martes, 28 de junio de 2016

Ecosistema versus Egosistema

(este artículo se publicó originalmente en el periódico Expansión el  27 de junio de 2016)



El término ecosistema proviene de la biología y fue acuñado en 1930 por el botánico inglés Roy Clapham. Un ecosistema es un sistema de organismos vivos interdependientes que comparten el mismo hábitat.‎ La gran aportación del concepto a la ciencia de la naturaleza residía en la interrelación de los organismos que viven en el sistema; si se rompe un eslabón de esa cadena es muy difícil recuperar el equilibrio y afectará seriamente a su sostenibilidad.

La literatura económica ha incorporado ese concepto para explicar las características de los territorios más dinámicos. En coherencia con la escuela institucionalista del premio Nobel de economía Douglass North, los países con ecosistemas emprendedores egresan continuamente nuevas empresas con capacidad de crecer y crear empleos, innovando en bienes, servicios y modelos de negocio. Y lo hacen porque los gobiernos, instituciones de conocimiento y grandes empresas orquestan sus actuaciones para conseguir más actividad emprendedora en el país.

Los ecosistemas de la naturaleza son una serie de cadenas de interdependencia. También en economía. Por ello, cualquier programa de fomento en materia de emprendimiento ha de fortalecer el ecosistema y no romper el equilibrio entre sus agentes. Actuar buscando el rédito a corto plazo y el protagonismo unilateral es síntoma de que no se está respetando ese equilibrio sino que al contrario, del ecosistema estamos migrando a un egosistema.
Como documenta todos los años desde 1999 el informe GEM, actualmente ya en más de sesenta países, el cambio tecnológico y la innovación de la mano de los emprendedores son las formas principales en que la civilización ha progresado a lo largo de la historia.

GEM recomienda como de vital relevancia estudiar el ecosistema emprendedor, o lo que es lo mismo analizar la fotografía de las condiciones del entorno para emprender de cara al diseño de las actuaciones de las instituciones en este terreno. Los 36 expertos entrevistados este año en el informe español han vuelto a poner de manifiesto en una puntuación de 1 a 5, que seguimos por debajo del 3, y pese a una ligera mejoría todavía es difícil emprender en nuestro país.

En 2011, coincidiendo con la larga campaña electoral que llevó a Mariano Rajoy a ser presidente, irrumpió en la agenda pública de España el emprendimiento y los emprendedores. Desde entonces es difícil encontrar un gobierno, fundación, gran empresa o incluso un medio de comunicación que no haya lanzado un programa de apoyo a startups.

Pero todavía vamos muy lentos. El informe GEM  de 2015 sitúa en 5,7 la tasa de actividad emprendedora en nuestro país frente al 11,9 de USA o el 8,5 de media de las llamadas economías basadas en la innovación. Precisamente por el unilateralismo en las actuaciones que he bautizado en estas líneas como egosistema emprendedor. Una docena de leyes autonómicas‎ para apoyar a los emprendedores sin coordinarse entre ellas. La obsesión por patrimonializar el concepto de emprendimiento en los autónomos enfrentándolo a las llamadas empresas de base tecnológica. La persistencia y creación de grandes infraestructuras para la innovación desconectadas‎ de los emprendedores y sus necesidades.

La sobreactuación sin el mínimo análisis previo motivada por la agenda política o económica. El autismo de las grandes empresas a la hora de colaborar en sus programas de emprendimiento corporativo. La continua promoción de espacios para emprendedores desde lo público en claro ejercicio de competencia desleal. La inexistencia de una gran fundación público-privada al estilo de Startup América impulsada por el presidente Obama con la ayuda de las más importantes empresas americanas. La utopía de disponer de una auténtica unidad de mercado‎ es también otro ejemplo de actuaciones en contra del ecosistema.

No obstante soy optimista porque en materia de emprendimiento hay mucho más que nos une que lo que nos separa. Esta primavera un grupo de profesores de Deusto e ICADE Business School estudiamos los programas electorales de las cuatro principales fuerzas políticas y constatamos que es unánime el apoyo a esta figura. Eso mismo explica que Barack Obama haya decidido que su visita de julio a nuestro país esté dedicada a un tema que genera unidad y orgullo en España y USA: los emprendedores.

