lunes, 29 de julio de 2019

Manías y maniáticos


(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 29 de julio de 2019)

Hace unas semanas el veterano cantante Roberto Carlos presentó su último disco en Madrid. Después de 35 años sin visitar España, el autor brasileño de «Yo quiero tener un millón de amigos» convocó una masiva rueda de prensa en la que la única condición para asistir era que todo el mundo fuese vestido de blanco o azul, además alertó a los que ese día calzasen zapatos marrones que no podrían entrar en la sala.          

Las manías son un medio, según los psicólogos, para ganar confianza y control sobre lo que nos rodea. Mientras realizamos un ritual tenemos la sensación de que estamos ordenando el caos que nos rodea y nuestra ansiedad se reduce. Así se explica, por ejemplo, porqué muchos nos empezamos a morder las uñas (onicofagia para los especialistas) en aquellos estresantes días de colegio y exámenes.

El corredor de Fórmula 1, Niki Lauda, murió en mayo de este año y en una necrológica leí que tras su grave accidente desarrolló una serie de manías que a modo de ritual le ayudaron a sobrevivir las secuelas. Por ejemplo, se compraba quince vaqueros Levi's 501 para todo el año. Siempre los mismos. No usaba otra prenda y cada temporada repetía el ritual. 

Podría hablarte de famosos maniáticos, sería muy fácil recordar que Madonna exige en los hoteles un inodoro sin estrenar o que Jennifer López viaje con sus propias sábanas hechas de 250 hilos. Rafa Nadal no puede hacer un saque en un partido de tenis sin seguir una complicada rutina con las manos, el pantalón, y la cinta del pelo. Y qué decir del aprensivo Woody Allen que se toma la temperatura cada dos horas. 

Pero prefiero que pienses en tus propias manías ¿No puedes ponerte a trabajar sin que tu mesa este absolutamente ordenada? ¿Clasificas por colores la ropa en tu armario? ¿Te molesta romper tu rutina mañanera cuando vas a trabajar? ¿Te levantas de la cama siempre con el mismo pie? Los que te rodean tampoco se libran, un primo que se ducha compulsivamente cinco veces al día o esa amiga incapaz de salir de una habitación sin encender y apagar siete veces el interruptor de la luz, por no hablar de una tía que no puede dejar de pasar por el quirófano para retocarse la cara, aunque se esté convirtiendo en una desconocida. 

Llámales rituales, si quieres supersticiones o incluso cuando rozan lo patológico TOCs (trastornos obsesivos compulsivos) pero la lista de manías y maniáticos es interminable. Es nuestra defensa ante un entorno VUCA tal y como definió hace años la armada americana. El acrónimo surge de las características en ingles del mundo que nos ha tocado vivir, a saber: volátil, incierto, complejo y ambiguo. Si el mundo se complica, nosotros nos complicamos. Solamente te pido que pienses si tus manías te ayudan de verdad a capear con este nuevo mundo o si lo único que consiguen es hacerte más difícil la vida.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


domingo, 28 de julio de 2019

España por encima de Sánchez e Iglesia

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 28 de julio de 2019)

El bochornoso espectáculo vivido en el Congreso de los Diputados no es reflejo de nuestro país. Hay que decirlo alto y claro. Es verdad que las Cortes Generales representan la pluralidad de los españoles expresada en las urnas, pero España es algo más que la reciente subasta de poltronas entre Sánchez e Iglesias. La vergüenza de esta investidura fallida no puede llevarnos, como les gustaría a algunos que precisamente se sientan en el palacete de la Carrera de San Jerónimo, a erosionar la confianza de los españoles en su país. 

