miércoles, 3 de septiembre de 2025

Doña Elisa

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 1 de septiembre de 2025)


La última vez que estuve con ella me dijo que no la llamase así porque le hacía mayor. Tenía ya 100 años. Genio y figura. Nació en 1925 y murió la semana pasada en su casa de Madrid. Un siglo de vida en el que vivió dos dictaduras, una república y, por fin, una monarquía parlamentaria, pero sobre todo vio nacer a sus 15 hijos y lo que es peor asistir a la muerte prematura de su marido, dos de sus vástagos y a punto la suya misma. Con doña Elisa se muere un carácter de sacrificio y superación vencido por un mundo hedonista y egoísta. Hoy pensamos que es mejor tener perros que hijos o por lo menos nos compensa más porque nos salen más baratos, dan menos problemas y nos obedecen. No encontramos tiempo para cuidar a nadie más que a nosotros y pensamos que con ello alcanzaremos la inmortalidad. La vida de centenarias como doña Elisa nos recuerda que es más importante para envejecer pensar menos en uno mismo y más en los demás. Todos esos longevos han querido seguir cumpliendo años porque tenía un sentido su vida, muy alejado de mirarse en el espejo o de compadecerse sino de hacer felices a los demás. Piensa en esos superancianos que tienes cerca y verás siempre frugalidad, generosidad y alegría. 

En el tanatorio un sacerdote recordó a los que estábamos allí que sin ella no vivirían la mayoría de los que escuchábamos esas palabras. Quince hijos, 32 nietos y 26 bisnietos… y los que vendrán. Dejar huella en la tierra no pasa exclusivamente por firmar una obra de arte o tener un alto desempeño profesional sino –aunque se nos olvide– en hacer mejor el mundo que te recibió, aunque sea a tu costa. Hoy suena extraño, nos hemos acostumbrado a celebrar el ego con las redes sociales y ocultar los sacrificios porque todo han de ser éxitos personales. 

Doña Elisa sacó adelante su familia cuando enviudó hace medio siglo, le dio tiempo de formar parte de consejos de administración, presidir una compañía, disfrazarse de Santa Claus cada Navidad para repartir un regalo a toda su prole o compartir cada alegría y cada tristeza –nunca en soledad– siempre en familia. Montar en bicicleta hasta los 80 años, disfrutar del fútbol y de cada visita como si fuese la última de su vida. Una fe inquebrantable que le ayudó a soportar penalidades siempre con sonrisa y valentía. Todo lo que tenía lo compartió con los demás sin dejarse nada para ella, su felicidad era la de los demás. Repartió todo y en especial su cariño con ecuanimidad sin juzgar a nadie ni a nada. 

Valores que quizás en este mundo en el que solo tenemos como prioridad a uno mismo han de reivindicarse ahora que empieza de nuevo el curso. Cuando veamos, que lo veremos, la discordia, la soberbia, el egoísmo, el extremismo en nuestro trabajo o en las noticias, no estaría mal pensar en todos estos ancianos que frisan la edad centenaria y cómo lo han logrado: con poco de lo anterior y mucho de los valores de personas como doña Elisa.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

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