Por todo lo anterior las elecciones del 26 de junio son una oportunidad para recuperar ecosistema y huir de un egosistema donde sólo se piensa en los intereses particulares sino, como en las cadenas de la naturaleza, ser capaces de alinear todos esos intereses para lograr un país donde sea más fácil crear una empresa, escalarla y así crear empleo, riqueza y bienestar.


Iñaki Ortega es profesor de Deusto Business School e investigador del Global Entrepreneurship Monitor (GEM)


domingo, 26 de junio de 2016

Humanizar la tecnología

(este artículo se publicó originalmente en el especial de la revista DKV TresvSeseenta con ETHIC del mes de junio)

R2-D2, C-3PO o BB-8 representan la esperanza de nuestra economía, según los expertos reunidos este mes de enero en Davos. Pero también esos acrónimos indescifrables son los causantes de la saga con más éxito en la historia del cine. 

La Guerra de las Galaxias no se entiende sin esos entrañables androides con nombre de clave de tarjeta de crédito, que acompañan a Luke Skywalker o la princesa Laia en sus aventuras interestelares. Causan estragos, capítulo tras capítulo, entre los más fieles seguidores de Star Wars; son un semillero inagotable porque no hay niño que vea la película que no se convierta en fan de esos increíbles robots. Desde que en 1977 apareció el primero de ellos, George Lucas, no ha dejado de usarlos sin saber que casi 40 años después, en una pequeña localidad suiza serían los protagonistas de las conversaciones de los tipos más poderosos del planeta.

Allí, en la estación de esquí de Davos, cada año se reúnen en el Foro Económico Mundial los más importantes directivos y gobernantes para hablar del mundo que‎ viene y cómo responder a los retos que se plantean. Este año la protagonista ha sido la cuarta revolución industrial. La también conocida como industria 4.0. será la de las fábricas inteligentes y tomará el relevo de la primera revolución del siglo XIX y la máquina de vapor, de la segunda y tercera con la producción masiva y la incorporación de los ordenadores, respectivamente. Esta nueva economía será la de las máquinas inteligentes. 
En opinión de Klaus Schaw, en los próximos diez años vamos a ser testigos de transformaciones más profundas que las experimentadas en todo un siglo. La tecnología va a cambiar radicalmente la forma en la que hacemos negocios, compramos y producimos, pero también cómo nos relacionamos, accedemos a la información e influimos en la sociedad. Todos estos avances científicos suponen una excelente oportunidad para la creación de nuevas empresas que solucionen problemas de nuestro mundo. Termina el informe del viejo profesor alemán, fundador del Foro, alertando de que está revolución traerá en el corto plazo una importante destrucción de ‎empleo por la sustitución de infinidad de tareas cotidianas por máquinas mucho más eficientes.

A muchos de los lectores les parecerá que el World Economic Forum se ha convertido en una pandilla de cinéfilos fanáticos de la ciencia ficción porque las máquinas no deciden hoy nuestras vidas. Por ello no está de más dedicar unas líneas a explicar qué hay detrás de los conceptos que han robado los principales titulares de la prensa económica estos años. Big Data, Cloud Computing, 3D, internet de las cosas...con la demostración palmaria de que la ley de Moore se está cumpliendo: tecnología cada más potente y más barata. Tal es así que hoy cualquier pyme puede dar vida a sus máquinas con el IoT (internet of things), fabricar desde casa objetos en tres dimensiones, almacenar nosotros mismos y gratis en un espacio virtual más información que la que jamás se ha generado en toda la historia de la humanidad o conocer el resultado de las próximas elecciones analizando los millones de datos disponibles en la red sobre los electores. Son sofisticadas máquinas las que están detrás de todas estas megatendencias.

Pero si aun así quedase algún escéptico, como dicen que todavía queda algún español sin haber visto un solo minuto de la Guerra de las Galaxias, aquí van dos o tres datos más. En Estados Unidos los llamados roboadvisors, robots financieros que a través de algoritmos crean una cartera específica para cada tipo de inversor, cobrando comisiones tres veces inferiores, son ya una amenaza real para los asesores financieros tradicionales.

