(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información en la columna #serendipia el 26 de marzo de 2018)
Que los usuarios hemos perdido el control de nuestros datos es algo que no deberíamos haber tardado tanto tiempo en enterarnos. Pero la semana pasada emergió el caso Facebook a raíz de una investigación a la consultora Cambridge Analytica destapándose que se usan datos de las redes sociales sin autorización. De repente, gracias a esa noticia, se nos ha caído la venda de los ojos que nos impedía darnos cuenta que nuestra información personal ya no está solo en nuestras manos.
Chivo expiatorio es una antigua expresión, que ya aparecía en la Biblia, que se usa para denominar a aquel que paga las culpas de otra persona, librándole de las consecuencias. Su origen está en la costumbre de los judíos de sacrificar un joven macho de cabra, chivo, como ofrenda a Dios para expiar los pecados.
Ahora parece que todos queremos convertir a la empresa de Mark Zuckenberg en el perfecto chivo expiatorio del uso de datos personales para fines espurios. Nos viene bien no enfrentarnos a una realidad mucho más compleja en la que, por supuesto, las grandes plataformas tecnológicas como Facebook tienen su responsabilidad pero compartida con los gobiernos del mundo que no han estado a la altura y sin olvidarnos de los propios usuarios que hemos actuado con demasiada inmadurez. Facebook no solo tiene la culpa sino que si somos justos una parte alícuota nos corresponde a nosotros mismos y otra a la miopía de lo público ante una nueva realidad.
Los llamados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) obtienen masivamente datos de sus usuarios que en muchos casos se han convertido en ciegos seguidores. Gran parte de la información que queda en sus manos son datos personales muy sensibles. Es cierto que todas estas compañías piden permiso a sus usuarios para obtenerlos, pero damos nuestro visto bueno porque de otro modo quedaríamos privados de usar esas plataformas, lo que hoy significaría casi nuestra muerte social. Se tarda algo más de cuarenta minutos de media en leer los “términos y condiciones de uso” que se nos exigen cuando nos damos de alta en los GAFA, sin embargo, y también de promedio, los usuarios damos el OK en tan solo ocho segundos. Por no mencionar las famosas cookies que aparecen cuando navegamos por internet y las aceptamos sin saber que a partir de ese click estaremos ya tan balizados como el coche que llevó a Puigdemont de Finlandia a Alemania.
Esas plataformas son ya más poderosas que la mayoría de los gobiernos del mundo y saben más de nuestra vida que nosotros mismos, o por lo menos tienen esos datos y no se les olvidan tan fácilmente como a los humanos. Pero en una mezcla de miedo a ofender al poderoso, ignorancia tecnológica ante una inédita situación de abusos o simplemente ausencia de armas para luchar en esta nueva guerra, los gobiernos no han sabido defendernos.
Estos días algunos analistas muy cercanos a esas corporaciones han querido quitar importancia al asunto porque no es la primera vez que surgen histerias colectivas en referencia a los datos y la tecnología. Sus argumentos te hacían sentir como un ludita queriendo romper los telares en los albores de la revolución industrial inglesa. Para ellos es algo parecido a los que pasó en los años 60 con la publicidad subliminar en las películas o a finales de los 90 con la cámaras en las ciudades. Puesto que ni esas películas nos hacían comprar lo que no queríamos, ni nuestras vidas se convirtieron en un Gran Hermano ni ahora nadie comercializará peligrosamente con nuestros datos. Pero es cuestión de tiempo que aparezcan más casos como el de los datos de 50 millones de usuarios “robados” por la consultora británica, como también es cuestión de tiempo que ya no se pueda ocultar mucho más los miles de chantajes en la red que sufren cada día anónimos ciudadanos o rentables corporaciones por descuidar su seguridad informática.
Por eso, es importante retomar el control de la situación. Para ello se antoja imprescindible concienciarnos, como usuarios, del problema y actuar con responsabilidad; debemos ser capaces de disfrutar de los beneficios de la tecnología, pero eso no debe ser incompatible con que gestionemos nuestros datos. Apelo también a la conciencia de los fundadores de esas grandes plataformas para que no olviden que con sus pioneros emprendimientos situaban a los usuarios en el centro frente al beneficio o las ventas. Por último los gobiernos han de ser audaces y con la ayuda de los organismos supranacionales han de usar el derecho internacional como límite al abuso en la gestión de la tecnología.