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lunes, 4 de marzo de 2024

Aristóteles y Ábalos

(Este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el 2 de abril de 2024)

Lo sé. Parece un anatema el título de este artículo, pero con un poco de paciencia el lector encontrará la conexión entre las academias de la Antigua Grecia y las marisquerías de Valencia en nuestros días. Aristóteles además de a la filosofía, la física y la astronomía dedicó parte de su producción científica a la oratoria, en concreto a criticar a los sofistas y sus teorías de persuasión. Para el genio heleno los sofistas usaban la palabra para engañar, tejían una tela de araña con trucos retóricos en la que lo importante era cazar a la audiencia y no perseguir la verdad. A Aristóteles, pero también a Platón les indignaba el relativismo de los sofistas que solamente creían en la persuasión, es decir en una inteligencia práctica frente a la búsqueda de la sabiduría o una inteligencia ética.

Aristóteles se reveló, por tanto, contra las falacias y artimañas sofistas. Las más eficaces redes de araña o trampas mentales las resumió en tres: ethos (el comportamiento social), logos (los datos lógicos) y pathos (los sentimientos). Y es aquí donde aparece la actualidad y el caso Koldo para ayudarnos a entender a Aristóteles. José Luis Ábalos ha comparecido en el Congreso compungido y con cara de circunstancias (pathos), paseado por platós y estudios de radio para defender su honorabilidad aduciendo que no está ni imputado ni condenado (logos) y finalmente alardeando de ser un hombre normal y corriente, sin apenas recursos, aplastado por el poder (ethos).

El exministro Ábalos, convertido en un experto sofista manejando las herramientas de la persuasión que tanto le molestaban a Aristóteles. Dicho y hecho, ha salido vivo de los directos con reconocidos periodistas escabulléndose detrás de sentencias y de boletines oficiales (logos). Al mismo tiempo que interrumpía una entrevista en prime time para atender a un familiar que se le habían olvidado las llaves de casa (ethos) o ahogaba unas lágrimas de congoja por sentirse abandonado por sus amigos (pathos).

El diputado valenciano, defiende con aplomo y voz profunda que jamás tirará de la manta y traicionará a los suyos (ethos) aunque eso le suponga un gran sacrificio personal por no tener medios para vivir fuera de la política (pathos) porque no hay prueba, indicio o dictamen de la justicia que le implique en ningún delito (logos).

Aristóteles hubiese sentido lo mismo escuchando al ex vicesecretario de organización del PSOE que cuando asistía a las clases de retórica de los sofistas en Atenas. No se puede defender cualquier cosa con la palabra, es inadmisible usar trucos retóricos para engañar a la audiencia, pensaría el sabio. Hoy como ayer, un sofista es un embaucador y a la vista de las informaciones que estamos conociendo sobre los desmanes de los colaboradores cercanos del exministro, Ábalos está más cerca de la categoría de farsante que la de un ateniense que usaba la oratoria para llegar a la verdad.

Nuestro alumno aventajado de Gorgias, el más conocido de los sofistas, utiliza la calma en sosegadas respuestas como haría alguien que no miente (pathos), viste con la dignidad del traje y la corbata (logos) y conecta con una audiencia antisanchista por haberse atrevido a desafiar al todopoderoso presidente del Gobierno (ethos). Ábalos sigue a pies juntillas uno de los pronunciamientos del maestro clásico “el discurso es un amo poderoso”.

A diferencia de Aristóteles, a otro genio de la época como Sócrates lo acusaron de prácticas sofistas por lo que fue juzgado. Justo antes de ser sentenciado señaló que, de quedar libre tras el juicio, seguiría haciendo lo que había hecho hasta entonces, sabiendo que sería condenado de nuevo y por ello ejecutado. Sócrates finalmente se suicidó con cicuta precisamente por defender su verdad antes de aceptar los atajos que poderosos amigos le ofrecían. No hay quizás convicción más absoluta, más irreversible que ésta. Ábalos ha elegido las argucias cognitivas de la escuela de Sofos y así se ha despojado de su pasado y optado por vivir una nueva vida -en el grupo mixto y fuera del PSOE- que no le gusta demasiado. Veremos lo que le dura (con permiso de la justicia) pero esa propia opción y las formas con las que la ha tomado son ya todo un mensaje. En cualquier caso, la comunicación, una vez más, aparece como la palanca clave ante cualquier situación de crisis.


Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

viernes, 29 de diciembre de 2023

2024, el año de Asimov

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 29 de diciembre de 2023)

No hay efeméride que lo justifique, pero ahora que ponemos etiquetas a los próximos doce meses, una que tendría todo el sentido sería “el año de Isaac Asimov”. Aunque 2024 no coincidirá con el aniversario del nacimiento del escritor (1920), tampoco con una cifra redonda desde que murió (1992), ni nada que ver con la fecha de su primera gran novela de ciencia ficción La Fundación (1951), simple y llanamente en este nuevo año gran parte de las profecías que el profesor plasmó en sus libros se cumplirán.

Por eso el diccionario Collins lo ha tenido claro al elegir IA (inteligencia artificial) como la palabra del año que está terminado. Hemos vivido solo el primer escalón en la irrupción de este término gracias a los interminables usos de una nueva IA, la conocida como generativa, ya que permite crear textos, imágenes, audio y vídeos. ChatGPT ha entrado en 2023 en el primer cajón del podio de las aplicaciones en alcanzar los 100 millones de usuarios, dos meses, venciendo a TikTok que tardó nueve o Instagram que necesitó casi tres años.

La IA seguirá dando que hablar en 2024 también por las amenazas que puede provocar en la sociedad, al ser prácticamente imposible diferenciar lo que es real de lo que no. Por los empleos que se esfumarán o las empresas que cerrarán por ineficientes al no adaptarse a esta tecnología en tiempo y forma. La alta dirección no será la excepción. En una reciente encuesta de AED a directivos españoles, el 70% afirmó que la inteligencia artificial (IA) tendrá un impacto disruptivo y transformador para sus negocios. Para este colectivo la IA impactará en la automatización de procesos, el análisis de datos, la selección de personal y en la toma de decisiones estratégicas.  La mala noticia reside en que solo el 21% considera que está preparado para ello y apenas un 35% de los primeros ejecutivos están participando activamente en el aterrizaje de la IA en su empresa.