Ha tenido que ser el embajador de Panamá en España en un reciente video que se ha hecho viral quien nos ha recordado que tenemos la suerte de ser compatriotas de genios de las letras como Cervantes, Calderón de la Barca o Lope de Vega, pero también de pintores universales como Velázquez y Goya. Que el idioma más hablado del mundo, después del chino, es el español o que la obra más publicada en el mundo, sin contar la Biblia, es el Quijote. Sin olvidar que la Gramática de Nebrija es la primera de cualquier lengua europea o “que la Biblioteca de Córdoba contaba con más de 400.000 volúmenes en el siglo X cuando en el resto de Europa no había en conjunto más de 4.000 libros”. Para este diplomático, España durante la época de su imperio, "por 200 o 300 años", demostró "una capacidad administrativa muy portentosa" al gestionar una enorme extensión de tierra y mar que iba "desde Alaska hasta la Patagonia, de Italia a Filipinas". Milton Henríquez mencionó que en España "surge la doctrina de los Derechos Humanos", con el padre De las Casas, o que con Francisco de Vitoria en Salamanca nace la doctrina del Derecho Internacional, por no hablar de que Fray Luis de León capitaneó el equipo que hizo todos los cálculos matemáticos para confeccionar el calendario gregoriano que usa hoy todo el mundo. Este exministro panameño explicó que España tiene "ocho premios Nobel, porque Vargas Llosa tiene doble nacionalidad", que Isaac Peral inventó el submarino o que el teniente coronel Emilio Herrera ideó el traje espacial. Además, que este país es el más longevo del mundo y con el mejor nivel de vida. O que encabezamos la lista de países con mayor número de trasplantes al año y que somos la cuarta economía de Europa o la decimotercera del mundo. Ese es el país en el que vivimos, no el que se desprende después de escuchar a una gran mayoría de portavoces en la sesión de investidura.

Hace unas semanas tuve el honor de escuchar en Madrid el discurso del presidente de Telefónica tras ser galardonado con el premio al directivo del año. José María Álvarez-Pallete, sin saberlo, ayudó a que algunos, como yo mismo, sobrellevemos mejor el lamentable debate de investidura. El primer ejecutivo de la telco española explicó cómo en los últimos 40 años, España había multiplicado por 14 su gasto en educación, por 13 el gasto social y por 15 el PIB per cápita.  En cuatro décadas ha doblado su población activa, aumentado en 7 millones las mujeres que trabajan y 8 veces el de universitarios. En tan poco tiempo España ha creado una riqueza equivalente a la economía de Holanda y Dinamarca juntas, por todo ello, terminó, somos muy afortunados de vivir aquí. 

Estos días tras cada ataque a nuestro país de esos políticos que toman la palabra en el Congreso yo recordaba uno de esos datos del presidente de Telefónica. Cada insulto a nuestra historia por los portavoces separatistas a mi cabeza venía alguna frase del embajador de Panamá. Muchas gracias a los dos. 

Agradezco también a los organismos internacionales que certifican cada año que nuestro país es el segundo más visitado del mundo o el destino preferido por los universitarios del programa Erasmus. Como también que disfrutamos de una red sanitaria universal con las mayores coberturas del mundo y de un sistema de pensiones públicas líder europeo en prestaciones, a pesar de la crisis.

Por eso quiero terminar esta reflexión uniéndome a la petición de muchos colegas, una de ellas con un escaño como diputada recién estrenado, de poner luz a los logros de estos años de España constitucional. A modo de florilegio clásico urge recapitular en un manual todos estos indicadores que demuestran las proezas también recientes de España. Y así que la fragilidad de nuestra memoria ayudada por el altavoz que en los últimos tiempos tienen los antiespañoles no nos impida recordar que España está por encima de Sánchez e Iglesias.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 25 de julio de 2019

El trabajo (con edad) dignifica

(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico Cinco Días el día 25 de julio de 2019)

Fue Karl Marx quien acuñó la expresión «el trabajo dignifica al hombre». Un empleo es algo más que un medio para obtener unos ingresos, sino que gracias a una actividad laboral nos integramos en la sociedad, mejoramos nuestra autoestima y podemos transformar nuestro entorno, entre otras muchas externalidades. 