Watson, el sistema de inteligencia artificial de IBM, ‎arrasó en el Cifras y Letras yanqui, ante los mejores concursantes incluso sin usar conexión a Internet. Por último más de 60.000 corazones en todo el mundo están controlados por marcapasos que gestionan dos empresas operadas por infalibles algoritmos que esperemos que nunca sean hackeadas por los mismos que cada años roban millones de dólares a las multinacionales aun disponiendo, estas, de los más avanzados sistemas de ciberseguridad.
Este nuevo mundo no escandaliza a los jóvenes que están hoy educándose en las aulas. Es su mundo, se han socializado con internet como aliado y sus amigos y parejas vienen de la red; se han educado encontrado respuesta a sus incógnitas en los buscadores y están reventando el statu quo de todos los sectores de la economía y también de la política. La llamada Generación Z, además de haber llenado esta Navidad las salas de cine para ver las naves espaciales de una película que tiene su origen en la época de sus abuelos, sabe que el mundo está lleno de oportunidades. Ellos están inventándose nuevos empleos como los hacker buenos; encontrando soluciones a problemas enquistados como la financiación del emprendimiento con el crowdfunding o demostrando que sigue mereciendo la pena luchar por causas tan nobles como la ecología, la igualdad y la lucha contra el terrorismo, ahora usando las redes sociales. Son la esperanza de que un mundo dominado por la tecnología será un mundo más humano.

No podemos poner freno a ese torrente de nuevas ideas que ebullicionan en las cabezas de los nuevos millennials. Y nuestra ceguera, cuando no nuestros miedos, para asimilar la disrupción tecnológica‎, han de transformarse en la catapulta que necesitan. Nuestra generación domina el mundo, manda en las empresas, gobiernos e instituciones. Estamos a tiempo de usar ese poder, que aún tenemos, para darles el impulso que necesitan para hacer un mundo mejor.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor universitario

martes, 14 de junio de 2016

La Universidad en la encrucijada

(este artículo se publicó originalmente en la revista univerSIdad el 20 de junio de 2016)

Mucho se habla de los cambios que han de producirse en la universidad española para que logre adaptarse a lo que se espera de ella en el siglo XXI como centro generador de talento. Casi siempre la constante presión por revisar la educación superior se sustenta en causas que se hallan fuera del núcleo de la comunidad universitaria; en las empresas y la propia economía que demandan nuevas competencias y campos de especialización; en el avance dentro del marco asentado por Bolonia y el Espacio Europeo de Educación; en la necesidad de cerrar la brecha con los estándares de calidad internacionales, etc.

Sin embargo, no somos todavía plenamente conscientes de que buena parte de las transformaciones que deben producirse  en la universidad tienen una raíz endógena, que se corresponde con el salto generacional que está aconteciendo en las sucesivas promociones de jóvenes que ingresan en los programas de grado.

La teoría generacional nos dice que las coordenadas culturales, económicas, sociales y políticas en que los niños y jóvenes se hallan inmersos acaban condicionando la forma que tienen de percibir y entender el mundo. Se trata de unos rasgos compartidos en mayor o menor medida por quienes crecieron en un contexto particular que les une entre sí y les diferencia de quienes conocieron otras circunstancias en sus primeras etapas de la vida.

Los cambios en las sociedades modernas se producen cada vez más rápido y el tiempo que tarda en aparecer una nueva generación se acorta. Los jóvenes del Milenio ya mostraron una personalidad colectiva diferente respecto a la Generación X debido a circunstancias hasta el fin del siglo pasado inéditas; la quiebra del comunismo como alternativa a la economía de mercado, la inversión de los flujos migratorios tradicionales, la aparición de nuevos modelos de familia o la saturación del mercado de trabajo con diplomados y licenciados.

A diferencia de lo que se viene pensando, la irrupción de Internet y las nuevas tecnologías solo ha conformado de manera un tanto superficial la personalidad generacional de los llamados millennials, ya que su contacto con los dispositivos digitales ha sido más bien tardío.  Quizá por esto, y por las oportunidades que todavía brindaba la economía cuando aún estaban en su adolescencia, la absorción de estos jóvenes no supuso un gran desafío para la universidad, más allá de la sempiterna cuestión del bajo nivel de conocimientos con el que salen de los institutos.