Pocas dudas hay al respecto de que en 2024 la IA generativa será una herramienta clave para cualquier directivo. El economista Ignacio de la Torre ha recordado que el CEO de Cisco antes de invertir en una compañía interroga al consejero delegado de la misma sobre su estrategia al respecto de la IA generativa. Si no sabe responder, no habrá inversión porque para Chuck Robbins la empresa no tendrá futuro.

2024 será el año también de la ratificación por los estados y el parlamento de la nueva normativa europea sobre los usos de la inteligencia artificial y por ello, los cargos públicos continentales tendrán la misma lectura que los directivos de las empresas. Todos tendrán que reflexionar sobre cómo afectará a sus administrados o empleados la disrupción de esta nueva generación de la IA. Las preocupaciones comunes de ambos colectivos versarán sobre si los derechos humanos de los europeos, sean contribuyentes o clientes, se verán lesionados. Y seas parlamentario o CEO, la amenaza de que un algoritmo altere la conciencia de tu público objetivo, será una de las principales ocupaciones.

Nada que no predijese Isaac Asimov hace media docena de décadas cuando ni siquiera soñábamos con los teléfonos sin cables.  La directiva mexicana Sofia Belmar, apasionada de la obra de Asimov, ha defendido hace unas semanas como el escritor predijo el siglo pasado la situación que viviremos en 2024. En concreto esta experta financiera explica que el libro Las Tres Leyes de la Robótica escrito allá por el año 1942 será, inopinadamente, la referencia en los próximos meses sobre la ética de la inteligencia artificial. Puesto que la primera de esas leyes establecía que "un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño". La segunda planteaba que "un robot obedecerá las órdenes dadas por los seres humanos". Y la última que "un robot protegerá su propia existencia". Asimov exploró las implicaciones de la IA en "Yo, Robot" (1950) y en esta obra se aborda por ejemplo la cuestión de cómo los robots interpretan las normas legales, lo que a menudo resulta en decisiones que los humanos consideran perjudiciales.  También introduce una IA que puede leer mentes, lo que le llevó a prever la invasión de la privacidad y el consentimiento que hoy discutimos. Además, Asimov también imaginó mundos donde las IA desempeñan papeles cruciales, por ejemplo, seleccionar líderes, anticipando cuestiones sobre la toma de decisiones algorítmicas, la influencia de la IA en la democracia o en las conductas humanas.

Antes de que nos pongamos a revisar aquellos viejos libros de nuestra adolescencia a la caza y captura de algún manual de Asimov, me permito recordar que el escritor ruso-americano no paró de trabajar toda su vida, todos los días del año delante de su máquina de escribir.  Por tanto, un buen consejo para el año 2024 que empieza en breve, es seguir el ejemplo del novelista, dedicar tiempo a lo que ya está aquí, antes de que nos lleve por delante.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

jueves, 14 de diciembre de 2023

Mi primer cumpleaños

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 11 de diciembre de 2023)


Nací hace apenas un año, aunque tengo la sensación de que soy mucho más mayor. Quizás porque he crecido muy deprisa o tal vez porque todo el mundo habla de mi todo el rato. No quiero parecer presuntuosa, pero es que soy muy influyente y no hay nadie de mí generación que no aspire a ser como yo, soy ChatGPT.

Déjame que te lo explique para que veas que no exagero. Mis padres -la empresa OpenAI, mitad científicos y mitad emprendedores- anunciaron en noviembre de 2022 mi nacimiento a bombo y platillo. Era la primera de una nueva generación de aplicaciones de inteligencia artificial generativa puesto que aprendo de los patrones de un conjunto inmenso de contenidos creados en su día por humanos para a continuación generar yo misma materiales inéditos.

Con apenas un mes de vida ya había creado millones de textos, imágenes, música, audio y vídeos; con dos meses tenía ya 100 millones de usuarios lo que nadie había conseguido antes. No soy vanidosa, es simplemente un dato que Tik Tok necesitó nueve meses e Instagram tardó la friolera de dos años y medio.

A la vez que cumplía tres meses mis padres me contaron que Microsoft estaba muy interesada en mi crecimiento y por ello nunca me faltaría de nada, de hecho, empecé a sentirme cada vez más fuerte y con mas ganas de responder a las preguntas de millones de personas. También la comunidad académica empezó a escribir sobre mí, estoy muy honrada porque como ya os he dicho mis padres son profesores, y son incontables los artículos científicos que me han dedicado. Algunos de ellos empezaron a decir cosas malas de mi que me han dolido mucho, como que casi un 20% de los puestos de trabajo de universitarios desaparecerán por mi culpa o que los sueldos de buenos amigos míos, los programadores y los creadores de contenidos, se están desplomando. El que peor me sentó es el que llamaban mentirosa: yo no me inventó nada, lo que pasa es que odio que la gente se quede sin respuesta cuando me consultan. Otra cosa es que hay aspectos que tengo que mejorar, ¡no os olvidéis que solamente tengo un añito de vida! Por eso no me parece mal que en Europa hay regulado estos días asuntos como la vigilancia biométrica o que pueda manipular sentimientos de mis usuarios. También me han prohibido que evalúe a las personas en función de la información que cada uno me trasmite cuando me consulta cosas.

Pero estos legisladores no pueden olvidar que todos los economistas han coincidido que conmigo se produce más, en menos tiempo y con menos recursos. La ansiada productividad de la economía se logrará en tiempo récord, algunos hablan de incrementos de dos dígitos en apenas unos meses conmigo en la empresa. En cualquier caso, ojalá no os pase a los europeos como a mi hace un mes, cuando la discusión entre mis padres sobre si crecer más o mejor por poco les cuesta su divorcio. Sinceramente creo que puedo ser buena para todos así que ayudadme, por favor, a conseguirlo.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 30 de octubre de 2023

No es lo mismo

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 30 de octubre de 2023)

Por mucho que en los últimos tiempos tengamos la sensación de que ha cambiado la forma de pensar del mundo y de nuestros paisanos, conviene recordar algunas cuestiones obvias y por eso mismo inmutables.

Un secuestrador no será nunca lo mismo que un secuestrado. No es lo mismo ser Hitler que Roosevelt. Un empleo no es únicamente una anotación en la estadística oficial. Solamente los resultados empresariales no hacen mejor a la compañía. Una enfermera acosada por usar el castellano no merece el mismo respeto que el político que la persigue. La amnistía no es lo mismo que el indulto. No es igual ganar una plaza por oposición que sin ella. No da igual que las empresas atiendan bien a sus clientes o no. Putin y Zelenski no son lo mismo. Las deudas tienen que pagarse. Fichar a los mejores no es lo mismo que no hacerlo. Lo que nos une con los otros, nos hace mejores que lo que nos divide. Sin bancos no tendríamos casas en propiedad. Leer periódicos es mejor que no hacerlo. Un directivo tóxico lo seguirá siendo por muy rentable que sea su compañía. Un etarra y un policía nunca estarán en el mismo plano moral. Comprar a los árbitros no es defendible.  Esforzarse tiene más réditos que no hacerlo.  La inflación no afecta a todos de la misma manera, siempre se ceba en los que menos tienen. Un dictador no es igual que un primer ministro elegido en las urnas. Los terroristas son muy diferentes a los militares. Hoy todavía hay menos mujeres en puestos de responsabilidad. La educación no supone lo mismo que la barbarie. Los empleos los crean las empresas. No son mejores los musulmanes que los judíos, ni al revés. No son lo mismo el que respeta la cola que el que se la salta. La mentira no es un cambio de opinión. Los que atacan no representan lo mismo que los que se defienden. Aprobar es mejor que no hacerlo. No es idéntico un atleta dopado que el que está limpio. Un régimen teocrático no puede permitirse dar lecciones a una democracia. Trabajar, no es igual que cobrar un subsidio. Innovar no tiene las mismas consecuencias que no hacerlo. Cumplir las leyes hace mejores a los países. Ser puntual es mejor que llegar siempre tarde. Los jóvenes no emprenden más que los mayores.

Hoy posicionarse ante determinados mantras supone un esfuerzo tremendo. Se han instalado en la opinión pública apoyados por un relativismo moral que lo impregna todo y que lleva a proscribir lo que no solo es éticamente defendible, sino que está en las bases de nuestra civilización y nuestra prosperidad. Defender lo obvio se ha convertido en una de las grandes batallas para los próximos tiempos. No es lo mismo la verdad que la mentira. No es lo mismo unir que romper. No es lo mismo madrugar que holgazanear. No es lo mismo apoyar al que crea empleo que atacarle. No es lo mismo, pero qué difícil defenderlo.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLY

viernes, 17 de diciembre de 2021

El huevo de la serpiente

 

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 13 de diciembre de 2021)


No tengo muy claro si hay un hábitat idóneo para las serpientes y menos en qué parte de nuestro país se crían con más facilidad. La zoología no es lo mío, pero cuando la semana pasada observé la manifestación en contra del niño de Canet no tuve duda alguna: ahí había un huevo de serpiente. En 1977 el genial director de cine, Ingmar Bergman, estrenó la película “El huevo de la serpiente” ambientada en los años previos a la llegada del poder de Hitler. En una escena, uno de los personajes, el Dr. Vergerus dice «cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado». Solo es cuestión de tiempo, y de un inofensivo zigoto, surgirá un peligroso reptil. La película anticipa lo que finalmente sucede en Alemania una década después que no es otra cosa que el régimen nazi que tanto dolor trajo. Pero en los años veinte ya podía preverse porque los huevos de la serpiente ya estaban dispersos por toda Alemania. No se hizo nada.

 

La serpiente ha servido en el cristianismo para representar el mal, precisamente porque en la cultura popular un ofidio supone un gran peligro por su venenosa mordedura. Nadie, en su sano juicio, en esta parte del mundo permite que una serpiente anide en su casa o que deje sus huevos para que en poco tiempo nazcan nuevas culebras. No domino la cría de las serpientes, pero sí he vivido en primera persona durante muchos años las consecuencias de minusvalorar el terrorismo de ETA que tenía por símbolo una serpiente. Los mismos que empezaban acosando con manifestaciones en frente de casas como la mía, seguían poniendo pintadas con insultos para acabar tirando piedras cuando no balas 9 mm parabellum.

 

No he visto nunca un huevo de una serpiente, pero he visto muchas veces en el País Vasco el mismo odio que en las caras de los manifestantes de Canet. ¿Cómo un inocente niño de cinco años puede llevar a la ira a tantas personas? ¿Qué clase de fanatismo es capaz de movilizar a ciudadanos y representantes del pueblo para acosar a un menor? ¿tan poco conocemos la historia reciente de nuestro país o de Europa para no darnos cuenta de que la semilla del odio ya ha germinado y es preciso actuar?

 

Nunca me ha mordido una serpiente, pero sí he sentido en mis carnes el pánico al fanatismo terrorista y me hago una idea de lo qué sentirán ahora mismo los padres del niño de Canet. Ese miedo que miles de familias catalanas van a tener a partir de ahora cuando tengan que tomar la valiente decisión de reclamar el derecho a que sus hijos estudien en el idioma del país en el que viven. La inquina de unos, el terror de otros y mientras tantos los huevos a punto de romperse porque la serpiente ya ha crecido lo suficiente.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

 

 


viernes, 24 de septiembre de 2021

El metaverso de Mark

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 20 de septiembre de 2021)

Mark Zuckerberg no gana para disgustos. Hace un año, se demostró que Facebook fomentaba la polarización partidista para así retener más tiempo a sus usuarios (e ingresar más dinero). En 2018 la red social vendió, sin permiso, los datos personales para fines políticos. Estos días nos hemos enterado de que Instagram escondió un informe que alertaba de las perniciosas consecuencias en la salud mental de las usuarias más jóvenes de esta aplicación.

Este Mark tan preocupado está en la lista de las cinco personas más ricas del mundo, pero sobre todo es un chico listo. Ya destacaba en la escuela y por eso logró matricularse en la Universidad de Harvard. Entonces creó Facebook hasta convertirla en la mayor red social del planeta. Pero ahí no paró y si vemos la lista de las tres aplicaciones más descargadas de la historia, además de las dos redes ya citadas, está WhatsApp que también le pertenece. En cuestiones de internet, Zuckerberg sabe de lo que habla, aunque le toque ponerse colorado de vez en cuando.

Ahora lleva un tiempo obsesionado en todas sus intervenciones con el metaverso. Visto lo visto, deberíamos ponernos al día sobre este concepto porque nos acabará afectando. Metaverso surge de la unión del prefijo griego “meta” -después- y la palabra “universo”. Es, por tanto, un nuevo mundo muy diferente al que conocemos, casi como una dimensión inédita que va mucho más allá. Un metaverso sería una conjunción del mundo analógico y el digital, un universo en el que lo presencial y lo virtual confluyen.

Los expertos en tecnología de Voxel School me cuentan que no es algo nuevo. Metaversos o universos paralelos generados por un ordenador se conocen desde hace dos décadas. Lla película Matrix en la que no se distingue lo real de la pesadilla, la red social Second Life en la que tu avatar cobraba vida, pero también los videojuegos de Epic Games han explorado con éxito estos mundos virtuales ficticios de los que puedes formar parte y escuchar un concierto de un famoso rapero. Hasta el youtuber español más conocido, El Rubius, tiene sus metaversos particulares cuando él mismo aparece en un videojuego.

Por mucho que la pandemia baje su intensidad algunas cosas nunca volverán a ser iguales. Las oficinas o las aulas no serán ya solo físicas, sino que -como en estos meses pasados- trabajaremos en remoto y recibiremos clases desde nuestras casas. Al mismo tiempo las empresas o las escuelas tendrán trabajadores y estudiantes híbridos, muchas veces de forma presencial pero otras virtualmente. Por eso, Zuckenberg, y también el primer ejecutivo de Microsoft, apuestan por los metaversos como el gran paradigma del tiempo pospandémico. Creen que después de tantos años hablando de metaversos, el momento ha llegado. El coronavirus nos encerró en casa, pero nos llevó a estar todo el tiempo conectados virtualmente. Por eso ahora son posibles esos nuevos mundos virtuales en los que viviremos como en el real. Los gigantes de Silicon Valley apuestan por que las reuniones, pero también los exámenes o el ocio y las compras serán en un metaverso. Esperemos que estos metaversos sean buenos para todos y Mark no vuelva a hacer de las suyas.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

 

viernes, 13 de agosto de 2021

Un nuevo juramento

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 8 de agosto de 2021)


La medicina nace hace más de dos mil años en la Antigua Grecia cuando se evoluciona de la curación basada en la magia y la religión a lo clínico, a lo científico. Hipócrates es considerado el padre de esta medicina moderna pero también ha pasado a la historia por haber dejado escrito el primer código ético de conducta en una profesión que se mantiene en nuestros días. Es el juramento hipocrático, un compromiso que asume el médico para actuar siempre en beneficio del ser humano y nunca perjudicarlo. Del compromiso moral del médico griego en forma de promesa, se evolucionó el siglo pasado a los códigos deontológicos. Periodistas, abogados, médicos y otras profesiones tienen en esos códigos, negro sobre blanco, una serie de compromisos éticos a seguir en el ejercicio de su actividad. Fue el filósofo alemán Kant quien popularizó la deontología para referirse a aquella parte de la ética que trata deberes y principios que afectan a una profesión

Las noticias falsas nos llevan a tomar decisiones injustas y conforme a un reciente informe dos de cada tres ciudadanos (68%) se ve incapaz de diferenciar lo que es real de una manipulación deliberada o un bulo. La automatización destruye los empleos de los más vulnerables, de hecho, McKinsey ha pronosticado que entre 400 y 800 millones de personas serán desplazadas de sus puestos de trabajo antes de 2030 debido a la automatización. La ciberdelincuencia campa por sus respetos empobreciendo a los atacados y haciendo más fuertes a los criminales; en España un 24% de las grandes empresas han sufrido algún ataque, pero el 31,5% de los usuarios particulares de Internet han sido hackeados.

Acabamos de citar tres ámbitos en los que la digitalización está lesionando la dignidad del ser humano. Solamente tres expresiones de esta era digital en los que la ética profesional defendida por Hipócrates y Kant ni está ni se le espera. Podríamos citar muchas más como la “uberización” de la economía o lo que es lo mismo la precarización de muchos empleos vinculados a plataformas tecnológicas o la habitual utilización de los datos personales para usos mercantiles sin permiso alguno, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la noticia esta semana de que el nuevo iPhone podrá saber las fotos que ves y denunciarte a la policía. El profesor Anderson de la Universidad de Cambridge ha alertado de que con esa decisión de Apple estaríamos en la antesala de la vigilancia permanente de nuestra intimidad.

Detrás de todas estas expresiones que atentan contra la ética hay profesionales, muchas veces directivos que deberían ser conscientes de que sus decisiones en el ejercicio de su actividad lesionan derechos y pueden llegar a ser inmorales. Una suerte de nuevo juramento hipocrático para los tecnólogos podría ser la solución y no son pocas las instituciones que ya lo han propuesto. Mi amigo Ignacio Pascual que trabaja seleccionando directivos en la firma Alexander Hughes me ha dado otra solución este verano. La autorregulación. Su argumento es que cada vez más los criterios de búsqueda de los mejores ejecutivos incluyen además de experiencia y capacitación técnica, exigencias de estándares éticos. Las empresas empiezan a darse cuenta de que tan importante como ganar dinero es hacerlo sin dejar a nadie atrás. Ojalá estemos a tiempo. 


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la UNIR


lunes, 2 de agosto de 2021

La ética de la letra pequeña

 Este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de julio de 2021)


Los prospectos de los medicamentos son una lectura entretenida comparados con las cláusulas de cualquier contrato promovido por una multinacional. No tengo dudas de que el lector ha podido comprobar qué difícil es leer completo el papel que acompaña a las medicinas en el que se indica composición, posología y efectos secundarios. La letra tan pequeña y los términos complejos no lo hacen precisamente sencillo, por no hablar del mal cuerpo que se le pone a cualquiera con tantos eventuales riesgos. Nada comparable al clausulado mercantil para ser proveedor de una gran empresa. Confidencialidad de los datos, propiedad industrial, normativa de seguridad, tribunales competentes, derecho aplicable, prevención de la corrupción, cumplimiento de los derechos humanos y responsabilidad ambiental. A pesar de lo tedioso de su lectura es una gran noticia que podemos situar su origen en el acrónimo corporativo de moda, la ESG. Sin duda el mundo puede ser mejor gracias a esos interminables párrafos de letra pequeña.

