(este artículo se publicó originalmente en el diario económico CINCO DÏAS día 12 de agosto de 2016)
Este verano en España, sin tener en cuenta el culebrón
de los pactos, estamos sufriendo dos polémicas que tienen mucho que ver con el
libro que el economista americano Steven Levitt público en 2005 con el título
de Freaknomics. La negativa a ponerle el nombre de Lobo a un niño en un
registro de Madrid y las meteduras de pata de un candidato a presidir la
primera potencia del mundo que tiene el mismo nombre que un célebre, por torpe,
personaje de Disney están protagonizando las noticias estivales.
Steven D. Levitt,
es un prestigioso economista de Harvard que junto al periodista Stephen J. Dubner publicaron un libro rápidamente se convirtió en
un bestseller y que podríamos traducir como La economía de lo raro. En el
libro dedicaron su sexto
capítulo al original asunto de los patrones socioeconómicos de los distintos
nombres de las personas. Los autores defienden y demuestran en su manual
infiriendo datos desde modelos económicos, la importancia que tiene el
nombre en el futuro de un bebé. Estudiando los nombres de miles de
californianos llegaron a la conclusión que aquellos niños con nombres menos
vinculados a la raza negra tenían más posibilidades de éxito, incluso si el
análisis se hacía solo teniendo en cuenta a niños de color. Su conclusión es que Si un Estado
quiere velar por el bienestar de un niño, más que prohibir ciertos nombres,
tiene que procurar que todos los niños tengan acceso a las mismas
oportunidades. Con una buena educación, hasta alguien llamado Lobo podrá hacer
algo grande en la vida.
Lo que nos lleva a la segunda noticia del verano. Las supercherías
de Donald Trump, siguiendo la teoría anterior, tienen mucho que ver con la
decisión que tomaron sus padres cuando le bautizaron en el año 1946 con el
mismo nombre que el famoso pato de Disney. Conviene recordar que la primera
aparición del pato Donald fue en el año 1934 y que en los años 40 ya era todo
un fenómeno en estados unidos del que no se pudieron abstraer los padres del
polémico empresario al ponerle su nombre. El Pato Donald es un personaje
de Disney, caracterizado
como un pato blanco que generalmente viste una camisa de estilo marinero y un sombrero. Donald suele intentar ver
las cosas con positivismo y alegría, aunque la mayoría de las veces acaba
montando en cólera cuando se le tuercen las cosas. Uno de sus movimientos más
característicos es su singular manera de saltar sobre uno de sus pies cuando se
enfada, a la vez que grita de manera incoherente.
Así ha debido reaccionar el candidato Trump en la
intimidad al ver que sus colegas republicanos le afeaban en masa sus desprecios
a la familia del soldado americano de origen musulmán o cuando los economistas
cercanos al partido del elefante se han hartado de criticar sus alegatos en
contra de la economía de mercado, por no mencionar lo que los cientos de miles
de votantes latinos del partido de Bush le han hecho saber por sus xenófobos
comentarios. Al igual que al personaje de la factoría Disney a Trump no le
basta con ser ocurrente para que la gente le siga sino que, como se está
viendo y sin duda leeremos en lo que queda de campaña, sus frivolidades le están
saliendo muy caras. La economía de lo raro también fructifica en nuestro
personaje cuando vemos como inopinadamente toda la izquierda mundial acaba
coincidiendo con el icono de la derecha ultramontana americana en su odio al
nuevo acuerdo de libre comercio entre Europa y USA conocido por sus siglas en
inglés TTIP
“Es poco probable que el nombre marque diferencia
alguna, pero los padres al menos pueden sentirse mejor al saber que, desde el
principio, hicieron todo lo posible" concluyen Levitt y Dubner, en algún
momento de su estudio. Así lo debieron de pensar los señores Rodham cuando
pusieron a su hija el nombre de origen latino, Hilaria, que significa "la
que es alegre", y que como pronostica esta "teoría de lo raro"
puede ser todo un indicio de que nos alegrará con políticas a favor de la
igualdad de oportunidades, la apertura de fronteras al libre comercio y la
defensa de un orden mundial más humano. Lo raro no es malo per se sino que lo
raro, por incoherente, sería echar por tierra años de envidiadísimas políticas
de apoyo a la atracción de talento que han hecho de Estados Unidos de América
desde hace más de un siglo el mejor lugar del mundo para poder poner en marcha
un proyecto empresarial y personal. Lo raro crece en nuestro mundo, lo acabamos
de explicar en el caso americano pero también con el Brexit, o con los millones
de jóvenes persiguiendo pokemon por las ciudades o con nuevos partidos
políticos como el Movimiento Cinco Estrellas en Italia. Pero lo raro siempre
tiene explicación e incluso la economía puede ayudarnos a entender que en
ocasiones la frivolidad tiene consecuencias irreparables.
Iñaki
Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad de Deusto
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