miércoles, 21 de septiembre de 2022

Fuera de servicio

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 19 de septiembre de 2022)

No me gustan los ascensores. Hace un tiempo, con un grupo de alumnos, nos quedamos encerrados en el viejo montacargas del edificio Telefónica de la Gran Vía de Madrid. Unos años antes, siendo mi hijo muy pequeño, por un descuido mío, el ascensor se cerró y le llevó por varios pisos mientras yo bajaba las escaleras como un poseso. Desde entonces frecuento las escaleras. Las hay impolutas y sucias; iluminadas y oscuras; modernas y desvencijadas; solitarias y frecuentadas por fumadores o cafeteros. Eso sí, en todas ellas se sube y se baja sin incidencias, aunque suponga algún resoplido en función de la altura del piso de tu destino.

Hoy quiero hablarte de otro ascensor. La expresión ascensor social ha triunfado, pero tampoco me gusta y trataré de explicarme. Se refiere de una manera muy gráfica a las políticas que permiten ascender en la escala socioeconómica. Esas actuaciones de movilidad social que funcionan como un ascensor son, entre otras, la educación, la actividad emprendedora, la cultura financiera, los subsidios o las becas. De modo y manera que según la OCDE en países como Dinamarca en apenas dos generaciones se consigue pasar de estar en la parte baja de la pirámide económica, a escalar a la parte alta; en cambio en otros como Colombia, haría falta la friolera de once generaciones.

No me gusta lo de ascensor social porque evoca a que el esfuerzo lo hacen otros por ti. Si gracias a un buen sistema de redistribución de la riqueza, te subes en el elevador, ya tienes la vida resuelta. Te esmeras hasta que subes en el ascensor y luego que la fuerza la haga la máquina porque tú has cumplido tu objetivo: estás dentro. La realidad no es esa. El propio informe de la OCDE recuerda que en función de la coyuntura económica ese ascensor se puede parar, reducir la velocidad -el caso actual de España- o incluso desplomarse como sufre desde hace décadas en Venezuela.

Yo prefiero las escaleras. Las escaleras te hacen subir -en la pirámide social- más despacio y con mucho más esfuerzo. Igual llegas más tarde que los del ascensor, pero acabas alcanzando tu meta. Si el ascensor social se para, te quedas encerrado y no puedes hacer nada más que esperar que cambie la coyuntura mientras echas a perder unos años maravillosos. En cambio, en la escalera eres tú y tus piernas (capacidades) las que te hacen avanzar hasta el siguiente piso. Y, he aquí lo mejor, cuantas más escaleras subes, no estás más cansado sino más entrenado, y cada vez cuesta menos subir. En la escalera social, perderás el empleo en ocasiones o no te promocionarán, pero siempre estarás entrenado para seguir adelante, en ocasiones más deprisa, en otras con menos energía. Claro, que hay días que mirarás con envidia a los del ascensor: sin una gota de sudor, algunos colegas ascienden en modernas cristaleras refrigeradas. En ese momento de debilidad recuerda que en la escalera eres dueño de tu destino. En el ascensor, otros, y no tú, deciden poner el letrero de “fuera de servicio”.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

sábado, 17 de septiembre de 2022

No les llames pensionistas, son séniors.

(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el día 4 de septiembre de 2022)


A las puertas de la temida estanflación, o lo que es lo mismo una recesión económica conviviendo con altas tasas de inflación, Bruselas nos va a obligar a ajustar las pensiones de millones de jubilados españoles. En el contexto de los conocidos como pactos de rentas en los que trabajadores y empresarios habrán de comprometerse a moderar sus salarios y beneficios, Europa (y la teoría antinflacionaria) exigirá también que los gastos pensionarios dejen de crecer al mismo tiempo que los precios.

Hasta que llegue ese momento, que llegará, conviene recordar cómo ha cambiado el colectivo de jubilados en España. Tanto que habrá que rebautizarles y dirigirse a ellos ya no como pensionistas sino como séniors. Este cambio de nombre no es caprichoso, sino que obedece a la necesidad de modificar la mirada sobre el colectivo de los mayores en España. Una cohorte de edad que es más numerosa que la de los jóvenes en edad de trabajar y con unos ingresos sustancialmente mayores y más estables. Las causas son ya conocidas, pero no por ello hay que dejar de poner en valor las excelentes infraestructuras sanitarias españolas que nos ha permitido ser uno de los países del mundo con mayor esperanza de vida. Al mismo tiempo gozamos de unos de los sistemas de pensiones más generosos del mundo, envidia de los mayores franceses o alemanes. Por desgracia, el mercado laboral patrio tiene pocas razones para presumir: generamos parados y empleos precarios entre los jóvenes y ha arraigado un nuevo fenómeno en la última década que ha vaciado de talento senior las empresas españolas.