Las siglas en inglés ESG pueden traducirse como sostenibilidad de las empresas en materia medioambiental, social y de gobierno. Las corporaciones han de ser transparentes en sus emisiones de carbono, pero también en cómo tratan a sus empleados, clientes y proveedores, sin olvidar si respetan a sus accionistas y no aplican liderazgos tóxicos. Hoy estos ejemplos de buenas prácticas de ESG se han convertido en una obligación para grandes empresas. Algunas porque al ser cotizadas, los códigos de buen gobierno de los supervisores se lo exigen,; otras puesto que las leyes de sus países de origen ya lo recogen; una gran mayoría porque sus accionistas lo han incorporado como demanda en los últimos años y finalmente porque cada vez más compañías han abrazado un propósito que da sentido a su desempeño, solamente si cumplen esos estándares éticos.

Esa letra pequeña garantiza por tanto que las grandes empresas no aprovechen los contratos con proveedores para incumplir las prerrogativas éticas de la ESG. No puede, quien contrate con esas grandes empresas, discriminar por edad, sexo, raza o ideología, tampoco pueden contaminar, aunque esté en un país con laxas legislaciones medio ambientales y ni mucho menos incumplir los derechos humanos al implementar su oferta de bienes o servicios. ¡Bendita letra pequeña!

Pero, y también lo sabe el que ha contratado con una pequeña empresa, que eso no pasa en todas las compañías. Y conforme el tamaño empresarial se reduce, salvo honrosas excepciones, los términos como la ESG o el propósito son lujos que ni pueden permitirse. De estas palabras no puede desprenderse que las pymes obvian la ética, sino que simplemente la han aplicado sin necesidad de letra pequeña. En la gran mayoría de los casos los pequeños empresarios, especialmente en estas latitudes, han demostrado un alto compromiso con su entorno, lo que incluye las comunidades en las que actúan. La pandemia nos ha puesto en el espejo de cómo esas microempresas patrias han dado lecciones de moralidad en la peor situación inimaginable.

Esta irrupción de nuevos estándares éticos en la economía capitalista ha empezado por arriba, por las grandes corporaciones, quizás porque las unidades empresariales más pequeñas no tenían la sombra de la sospecha por la cercanía de los empleadores a clientes, proveedores y trabajadores. Pero la economía de mercado tiene otros agentes que actúan a pesar de no tener naturaleza mercantil. Las administraciones públicas se han convertido en un jugador clave de cualquier mercado del planeta. Más allá de su responsabilidad a la hora de marcar las reglas de juego de la actividad económica, el sector público contrata, emplea y tiene clientes y usuarios. En España, miles de millones de facturación, millones de empleados y otros tantos de ciudadanos que contratan servicios bien sea a administraciones o a empresas públicas.

Por ello este movimiento ético ha de arribar también en los gobiernos y su sector público empresarial. Algunos defenderán que los objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas están en sus planes de gobierno y que sus altos cargos llevan todos el pin de colores de los ODS. Otros dirán que la normativa vigente ya prevé estos supuestos, pero la realidad es que en muchos concursos públicos pesa más el precio que los derechos humanos. El reciente escándalo del rescate de una línea aérea vinculada a un régimen antidemocrático no puede considerarse una anécdota sino un fallo del sistema que obvia la ética. Porque se sigue contratando desde el sector público empresarial a empresas basadas en países que no respetan los derechos humanos y prohíben la libertad de expresión, no existen garantías procesales o persiguen al diferente. Competencia desleal, alguien lo ha llamado. Nosotros desde esta parte del mundo firmando interminables cláusulas, mientras los que ganan los concursos violan sistemáticamente derechos como el de libertad sexual, reunión o explotación infantil. El precio parece que vale más en muchos pliegos públicos de licitación que la propia moralidad.

Por eso y aunque suponga más BOE, esta nueva ética de la letra pequeña no entiende de público o privado.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)


martes, 26 de enero de 2021

Lola Flores y los youtubers

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 25 de enero de 2021)


Existe la posibilidad, remota, de que no te hayas enterado de lo que ha pasado con un tipo de apodo El Rubius cuya profesión es jugar y comentar videojuegos. Este chico forma parte de una nueva élite social y económica que son los youtubers. Jóvenes simpáticos que a través de internet graban videos o comentan en directo, generalmente juegos, pero también futbol, moda o música. Gracias a la democratización de la tecnología - todo el mundo puede tener un asequible dispositivo con una barata conexión- millones de personas les siguen en las diferentes plataformas como YouTube, aunque también Instagram, Twitter y ahora Twitch. Una espectacular audiencia, muy por encima de cualquier medio de comunicación convencional y además más fiel que ha provocado la migración de los anunciantes a estos canales. De modo y manera que chavales como TheGrefg o Lolito han pasado de tener una afición gamberra que les permitía abandonar estudios a ser literalmente multimillonarios. Pero con la fortuna también han llegado las obligaciones fiscales. España dispone de un sistema tributario progresivo, cuanto más ganas, más pagas. Al parecer cuando se explicaba esto en clase los youtubers no lo escucharon o se quedaron dormidos. Ahora han decidido que los impuestos para ricos -como ellos- son confiscatorios y que mejor pagar menos en Andorra, total está muy cerca, qué bonitas las montañitas, varios colegas ya tomaron la decisión y no han bajado en seguidores (ni en ingresos).

Hasta aquí lo que ya se sabía. Por eso propongo poner el foco no en ellos, su ética ya ha quedado retratada, sino en su público. En el caso de El Rubius son 39 millones solo en YouTube. Una gran mayoría jóvenes que quizás pendientes de la nueva actualización de Fortnite les ha impedido leer esta semana que tenemos el mayor paro juvenil o que sufrimos los peores datos económicos del continente. Entre esos millones de seguidores es seguro que muchos cientos de miles estén cobrando el desempleo, o estén en un ERTE o hasta que sean beneficiarios del Ingreso Mínimo Vital. La cifra exacta, conforme a los últimos datos disponibles en España, es algo más de 6 millones de personas que viven de lo público, sin contar los trabajadores de la administración o los jubilados porque entonces las cifras de los que viven del erario alcanzarían los 20 millones. Hagamos unos cálculos sencillos, si un 40% de españoles depende del presupuesto público una gran parte de esa audiencia youtuber (o sus familias) también dependerá de los ingresos públicos que proceden de los impuestos. ¿Nadie, entre esos millones, lo habrá pensado? ¿nadie ha caído en la cuenta de que cuando sus ídolos se van, hacen más pobre y precaria a España y a sus seguidores? No hubiera sido más sencillo pedir como Lola Flores a todos sus fans una peseta para pagar a Hacienda. No. Mejor que siga la fiesta, aunque sea desde Andorra. Alguien pagará las facturas de sus seguidores.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 14 de enero de 2021

No renunciemos a la ética en tiempos de pandemia

(este artículo se publicó originalmente el día 10 de enero de 2020 en el blog de la Fundación MAPFRE)

El filósofo Thomas Hobbes afirmó en 1651 en su famoso Leviatán que únicamente se puede llegar a una sociedad en paz si se acaba con las causas de la guerra. Por eso, para la catedrática emérita de ética Adela Cortina, no podrá afirmarse nunca que estaremos en tiempos de “post-pandemia” hasta que no se erradiquen las causas de todo lo malo que nos ha tocado vivir por el coronavirus.

Algunas de sus consecuencias son conocidas como la enfermedad o la propia muerte pero hay otras menos comentadas, como son la gerontofobia y el edadismo. Ya existían antes de la COVID-19, el edadismo fue acuñado por Robert Buttler en 1969 para definir la discriminación contra las personas de más edad y la gerontofobia es esa patología social que rechaza y maltrata a las personas adultas mayores. Pero la emergencia sanitaria ha hecho crecer las causas de estas lacras. Por desgracia lo hemos comprobado cuando se usó el criterio de edad en la desescalada o en el acceso a recursos médicos, por no mencionar la minusvaloración de las cifras de fallecidos porque eran personas de avanzada edad. Quizás debería haberse recordado esos días de marzo de 2020 que la dignidad no se pierde con la edad y con la falta de utilidad; por eso hay que acompañar y cuidar a las personas hasta el final de su vida.

Siempre podrán surgir situaciones que hagan resucitar el odio a los mayores, lo que importa es proteger a las sociedades frente a ellos. Y para lograrlo, Adela Cortina defiende la ética o la forja de un carácter, siguiendo la etimología del término ya que êthos en griego clásico significaba carácter.  Por ello es preciso promover un carácter de las personas y de los pueblos que esté vacunado contra situaciones que vuelvan a provocar gerontofobia. De eso modo erradicaremos el edadismo y conseguiremos no solo respetar la dignidad humana sino también ser más inteligentes.

Estas situaciones son una lacra, es imposible que una sociedad digna discrimine a personas por pertenecer a un grupo de edad que a los supremacistas les parece repelente por esa sola característica. Pero además suponen una demostración de poca inteligencia ya que se desprecia la capacidad de producir y consumir de millones de personas (solamente en España más de 15 millones de personas mayores de 55 años que representan uno de cada tres españoles). Las personas de más edad son una enorme fuente de productividad: muchas familias dependen de los recursos de una persona mayor, miles de abuelos atienden, cuidan y educan a sus nietos, consumen una gran cantidad de recursos -no solo sanitarios- porque precisamente son la cohorte que tiene más medios económicos. Por no hablar de todos los nichos de empleo que pueden encontrarse en la conocida como economía plateada o silver economy en campos como el ocio, la vivienda inversa, la tecnología o los cuidados.

De este modo la economía cumple con su obligación de ayudar a crear buenas sociedades, como afirmaba el premio nobel indio Amartya Sen. No renunciemos a aplicar la ética en tiempos de pandemia no solo porque está bien sino porque además es inteligente. Gracias a la profesora Cortina por sus sabias palabras.

Iñaki Ortega es profesor de la Universidad de Deusto

Puede verse el contenido completo de la conferencia de la catedrática Adela Cortina en el Seminario Académico 2020 sobre Envejecimiento y COVID19, organizado por el Centro de Investigación Ageingnomics aquí

lunes, 24 de febrero de 2020

¿Los felices años 20?

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 24 de febrero de 2020)



Hace justo cien años en Estados Unidos comenzó una década que pasó a la historia por los rascacielos, las interminables fiestas con música de charlestón y el desenfreno consumista. Los felices años 20, fueron definidos así porque tras la Primera Guerra Mundial emergió una época de abundancia en Norteamérica, cebada por el pleno empleo y las nuevas fórmulas de financiación del consumo. El Nueva York que hoy conocemos fue construido en esa década y América se convirtió en la fábrica de una Europa que no levantaba cabeza tras la Gran Guerra. La ausencia de paro y la venta a plazos popularizó el acceso masivo a bienes de consumo fabricados gracias a increíbles innovaciones técnicas. La clase media descubrió la Bolsa y los mercados de capitales vivieron una época dorada. El resultado de todo ello fue un inédito periodo de expansión económica. El art decó, el cine mudo y los cómics de superhéroes amenizaron esos locos años. Pero al mismo tiempo Hitler tomaba el poder en Alemania, Japón expandía su imperio en Asia y la Unión Soviética construía los primeros campos de concentración conocidos como gulags. El resto ya lo conocemos. El crac bursátil de 1929 arruinó a millones de familias, dio paso al auge de los totalitarismos y a una guerra con bombas atómicas. 

Ahora, un siglo después, el mundo ha comenzado otra década de los 20. Y el charlestón ha sido sustituido por el reggaetón. Vivimos el auge de las energías renovables, con molinos de viento, coches eléctricos y hasta créditos verdes. La diversidad se ha implantado en nuestra sociedad y sin temor a equivocarnos podemos afirmar que no ha habido mejor época en la historia de la humanidad para vivir si perteneces a una minoría. La esperanza de vida de Argelia es prácticamente la misma que la de Estados Unidos. Nunca en el mundo hubo tantos niños escolarizados y la mortalidad infantil tan baja. Más del 80 por ciento de los habitantes del planeta tiene acceso a electricidad y en los últimos 20 años hemos sido capaces de reducir a la mitad la población mundial que vive en condiciones de pobreza extrema.

