(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el 29 de diciembre de 2023)
viernes, 29 de diciembre de 2023
2024, el año de Asimov
jueves, 14 de diciembre de 2023
Mi primer cumpleaños
(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 11 de diciembre de 2023)
domingo, 3 de diciembre de 2023
La superinteligencia de la resiliencia
(este artículo se publicó originalmente el día 3 de diciembre de 2023 en el El Periódico de Cataluña)
La abreviatura IA, que son las siglas de inteligencia artificial, ha sido elegida la palabra de 2023 por el diccionario Collins. El año que ahora termina ha vivido la irrupción de este término gracias a los interminables usos de la conocida como inteligencia generativa que permite crear textos, imágenes, música, audio y vídeos. Se le llama generativa porque usa un modelo de aprendizaje automático para aprender los patrones de un conjunto inmenso de contenidos creados en su día por personas para a continuación generar ella misma materiales inéditos. ChatGPT, la aplicación más conocida, consiguió en 2023 pulverizar el récord de tiempo en alcanzar 100 millones de usuarios, apenas dos meses, superando a TikTok que necesitó nueve o Instagram que tardó dos años y medio.
La inteligencia artificial también ha dado que hablar en todo el mundo también por las amenazas que su desregulación puede provocar en la sociedad, al ser prácticamente imposible diferenciar lo que es real de lo que no. Incluso en un escenario distópico se ha llegado a plantear el fin del mundo causado por una inteligencia artificial incontrolable por el ser humano. Científicos, filósofos, pero también tecnólogos y gobernantes de toda condición han firmado manifiestos y promovido congresos y así parar esa indeseada inteligencia artificial.
La sigla AI (inteligencia artificial en inglés) no solo es la palabra del año, sino que forma parte del nombre de la empresa tecnológica de moda. OpenAI. Esta compañía es la que creó ChatGPT en noviembre de 2022 pero nació mucho antes en 2015 de la mano del emprendedor americano Sam Altman. Este joven de Chicago acumulaba ya una carrera de triunfos como inversor al haber presidido “Y Incubator” la incubadora empresarial que más iniciativas de éxito ha egresado en la historia económica. Pero es 2023 el año en el que todo el mundo conoció a Altman por el fulgurante éxito de su aplicación ChatGPT y por la increíble inversión en su empresa de 10.000 millones de dólares procedentes de Microsoft, un 49% del capital. En esas estábamos cuando todo saltó por los aires.
La historia arranca un viernes de otoño. El 17 de noviembre por la noche se comunica el despido fulminante de Sam Altman, cofundador de OpenAI. El consejo de administración no aclara el motivo exacto y se escuda en un escueto comunicado que argumenta "pérdida de confianza". Para lograr una transición tranquila, anuncian que será Mira Murati, directora de tecnología de la propia empresa, la que tomará el mando temporalmente. La noticia pilla con el pie cambiado a los principales accionistas, entre ellos Microsoft y el mismo sábado ya se habla de indignación entre varios inversores, que presionan para que restituyan a Altman. Los rumores y especulaciones se multiplican. Contra todo pronóstico, el domingo vuelve a ocurrir algo inesperado: Altman no regresará a la empresa que fundó porque Microsoft anuncia un plan para ficharlo junto a otros pesos pesados y así crear una nueva división de investigación. OpenAI, por su parte, contrataca el lunes difundiendo que Emmet Shear, cofundador de Twitch, será el nuevo CEO interino en lugar de Murati.
El lío no queda ahí. El martes 700 de los 770 empleados de OpenAI suscriben una carta en la que exigen a la junta de dirección que dimita en bloque. Si no ocurre, emprenderán el mismo camino que Altman. Lo más sorprendente de todo es que entre los firmantes se encuentra también Ilya Sutskever, científico de datos, cofundador y miembro de la junta y presunto promotor del despido. Pero el miércoles la tormenta llega a su fin con la vuelta de Sam Altman como primer ejecutivo de OpenAI y la salida de los que le despidieron. La empresa vuelve a tener a su CEO y los accionistas sus dividendos asegurados, pero han quedado muchas dudas sin solventar y las especulaciones no cesan. Al parecer la crisis estuvo causada por la peculiar estructura empresarial de la compañía. En la cúspide del grupo hay una sociedad sin ánimo de lucro controlada por un consejo de administración; no rinde cuentas a accionistas, inversores ni empleados de la compañía, sino que se debe a una misión que no es otra que la inteligencia artificial beneficie a la humanidad. Y aquí reside el quid de la cuestión. La versión más extendida para explicar el conflicto es que los independientes concluyeron que Altman se había olvidado del propósito fundacional de OpenAI y se había desbocado en su ansia de conseguir dinero para el laboratorio, de ahí su inopinado despido.
Lo cierto es que la inteligencia de Sam Altman ha ganado. Vuelve a OpenAI y lo hace con más poder que nunca. Con él vuelve también a la empresa la visión más mercantilista. Muchos analistas han recordado que también un inteligente Steve Jobs fue despedido y luego volvió triunfante a Apple. Pocos han recordado que por estos lares a Pedro Sánchez, le pasó lo mismo con el PSOE y hoy va camino de ser el presidente de gobierno más longevo de ese partido. Altman, Jobs y Sánchez con su inteligencia ganaron y con su resiliencia han hecho historia.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
martes, 1 de agosto de 2023
Todos a la huelga
(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de España el día 30 de julio de 2023)
miércoles, 31 de mayo de 2023
Robot en checo significa trabajo
(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 29 de mayo de 2023)
Para empezar, tuve que descargarme la aplicación de moda, luego registrarme en ella y a continuación leerme un rápido manual de instrucciones. Ahí es dónde me di cuenta de que sólo me daría datos hasta 2021, lo cual me dejó bastante chafado porque a mis lectores les gustan los temas de actualidad. Trasteando en la red descubrí que hay un buscador de una famosa compañía tecnológica que sí tiene datos actualizados hasta 2023. Me pongo con ello. Llevo ya una hora invertida. Ahora me toca descargar este buscador, no sin problemas porque no me lo hace fácil mi ordenador que tiene otro por defecto. De nuevo, he de dar mis datos personales para registrarme y finalmente invertir unos minutos para descubrir dónde está el famoso chat y cómo narices funciona. Mi reloj dice que he invertido casi dos horas y no tengo ni una palabra del artículo. En casa todos duermen.
Ya estoy dentro del chatbot. Le pido que escriba mi artículo y le doy el tema y la extensión. Tras unos segundos de espera viene el chafe porque me responde que no es capaz de hacer eso. Le escribo que cómo es posible cuando me consta que mis alumnos lo están haciendo. Se lo piensa y me responde que en otras aplicaciones se puede pero que tenga cuidado porque puede tener errores. Me voy a la otra aplicación, que era la que tenía datos antiguos, y esta vez sí obtengo mi artículo de opinión. Pero, aunque no está mal escrito, es una fría sucesión de datos. A base de recomendaciones el artículo va cogiendo alma. Aparecen fallos y hasta falsedades, pero cuando le alertó de ello se disculpa y lo arregla. El tiempo pasa volando y me estoy divirtiendo porque siempre me responde con educación y a la vez me sorprende. Tres horas de trabajo y el artículo está hecho. Me voy a dormir.
A la mañana siguiente antes de mandar el artículo a publicar, lo releo por última vez. Ni con dos cafés bien cargados nadie aguantaría su lectura. Vaya tostón. El artículo es impecable, pero es más aburrido que una ostra. No puedo mandarlo así. A la papelera con él y a por doble dosis de cafeína para mí porque las horas robadas al sueño por la Inteligencia Artificial se empezaban a notar. Cuando los expresos empiezan a surgir efecto, el folio en blanco sigue ahí delante y vuelvo a mi método tradicional de escritura hasta obtener las líneas que estás leyendo. El título surge del comentario de un colega en una comida que me aseguró que la palabra robot tenía origen eslavo porque significa trabajo forzado. El resto es ir tejiendo un texto con palabras, datos, anécdotas personales y mis propias palabras. Oficio frente a la máquina.