Pero a los millennials les ha sucedido la Generación Z, que son quienes poco a poco van a obligar a revisar profundamente la enseñanza superior. Los jóvenes Z, los nacidos entre 1994 y 2010, constituye la primera generación que ha incorporado Internet en las fases más tempranas de su aprendizaje y socialización, y también aquella a la que la crisis ha marcado más directamente su personalidad.

Las nuevas tecnologías han condicionado su forma de aprender: gracias a Internet se han acostumbrado desde pequeños a no depender tanto de padres y docentes para adquirir el conocimiento; a utilizar de manera inmediata fuentes tan dispares en su naturaleza como indiferenciadas en la forma de acceder a ellas; a recibir cantidades ingentes de datos y a discriminarlos con arreglo a su propio criterio.

Lo anterior se traduce en que la capacidad para organizar y transmitir la información de estos jóvenes es extremadamente flexible, fusionable y compartida. Algo que les hace estar muy preparados para ser no solo ciudadanos en la era digital, sino también para ocupar las nuevas profesiones e integrarse en entornos de trabajo multiculturales y globales.

La Generación Z ha llegado a los referentes culturales no solo a través de libros, sino también de soportes interactivos y multimedia conectados a Internet. En consecuencia, el conocimiento para ellos pierde su carácter lineal para convertirse en una realidad nebulosa donde la información no está jerarquizada y, de estarlo, es el criterio comercial y no el académico el que prima en la ordenación de los contenidos. Una nube en la que todas las opiniones valen lo mismo, y en la que cada pieza de información puede ser alterada, adaptada o modificada por el usuario, que, a su vez puede producir información nueva y globalmente accesible.

La otra cara de la moneda es que, desaparecido el principio de autoridad e instalados en la creencia de que toda voz merece ser escuchada y tenida en cuenta, es posible que estemos ante una generación peor informada que la anterior, pese a su gran facilidad de acceso a fuentes del saber de todo tipo.

Los alumnos Z parecen tener menor capacidad para la educación teórica y demandan una enseñanza más práctica y flexible, menos formal, orientada a experiencias y habilidades que les ayuden a afrontar un futuro laboral caracterizado por la incertidumbre y el cambio, con profesiones novedosas y vinculadas a proyectos colectivos de trabajo en red con la creatividad como componente principal.
Han vivido en un contexto caleidoscópico en cuanto a culturas,  ideas y estilos de vida y con un dispositivo siempre a su alcance para estar en contacto con amigos y conocidos. Lo que les hace tener buena disposición para el trabajo en equipo y para respetar e interesarse por la opinión del otro. Serán sin duda la generación menos sexista y racista de la historia, uniéndoles además un marcado sentimiento de insatisfacción hacia la educación formal, poco preparada para formar a los profesionales del futuro.

Los jóvenes Z saben que buena parte de las profesiones a las que dedicarán su tiempo no existen todavía y que, por tanto, prepararse para ellas con un itinerario preestablecido no tiene tanto sentido como lo tuvo para las generaciones anteriores. El corolario que extraen es que es mejor tomar la educación como un camino y no como un objetivo, supliendo las limitaciones del currículo académico con aquellos aspectos vocacionales que les gustan o para los que tienen mayor talento. Su desarrollo personal no se basa tanto en la búsqueda de su lugar en la sociedad como en una vía de autoafirmación. En un mundo con certezas cada vez menos consistentes, el éxito individual no es sino ser sincero con uno mismo y aportar soluciones encaminadas a mejorar el planeta o la sociedad desde lo genuino.

Hasta la fecha, los argumentos más visibles a favor de los cambios en la universidad provienen de agentes ajenos a ella, quienes, además de manejar planteamientos sólidos,  gozan de la visibilidad y la fortaleza institucional para dominar los debates que la cuestión suscita. Sin embargo, conviene que en la agenda que debe conducir a la reinvención de las instituciones de enseñanza superior no nos olvidemos de los propios alumnos, cuyas motivaciones, aspiraciones y hábitos están cada vez más alejados de los de las promociones anteriores.