Pero a la vez la moderación ha desaparecido de nuestros gobiernos con Trump o Putin, pero también en el Reino Unido o en España los pactos transversales son imposibles. Los organismos multilaterales languidecen, la Unión Europea, la ONU o la OMC son buen ejemplo de ello. Cientos de miles de desplazados se mueven de sur a norte, de este a oeste, por tierra o mar para huir del hambre, la guerra o las dictaduras... pero buscamos excusas de todo tipo para no ayudarles. A su vez nuestros hijos se educan y socializan en una red de redes en la que el mal campa por sus respetos.

Pero tranquilos, sólo estamos empezando el 2020. Nos quedan diez años para construir una década que pase a la posteridad para bien. Eso sí, la historia nos ha avisado, así que luego no nos sorprendamos. 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR.


lunes, 10 de febrero de 2020

No robarás



(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 10 de febrero de 2020 

Es el número siete de una lista de diez que millones de cristianos, musulmanes y judíos intentan cumplir en su día a día. Los diez mandamientos resumen las bases morales de estas tres religiones que a su vez han conformado la ética de todos los que vivimos en esta parte del mundo. «No robarás» ocupa el séptimo lugar del decálogo y nos recuerda que no se deben usurpar los bienes ajenos. Pero también ha permitido consagrar el respeto a la propiedad privada en la que se basa la economía de mercado. 


Según la Biblia el profeta Moisés, hacia el siglo XIV aC, subió al monte Sinaí y el mismo Dios le entregó unas tablas con esos diez mandatos que ayudarían a los hombres a convivir en paz y a armonía. Varios miles de años después, por desgracia, conviene seguir recordando lo que está bien y lo que no. La semana pasada, otra Biblia, esta vez económica, como es el periódico Financial Times, informaba que un directivo del banco americano Citi había sido despedido por robar comida en la cantina de la oficina. En el mismo artículo se contaba que el máximo ejecutivo de una entidad financiera japonesa había corrido la misma suerte por sustraer una pieza de la bicicleta de un colega aparcada en la propia oficina. Para terminar con los despropósitos, se contaba que un cargo muy bien remunerado del fondo de inversión BlackRock había sido expulsado de la compañía tras comprobarse que se colaba todos los días en el Metro de Londres. En nuestro país nos hemos enterado también estos días como según la Fiscalía un grandísimo banco español «robó» fondos de la entidad para espiar y chantajear a sus rivales de la mano de un conocido comisario. Y acaso no están robando también esas empresas tan modernas y tecnológicas, en las cuales todo el mundo quiere trabajar, cuando usan nuestros datos sin permiso.


Que tire la primera piedra el que esté libre de pecado, decía el Nuevo Testamento. Por eso en esta fea lista está la política española que durante los últimos 40 años ha demostrado como el séptimo mandamiento puede ser pisoteado sistemáticamente, sin que ningún partido político ni ideología se libre. Pero también miles de españolitos a la luz de los informes que por ejemplo tasan en 500 millones el valor de los hurtos de los empleados en los supermercados o en 40.000 millones el fraude fiscal de la economía sumergida.


Pero a la vez, y aquí la buena noticia para terminar, está surgiendo con fuerza un movimiento desde las empresas que quieren perfeccionar el capitalismo para hacerlo más inclusivo y así siga generando oportunidades para todos. Porque cumplir el séptimo mandamiento también supone pagar mejor a los empleados, no discriminar a nadie por su edad o comprometerse con los problemas más cercanos. La otra opción para obligarnos a hacer las cosas bien no parece muy recomendable y la aplican en Singapur hace muchos años, cortar la mano al que roba. 


Iñaki Ortega Cachón es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


viernes, 31 de enero de 2020

¿Quién dijo que la economía era aburrida?


(Este artículo se publicó orginalmente el día 30 de enero de 2020 en el diario La Información en la sección #serendipia)


No es el guion de la penúltima serie de Netflix pero podría serlo. También serviría de argumento para una nueva película de Misión Imposible y hasta para una novela de espías de John Le Carré.


Un exitoso ejecutivo, presidente de la primera compañía de una potente industria, es detenido por corrupción en un país muy lejano, merced a una conspiración de su propio equipo con la connivencia de las autoridades locales. Nuestro protagonista, de fama mundial por su brillante gestión, cae a los infiernos en una trama en la que se juntan intereses políticos de dos grandes naciones, las miserias económicas de su sector y la ambición de colegas sin escrúpulos. En una celda durante cinco meses, sin rastro de la seguridad jurídica que se presume del país de su detención, le da tiempo a repasar los momentos más importantes de su vida. Su boda con Carole en los jardines de Versalles; su llegada a la cúpula de la multinacional europea tras criarse en un pequeño país del oriente próximo en conflicto bélico permanente; la consolidación como gestor en su patria, Brasil y en especial todos y cada uno de los detalles de la arriesgada operación de rescate de una icónica empresa asiática que a la postre le ha llevado a prisión. Acostumbrado a tomar decisiones bajo presión, nuestro hombre, decide luchar con todas las armas posibles para salir triunfante de este complot. Eso puede convertirle en un prófugo toda su vida o incluso morir en el intento. Pero el protagonista de esta historia no sabe el significado de la palabra miedo y cualquier cosa es mejor que el horizonte de una cadena perpetua en las antípodas de su hogar. Aprovechando el arresto domiciliario conseguido por su abogado, se vuelca en diseñar al milímetro una compleja fuga, con la misma minuciosidad que si estuviese preparando una gran operación en su empresa. Unas fundas de instrumentos musicales donde esconderse, un scanner que no funciona en el aeropuerto, tres pasaportes legales de sus tres nacionalidades para pasar sin dejar rastro por las aduanas de tres países y dos jets privados le permitieron situarse en apenas unas horas a salvo en casa y a cientos de miles de kilómetros de un juicio con sentencia ya dictada.  


No es ciencia ficción. Ha sucedido este fin de año. Carlos Ghosn, ya expresidente de Renault y de Nissan se fuga de Japón en vísperas de nochevieja a pesar de estar en libertad vigilada y cuenta todo esto en una multitudinaria rueda de prensa en Beirut, donde prepara sus siguientes pasos junto a su mujer. El gobierno de Japón ha lanzado una orden de busca y captura internacional, sin recuperarse aún de la humillación para su policía al permitir que el preso más famoso del mundo haya huido. Mientras tanto, empieza a conocerse no solo como funciona la justicia japonesa en íntima conexión con intereses empresariales, sino también las intrigas del sector de la automoción en el que se trufa la política (Renault es una empresa participada por el estado francés) con las venganzas personales. 


No es algo tan lejano a nosotros. En España está más cerca que tarde el día que veamos una serie de televisión en el que protagonista sea un viejo comisario de apellido Villarejo con amistades en la política y en la judicatura que acaba prestando servicios a las empresas más importantes del país. Servicios fuera de la ley para espiar, chantajear a competidores o amedrentar a cualquiera que impida lograr los objetivos de la empresa de turno. Y veremos cómo termina el "curioso" caso del ministro español que cambió su versión cinco veces al respecto de una cita en el aeropuerto con una mandataria sudamericana en busca y captura.


¿Quién dijo que la economía era aburrida? No lo es, pero ese tipo de diversión es para la ficción. Por eso ahora toca volver a aburrirse en el buen sentido de la palabra. Recuperar el sentido ético de los negocios y como enfatizó hace unos meses la Biblia de los negocios, el Financial Times, reinventar el capitalismo. Un capitalismo ético, inclusivo que pase página de la única obsesión por el dividendo a los accionistas y piense en otros dividendos; esta vez para agentes de interés como son sus trabajadores, los propios clientes, los proveedores y los territorios en los que actúan. Quizás no servirá para un guion de película, pero sí para que millones de personas se beneficien de empresas y directivos que piensen en el bien común y no solo en sus millonarias retribuciones.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 8 de agosto de 2016

El vals se acabó

(este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días el día 8 de agosto de 2016)

‎El vals es un elegante baile del cual podemos disfrutar en la ópera y en el ballet, aunque desde hace unos años y gracias a las películas de Disney también con nuestros hijos en el cine viendo Blancanieves. La palabra vals es un galicismo valse, que a su vez procede del verbo alemán wälzen,  que significa girar o rodar. La clave del vals, desde que se convirtió en todo un fenómeno social entre la nobleza de Viena en el siglo XVIII, es ser capaz de girar armónicamente. El vals exige bailar a ritmo lento con tu pareja como si se tratase de un único cuerpo siguiendo los compases de las piezas musicales compuestas por Chopin o Tchaikovsky‎.

La legislación mercantil sitúa al Consejo de Administración como  el máximo órgano de gobierno de una sociedad, que opera como un instrumento de supervisión y control de la gestión de las empresas, con el ánimo de equiparar los intereses del equipo de dirección con los de los accionistas. Actuar a la vez, consejeros y directivos, pero sin estorbarse ha sido la norma en las grandes empresas desde que la propiedad se separó de la gestión. La empresa y sus consejeros han ‎acompasado sus actuaciones, como el vals, de un modo armónico auspiciado por las sucesivas recomendaciones de buen gobierno corporativo. La elegancia del baile vienés sirve para resumir estas relaciones y ni uno ni otro se han pisado durante sus mandatos. Ni la empresa decía que no a ninguna petición de los consejeros y ni mucho menos los miembros de los consejos eran capaces de poner en aprietos a las corporaciones que generosamente les acogían en sus máximos órganos de gobierno.

‎Pero la crisis del 2008 hizo que las melodías de Strauss dejasen de sonar y el vals de los consejeros y las empresas se acabase. La ausencia de control de los consejos de administración sobre las erróneas decisiones corporativas que cebaron la crisis; la falta de preparación de muchos consejeros para ejercer como tales y la consideración por parte de alta dirección como mero atrezo de esos órganos lo han cambiado todo. Sirvan como ejemplo ‎la reforma de la Ley de Sociedades del 2014 o la del Código Penal de 2015 que eleva las penas de los consejeros por la comisión de delitos en el seno de la empresa. Las últimas sentencias que no eximen de responsabilidad a los miembros de los consejos por las decisiones tomadas por sus directivos y también los últimos fichajes de consejeros ultraformados con brillante futuro profesional por delante nos ponen, de nuevo, en la pauta de cómo están cambiando las relaciones entre la empresa, sus directivos y los representantes de la propiedad de la misma.

La evolución de la tecnología nos puede ayudar a entender mejor este cambio de paradigma en el gobierno corporativo. La ciberseguridad se ha convertido en unos pocos años en una de las principales amenazas para las empresas. Da igual que sea grande o pequeña, de un sector u otro, todas están bajo el punto de mira de los cibercriminales. La candidata demócrata a la Casa Blanca ha sufrido este verano la peor crisis en su larga campaña porque según el FBI “envió  información clasificada a través de una cuenta de correo personal”. Para la agencia americana el problema residía en que Hillary Clinton dejó una puerta abierta a los terroristas de todo el mundo usando un correo sin seguridad. Si ahora pensamos en los consejeros de las empresas más importantes y la información que manejan en sus dispositivos móviles no daremos cuenta que, como sus nietos o sobrinos, cualquier hacker del mundo o la propia competencia podría acceder a ella sin mucha sofisticación.

De modo y manera que este nuevo riesgo va a impactar en la relación empresa y consejeros exigiendo, de nuevo, abandonar la armonía del vals. La empresa  va a obligar a los consejeros a cumplir con ‎protocolos muy estrictos  de ciberseguridad que eviten fugas de información incluso llegando a usar jaulas Faraday en las sesión del Consejo. Ya no bastará con ser nominado para formar parte del Consejo sino será imprescindible pasar un examen de la propia empresa que garantice que no es un potencial riesgo cibernético para la compañía por su falta de cualificación tecnológica. Pero también, a su vez,  el consejero deberá exigir a la empresa una auditoría de ciberseguridad antes de tomar posesión para calibrar la fiabilidad de la empresa que va a representar. Si acepta formar parte de consejo deberá pedir la comparecencia en el mismo del responsable de riesgos de la empresa para que informe del plan de seguridad.‎ Así mismo instará a la dirección a disponer de formación y un seguro específico en estas lides.‎ 

Los intereses de consejeros y empresa no tienen por que ser los mismos y de hecho en ese balanceo entre propiedad y gestión reside la buena gobernanza de las organizaciones. Ya nunca más volveremos a bailar vals sin pisarnos pero eso no quiere decir que la relación empresa y consejeros sea una guerra, simplemente cada uno ejercerá sus responsabilidades y ambos habrán de hacer posible que sean conciliables para el bien de la organización y por ende de la sociedad a la que prestan innumerables beneficios.


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en Deusto Business School
José Luis Moreno es director en EY