Pero a la vista de algunos datos que hemos recopilado en nuestro libro LA REVOLUCIÓN DE LAS CANAS, los beneficios que ocasionan a las personas disfrutar de un trabajo digno no aplican a partir de los sesenta años.  En España menos de la mitad, exactamente el 44 por ciento de la población activa de entre 60 y 64 años trabaja, frente al 54 por ciento de Reino Unido, el 58 por ciento de los Países Bajos, el 59 por ciento de Alemania o el 72 por ciento de Suecia. 

Sin darnos cuenta, en medio siglo, hemos pasado de apenas un lustro de esperanza de vida a partir de los 65 años a superar los 20 en ese momento. Pero las instituciones, las leyes, los gobiernos y muchas empresas, siguen ancladas en una mentalidad fraguada en miles de generaciones que consideraba que la vida activa finalizaba al superar la cincuentena. Quizás eso explica que en España haya cerca de un millón y medio de desempleados mayores de 50 años y que la mitad de los CV de esta cohorte de edad directamente no pasan el primer corte de los reclutadores únicamente por su fecha de nacimiento. 

Pero si estudiamos los territorios del mundo donde viven las personas más longevas, como lo hizo el periodista de Nacional Geographic, Dan Buettner, nos daremos cuenta de que uno de los rasgos comunes es seguir activo y sentirse útil prestando un servicio a la sociedad.

Durante los años de la crisis, muchas empresas tuvieron que realizar programas de ajustes laborales, para poder sobrevivir y garantizar el empleo a la mayor parte de sus trabajadores. En estos casos, los mayores suelen ser los que primero se incorporan a estas listas, por ser los que mayores costes laborales significan para las empresas.

Por otro lado, culturalmente en muchos sectores de nuestro país, al superar los 55 años de edad, muchos trabajadores entran “emocionalmente” en esa fase de prejubilables, porque se ven incapaz de competir con fuerzas con las nuevas generaciones.  

Hay que reducir el efecto de ambas situaciones, bien con reformas laborales, que permitan atenuar el coste para las empresas de los mayores, a través de programas de ahorro para la jubilación y el despido -tipo mochila austriaca- y, por otro, ayudar a trabajadores y empresas a crear la cultura interna adecuada para fomentar la convivencia generacional, el desarrollo de nuevas capacidades y la adaptabilidad de los mayores a los nuevos entornos de trabajo.

Es imprescindible abordar cambios tanto legales como también culturales, para que aquellos mayores de 55 años que quieran seguir trabajando puedan hacerlo. No solo porque la discriminación por edad es una injusticia, sino porque nuestro tejido empresarial no puede prescindir de valores que nadie mejor que los séniors atesoran.

Nos referimos a su capacidad de superar las crisis, a la fidelidad que guardan a sus empleadores o a sus habilidades para tejer contactos, sin olvidar que en muchas compañías son los guardianes del legado que las hizo grandes.

Algunos datos ya nos dan la razón y, por ejemplo, parece que la actitud de los españoles se va modificando en este sentido. De hecho, en estos momentos ya al menos un 36 por ciento de los trabajadores cree que continuará trabajando después de la jubilación con contratos a tiempo parcial o temporal. Pero no es una situación aislada sino una tendencia mundial revertir la jubilación y volver a trabajar.

En el Reino Unido, el 25 por ciento de los jubilados vuelve a trabajar a los cinco años de retirarse y en Estados Unidos se están generando porcentajes muy similares desde 2010. Según la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido, la proporción de personas entre 50 y 64 años en activo ha crecido del 60 al 71 por ciento desde el año 2000; los datos para los mayores de 65 años han pasado del 5 al 10 por ciento. El fenómeno se repite con tasas de crecimiento de la población activa estadounidense mayor de 65 años superiores al resto de las cohortes de edad. Las causas de esa vuelta no son solo pecuniarias, sino que no puede obviarse la necesidad de mantener los estímulos intelectuales que supone una vida laboral. 

Si hoy el filósofo alemán pudiese actualizar su célebre expresión sobre el trabajo, sin duda habría de incorporar la cuestión de la edad. No se trata de priorizar unas generaciones sobre otras sino simplemente, como reza el punto número 10 de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) 2030 de Naciones Unidas, que la igualdad de oportunidades deje de ser una utopía. Pero es que, además, las empresas que apuesten por la diversidad generacional estarán más preparadas para servir a un mundo en el que la llamada generación de las canas no deja de crecer en número y capacidad de consumo.