La tecnología será buena o mala en función de lo que hagamos con ella. Y eso es algo que dejó escrito hace ya ochenta años Isaac Asimov en sus leyes de la robótica. Pero lo que está claro es que la etimología de robot es cierta, y los nuevos chatbots nos dan trabajo, mucho trabajo. Ahora esperemos que también creen puestos de trabajo y no solo los destruyan como parece.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en UNIR y LLYC
domingo, 21 de mayo de 2023
Cuando la Inteligencia Artificial falla
(este artículo se publicó oficialmente el día 14 de mayo en el suplemento económico de El Mundo)
Al mismo tiempo, casi como un juego, miles de profesionales han conseguido demostrar -simplemente con alguna sofisticada pregunta- que estos chats aun no son tan inteligentes como pensamos. La IA falla y lo seguirá haciendo. También la inteligencia humana lleva siglos fallando, pero en el caso de las personas hay formas contrastadas para evitar esos errores. Con las máquinas no hemos llegado tan lejos. Por es, quizás en el mundo empresarial, convendría seguir explotando las posibilidades de la inteligencia humana, antes de abrazar ciegamente este nuevo credo de la infalibilidad de la IA.
Intentar entender y explicar los mecanismos cerebrales para la toma de decisiones viene de antiguo. No siempre actuamos conforme al sentido común y en demasiadas ocasiones hacemos justo lo contrario. Desde Platón y Descartes, con su defensa de la racionalidad humana, hasta Aristóteles y Spinoza, con una visión más integrada, el afán por entender el comportamiento de las personas ha ocupado a los pensadores, hasta llegar a nuestros días con dos investigadores como Kahneman y Thaler premiados por ello con el Nobel.
Todos ellos beben de un mismo argumento que conviene recordar. Nuestro cerebro es fruto de la evolución del ser humano. Al principio de los tiempos ese cerebro era reptiliano porque su función era la supervivencia. Posteriormente se desarrolla el cerebro límbico o emocional, el de los mamíferos, y más tarde el cerebro humano o racional. Los tres siguen conviviendo en nuestros días y eso explica que en ocasiones las respuestas a determinadas situaciones activan antes el cerebro rápido -reptiliano- que el racional. Esto es tremendamente útil ante una situación de emergencia, por ejemplo, con efectos reflejos como apartarnos del fuego, pero en otras ocasiones nos lleva a fallar por no pensar con profundidad las respuestas a algunos impulsos.
En economía y en entornos de incertidumbre, es habitual que falle la razón ya que -cada vez más- los humanos para poder responder con rapidez, tomamos atajos. Es decir, tomamos decisiones basadas en sesgos que en muchas ocasiones desafían a la racionalidad, pero, eso sí, nos permiten actuar muy rápidamente.
Si desde el mundo empresarial conocemos esos sesgos, conseguiremos entender mejor a los empleados, clientes, proveedores e inversores que son humanos y por tanto susceptibles de fallar. Por supuesto que esta apuesta por entender el comportamiento humano no se agota en la empresa sino que tiene aplicación directa en otros campos como la política y las políticas públicas.
Los experimentos en todos estos campos son muchos y se han trasladado a exitosas estrategias. El llamado efecto Barnum que suelen usar las marcas con sus sugerentes eslóganes para hacernos sentir únicos pero que beben de la misma trampa mental que los horóscopos que pronostican obviedades. El efecto inercia usado en Suecia consiguió aumentar la tasa de donantes simplemente cambiando el formulario para que por defecto haya que donar órganos y darse de baja para no donar, y no al contrario como era habitual. El efecto mágico del gratis, basado en la aversión humana a perder una oportunidad. Los precios gancho en Amazon o el efecto ancla en Starbucks para diferenciarse de sus competidores. Hasta la mosca en los urinarios de Ámsterdam que ha conseguido reducir en 50 % los costes de limpieza, son ejemplos de que la ciencia empírica funciona al trasladarse a la empresa.