La Generación Z es ya una realidad en las aulas que debe ser tenida en cuenta a la hora de repensar todo el edificio organizativo sobre el que estas se sustentan. No hacerlo, además de dar la espalda quienes deberían ser los  principales stakeholders de la universidad, puede hacer que cualquier reforma destinada a modernizar la institución se quede solo a medio camino.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad de Deusto

Iván Soto es investigador asociado de Deusto Business School


Los millennials se han hecho mayores

(este artículo fue publicado originalmente en la revista Bez el 13 de junio de 2016)

Cuando creías que ya lo sabías todo porque te enteraste que los millennials no son lectores empedernidos de la saga de novelas Millennium de Stieg Larsson, ha aparecido una nueva generación, la llamada generación z, que te ha vuelto a dejar anticuado.

‎Los millennials también conocidos como la "generación y" son aquellos jóvenes nacidos entre finales de los setenta y mediados de los noventa del siglo pasado; su diferente forma de comportarse como empleados y consumidores hizo sonar todas las alarmas en las grandes empresas de medio mundo. Se les ha analizado desde todos los puntos de vista: cómo viajan, qué leen, si ahorran o no, su ocio, qué estudian y hasta qué comen. Pero el tiempo pasa inexorablemente también para esos jóvenes y ya está aquí la siguiente generación, son los nacidos entre 1994 y 2010. Y de nuevo son objeto de estudio porque como reza la sexta acepción de la palabra generación en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, son una cohorte de edad que han recibido una misma educación e influjos culturales que les ha hecho tener unos comportamientos afines.

La generación z, a diferencia de los millennials, se han educado y socializado con internet absolutamente desarrollado en sus casas y en los móviles de sus padres, con libre acceso para ellos desde que tienen uso de razón: son los verdaderos nativos digitales. En la red han encontrado respuestas a sus preguntas sin recurrir a padres o profesores y eso les ha llevado a ser autodidactas frente a la obsesión de los títulos académicos de la “generación y”.  A un clic tienen acceso a todo el conocimiento del mundo y además de la mejor forma que nunca antes se había dado: los tutoriales han jubilado las clases magistrales. Es por ello fácil de entender su irreverencia con la autoridad ya sea paterna, docente o incluso profesional. Poner en cuestión lo que dicen sus mayores ya no es un rasgo de inmadurez sino que es la forma de ser de una generación que sabe que domina las herramientas de la nueva economía y del nuevo mundo que ellos van a liderar.

Trabajar es un medio y no un fin en sí mismo, de modo y manera que a lo largo de su vida serán freelance, otras veces  trabajadores por cuenta ajena ‎y también buscarán meses sabáticos para disfrutar de un ocio cada vez más barato. Recientemente hemos conocido la encuesta a realizada a 8000 jóvenes por GAD3 con la Fundación Axa, los universitarios españoles quieren emprender cuando terminen de estudiar y por primera vez es una opción que compite con trabajar en una gran empresa o ser funcionario. Esa precocidad para el emprendimiento contrasta con los millennials que esperaban a tener experiencia y bastante más de 30 años para crear su primera empresa según nos dice el informe Global Entrepreneurship Monitor (GEM).

La inmediatez es también rasgo característico de estos adolescentes aprendida en su uso compulsivo de redes sociales y en la capacidad de las nuevas multinacionales, las llamadas GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) a responder rápida y eficazmente a sus demandas.


Esta generación ha dejado obsoleto el lema de la innovación de estos años "think out the box" porque la caja del conocimiento se ha roto, se ha dispersado libremente por la red y los jóvenes que están saliendo de las universidades tendrán que construir su propia caja‎, elegir e hibridar sus conocimientos y ser polímatas, tener varias habilidades. No es ciencia ficción y hoy ya para ser periodista hay que saber de tecnología como nos recuerda la revista Forbes y los periódicos de Vocento que ya utilizan robots para muchas de sus informaciones. Los nuevos abogados y consultores además de leyes y economía tendrán que dominar el mundo del hacking y las nuevas monedas basadas en la tecnología blockchain. ‎Agricultores que aplicarán algoritmos para que sus tractores sean autónomos o banqueros que utilizan la robótica para invertir el dinero de sus clientes. Qué decir de los profesores que ya estamos cambiando la tiza por las flipped classroom y los MOOCs.

