(este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días el día 8 de agosto de 2016)
El vals es un elegante baile
del cual podemos disfrutar en la ópera y en el ballet, aunque desde hace unos
años y gracias a las películas de Disney también con nuestros hijos en el cine
viendo Blancanieves. La palabra vals es un galicismo valse, que a su vez procede del verbo alemán wälzen, que significa girar o rodar. La clave del
vals, desde que se convirtió en todo un fenómeno social entre la nobleza de
Viena en el siglo XVIII, es ser capaz de girar armónicamente. El vals exige
bailar a ritmo lento con tu pareja como si se tratase de un único cuerpo
siguiendo los compases de las piezas musicales compuestas por Chopin o Tchaikovsky.
La legislación mercantil sitúa al Consejo de
Administración como el máximo órgano de
gobierno de una sociedad, que opera como un instrumento de supervisión y
control de la gestión de las empresas, con el ánimo de equiparar los intereses
del equipo de dirección con los de los accionistas. Actuar a la vez, consejeros
y directivos, pero sin estorbarse ha sido la norma en las grandes empresas
desde que la propiedad se separó de la gestión. La empresa y sus consejeros han
acompasado sus actuaciones, como el vals, de un modo armónico auspiciado por
las sucesivas recomendaciones de buen gobierno corporativo. La elegancia del
baile vienés sirve para resumir estas relaciones y ni uno ni otro se han pisado
durante sus mandatos. Ni la empresa decía que no a ninguna petición de los
consejeros y ni mucho menos los miembros de los consejos eran capaces de poner
en aprietos a las corporaciones que generosamente les acogían en sus máximos
órganos de gobierno.
Pero la crisis del 2008 hizo que las melodías de
Strauss dejasen de sonar y el vals de los consejeros y las empresas se acabase.
La ausencia de control de los consejos de administración sobre las erróneas
decisiones corporativas que cebaron la crisis; la falta de preparación de
muchos consejeros para ejercer como tales y la consideración por parte de alta
dirección como mero atrezo de esos órganos lo han cambiado todo. Sirvan como
ejemplo la reforma de la Ley de Sociedades del 2014 o la del Código Penal
de 2015 que eleva las penas de los consejeros por la comisión de delitos
en el seno de la empresa. Las últimas sentencias que no eximen de
responsabilidad a los miembros de los consejos por las decisiones tomadas por
sus directivos y también los últimos fichajes de consejeros ultraformados con
brillante futuro profesional por delante nos ponen, de nuevo, en la pauta de cómo
están cambiando las relaciones entre la empresa, sus directivos y los
representantes de la propiedad de la misma.
La evolución de la tecnología nos puede ayudar a
entender mejor este cambio de paradigma en el gobierno corporativo. La
ciberseguridad se ha convertido en unos pocos años en una de las principales
amenazas para las empresas. Da igual que sea grande o pequeña, de un sector u
otro, todas están bajo el punto de mira de los cibercriminales. La candidata demócrata
a la Casa Blanca ha sufrido este verano la peor crisis en su larga campaña
porque según el FBI “envió información
clasificada a través de una cuenta de correo personal”. Para la agencia americana
el problema residía en que Hillary Clinton dejó una puerta abierta a los
terroristas de todo el mundo usando un correo sin seguridad. Si ahora pensamos
en los consejeros de las empresas más importantes y la información que manejan
en sus dispositivos móviles no daremos cuenta que, como sus nietos o sobrinos, cualquier
hacker del mundo o la propia competencia podría acceder a ella sin mucha
sofisticación.
De modo y manera que este nuevo riesgo va a impactar
en la relación empresa y consejeros exigiendo, de nuevo, abandonar la armonía
del vals. La empresa va a obligar a los consejeros a cumplir con
protocolos muy estrictos de ciberseguridad que eviten fugas de
información incluso llegando a usar jaulas Faraday en las sesión del Consejo.
Ya no bastará con ser nominado para formar parte del Consejo sino
será imprescindible pasar un examen de la propia empresa que garantice que no
es un potencial riesgo cibernético para la compañía por su falta de
cualificación tecnológica. Pero también, a su vez, el consejero deberá exigir a la
empresa una auditoría de ciberseguridad antes de tomar posesión para
calibrar la fiabilidad de la empresa que va a representar. Si acepta formar
parte de consejo deberá pedir la comparecencia en el mismo del responsable
de riesgos de la empresa para que informe del plan de seguridad. Así mismo
instará a la dirección a disponer de formación y un seguro específico en estas
lides.
Los intereses de consejeros y empresa no tienen por que
ser los mismos y de hecho en ese balanceo entre propiedad y gestión reside la
buena gobernanza de las organizaciones. Ya nunca más volveremos a bailar vals
sin pisarnos pero eso no quiere decir que la relación empresa y consejeros sea
una guerra, simplemente cada uno ejercerá sus responsabilidades y ambos habrán
de hacer posible que sean conciliables para el bien de la organización y por
ende de la sociedad a la que prestan innumerables beneficios.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en Deusto
Business School
José Luis Moreno es director en EY
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