Los informes del centro de investigación ageingnomics han demostrado que los mayores españoles gozan de un patrimonio y unos ingresos inéditos en la historia que las empresas pueden aprovechar. Aunque, todo hay que decirlo, en España una vez que superan los 55 años trabajamos menos que nuestros pares europeos. Peores tasas de ocupación y de actividad en este colectivo, también mayores tasas de desempleo y líderes en paro femenino en comparación con países como Italia, Portugal, Francia, Alemania, Polonia o Suecia.

Si queremos dejar de hablar del envejecimiento o de las pensiones como un problema y en cambio centrarnos en el potencial de los 18 millones de españoles, urge hablar de seniors en lugar de viejos.

Hablar de seniors, como recuerda el profesor Benigno Lacort, es tener en cuenta el talento que pueden seguir aportando a la sociedad los mayores, bien sea con el trabajo por cuenta ajena, cuenta propia o el voluntariado. Hablar de seniors es mejorar la fórmula para compatibilizar pensión y trabajo, penalizar las jubilaciones anticipadas, así como las prejubilaciones. Si pensamos en seniors en lugar de en pensionistas, las empresas encontrarán en este colectivo palancas de crecimiento con nuevos clientes y bienes y servicios. Seniors que demandarán a las empresas a las que compran, que midan y hagan público su impacto social no solamente en los aspectos medioambientales y de género sino también en lo que concierne a la diversidad generacional. Las personas seniors querrán voluntariamente prolongar su actividad por encima de la edad de jubilación, quizás explorando la fórmula del trabajo a tiempo parcial. El trabajo por cuenta propia y el emprendimiento de los seniors podría fomentarse con atractivas bonificaciones fiscales, ayudas públicas y reducciones de las cuotas de autónomos. Y las empresas siguiendo el ejemplo de compañías pioneras de otros lares deberían propiciar esta fórmula como vía para alargar la vida laboral de sus antiguos empleados y hacer real “segundas carreras”.

Por último, un senior lo será si sigue formándose a lo largo de la vida. Los datos del Banco de España sobre la distancia de los empleados mayores españoles respecto a sus pares europeos en actividades formativas realizadas, exige una actuación concertada para fomentar con instrumentos público-privados nuevos programas de recualificación profesional (reskilling y upskilling)

Los mayores se han convertido en el más importante grupo en el campo económico (consumo y patrimonio) pero también político (censo electoral) aunque esta realidad no es conocida por la opinión pública. Una suerte de activismo senior en España, no solo visibilizaría el colectivo, sino que haría inviables actuaciones flagrantemente edadistas de la administración y empresas. Pero nada de lo anterior servirá de nada si los propios mayores no se conciencian de que por muy atractivo que parezca adelantar la edad oficial del retiro, es inviable económicamente y perjudicial para su salud física y emocional, dejar de trabajar con más de treinta años por delante de vida. Entonces, sí se podrá decir en nuestro país “no me llames jubilado, llámame senior”.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

martes, 13 de septiembre de 2022

No hay otoño

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 5 de septiembre de 2022)


Da igual lo que diga el calendario, hoy empieza el invierno. El sol seguirá calentando y las hojas seguirán en los árboles, pero en nuestra cabeza ya se ha instalado el frío y la oscuridad. Aunque el mar, el monte y las terrazas siguen abiertas, nuestro nuevo hábitat es el autobús, el atasco y la oficina o las aulas. Siempre ha sido así, la diferencia es que este año nos hemos saltado el otoño. La naturaleza es sabia, nos prepara poco a poco para los cambios de clima. Salvo este año.

Todo tiene una explicación. Hemos vivido el primer verano de verdad tras la pandemia y nos lo hemos tomado en serio. Así somos. Que había que confinarse y ponerse mascarilla, se obedecía; que había que tomarse el mes de agosto como si nos hubiera tocado la lotería, también se ha cumplido. Las playas a reventar, colas hasta en el Himalaya -literal-, carteles de “no hay mesas” en todos los chiringuitos. Los hoteles por las nubes e inopinadamente llenos, los hielos para las copas racionados y el marisco agotado por exceso de demanda. Pero no todo el mundo se ha puesto chanclas o alpargatas estos meses: la guerra no se ha cogido vacaciones, ni la inflación, tampoco la crisis de suministros tecnológicos y ni mucho menos las gestorías que despiden a cientos de miles de trabajadores. Verano del 2022.

