viernes, 31 de enero de 2020

¿Quién dijo que la economía era aburrida?


(Este artículo se publicó orginalmente el día 30 de enero de 2020 en el diario La Información en la sección #serendipia)


No es el guion de la penúltima serie de Netflix pero podría serlo. También serviría de argumento para una nueva película de Misión Imposible y hasta para una novela de espías de John Le Carré.


Un exitoso ejecutivo, presidente de la primera compañía de una potente industria, es detenido por corrupción en un país muy lejano, merced a una conspiración de su propio equipo con la connivencia de las autoridades locales. Nuestro protagonista, de fama mundial por su brillante gestión, cae a los infiernos en una trama en la que se juntan intereses políticos de dos grandes naciones, las miserias económicas de su sector y la ambición de colegas sin escrúpulos. En una celda durante cinco meses, sin rastro de la seguridad jurídica que se presume del país de su detención, le da tiempo a repasar los momentos más importantes de su vida. Su boda con Carole en los jardines de Versalles; su llegada a la cúpula de la multinacional europea tras criarse en un pequeño país del oriente próximo en conflicto bélico permanente; la consolidación como gestor en su patria, Brasil y en especial todos y cada uno de los detalles de la arriesgada operación de rescate de una icónica empresa asiática que a la postre le ha llevado a prisión. Acostumbrado a tomar decisiones bajo presión, nuestro hombre, decide luchar con todas las armas posibles para salir triunfante de este complot. Eso puede convertirle en un prófugo toda su vida o incluso morir en el intento. Pero el protagonista de esta historia no sabe el significado de la palabra miedo y cualquier cosa es mejor que el horizonte de una cadena perpetua en las antípodas de su hogar. Aprovechando el arresto domiciliario conseguido por su abogado, se vuelca en diseñar al milímetro una compleja fuga, con la misma minuciosidad que si estuviese preparando una gran operación en su empresa. Unas fundas de instrumentos musicales donde esconderse, un scanner que no funciona en el aeropuerto, tres pasaportes legales de sus tres nacionalidades para pasar sin dejar rastro por las aduanas de tres países y dos jets privados le permitieron situarse en apenas unas horas a salvo en casa y a cientos de miles de kilómetros de un juicio con sentencia ya dictada.  


No es ciencia ficción. Ha sucedido este fin de año. Carlos Ghosn, ya expresidente de Renault y de Nissan se fuga de Japón en vísperas de nochevieja a pesar de estar en libertad vigilada y cuenta todo esto en una multitudinaria rueda de prensa en Beirut, donde prepara sus siguientes pasos junto a su mujer. El gobierno de Japón ha lanzado una orden de busca y captura internacional, sin recuperarse aún de la humillación para su policía al permitir que el preso más famoso del mundo haya huido. Mientras tanto, empieza a conocerse no solo como funciona la justicia japonesa en íntima conexión con intereses empresariales, sino también las intrigas del sector de la automoción en el que se trufa la política (Renault es una empresa participada por el estado francés) con las venganzas personales. 


No es algo tan lejano a nosotros. En España está más cerca que tarde el día que veamos una serie de televisión en el que protagonista sea un viejo comisario de apellido Villarejo con amistades en la política y en la judicatura que acaba prestando servicios a las empresas más importantes del país. Servicios fuera de la ley para espiar, chantajear a competidores o amedrentar a cualquiera que impida lograr los objetivos de la empresa de turno. Y veremos cómo termina el "curioso" caso del ministro español que cambió su versión cinco veces al respecto de una cita en el aeropuerto con una mandataria sudamericana en busca y captura.


¿Quién dijo que la economía era aburrida? No lo es, pero ese tipo de diversión es para la ficción. Por eso ahora toca volver a aburrirse en el buen sentido de la palabra. Recuperar el sentido ético de los negocios y como enfatizó hace unos meses la Biblia de los negocios, el Financial Times, reinventar el capitalismo. Un capitalismo ético, inclusivo que pase página de la única obsesión por el dividendo a los accionistas y piense en otros dividendos; esta vez para agentes de interés como son sus trabajadores, los propios clientes, los proveedores y los territorios en los que actúan. Quizás no servirá para un guion de película, pero sí para que millones de personas se beneficien de empresas y directivos que piensen en el bien común y no solo en sus millonarias retribuciones.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 27 de enero de 2020

Davos

(este artículo se publicó originalmente el día 27 de enero de 2020 en el periódico 20 Minutos)

Davos

Igual no sabes qué es eso de Davos. Algo habrás escuchado o leído estos días pero de ahí a saber que es una localidad alpina, hay un trecho. Davos, en los Alpes,  fue durante los dos últimos siglos una afamada ciudad-balneario gracias a un clima propicio para curar enfermedades como la tuberculosis. Hoy la comuna de Davos situada en la parte oriental de Suiza acoge durante todo el año a miles montañeros y esquiadores y dispone para ello de unas soberbias infraestructuras turísticas.

Igual tampoco sabes, aunque te puede sonar, que en enero, todos los años desde hace cinco décadas, se celebra un foro de empresarios e intelectuales propiciado por un profesor alemán, economista e ingeniero, de nombre Klaus Schwab. El encuentro ha alcanzado tal fama que las personalidades más poderosas del mundo, sin excepción, sean políticos, directivos o pensadores, han sido ponentes del foro de Davos que ha pasado a llamarse Foro Económico Mundial, WEF por sus siglas en inglés. Los informes que surgen del Foro marcan ese año la agenda mundial  por no hablar de la relevancia de los acuerdos, muchos no públicos, que se pergeñan esos días en Davos. 

Igual has estado despistado y no sabes que este año, la semana pasada, han asistido al Foro de Davos personas muy diversas y aparentemente irreconcialibles. El presidente de Estados Unidos, DonaldTrump y la niña sueca, la activista del clima más famosa del mundo, Greta Thunberg pero también los máximos ejecutivos de empresas que compiten sin miramientos como Google, Apple o MIcrosoft. Y hasta nuestro presidente Pedro Sanchez no quiso perderse la tribuna más codiciada del mundo, compartiéndola -esta vez sí- con el presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, 

Igual, aunque es perdonable, no sepas que en esta edición del foro de Davos no se ha hablado de otra cosa que no sea de la llamada reinvención del capitalismo. Hace unos meses la asociación americana de empresarios (American Business Roundtable)  abogó por ua nueva forma de entender la gestión empresarial: menos afán por contentar a los accionistas con el dividendo y más por pensar en otros agentes de interés como son los trabajadores y las comunidades en las que actúan las grandes corporaciones. Aunque las estadísticas oficiales de las últimas décadas nos demuestran que la economía de mercado ha traído a los países que la han acogido, grandes avances en términos de riqueza, empleo y bienestar social, ahora se antoja imprescindible dar un paso más. La crisis del 2008 trajo una brecha social que no se cierra por más que pasen los años y los asistentes al Foro Económico Mundial han concluido que urge una actividad concertada de empresas e instituciones para evitar que nadie se quede atrás. Bajo las siglas ESG (enviroment, social and gobernance) se resume una nueva gestión empresarial que piensa en el clima, apuesta por la diversidad, lucha contra la corrupción, defiende los derechos de los trabajadores y garantizará que las empresas sigan siendo herramientas para el bien común.

Y eso aunque igual no lo sabes todavía, lo hablado en ese recóndito lugar de Suiza será bueno para ti.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja)

jueves, 16 de enero de 2020

La báscula


(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 13 de enero de 2020)

Se cuenta que el origen de las básculas está en Egipto, aparecieron hace miles de años por la necesidad de pesar con exactitud piedras de oro. El sistema usado era muy precario, un brazo de madera colgado de una cuerda con dos platos, uno en cada extremo; en uno se ponía la mercancía y en el otro, diferentes pesas. El palo oscilaba si en los dos platos no había el mismo peso; quitando y poniendo pesas se conseguía el equilibrio y de paso el peso exacto.

Aunque las básculas ahora son eléctricas, siguen siendo tan útiles como en la Antigüedad y más en estos días de resaca navideña. Ocultas en los baños de las casas, las básculas en enero son redescubiertas por miles de paisanos que les hacemos trabajar a destajo. Con timidez y algo de miedo, una vez que pasa el día de Reyes, nos atrevemos a subir a la báscula para después maldecir el resultado y achacarlo o bien a la cantidad de ropa que llevamos encima, a la hora del día o que el aparato ya no funciona correctamente. Al día siguiente, a hurtadillas, repetimos la operación, esta vez nada más levantarnos y en pijama, logrando un resultado similar. A la tercera va la vencida, tras dejar pasar unos días, la báscula, testaruda, confirma que hemos cogido unos kilos en estas fiestas. A partir de ahí, algunos esconden a los aparatos hasta el año que viene, otros “torturan” durante meses a la báscula hasta lograr el peso prenavideño.

La báscula solamente informa y por eso si estás entre los que has tenido tentaciones de tirar la báscula a la basura tienes que saber que la noticia, con o sin máquina en el baño, sigue muy viva. Por eso, hoy quiero decirte que necesitamos muchas básculas, no solo para medir tus excesos con la comida en estas fiestas, sino porque como decía, hace dos siglos, el físico Lord Kelvin “lo que no se mide, no se puede mejorar; lo que no se mejora, se degrada siempre”. Básculas que pesen los “excesos” del número de ministros en el nuevo gobierno de España que acabamos de conocer; básculas que pesen los “aumentos desorbitados” de los sueldos de los altos directivos en comparación con los de los trabajadores; básculas que pesen “las gruesas palabras” que cada vez más se dedican los políticos en nuestro país; básculas que pesen “el tiempo que pasamos en redes sociales” en lugar de estar con nuestros seres queridos; básculas que pesen los esfuerzos que dedicamos a “nuestro propio bienestar” frente a trabajar por un mundo sin que nadie se quede atrás.
Es casi tan vieja como la báscula, la expresión “matar al mensajero, igual te acuerdas de que en la Antigua Grecia se cortaba la cabeza a los heraldos que comunicaban malas noticias, generalmente una guerra. Por favor, en este 2020, no “matemos” a ninguna báscula, periódico, profesor, amigo o familiar que nos recuerde que algo no va bien.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR