan para poder desarrollar -se supone- increíbles servicios que les harán multimillonarios. Los camellos ahorran siempre esfuerzos y también agua para así nunca dejar de contar con reservas, al igual que las empresas del mismo nombre, que desde el minuto uno tienen beneficios.

Las empresas unicornio priorizan el crecimiento sobre la rentabilidad, lo que las aboca a la financiación continúa del capital riesgo para no morir y a una peligrosa dicotomía: el éxito o la ruina. Las empresas camello tienen objetivos menos glamurosos, como administrar costes y mantener el empleo, pero se mantienen en el tiempo siempre con ebitdas positivos.

Los inversores se han despertado de una especie de embrujo que permitía hacerse rico invirtiendo en empresas que solo eran un dosier que lo aguantaba todo por el mero hecho de ser catalogadas como candidatas a unicornio. Ahora al haber cesado el influjo toca volver a la realidad, a los camellos: empresas que ganan dinero solucionando problemas a sus clientes y solo sobreviven si gastan menos de lo que ingresan. 

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y en LLYC

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