¿Cómo mostrar y fijar los precios? ¿Cuántas opciones presentar? ¿Cómo diseñar los argumentarios comerciales? ¿Cómo diseñar un proceso de bienvenida a un nuevo empleado para que la retención sea mayor? ¿Por qué las personas nos damos de alta en el gimnasio y no vamos? ¿A partir de qué importe no cobrar los costes de envío? ¿Por qué los indecisos acaban votando al partido que va delante en las encuestas? Son algunas de las muchas preguntas que pueden responderse con el estudio de los sesgos mentales. Economía del comportamiento se le ha llamado en la academia y algunos directivos preclaros han decidido que los departamentos de esta disciplina salten de la universidad a sus propias compañías. La creación de áreas especializadas, sin duda, puede llevar a mejorar los resultados de negocio y ya se habla como de una gran tendencia empresarial. La española Carmen López Suevos -una de las mayores expertas en este ámbito porque lo ha probado en su exitoso desempeño en multinacionales- no se cansa de repetir que somos irracionales, pero predeciblemente irracionales. Es una pena que estemos tan poco avanzados en nuestro país.
¿Quién dijo que fuese fácil? Como indica el filósofo José Antonio Marina: “el cerebro es un gran continente con la mayor complejidad del universo”. Ahí está el verdadero reto y donde hay que poner el esfuerzo, en entender al humano y no en ganar a ChatGPT.
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en UNIR y LLYC
viernes, 28 de abril de 2023
La mala tecnología
(este artículo se publicó originalmente el en el periódico económico La Información el día 28 de abril de 2023)
Pero qué decir sobre la digitalización y la fuerza de trabajo. McKinsey defiende que 800 millones de personas serán desplazadas de sus puestos de trabajo antes de 2030 debido a la automatización. El Foro Económico Mundial considera que el 29 por ciento de las tareas laborales son realizadas por una máquina, pero para 2025 está cifra significaría la pérdida de 75 millones de empleos en el mundo.
La memoria de la Fiscalía General del Estado demuestra que los delitos han pasado de la calle a internet. Más del 80 por ciento de las compañías han sufrido un ciberataque, uno de cada tres particulares han sufrido un pirateo, aunque no lo sepan. Hasta existe una industria - por cierto, muy lucrativa - del cibercrimen: delincuentes organizados en la conocida como “internet profunda” en la que se ofrecen y demandas servicios de ataques informáticos a empresas y particulares con total impunidad.
Son tres grandes ámbitos en los que la digitalización está lesionando la dignidad del ser humano. Las noticias falsas nos llevan a tomar decisiones injustas, la automatización destruye los empleos de los más vulnerables y la ciberdelincuencia campa por sus respetos empobreciendo a los atacados y haciendo más fuertes a los criminales. Pero podríamos citar muchas más, como la “uberización” de la economía -precarización de muchos empleos vinculados a plataformas tecnológicas-, la habitual utilización de los datos personales para usos mercantiles sin permiso alguno, o el uso de sofisticadas técnicas psicológicas en las aplicaciones móviles para generar dependencia, por no mencionar la violación de derechos humanos por empresas tecnológicas basadas en dictaduras pero que blanquean sus productos revistiéndolos de buena calidad y precio.
Y ahora la inteligencia artificial (IA). Italia ha dado la voz de alarma al bloquear el uso del famoso ChatGPT porque considera que la plataforma no respeta su ley de protección de datos. Y es que la IA es un salto inédito en relación a otras tecnologías. La IA ha conseguido hacerse un hueco en nuestras vidas y su uso está mucho más extendido que el trastear con chatGPT. La IA ya hace cosas mejor que el ser humano, el reconocimiento de voz y de imagen de la máquina son ejemplos de ello. Todos los días Alexa de Amazon nos informa del tiempo; Spotify pone la música que nos gusta cuando se lo pedimos; Facebook nos etiqueta y clasifica fotos a través del reconocimiento de imágenes y Google Maps nos da información optimizada y en tiempo real sobre los atascos. Empiezan también a ser conocidos los dispositivos domóticos como termostatos inteligentes y ahora hemos empezado con los chatbots -sistemas que usan el lenguaje natural para la comunicación entre seres humanos y máquinas y que gracias a la IA mejoran con cada experiencia-. La lista se haría interminable si incluyéramos los videojuegos, los drones, las armas inteligentes y los vehículos autónomos donde la IA ha desembarcado con fuerza.
La Unión Europea ya está planteando una propuesta de regulación y algunas empresas, en boca del presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, se han unido a este debate sobre sus límites. Pero no podemos olvidar que es esta reacción es muy débil porque las mayores compañías del mundo por capitalización bursátil son tecnológicas y viven precisamente de obtener datos masivamente de sus usuarios. De las diez comunidades más grandes del planeta, solamente dos son países, el resto son plataformas como WhatsApp o YouTube. Así, al final, algunas de esas plataformas, que ya son más poderosas que los gobiernos de algunas de las grandes naciones del mundo, saben más de nuestra vida que nosotros mismos.
El decano de la escuela de negocios del MIT, el doctor Peter Hirst, siempre cita en las ceremonias de graduación la locución latina mens et manus, para remarcar que los titulados han de ser líderes que apliquen soluciones prácticas a problemas reales. En este campo también toca mente y mano. Porque detrás de todas estas expresiones de la mala tecnología hay profesionales. Personas que trabajan en empresas, muchas veces directivos, que deberían ser conscientes de que sus propias decisiones en el ejercicio de su actividad lesionan derechos y pueden llegar a ser inmorales. Una suerte de nuevo juramento hipocrático, de autorregulación, para estos tecnólogos podría ser la solución y no son pocas las instituciones que ya lo han propuesto. La Universidad de Columbia con el neurobiólogo español Rafael Yuste ha promovido uno que ha llamado tecnocrático. Las empresas han de darse cuenta de que tan importante como ganar dinero es hacerlo con la ética como aliada.
Que nadie se equivoque, la solución no pasa por quitar poder a las compañías para dárselo al Estado. La solución está en crear instituciones que operen bajo el imperio de la ley, que promuevan los valores democráticos y que permanezcan por encima de los cambios políticos o las ideologías. Instituciones en el sentido amplio del Premio Nobel North: empresas, administraciones, leyes o códigos de conducta que garanticen que la tecnología use la información para mejorar nuestras vidas.
Estas semanas con tantos colegas probando los chats de inteligencia artificial alguno me llegó a comentar que los resultados eran tan espectaculares que parecían magia. La clave está que esa magia sea blanca y no negra. Buena y no mala. Está en nuestra mano (y mente).
NOTA: este artículo se ha basado en el libro La Buena Tecnología
Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en UNIR y LLYC
jueves, 30 de septiembre de 2021
Una nueva era (New Age)
Este artículo se publicó originalmente en el blog del centro de investigación ageingnomics de la Fundación MAPFRE el día 23 de septiembre de 2021
Esta nueva longevidad, al mismo
tiempo nos lleva a situaciones inéditas e insostenibles. El intervalo entre la
esperanza de vida media -83 años- y la edad legal de jubilación es de 16 años
que se convierten prácticamente en 20 años si se tienen en cuenta los años
reales de salida del trabajo -63- y en muchos más en el caso de aquellos que se
ven sometidos a una prejubilación o salida temprana por diferentes motivos. El
abandono del trabajo puede llegar a producirse, en estos últimos casos, a una
edad tan anticipada como los cincuenta y pocos años, lo cual alarga el periodo
sin trabajar desde entonces hasta el fallecimiento a más de 30 años, un tiempo
equivalente o incluso más largo al de toda la actividad a lo largo de una vida.