Y ahora los economistas nos encargamos de recordar lo que viene. Rusia ha cortado el suministro de gas a Alemania, lo que hará que se paren demasiadas industrias por el auge de los precios de la energía. Nuevos parados no tardarán en llegar. Las recientes y las previstas subidas de los tipos de interés por el BCE provocarán que cientos de miles de familias no lleguen a fin de mes por el encarecimiento de la hipoteca o por las letras de estas vacaciones; las pymes no podrán financiar sus deudas y el Gobierno de España tendrá que tomar decisiones complicadas con las pensiones porque las cuentas ya no cuadran.

Nos saltaremos la tristeza y la nostalgia tranquila de todos los otoños, para entrar de golpe en una suerte de invierno de cabreo, movilizaciones e insultos. La crisis que viene ya ha empezado en nuestras cabezas y en la de los que toman las decisiones que afectan a nuestras vidas. Y aunque las tardes continúen siendo largas y la nómina siga llegando, la niebla y la preocupación por nuestras familias se ha instalado en nuestro estado de ánimo. Los empresarios tampoco están mucho mejor que nosotros con tantos frentes abiertos: los suministros que no les llegan, los pedidos que se han desplomado y los costes -los nuevos y los de siempre- que no dejan de subir. Y qué decir de los que nos gobiernan. Los “marrones” se acumulan en la mesa presidencial, las encuestas por los suelos, la calle enfadada, la factura de la luz incontrolable, los socios enfrentados y lo que es peor ya no hay presupuesto con el que darse alegrías al cuerpo cada consejo de ministros porque Bruselas ya ha llevado al tiente los trajes de los hombres de negro. Invierno del 2022.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC


jueves, 1 de septiembre de 2022

Metaversismo

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 1 de septiembre de 2022)

El sufijo ismo se usa en el lenguaje castellano para describir una situación que puede considerarse una tendencia o incluso una doctrina. El impresionismo en la pintura, el nacionalismo en la política o el puritanismo en la sociedad son ejemplo de lo anterior.  No se me ocurre un mejor neologismo que Metaversismo para describir el momento en el que este nuevo universo virtual se ha convertido en omnipresente. Ora en un encuentro masivo de criptomonedas, ora para mis siguientes zapatillas, ora para adquirir una propiedad digital. Vayamos por partes porque la complejidad del concepto lo exige.

El metaverso ha penetrado en nuestras vidas sin darnos cuenta. Desde que, en octubre de 2021, Mark Zuckerberg anunciara el cambio de nombre de Facebook a Meta, no han parado de sucederse noticias relacionadas con el término metaverso -que como afirma el emprendedor Jesús Moradillos- es la candidata más fuerte a la palabra del año. Es difícil encontrar en el 2022 un día sin noticia sobre el palabro, un sector sin un plan o una prueba piloto para posicionarse allí o un profesional que supuestamente no vaya a necesitarlo para trabajar. ¡Internet ha muerto, viva el metaverso!

Pero el concepto, a pesar del momento álgido en el que está, no es nuevo ni lo ha inventado el fundador de Facebook. La profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Inma Haro, nos recuerda que ya en 1992, Neal Stephenson escribió la novela ciberpunk “Snow Crash”, en la que se acuñaban conceptos básicos para este nuevo entorno digital como metaverso o avatar. Unos años más tarde, en 2003, apareció “Second Life”, un rudimentario antecedente del metaverso que nació antes de tiempo a la vista de su fracaso.

Y qué es el metaverso. Si vamos a su etimología nos encontramos las raíces griegas meta (más allá) y verso (de universo). En la novela ya citada se hace referencia a un espacio lineal, algo parecido a una enorme calle, con microespacios creados por particulares y empresas. Quizás ayude el siguiente paralelismo. El continente sería el metaverso, en cualquier de las plataformas que ya hoy existen, es decir lo que hoy es internet. Y el contenido, serían los metaversos que cada agente promueve que en el actual internet son las páginas webs.

Si aún así queremos definir metaverso hay que saber que no hay un consenso sobre la definición y que seguro que evolucionará en los próximos años. Podemos tomar la definición del libro de Oscar Peña y para este autor es una “representación tridimensional, inmersiva y conectada de Internet. Un universo virtual persistente -seguirá existiendo estemos o no en él-, social -podemos relacionarnos e interactuar con otros- y descentralizado -no están en manos de una única entidad o plataforma- en el que los consumidores son capaces de saltar entre diferentes experiencias virtuales, o entre la representación virtual y real del mundo físico”.

Para Marlene Gaspar el metaverso permite ofrecer experiencias inmersivas mejoradas desde cualquier dispositivo (tabletas, móviles o gafas) y hacer casi cualquier cosa como en el mundo físico, llámese entretenimiento, compras, trabajar o socializar. Incluso poseer elementos virtuales únicos, gracias a los NFT y pagarlos mediante criptomoneda.