Estos cambios se notan ya en las empresas. En poco tiempo hemos pasado de grandes corporaciones exigiendo a sus empleados la trasformación digital,  a trabajadores de la “generación z” exigiendo a sus empresas herramientas para poder aplicar todo su talento de nativos digitales. En plena década del masivo desempleo juvenil uno de los grandes problemas es la atracción y retención del nuevo talento. Los estadísticos e informáticos tienen tasas de empleabilidad total y los dobles grados en matemática y física han arrasado este año entre los chavales que quieren empezar la universidad.

Vivimos tiempos ‎de cambios rápidos y profundos así que si todavía crees que estás a la última porque has aprendido a usar Facebook y estas enganchado a Whastapp… te recomiendo que hables con chicos y chicas que están estudiando en la universidad ahora mismo, así lo hemos hecho en Deusto Business School y Atrevia en nuestra reciente investigación "Generación z. La última generación". Te sorprenderá saber que para ellos Facebook es cosa de padres porque “lo que de verdad funciona es Snapchat”.


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de Deusto Business School, en 2014 publicó el libro ”Millennials, inventa tu empleo” (Ediciones UNIR)

domingo, 12 de junio de 2016

Emprendedores públicos

(este artículo se publicó originalmente en el El Correo en su edición digital de pago del 12 de junio de 2016)

Es imposible que un país progrese si las administraciones públicas no hacen un esfuerzo por entender a quienes nos están sumergiendo a un ritmo vertiginoso en la nueva economía digital. Hace ya más de medio siglo que Schumpeter explicó que a largo plazo el éxito económico de un territorio  depende de la existencia de personas emprendedoras que conviertan la innovación en motor de crecimiento.

Al calor de la revolución de las nuevas tecnologías que lleva aconteciendo desde finales del siglo pasado, las tesis de este economista de origen austriaco han cobrado uns renovada vigencia y cada vez hay menos gente que pone en duda que la capacidad de una economía para innovar, además de para crear empleo, viene condicionada por el dinamismo de la pequeña iniciativa empresarial. Tanto es así que hasta las grandes empresas han empezado a integrar el entrepreneurship en su forma de trabajar y de lanzar proyectos estratégicos a través de fórmulas de emprendimiento corporativo e innovación abierta.

Sin embargo, el avance de la cultura emprendedora será incompleto si el sector público, que mueve más del 40% de la riqueza nacional y fija el marco jurídico y fiscal para la actividad empresarial, sigue viviendo de espaldas a esta realidad.

Fieles a su vocación de servicio a la sociedad a través de la educación ejecutiva, Deusto Business School e Icade Business School lanzaron conjuntamente hace tres años una acción formativa específicamente encaminada a acercar el lenguaje de las startups a los servidores públicos: el Programa de Liderazgo Público en Emprendimiento e Innovación (PLPE).

Por este programa, que ha sido elegido recientemente por un medio especializado como una de las 100 mejores ideas del año 2016, han pasado casi un centenar de alumnos entre directivos de las tres administraciones, cargos electos y responsables de empresas públicas, quienes han tenido la oportunidad de conocer las claves de la pujanza de ecosistemas como Silicon Valley, Londres o Israel; las mejores prácticas internacionales en políticas públicas para los emprendedores; las últimas metodologías basadas en el lean startup y el design thinking, o el funcionamiento del venture capital. Todo ello de la mano de un claustro formado por importantes nombres propios dentro del ámbito emprendedor y buscando siempre el contacto del alumnado con el ecosistema a través de actividades concretas con emprendedores, inversores, aceleradoras, etc.

A punto de concluir la tercera edición del programa, que ha contado desde sus inicios con el generosos apoyo de la Fundación Rafael del Pino,  el balance que podemos hacer es muy positivo. Los responsables del PLPE constatamos cada año, por lo que nos dicen los participantes directamente y las propias encuestas de valoración indican, que el grado de satisfacción de los alumnos es muy alto, superando en la mayoría de los casos las expectativas iniciales.

Uno de los aspectos que destacan los participantes es que el programa, además de trasladarles conocimientos útiles para el diseño y ejecución de las políticas públicas, les acerca la forma de pensar propia de las startups ante escenarios inciertos, lo que puede resultarles muy útil para acometer procesos innovadores dentro de la propia administración. 