Iñaki Ortega es director de Deusto Business School 

Antonio Huertas es presidente de MAPFRE      

lunes, 15 de julio de 2019

Que 22 años no es nada

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 minutos el día 15 de julio de 2019)


Seguro que recuerdas algún tango de Carlos Gardel. Hoy quiero hablarte de uno en concreto. Te lo cantaría, pero por suerte para tu oído, 20Minutos en papel no tiene esa funcionalidad. Si eres más de Rosalía que de tangos no te preocupes basta con que sepas que esta mítica canción de Gardel habla del paso del tiempo. Escuchando el estribillo entenderás este artículo y porqué millones de españoles cada mes de julio nos ponemos nostálgicos. “Volver…con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien. Sentir…que es un soplo la vida, que veinte años no es nada (…) Vivir… con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”

La locución “veinte años no es nada” del tango Gardel se ha incorporado a nuestro lenguaje para expresar que, en ocasiones, aunque pase mucho tiempo, no lo parece porque algunos sentimientos vuelven a vivirse como el primer día. La semana pasada se han cumplido 22 años del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco por parte de la banda terrorista ETA. Todos los españoles que superamos la treintena tenemos un nítido recuerdo de aquellos horribles días de julio del año 1997, todos recordamos dónde estábamos aquel 12 de julio en el que el joven concejal del PP de Ermua apareció descerrajado, de rodillas y maniatado en un descampado de Lasarte. Han pasado 22 años y no son nada. Los mismos sentimientos vuelven a aparecer como si el crimen hubiese sido ayer. La frustración, la rabia, la impotencia ante una banda de asesinos que acabaron con la vida de un joven simplemente porque pensaba diferente y se atrevió a representar sus vecinos siendo concejal del PP en un pueblo como Ermua.

Pero 22 años después otros nuevos sentimientos, igualmente tristes, han aparecido. Casi al tiempo que recordamos a Miguel Ángel Blanco o el infernal secuestro de Ortega-Lara, la televisión pública ha entrevistado al líder del partido que apoyó a los terroristas esos días. Arnaldo Otegi con sus infames declaraciones nos recordó que la semilla del odio sigue muy viva, que la reconciliación está muy lejos si no hay sincero arrepentimiento y resarcimiento moral a las víctimas. Más allá de la ausencia de ética o si prefieres amnesia de la televisión pública todos tenemos una deuda con las víctimas del terrorismo en nuestro país y por mucho que pasen los años no podemos olvidar el sufrimiento de esas personas y sus familias. Hace dos años la Universidad de Deusto a través de una encuesta puso de manifiesto que la mitad de los jóvenes vascos no sabían quién fue Miguel Ángel Blanco. Qué rápido se olvida todo cuando algunas instituciones se empeñan en que se borre el recuerdo.

22 años no son nada para los que vivimos aquella angustia de 48 horas, pendientes de si una banda de criminales asesinaba a un joven con toda la vida por delante. Pero para 14 millones de españoles que o no habían nacido en el 1997 o que entonces no tenían uso de razón, las víctimas del terrorismo empiezan a ser un recuerdo muy difuso. Ninguno de ellos vivió que hubo un partido, hoy llamado Bildu, que aplaudía los asesinatos; que unos políticos -Otegi- justificaban en público la violencia sin sonrojarse; que cada concentración en repulsa de los atentados en el País vasco había de ser escoltada por la policía porque los amigos del líder entrevistado en TVE querían reventarla por la fuerza. Mala idea blanquear nuestro pasado porque como dijo el filósofo “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 4 de julio de 2019

Diversidad para competir (pero para todos)

(El articulo se publicó originalemente el 1 de julio de 2019 en la sección #serendipia del diario La Información)
    

Esta semana, casualmente, ha llegado a mis manos el informe de APD sobre la diversidad en las grandes corporaciones españolas. Algunos datos para recordar son que el 77% de las empresas carece de un presupuesto dedicado a fomentar la diversidad en la empresa o que el 69% no tiene en plantilla ningún miembro de nacionalidad que no sea española. La diversidad es algo más que la cuestión de género, sino que incluye la discapacidad, la religión, la cultura o la pluralidad política. Pero no puede olvidarse tampoco la diversidad generacional o la formativa; diferentes edades dentro de una empresa o variadas capacitaciones no solo técnicas sino también humanistas.

Es un tema que me ocupa especialmente desde que su vinculación con la competitividad de las empresas ha tomado fuerza superando la aproximación meramente reputacional. Este fenómeno se ha acelerado últimamente con la ley 11/2018 de información no financiera y diversidad que traspone una directiva europea de 2014 y exige a las grandes empresas cotizadas comunicar (con la firma de sus consejeros) el porcentaje de mujeres directivas o el número de discapacitados en plantilla entre otras muchas consideraciones.

Hasta la ONU con sus objetivos de desarrollo sostenibles (ODS) para 2030 -en el número 10- habla de igualdad de oportunidades. De hecho, hace unos días visitó Madrid la directora ejecutiva del Foro Económico Mundial invitada por Deusto Business School y Atrevia, Martina Larkin explicó que para los investigadores del World Economic Forum la diversidad es clave y por ello han cambiado las variables de su ranking de empresas para incluirla. Para sorpresa de los directivos asistentes a su conferencia contó que el tema más repetido este año en el foro de Davos que ella organiza, habían sido los ODS.

Alguien pensará que tanta norma de obligado cumplimiento o planes de organismos internacionales no es lo más deseable para la competitividad, pero en este caso estos impulsos institucionales ayudarán sin duda a alcanzar antes la diversidad. Y es que más allá de razones éticas la lógica económica lo exige. Me explicaré. Este mes de enero en su carta anual el CEO de Blackrock, uno de los principales fondos de inversión del planeta con posiciones en una gran parte de las empresas del IBEX35, afirmó que o sus participadas se adoptan a la mentalidad millennial o dejará de invertir en ellas. Larry Fink argumentó su recomendación porque no puede servirse a este mundo desde mentalidades del antiguo mundo. Si una empresa es diversa estará en mejores condiciones de ofrecer productos y servicios a una sociedad que cada vez no solo es más variada, sino que además está más orgullosa de serlo. 

En el estudio de APD realizado junto a Talengo, se habla de diversidad inclusiva lo que me ha llevado a recordar el mítico libro de Acemoglu y Robinson en el que vincula el progreso de las naciones a tener instituciones inclusivas frente a las extractivas. Recordarán que para los autores del bestseller «Por qué fracasan los países» las naciones con mayor nivel de bienestar tienen leyes, gobiernos o empresas inclusivas, es decir que promueven la igualdad de oportunidades y la libertad económica. Pero los países que tienen instituciones extractivas que no quieren que cambie el statu quo y no respetan la propiedad o los derechos humanos, están abocados al retraso secular.

Por eso, pero también por hacer caso al título de esta cita mensual con La Información, serendipia, me gustaría aplicar el argumento de Acemoglu a la diversidad y calificarla de inclusiva o en su caso de extractiva. Propongo, por tanto, una sencilla prueba para que cada uno lo aplique en su organización:


1. ¿Se cumple el equilibro de género en su empresa?


2. ¿Existen trabajadores con discapacidad integrados en su organización?


3. ¿Hay personas de cinco generaciones (generación z, millennials, generación x, baby boomers y seniors) trabajando en su compañía?


4. ¿Las nuevas contrataciones además de perfiles STEM incluyen especialidades en humanidades?


5. ¿La perspectiva LGTBI se tiene en cuenta en tu institución? ¿Se respeta la libertad religiosa? ¿y la pluralidad política?


6. ¿Hay colegas de varias regiones españolas y de varios países del mundo?