Eso sí, antes de que empecemos a dar por muerta a nuestra querida red de redes, hay que tener muy claro que estamos todavía en un estadio inicial del metaverso. Hoy no podemos hablar realmente de un metaverso, solo de “protoversos” (universos independientes iniciales al estilo de “Second Life”) y realidades inmersivas (entornos virtuales que permiten tener experiencias mediante avatares) que se encuentran en un momento de lo que en su día fueron las primeras webs.

No sabemos si el metaverso sustituirá, o más probablemente, convivirá con el internet actual en una suerte de internet 3.0. Pero, en lo que sí hay consenso es que ha venido para quedarse. Y ahí está la causa de las expectativas puestas en su desarrollo futuro. Patricia Cavada y Luis Martín han recopilado varios estudios para poner negro sobre blanco lo anterior. Gartner, ha predicho que en 2026 el 25% de las personas pasará al menos una hora al día en este entorno y, de acuerdo con Statista, el tamaño del mercado actual roza los 47.000 millones de dólares en 2022 y la proyección es que alcance la burrada de 679.000 millones en 2030. Otros informes afirman que la economía del metaverso podría estar tasada en mucho más, entre 8 y 13 billones de dólares en 2030, con hasta 5.000 millones de usuarios. Pero llegar a ese nivel de mercado requeriría, según los analistas de Citi, una considerable inversión en infraestructuras. Para Analysis Group, dentro de una década el metaverso podría aportar 3 billones de dólares, un 2,8 % al PIB mundial, si en términos de adopción evoluciona de la misma manera que la tecnología móvil. Este estudio también concluye que en Europa la expansión del mundo virtual podría suponer una contribución del 1,7% -o lo que es lo mismo 417 000 millones de euros- a la economía del continente en 10 años. Curiosamente, uno de los sectores en los que el movimiento del mercado relacionado con el metaverso ha sido más espectacular ha sido el inmobiliario. En 2021, las compraventas en el mundo virtual alcanzaron los 500 millones de dólares y la cifra podría doblarse en 2022 y llegar a los 1.000 millones de dólares.

Estas mareantes cifras traerán más sectores y operadores que los hoy dominantes, Microsoft y Meta; también un mayor escrutinio por parte de los reguladores. La actuación de la CMNV alertando del encuentro MundoCrypto de Madrid es un anticipo de lo que vendrá. Será inevitable que este crecimiento del mercado virtual provoque que los supervisores y los gobiernos aborden cuestiones como las normas contra el blanqueo de dinero, el uso de las finanzas descentralizadas y los derechos de propiedad, en lo ya se ha bautizado como una futura y necesaria meta-ley.

Más allá de lo mercantil, algunos profesores como el catedrático Alfonso Castillo Pérez, se han atrevido a considerarlo como la nueva imprenta por el impacto disruptivo que tendrá en nuestra civilización. En concreto pronostica que el metaverso es una nueva forma de comunicación, similar a lo que fue la imprenta, el cinematógrafo o los discos de vinilo. De modo y manera que gracias al metaverso se alcanzará la más sofisticada comunicación, por ejemplo, de mente a mente. Ojito que al mismo tiempo no faltan los escépticos que catalogan el metaverso como un soufflé tecnológico o peor aún una zona opaca para delincuentes.

En cualquier caso, la realidad es que hoy ya tiene aplicaciones en empresas de la industria del deporte, textil, complementos, pero también en la energía, las finanzas y como ya se ha mencionado en el inmobiliario. Aunque con una apariencia rudimentaria y con la ayuda de gafas, es mejor estar presente como empresas o profesionales en el metaverso y fallar que criticarlo y quedarse fuera.

Si aún no te ha quedado claro la virtualidad del nuevo término metaversismo, te animo a que pienses si no estamos ya todos de algún modo viviendo en un metaverso. En la política parece que algunos gobiernan un universo paralelo sin darse cuenta de la falta de apoyo popular. En la economía este verano hemos gastado con furor tapándonos los ojos ante la crisis venidera. Y qué decir de todos esos que vuelcan en redes sociales una apariencia de éxito y felicidad tan alejada de la realidad.

Termino como empecé, hablando de ismos. Porque es tal la tentación de usar un juego de palabras con ese sufijo para terminar este artículo que no he podido resistirme. Lo siento. Aquí va. Que nadie se equivoque y confunda metaversismo con travestismo. Porque con tanto metaverso y realidad virtual podemos acabar creyéndonos lo que no somos. Como en el travestismo, usar prendas del sexo contrario no te convierte automáticamente en otro género. De la misma manera, estar en el metaverso con un determinado rol no te inhabilita tener que volver, sí o sí, a tu vida analógica. Así que no queda otra que seguir teniendo una pata en ambos mundos sin confundir lo que realmente somos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC