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jueves, 1 de septiembre de 2022

Metaversismo

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 1 de septiembre de 2022)

El sufijo ismo se usa en el lenguaje castellano para describir una situación que puede considerarse una tendencia o incluso una doctrina. El impresionismo en la pintura, el nacionalismo en la política o el puritanismo en la sociedad son ejemplo de lo anterior.  No se me ocurre un mejor neologismo que Metaversismo para describir el momento en el que este nuevo universo virtual se ha convertido en omnipresente. Ora en un encuentro masivo de criptomonedas, ora para mis siguientes zapatillas, ora para adquirir una propiedad digital. Vayamos por partes porque la complejidad del concepto lo exige.

El metaverso ha penetrado en nuestras vidas sin darnos cuenta. Desde que, en octubre de 2021, Mark Zuckerberg anunciara el cambio de nombre de Facebook a Meta, no han parado de sucederse noticias relacionadas con el término metaverso -que como afirma el emprendedor Jesús Moradillos- es la candidata más fuerte a la palabra del año. Es difícil encontrar en el 2022 un día sin noticia sobre el palabro, un sector sin un plan o una prueba piloto para posicionarse allí o un profesional que supuestamente no vaya a necesitarlo para trabajar. ¡Internet ha muerto, viva el metaverso!

Pero el concepto, a pesar del momento álgido en el que está, no es nuevo ni lo ha inventado el fundador de Facebook. La profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Inma Haro, nos recuerda que ya en 1992, Neal Stephenson escribió la novela ciberpunk “Snow Crash”, en la que se acuñaban conceptos básicos para este nuevo entorno digital como metaverso o avatar. Unos años más tarde, en 2003, apareció “Second Life”, un rudimentario antecedente del metaverso que nació antes de tiempo a la vista de su fracaso.

Y qué es el metaverso. Si vamos a su etimología nos encontramos las raíces griegas meta (más allá) y verso (de universo). En la novela ya citada se hace referencia a un espacio lineal, algo parecido a una enorme calle, con microespacios creados por particulares y empresas. Quizás ayude el siguiente paralelismo. El continente sería el metaverso, en cualquier de las plataformas que ya hoy existen, es decir lo que hoy es internet. Y el contenido, serían los metaversos que cada agente promueve que en el actual internet son las páginas webs.

Si aún así queremos definir metaverso hay que saber que no hay un consenso sobre la definición y que seguro que evolucionará en los próximos años. Podemos tomar la definición del libro de Oscar Peña y para este autor es una “representación tridimensional, inmersiva y conectada de Internet. Un universo virtual persistente -seguirá existiendo estemos o no en él-, social -podemos relacionarnos e interactuar con otros- y descentralizado -no están en manos de una única entidad o plataforma- en el que los consumidores son capaces de saltar entre diferentes experiencias virtuales, o entre la representación virtual y real del mundo físico”.

Para Marlene Gaspar el metaverso permite ofrecer experiencias inmersivas mejoradas desde cualquier dispositivo (tabletas, móviles o gafas) y hacer casi cualquier cosa como en el mundo físico, llámese entretenimiento, compras, trabajar o socializar. Incluso poseer elementos virtuales únicos, gracias a los NFT y pagarlos mediante criptomoneda.

Eso sí, antes de que empecemos a dar por muerta a nuestra querida red de redes, hay que tener muy claro que estamos todavía en un estadio inicial del metaverso. Hoy no podemos hablar realmente de un metaverso, solo de “protoversos” (universos independientes iniciales al estilo de “Second Life”) y realidades inmersivas (entornos virtuales que permiten tener experiencias mediante avatares) que se encuentran en un momento de lo que en su día fueron las primeras webs.

No sabemos si el metaverso sustituirá, o más probablemente, convivirá con el internet actual en una suerte de internet 3.0. Pero, en lo que sí hay consenso es que ha venido para quedarse. Y ahí está la causa de las expectativas puestas en su desarrollo futuro. Patricia Cavada y Luis Martín han recopilado varios estudios para poner negro sobre blanco lo anterior. Gartner, ha predicho que en 2026 el 25% de las personas pasará al menos una hora al día en este entorno y, de acuerdo con Statista, el tamaño del mercado actual roza los 47.000 millones de dólares en 2022 y la proyección es que alcance la burrada de 679.000 millones en 2030. Otros informes afirman que la economía del metaverso podría estar tasada en mucho más, entre 8 y 13 billones de dólares en 2030, con hasta 5.000 millones de usuarios. Pero llegar a ese nivel de mercado requeriría, según los analistas de Citi, una considerable inversión en infraestructuras. Para Analysis Group, dentro de una década el metaverso podría aportar 3 billones de dólares, un 2,8 % al PIB mundial, si en términos de adopción evoluciona de la misma manera que la tecnología móvil. Este estudio también concluye que en Europa la expansión del mundo virtual podría suponer una contribución del 1,7% -o lo que es lo mismo 417 000 millones de euros- a la economía del continente en 10 años. Curiosamente, uno de los sectores en los que el movimiento del mercado relacionado con el metaverso ha sido más espectacular ha sido el inmobiliario. En 2021, las compraventas en el mundo virtual alcanzaron los 500 millones de dólares y la cifra podría doblarse en 2022 y llegar a los 1.000 millones de dólares.

Estas mareantes cifras traerán más sectores y operadores que los hoy dominantes, Microsoft y Meta; también un mayor escrutinio por parte de los reguladores. La actuación de la CMNV alertando del encuentro MundoCrypto de Madrid es un anticipo de lo que vendrá. Será inevitable que este crecimiento del mercado virtual provoque que los supervisores y los gobiernos aborden cuestiones como las normas contra el blanqueo de dinero, el uso de las finanzas descentralizadas y los derechos de propiedad, en lo ya se ha bautizado como una futura y necesaria meta-ley.

Más allá de lo mercantil, algunos profesores como el catedrático Alfonso Castillo Pérez, se han atrevido a considerarlo como la nueva imprenta por el impacto disruptivo que tendrá en nuestra civilización. En concreto pronostica que el metaverso es una nueva forma de comunicación, similar a lo que fue la imprenta, el cinematógrafo o los discos de vinilo. De modo y manera que gracias al metaverso se alcanzará la más sofisticada comunicación, por ejemplo, de mente a mente. Ojito que al mismo tiempo no faltan los escépticos que catalogan el metaverso como un soufflé tecnológico o peor aún una zona opaca para delincuentes.

En cualquier caso, la realidad es que hoy ya tiene aplicaciones en empresas de la industria del deporte, textil, complementos, pero también en la energía, las finanzas y como ya se ha mencionado en el inmobiliario. Aunque con una apariencia rudimentaria y con la ayuda de gafas, es mejor estar presente como empresas o profesionales en el metaverso y fallar que criticarlo y quedarse fuera.

Si aún no te ha quedado claro la virtualidad del nuevo término metaversismo, te animo a que pienses si no estamos ya todos de algún modo viviendo en un metaverso. En la política parece que algunos gobiernan un universo paralelo sin darse cuenta de la falta de apoyo popular. En la economía este verano hemos gastado con furor tapándonos los ojos ante la crisis venidera. Y qué decir de todos esos que vuelcan en redes sociales una apariencia de éxito y felicidad tan alejada de la realidad.

Termino como empecé, hablando de ismos. Porque es tal la tentación de usar un juego de palabras con ese sufijo para terminar este artículo que no he podido resistirme. Lo siento. Aquí va. Que nadie se equivoque y confunda metaversismo con travestismo. Porque con tanto metaverso y realidad virtual podemos acabar creyéndonos lo que no somos. Como en el travestismo, usar prendas del sexo contrario no te convierte automáticamente en otro género. De la misma manera, estar en el metaverso con un determinado rol no te inhabilita tener que volver, sí o sí, a tu vida analógica. Así que no queda otra que seguir teniendo una pata en ambos mundos sin confundir lo que realmente somos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

lunes, 31 de enero de 2022

Mayores (o no) pero no idiotas

(este artículo se publicó originalmente como post en la web del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE el día 28 de enero de 2022)


La denuncia de Carlos San Juan -médico valenciano de 78 años- ha conseguido centrar la atención en la falta de adecuación del servicio prestado al colectivo de seniors que -conviene recordarlo- suponen más de 16 millones de españoles. Los bancos con su atención telemática han dejado “indefensos” a millones de clientes que no se desenvuelven correctamente en internet. Esta campaña con cientos de miles de adhesiones en change.org reclama a los bancos “un trato más humano” con las personas mayores porque casi todas las gestiones son con una maquina. Su título ‘Soy mayor pero no idiota’” no deja lugar a ninguna duda.

Casi al mismo tiempo el gobierno -con un anteproyecto de ley sobre el particular- ha reclamado la inclusión financiera. Pero, como si de un boomerang se tratase este asunto en breve golpeará al sector público que tendrá que aplicar sus propias normas para ser amistoso con colectivos analógicos, ya que la pandemia ha derivado gran parte de los trámites administrativos a la red de redes.

Que un septuagenario use una plataforma digital para denunciar que con su edad no se desenvuelve bien en lo digital, parece una ironía. Pero no lo es tanto si profundizamos en algunos datos. El reciente II Barómetro de Consumo Senior del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE ha puesto de manifiesto que seis de cada diez seniors españoles están en internet. O lo que es lo mismo, diez millones de mayores de 55 años se les puede considerar población digital. En concreto más de nueve millones gestionan sus cuentas bancarias online, siete millones compran por internet y más de nueve están en Facebook y se comunican por Whastapp. ¿Cómo es posible entonces que tenga razón esa denuncia? La respuesta no es solo por lo heterogéneo de esta cohorte sino también reside en que gracias a que una mayoría son digitales saben lo que es sufrir una mala atención telemática. Por eso conviene poner el foco -no solo en la población que queda excluida de la atención presencial- sino también en la pésima calidad de algunas aplicaciones informáticas que no están pensadas para hacer la vida fácil al usuario, con independencia de su edad. ¿Acaso si no has llegado a los 55 años, hacer trámites en internet es una cosa placentera? No. Se sufre con muchas herramientas informáticas, no solo por la edad sino porque están mal diseñadas o por lo menos no facilitan la vida al que las usa.

Esta denuncia que sufren ahora los bancos, llegará a otros sectores y a la propia administración y hemos de alegrarnos por ello ya que supondrá una mejor atención a los ciudadanos (sean mayores o no). Pero aun así no puede eliminarse el foco de otra cuestión muy importante. Cuando el jubilado valenciano habla de que los mayores no son idiotas, puede referirse a la primera acepción de la RAE “corto de entendimiento” pero igual también a la quinta, a saber, “que carece de instrucción”. Y aquí también hay una batalla por luchar.

En un reciente seminario de la Fundación Edad y Vida se dieron algunos datos para reflexionar por boca del entonces director de economía del Banco de España, Oscar Arce. Los trabajadores españoles mayores  de 55 años dedican menos horas a su formación que sus pares europeos. Al mismo tiempo el porcentaje de españoles de esa edad que reciben formación no reglada es el más bajo comparado con cualquier otra cohorte patria. Son datos de Eurostat e INE. Qué contrasentido, cuando debería ser justo lo contrario, al ser los que más riesgo tienen de obsolescencia, aunque sea solo por los años que han pasado desde su educación formal.  

No conviene lamentarse, sino recordar lo que el foro de Davos ha afirmado respecto a España y la necesidad de recualificar a miles de personas. El World Economic Forum ha tasado en un aumento del PIB español de 6,7% de aquí al 2030 y una nada despreciable cifra de 230.000 nuevos trabajos si se mejorasen las competencias digitales.

Otra oportunidad, estas necesidades educativas, para la economía plateada y un nicho de actividad para emprendedores que ayuden a formar a los seniors pero también a capacitar a profesionales para que atiendan mejor la diversidad.

Si quieres leer el II Barómetro del Consumo Senior pulsa aquí

Si quieres leer el informe del World Economic Forum sobre reskilling pulsa aquí

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

lunes, 29 de junio de 2020

El nuevo FOMO

(este artículo se publicó originalmente el día 29 de junio de 2020 en el periódico 20 Minutos)

Los psicólogos dicen que siempre ha existido, pero con la irrupción de las redes sociales se ha convertido en una de las aprensiones más comunes de nuestro tiempo. El FOMO. Si te inquieta pensar que puedes estar perdiéndote algo que tus amigos están disfrutando y tú no, puedes tener el llamado síndrome FOMO. El nombre proviene del acrónimo inglés, fear of missing out, o lo que es lo mismo, un temor infundado a perderse algo.
Cuando el ocio no estaba vinculada a internet -hace apenas 20 años- el FOMO lo sentían los jóvenes castigados sin salir un fin de semana o los adultos convalecientes tras una enfermedad. Ese tiempo sin compartir experiencias con tus amigos, colegas o familia nunca se recuperaba y los que por un tiempo eran “aislados sociales” sufrían pensando que se habían perdido para siempre lo no vivido. Pero era excepcional, hoy gracias a internet empieza a ser demasiado normal sufrir esa ansiedad por los “momentos digitales” perdidos. El video en tik tok que todos tus amigos comentan, el meme que arrasa en whastapp, la historia de instagram que ha emocionado a tu familia o el hilo de twitter que hasta sale en las noticias. Si te has perdido esas experiencias no tienes de qué hablar, o por lo menos eso piensan muchos de los candidatos al FOMO. Este nuevo síndrome aparece también cuando no funciona el WIFI o has perdido la cobertura en un viaje. Pero se convierte en patología cuando te angustia estar haciendo otra cosa que no sea seguir tus redes sociales, de modo y manera que esa ansiedad te impide trabajar, hacer deporte o incluso descansar. Ese tiempo sin chequear tus dispositivos móviles te impide estar al día de todo lo que pasa virtualmente y comienza un círculo vicioso de adicción y falta de descanso que lleva a situaciones límite. Algunos estudios dicen que dos tercios de los usuarios de las redes lo padecen de alguna manera, otros hablan de sus consecuencias como la falta de concentración ya que dedicamos como máximo nueve segundos de atención a lo que vemos en internet.
No creas que por no ser adolescente esto no te afecta. O que si eres un profesional sensato estás libre. Ni mucho menos. Acaso no tenemos síntomas de FOMO quienes no podemos empezar el día sin leer varios periódicos, ojear varias webs de información o comprobar tu resumen de prensa favorito. Miedo a perderte algo es lo que sentimos también muchos economistas estos días. El informe del FMI que eleva la caída del PIB español, la comparecencia del gobernador del Banco de España con nuevos datos sobre la crisis, las nuevas previsiones de la OCDE confirmando el desplome de nuestro país por no hablar de los editoriales de Financial Times o The Economist. En realidad, creo que mi miedo no es por perderme su lectura, sino por leer lo que pueden decir sobre el negro futuro de nuestro país. Ese es mi nuevo FOMO.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 1 de junio de 2020

F en el chat


(este artículo de publicó originalmente el 1 de junio de 2020 en el diario 20 Minutos)

Si no entiendes el título de este artículo empieza a considerarte una antigualla. Así por lo menos me lo han transmitido mis hijos adolescentes. Nos separan no sólo un puñado de años sino otros códigos. Cuando en mis clases de Dirección de Empresas llegamos al tema de la función de la comunicación, les cuento a mis alumnos que para que los mensajes sean efectivos el emisor y el receptor han de compartir un código. Comunicar en una empresa no es solo transmitir un mensaje, sino que ha de entenderse y para eso hay que hablar el mismo idioma sino el que lo recibe no entenderá nada porque será incapaz de descodificar el mensaje del emisor. Así me siento con mis hijos.

Hoy la mayor parte del tiempo libre de los menores de veinte años transcurre en internet. Internet tiene unos códigos que igual no conoces.  Que estén solos delante de una pantalla no quiere decir que estén aislados. Encerrados en su cuarto están más socializados que ninguna otra generación a su edad porque la tecnología les permite divertirse con sus amigos sin salir de casa. Jugar a las aventuras con Fortnite, a las guerras con Call of Duty, pero también chismorrear con Meet y hacer el gamberro con TikTok. Además, esos nuevos códigos han traído nuevos referentes a los que seguir, los youtuber, tan despreciados por nuestra generación. Chicos y chicas de su edad que acumulan cientos de miles de seguidores, sin trampa ni cartón, simplemente porque hacen o dicen cosas para ellos. Estos nuevos líderes juveniles interactúan con su público a través de mensajes cortos por escrito, mientras juegan con una consola o se inventan un baile. Y si las cosas no salen bien aparece una sola letra, la F, en el repositorio de mensajes. Una F de fallo -fail en inglés- que hace que todos se mueran de risa por el error del youtuber, bien porque el chiste no ha tenido gracia o porque la ha pifiado en el videojuego. En su código “F en el chat”, es fallar estrepitosamente y no hay miedo a decirlo.

Seguro que te reconoces gruñendo porque hoy los niños están todo el día delante de una pantalla, pero, aunque te cueste entenderlo también es una escuela de valores. Prudencia, responsabilidad y pragmatismo pueden aprenderse usando internet y la expresión “F en el chat” nos lleva a la asunción de responsabilidades y la tolerancia a la crítica. Aprender a reconocer el fallo y no tener miedo a denunciar los errores hacen a las personas y a los países mejores. Estarás de acuerdo conmigo que mejor nos iría, si los que somos mayores hubiéramos puesto un “F en el chat” a los que minusvaloraron la pandemia o a los que compraron test falsos, también a los que se ocupan de generar división en lugar de unión en el peor momento de la historia reciente de nuestro país.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

martes, 30 de abril de 2019

Hackear el ser humano

(este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días el día 30 de abril de 2019)

«Entramos en la era de hackear humanos. A lo largo de la historia nadie tuvo suficiente conocimiento y poder para hacerlo, pero muy pronto, empresas y gobiernos hackearán a personas» No es ciencia ficción, es la premonición de uno de los autores más leídos en el mundo, el profesor de historia Yuval Noah Harari. 

Cualquier usuario de Internet ya ve como normal la irrupción de publicidad absolutamente personalizada gracias a los datos que se recolectan de las páginas que visitamos. Pero también cualquier lector informado sabe que las más importantes agencias de inteligencia tienen como prioridad luchar contra las noticias falsas emitidas desde el exterior que buscan tensionar y desestabilizar nuestras democracias. Quizás no es tan conocido que los tribunales de justicia de este parte del mundo ya dedican más tiempo y recursos a los delitos en la red que a los convencionales o que el cibercrimen mueve más dinero que cualquier industria del mundo, exactamente un 1% del PIB mundial. Además, las noticias sobre el uso perverso de Internet se acumulan: hace unos meses el caso Cambridge Analytica puso de manifiesto que Facebook vendía los datos personales de sus usuarios o recientemente la investigación de la fiscalía de EE. UU. concluyó que Rusia espió, usando Internet, al partido demócrata para beneficiar al entonces candidato Trump. Pero no olvidemos otros casos como Falciani que filtró datos personales bancarios o Weakileaks que hizo lo mismo, pero con agentes secretos, por no mencionar los famosos Papeles de Panamá o los virus informáticos que todos los días se crean como el famoso Wannacry.

Por tanto, si gobiernos y empresas sin escrúpulos ya pueden hackear las elecciones de la primera potencia del mundo; nuestros datos personales (incluso médicos) o el 90% de las empresas españolas ha sido ya atacadas (según un reciente informe de Panda) cuánto tiempo falta para que se creen algoritmos que nos conocerán mejor que nosotros mismos. Con esa tecnología y con todos nuestros datos, insistimos no solo económicos sino también biométricos, será muy fácil manipular, pero también controlar a cualquier ciudadano o empresa.

Las tecnologías de la información son el presente y no deben alarmarnos. Sin embargo, es preocupante que la masiva recolección de grandes conjuntos de datos personales unido al desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial pueda dar lugar a maquinas que nos conozcan mejor que nosotros mismos y que usadas perversamente acaben lesionando la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano.  En este contexto un grupo multidisciplinar de profesores de la Universidad de Deusto, entre los que nos encontramos, proponemos que el derecho actúe como límite a la explotación abusiva de las tecnologías de la información. El ser humano ha de ser capaz de disfrutar de los beneficios de estas tecnologías, pero al mismo tiempo, debe articular instrumentos que le permitan evolucionar en su uso y desarrollo. Los usuarios de la tecnología hemos perdido ya el control de nuestros datos ahora toca retomar esa potestad.

A lo largo de la historia, cada impulso relevante en la defensa de los derechos humanos ha surgido como respuesta de la sociedad civil a manifiestos abusos del poder. Ante el auge exponencial de tantas violaciones de derechos en el mundo digital, no parece razonable demorar la proclamación y afirmación de nuevos derechos fundamentales, surgidos a partir del avance y desarrollo tecnológico. La catedrática valenciana Adela Cortina resume perfectamente la tarea a encarar “todos, sin esperar a la política, tenemos que ser activistas para frenar las noticias falsas, el auge de los populismos, las intromisiones en la intimidad o la falta de seguridad y neutralidad en la red”.

La transformación digital ha traído indudables ventajas, algunas irrenunciables. Pero la respuesta no puede articularse a partir de la frontal oposición a la tecnología, sino mediante su humanización. De modo y manera que prevalezca el bien común sobre los intereses particulares, por mayoritarios y legítimos que éstos sean; así como la prioridad del ser humano sobre todas sus creaciones, como la tecnología, que está a su servicio. Humanizar internet es priorizar la integridad de la persona, más allá del reduccionismo de los datos que pretenden cosificarlo, pero también reivindicar la autonomía y responsabilidad personales frente a las tendencias paternalistas y desresponsabilizadoras. Por último también urge en este campo defender la equidad y justicia universal en el acceso, protección y disfrute de los bienes y derechos que posibilitan una vida digna del ser humano
Por eso concluimos con el profesor Harari que, si los nuevos algoritmos que gestionan nuestra intimidad no son regulados, el resultado puede ser el mayor régimen totalitarista que jamás ha existido que dejará pequeño al nazismo o al estalinismo. Quién será ese nuevo “Gran Dictador” nadie lo sabe, igual es un país o por qué no una empresa o incluso una red de piratas informáticos desde el anonimato de sus hogares. No es el nuevo argumento de un videojuego, es simplemente la constatación de un hecho que por desgracia no tiene el protagonismo que debiera en la opinión pública.  Ojalá que el nuevo tiempo político que ahora se abre ponga el foco en estas cuestiones porque si no quizás será demasiado tarde para reaccionar.

Eloy Velasco es juez de la Audiencia Nacional e Iñaki Ortega es director de Deusto Business School