Los profesores que hemos tenido el honor de formar estos años a los  servidores públicos nos reafirmarnos en nuestra convicción de que la formación ejecutiva es una poderosa herramienta de progreso que puede servir para conseguir un sector público más emprendedor que ayude a cambiar desde dentro las administraciones y ayudar a que surjan más y mejores empresas.


Iñaki Ortega es doctor en economía y director del PLPE (programa de liderazgo público en emprendimiento e innovación) de Deusto e ICADE Business School.

Ivan Soto es investigador de Deusto Business School

miércoles, 8 de junio de 2016

Mitomanía y TTIP

(este artículo fue publicado originalmente en el periódico El País el domingo 5 de junio de 2016)

La mitomanía también conocida como mentira patológica o pseudología fantástica es uno de los términos con los que la psiquiatría se refiere al comportamiento de los mentirosos compulsivos o habituales. La mitomanía fue descrita por primera vez en la literatura médica en 1891, desde entonces esas mentiras patológicas se han definido como una invención inconsciente y demostrable de acontecimientos muy poco probables y fácilmente refutables. Ahora, dos siglos después, los investigadores de la ciencia de las enfermedades mentales pueden encontrar en el debate público sobre el Tratado Transatlántico  de Comercio e Inversiones también conocido por sus siglas en inglés como TTIP, abundante material para seguir documentado la mitomanía.
Todo empezó en 2014 con los documentos filtrados por Greenpeace de la XIII ronda negociadora que desataron una oleada de duras críticas contra el nuevo acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y Estados Unidos., culminadas con la inefable intervención de Julián Assange recientemente en unas jornadas en Madrid. Sin embargo una revisión serena de los documentos, inéeditosa, a la luz del reciente debate en Madrid y la inefable intervención de Julián Assange, hubiera permitido permite constatar la existencia de importantes puntos de fricción entre las partes americana y europeao. Pero sobre todo se ha revelado la persistencia de una potente mitomaníia en una parte de la opinión pública a la hora de juzgar cualquier relación con Estados Unidos. 
Si partimos de que el libre comercio internacional es una poderosa herramienta que se debe manejar con prudencia, con efectos que deben ser estudiados caso a caso, y que sólo se puede traducir en equilibradas oportunidades de desarrollo para los países que participan en él si existen normas internacionales que gestionen adecuadamente las diferencias en formas de vida, regulación laboral, compromiso medioambiental, cultura o acceso a tecnología. Entonces tenemos una primera conclusión: las negociaciones comerciales internacionales son necesarias.
Ahora bien, la ronda Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC) sigue sin cerrarse quince años después. Mientras tanto, se han suscrito numerosos acuerdos comerciales entre países que conforman regiones económicas, como puede ser Pacífico, América del Norte o América del Sur, dejando al margen los intereses europeos (por cierto en coherencia con el reciente informe del Círculo de Empresarios que documenta el cambio del núucleo central de la economía de Ooccidente hacíaa Asia-Pacifico). La política comercial de la UE no puede permanecer impasible ante una nueva situación que puede dejarla fuera del corazón de los grandes flujos económicos internacionales. Por eso se han firmado importantes tratados de asociación económica con Colombia, Perú, Corea del Sur o Singapur, mientras otro con Canadá se encuentra en proceso de ratificación. En consecuencia, negociar un acuerdo con Estados Unidos en ningún caso supone una rareza o trato ventajoso alguno. 
Es sabido que los procesos de integración económica y liberalización comercial internacional generan ganadores y perdedores en todos los países que participan y que, aún cuando la valoración global puede ser beneficiosa, los gobiernos deben articular medidas que palien los efectos sobre sectores que puedan recibir impactos negativos. Pero no es menos cierto que decidir no avanzar en la integración económica también provoca ganadores y perdedores. Es decir, seguir igual no es una decisión neutra. No hacer nada es lo que puede permitir que se comercialice en Estados Unidos, por ejemplo, como Jerez a un vino de California. 
Claro que se puede vivir sin TTIP. Hasta ahora lo hemos hecho. La cuestión es si con TTIP se pueden mejorar en el futuro las condiciones para que las empresas europeas, especialmente pequeñas y medianas, exporten a Estados Unidos con más facilidad y menos costes generando nuevas oportunidades y empleo. Conviene recordar que las grandes corporaciones ya están presentes a los dos lados del Atlántico a través de mecanismos que están fuera del alcance de las de menor tamaño. 
Afortunadamente todos los acuerdos suscritos son públicos y se puede comprobar con facilidad que siguen un esquema similar, incluida la resolución de controversias a través de laudos arbitrales dictados sin intervención de los sistemas judiciales formales de los países concernidos. Es más, la propia OMC hereda lo establecido en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) desde su fundación en los años cuarenta del siglo pasado al prever un sistema de resolución de controversias entre partes diferente a los sistemas judiciales nacionales. Cosa lógica porque de la misma manera que los tribunales ordinarios de cada país no resuelven cuestiones sobre la interpretación de los tratados de la Unión Europea, tampoco deben juzgar asuntos comerciales en los que su país sea parte. 
El problema de cómo resuelven los estados las diferencias de interpretación o de aplicación de los acuerdos firmados entre ellos sigue existiendo y se debe abordar en los tratados de esta naturaleza. Ahora bien, lo que dejan claro los papeles de la filtración de Greenpeace es que sobre este asunto no hay acuerdo y que la posición europea mantiene diferencias relevantes con la estadounidense, entre otras cosas, porque postula como requisito que los árbitros que resuelvan el litigio tengan cualificación de juez, con conocimiento de leyes y comercio internacional, que las deliberaciones sean públicas, que exista posibilidad de revisión de los laudos y que los arbitrajes se limiten a cuestiones muy concretas
Otra cuestión que ha quedado clara tiene que ver con la transparencia, que ya es norma también para las relaciones internacionales. El valor de la filtración no es tanto lo que dice, como que ha desvelado algo parcialmente oculto. La existencia de una mayor demanda de información y una innegable desconfianza hacia las instituciones hacen necesario un esfuerzo informativo y pedagógico acerca del objetivo y del contenido de todas las negociaciones internacionales. Lo excepcional debe ser lo confidencial y en ese caso hay que explicar el porqué. El secretismo induce ahora a la sospecha y a una presunción de culpabilidad que puede dar al traste con proyectos por muy convenientes y bienintencionados que puedan ser.  
El clásico esquema de secreto con el que se iniciaron las negociaciones Europa - Estados Unidos para el TTIP fue cuestionado desde muy pronto desde la sociedad civil europea. El error político de la Comisión Barroso al despreciar las demandas de claridad sobre las conversaciones se ha transformado en una pesada losa en la actualidad. De poco ha servido la acertada decisión adoptada hace año y medio por el actual Parlamento Europeo y la Comisión Juncker de hacer pública toda la información relativa a las posiciones europeas en las negociaciones (está disponible en la dirección). El tardío ejercicio de transparencia no ha calado en una opinión pública que sigue denunciando un secretismo que desde hace tiempo ya no es tan cierto. Y no solo porque la negativa por parte de los negociadores estadounidenses a hacer públicas sus posiciones haya impedido hasta ahora que la totalidad de los documentos sean conocidos, sino porque no parece razonable que en una negociación de buena fe una de las partes haga públicas las posiciones de la otra.  
Finalmente se debe hacer mención a la labor del equipo negociador europeo. A nuestro juicio la ciudadanía europea tiene motivos para sentirse orgullosa del trabajo realizado hasta ahora y de las posiciones que trasladan. En lo que se ha podido leer, la posición europea parece correcta tanto en las cuestiones formales como en lo relativo a las denominaciones de origen, cuestiones culturales o agricultura. Nuestros negociadores no solo respetan escrupulosamente los límites del mandato negociador establecido por el Consejo Europeo sino que defienden claramente los intereses de la ciudadanía y de las empresas europeas. Por cierto, que el control político no se limita al documento inicial, sino que el texto final ha de ser estudiado, debatido y ratificado tanto por el Parlamento Europeo como por los Parlamentos nacionales para que sea válido.
En definitiva, aún cuando no se puede aventurar cómo van a acabar unas conversaciones en las que las diferencias existentes aún son importantes, consideramos que sería un grave error colectivo subirse al carro de la negación preventiva, el prejuicio o si prefieren la mitomanía de cualquier acuerdo con un socio tan relevante como Estados Unidos.

Iñaki Ortega es profesor de la Universidad de Deusto
Santiago Martínez es profesor de la Universidad de Oviedo