jueves, 25 de julio de 2019

El trabajo (con edad) dignifica

(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico Cinco Días el día 25 de julio de 2019)

Fue Karl Marx quien acuñó la expresión «el trabajo dignifica al hombre». Un empleo es algo más que un medio para obtener unos ingresos, sino que gracias a una actividad laboral nos integramos en la sociedad, mejoramos nuestra autoestima y podemos transformar nuestro entorno, entre otras muchas externalidades. 

Pero a la vista de algunos datos que hemos recopilado en nuestro libro LA REVOLUCIÓN DE LAS CANAS, los beneficios que ocasionan a las personas disfrutar de un trabajo digno no aplican a partir de los sesenta años.  En España menos de la mitad, exactamente el 44 por ciento de la población activa de entre 60 y 64 años trabaja, frente al 54 por ciento de Reino Unido, el 58 por ciento de los Países Bajos, el 59 por ciento de Alemania o el 72 por ciento de Suecia. 

Sin darnos cuenta, en medio siglo, hemos pasado de apenas un lustro de esperanza de vida a partir de los 65 años a superar los 20 en ese momento. Pero las instituciones, las leyes, los gobiernos y muchas empresas, siguen ancladas en una mentalidad fraguada en miles de generaciones que consideraba que la vida activa finalizaba al superar la cincuentena. Quizás eso explica que en España haya cerca de un millón y medio de desempleados mayores de 50 años y que la mitad de los CV de esta cohorte de edad directamente no pasan el primer corte de los reclutadores únicamente por su fecha de nacimiento. 

Pero si estudiamos los territorios del mundo donde viven las personas más longevas, como lo hizo el periodista de Nacional Geographic, Dan Buettner, nos daremos cuenta de que uno de los rasgos comunes es seguir activo y sentirse útil prestando un servicio a la sociedad.

Durante los años de la crisis, muchas empresas tuvieron que realizar programas de ajustes laborales, para poder sobrevivir y garantizar el empleo a la mayor parte de sus trabajadores. En estos casos, los mayores suelen ser los que primero se incorporan a estas listas, por ser los que mayores costes laborales significan para las empresas.

Por otro lado, culturalmente en muchos sectores de nuestro país, al superar los 55 años de edad, muchos trabajadores entran “emocionalmente” en esa fase de prejubilables, porque se ven incapaz de competir con fuerzas con las nuevas generaciones.  

Hay que reducir el efecto de ambas situaciones, bien con reformas laborales, que permitan atenuar el coste para las empresas de los mayores, a través de programas de ahorro para la jubilación y el despido -tipo mochila austriaca- y, por otro, ayudar a trabajadores y empresas a crear la cultura interna adecuada para fomentar la convivencia generacional, el desarrollo de nuevas capacidades y la adaptabilidad de los mayores a los nuevos entornos de trabajo.

Es imprescindible abordar cambios tanto legales como también culturales, para que aquellos mayores de 55 años que quieran seguir trabajando puedan hacerlo. No solo porque la discriminación por edad es una injusticia, sino porque nuestro tejido empresarial no puede prescindir de valores que nadie mejor que los séniors atesoran.

Nos referimos a su capacidad de superar las crisis, a la fidelidad que guardan a sus empleadores o a sus habilidades para tejer contactos, sin olvidar que en muchas compañías son los guardianes del legado que las hizo grandes.

Algunos datos ya nos dan la razón y, por ejemplo, parece que la actitud de los españoles se va modificando en este sentido. De hecho, en estos momentos ya al menos un 36 por ciento de los trabajadores cree que continuará trabajando después de la jubilación con contratos a tiempo parcial o temporal. Pero no es una situación aislada sino una tendencia mundial revertir la jubilación y volver a trabajar.

En el Reino Unido, el 25 por ciento de los jubilados vuelve a trabajar a los cinco años de retirarse y en Estados Unidos se están generando porcentajes muy similares desde 2010. Según la Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido, la proporción de personas entre 50 y 64 años en activo ha crecido del 60 al 71 por ciento desde el año 2000; los datos para los mayores de 65 años han pasado del 5 al 10 por ciento. El fenómeno se repite con tasas de crecimiento de la población activa estadounidense mayor de 65 años superiores al resto de las cohortes de edad. Las causas de esa vuelta no son solo pecuniarias, sino que no puede obviarse la necesidad de mantener los estímulos intelectuales que supone una vida laboral. 

Si hoy el filósofo alemán pudiese actualizar su célebre expresión sobre el trabajo, sin duda habría de incorporar la cuestión de la edad. No se trata de priorizar unas generaciones sobre otras sino simplemente, como reza el punto número 10 de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS) 2030 de Naciones Unidas, que la igualdad de oportunidades deje de ser una utopía. Pero es que, además, las empresas que apuesten por la diversidad generacional estarán más preparadas para servir a un mundo en el que la llamada generación de las canas no deja de crecer en número y capacidad de consumo.



Iñaki Ortega es director de Deusto Business School 

Antonio Huertas es presidente de MAPFRE      

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