Pero además de un complejo reto
para cualquier sistema público de pensiones, como recuerda FEDEA en su informe
de junio de este año, lo anterior supone una demostración de poca inteligencia
ya que las empresas del mercado laboral desprecian la capacidad de producir de
millones de personas, solamente en España más de 15 millones de personas
mayores de 55 años que representan uno de cada tres españoles. Esto es un
sinsentido desde todos los puntos de vista: personal, económico y social. Hoy
la mayoría de las personas de entre 50 y 70 años tienen unas condiciones
físicas y mentales buenas. Junto a la esperanza de vida, crece la llamada
esperanza de vida con buena salud que hace aptas para la actividad a más
personas que nunca. El envejecimiento demográfico es en realidad un
rejuvenecimiento porque permite a más personas vivir más años en unas
condiciones mejores.
Estos años ganados a la vida no
han hecho más que empezar. Y avanzamos hacia una nueva era que nos permitirá
vivir más y mejor gracias a la tecnología. Este mes de septiembre el Word
Economic Forum (WEF) ha publicado el informe “Diseñando tecnologías de
inteligencia artificial para adultos mayores” en el que se afirma que la
inteligencia artificial (IA) probablemente sea una de las tecnologías más
transformadoras para el ser humano en un futuro próximo. Gracias a la IA,
afirman desde el WEF, podremos vivir una vida plena y robusta, aunque seamos
adultos mayores. Pero las aplicaciones de la IA no deben circunscribirse a la
dependencia o la salud, fruto de una visión paternalista del envejecimiento,
sino apoyar que los mayores puedan seguir trabajando o manteniendo un ocio
activo. Inteligencia artificial en forma de robots para ayudar en el trabajo, coches
autónomos para facilitar la movilidad y luchar contra la soledad o casas
inteligentes para no abandonar el hogar, son algunos ejemplos. Rafael Yuste,
catedrático español de la Universidad de Columbia defiende que por cada uno de
los escenarios distópicos sobre la tecnología que tanto oímos hay diez
beneficiosos. Por ejemplo, aplicar la neurotecnología en pacientes con la
enfermedad de Parkinson o con depresión a través de estimulación cerebral; en
personas sordas con implantes cocleares en el nervio auditivo que incorporan un
micrófono que recoge sonidos del exterior y estimulan zonas del cerebro para
que puedan oír. Son algunos ejemplos como también que en el futuro se espera
que este tipo de tecnología también se aplique a personas ciegas, así como otras
con Alzheimer a través del refuerzo de los circuitos neuronales de la memoria.
“Va a ser un cambio de la especie humana a mejor” según Yuste.
A mediados del siglo pasado
surgió un movimiento conocido como New Age que consideraba que habíamos
entrado en una nueva época de paz, bienestar y armonía mundial. El New Age
se extendió a la música, la literatura y hasta surgieron tribus urbanas que
seguían ese optimismo. La unión de la madurez de tecnologías disruptivas como
la IA junto a la revolución de la longevidad que vivimos desde hace unas
décadas, nos lleva a pensar que igual ahora sí es posible el ideal de bienestar
del New Age con esta nueva edad que vivirán las personas mayores.
Para leer el informe
completo del WEF
Para leer el informecompleto de FEDEA
Para leer el libro de Pascal Bruckner
Iñaki Ortega es doctor en
economía y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja
miércoles, 18 de marzo de 2020
Jueces centauros. La inteligencia artificial se hibridará con los humanos
lunes, 19 de marzo de 2018
Trabajo Permanente Revisable

NOTA: Este artículo se inspiró en la charla TEDx del secretario general del Círculo de Empresarios, Jesus Sainz