Prueba a sumar las contestaciones con SÍ, porque en el caso de que estés cerca de seis respuestas tu empresa está preparada para afrontar el futuro gracias a la diversidad que APD en su informe cataloga como inclusiva. Pero si analizando tu institución has obtenido 3 o menos respuestas lo mejor que puedes hacer es tomarte en serio este asunto porque tarde o temprano el mercado (o la opinión pública) te dará la espalda. Y si aun así crees que suspendiendo este test tu empresa cumple con la diversidad porque hay un programa para ello y cada vez hay más mujeres en puestos directivas, estás equivocado. Esa diversidad no es inclusiva sino extractiva, porque no se puede llamar de otro modo a obviar otras realidades tan o más importantes. No se puede firmar con una mano planes de diversidad y con la otra prejubilaciones; promover campañas para apoyar los ODS y discriminar por razones ideológicas a trabajadores con talento o viajar a Davos para pontificar sobre la contaminación de los plásticos en los mares y al mismo tiempo prohibir las contrataciones de los mayores de 50 años. 


Para los más testarudos que sigan negando la vinculación de la diversidad con la competitividad solo me queda animarlos a que busquen la etimología del término que titula este artículo y verán que es la palabra latina diversitas, cuyo significado es diferente pero también abundancia. En la diferencia estará por tanto la abundancia.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 1 de julio de 2019

El hombre más feliz del mundo

(Este artículo se publicó originalmente el 1 de julio en el diario 20 minutos)

La Universidad de Wisconsin ha concluido tras investigar durante años que el septuagenario Matthieu Ricard es el hombre más feliz del mundo. En un estudio neurocientífico consistente en colocar 256 electrodos en el cráneo de diferentes personas de todo el mundo y someterles «a un aparato de imágenes funcionales por resonancia magnética nuclear» se encontró que el monje budista Matthieu Ricard logró el más alto nivel de actividad en la corteza cerebral frontal izquierda, asociada a las emociones positivas. El rango de posibles resultados en el experimento estaba entre -3 (el grado más alto de infelicidad) y +3 (la mayor felicidad posible), pero nuestro monje francés alcanzó resultados de 4.5, muy por encima de la escala en un nivel nunca registrado en otro ser humano.

Pero qué ha hecho en la vida el señor Ricard para ser considerado el ser humano más feliz sobre la faz de la tierra y sobre todo qué lecciones podemos aplicar en nuestras vidas. Matthieu Ricard nace en los Alpes franceses en 1946, hijo del respetado filósofo  francés Jean-François Revel y de una pintora por lo que se educó muy influenciado por la cultura y el arte.  Se doctoró en genética celular y rápidamente se puso a trabar mano a mano con el premio Nobel de medicina, François Jacob. Pero en el año 1972 tomó la decisión de trasladarse al Himalaya para finalmente convertirse en monje budista donde hoy día sigue residiendo. En estos años se ha vuelto muy cercano al Dalai Lama y lo suele acompañar como intérprete en sus viajes internacionales. Además gracias a su producción científica e intervenciones públicas a favor de la meditación y la bondad se ha convertido en una personalidad con cientos de miles de seguidores, especialmente en Francia.

Matthieu Ricard  explica que para él la meditación comenzó estudiando la vida de los maestros budistas lo que le llevó a dedicarse a cultivar la sabiduría para poder transformarse y ayudar mejor a los otros. Es conocido que la meditación disminuye los niveles de estrés y propicia la atención plena con sólo practicarla unos minutos cada día, pero nuestro hombre ha incluido el altruismo a su fórmula mágica de la felicidad. De hecho ha liderado la llamada »revolución altruista» que defiende que la felicidad verdadera se encuentra en la bondad, en el dar y en la gratitud, acciones que han demostrado que no sólo nos hacen más felices sino también más sanos.

Cultura, experiencia vital, meditación y bondad son algunos de los ingredientes que han hecho posible que éste francés de 73 años sea considerado la persona más feliz que habita nuestro planeta. A qué esperamos para aplicarnos el cuento o acaso preferimos seguir esperando un like en nuestra red social favorita.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR