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martes, 1 de agosto de 2023

Todos a la huelga

 (este artículo se publicó originalmente en el Periódico de España el día 30 de julio de 2023)


Corría el año 1986 y Washington alojaba la reunión anual del consejo de profesores de matemáticas y una veintena de docentes, portando pancartas, se manifestaban frente al hotel del congreso. En sus carteles frases como "cuidado: el uso prematuro de la calculadora puede ser perjudicial para la educación de su hijo" o "no a la calculadora en la enseñanza primaria hasta que el cerebro sea entrenado". Protestaban ante la recomendación de su asociación de integrar la calculadora en el temario de matemáticas de la escuela en todos los niveles y amenazaban con ir a la huelga. En las caras de los manifestantes se dibujaba el temor a perder sus trabajos, pero también el incordio de que una máquina al alcance de sus alumnos hiciese mejor los cálculos que ellos mismos.

Han pasado casi cuarenta años y hoy en Estados Unidos también se manifiestan un puñado de profesionales en contra de la tecnología. Esta vez es el sindicato de actores denunciando que gran parte de los trabajos de secundarios desaparecerán de las películas porque serán sustituidos por avatares realizados por la inteligencia artificial. Los actores se han unido a la ya convocada huelga de los guionistas. Coinciden ambos colectivos en exigir restricciones en el uso de la inteligencia artificial en las producciones porque es una amenaza "existencial". La inteligencia artificial aplicada al cine podría crear “un escenario apocalíptico en el que actores falsos y muertos podrían ser las estrellas del mañana a través de rostros y voces generados por computadora”. Los sindicatos con más representación en Hollywood alertan de un futuro de películas generadas por computadora sin la participación de un equipo humano de cámaras, actores o guionistas en el que ellos perderían su trabajo.

No es nuevo. También hacia el año 1811 hubo en Inglaterra quienes usaron los piquetes contra los avances tecnológicos. Los luditas, fue un movimiento encabezado por artesanos que atentaban contra las nuevas máquinas como los telares mecanizados introducidos durante la Revolución Industrial. La tecnología de los nuevos telares permitía fabricar sesenta centímetros de brocado de seda a la semana frente a los apenas dos de los antiguos. Por ello cientos de talleres cerraron ante la incapacidad de competir y miles de trabajadores fueron despedidos. Ned Ludd era uno de esos aprendices en Nottingham que pasó la historia por ser uno de los primeros que quemó varios telares textiles mecánicos y de paso poner nombre al movimiento en contra de esa tecnología.

Y todavía más lejos, hacia el 1500 coincidiendo con la invención de la imprenta de Gutenberg, algunas voces alertaban de esta “peste llegada de Alemania” porque la nueva tecnología que permitía producir miles de volúmenes haría que esa “abundancia de libros convirtiese en menos estudiosas a las personas”. La popularización de los libros llevó incluso a algunos a alertar de los efectos nocivos en la salud y en la economía del exceso de lectura. Libros prohibidos o bibliotecas quemadas fueron la reacción. La tecnología de la imprenta, criminalizada por poner en cuestión el orden establecido y porque algunos escribanos se quedaban sin trabajo.

Todos aquellos que en el siglo XVII y en el XIX luchaban contra el paso del tiempo usaban argumentos casi tan peregrinos como los de los profesores de matemáticas en los años ochenta y estos días los actores americanos. Leer novelas de caballeros no enloquece; los telares mecánicos no son instrumentos del mal; usar la calculadora no te convierte en un patán de por vida y la tecnología no ha acabado con la industria del cine, sino que ha provocado que se vean más películas que nunca en la historia.

Ir a la huelga para la defensa de tus intereses es un derecho, pero hacerlo porque pierdes el trabajo o la posición de ventaja de tu empresa es ir contra el progreso. Joseph Schumpeter lo dejó escrito en su teoría económica hace ya más de 100 años.  Se refería a la actividad emprendedora como “destrucción creativa” puesto que las creaciones de esos emprendedores acaban por destruir obsoletos productos o servicios que solo se mantienen por la inercia de falta de competencia. El MIT, una de las universidades con más patentes del mundo, precisamente define las innovaciones como aquellas novedades que crean valor, aunque para ello en muchas ocasiones haya que alterar el statu quo.

Ojalá que, en los próximos meses en la negociación por un nuevo gobierno de España e incluso de Cataluña no se elija el camino de los piquetes. Esta vez no será esgrimida la amenaza de la tecnología y en cambio sí la de la ideología disfrazada de supuestas libertades; también estará muy presente -como en todos los casos citados en este artículo- un puñado de empleos perdidos, aunque sea de militantes políticos. Como dijo el portavoz de los profesores que sí creían en la calculadora "en una sociedad moderna hay que usar herramientas modernas".

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


martes, 2 de mayo de 2023

¿Dejará de celebrarse el día del trabajo?

(este artículo se publicó originalmente el día 1 de mayo de 2023 en el diario 20 Minutos)

 

En todo el mundo, salvo en algunos países anglosajones, tienen el primero de mayo como el día del trabajo. Allá por 1886, en Chicago, una manifestación de trabajadores que reivindicaban la jornada de ocho horas finalizó en una masacre. La norma se acabó implantando ese mismo año en Estados Unidos y con la llegada del siglo XX, en el resto del planeta a la vez que se consagra el 1 de mayo como el día internacional de los trabajadores. En España es festivo oficial desde hace 92 años y las celebraciones han estado protagonizadas siempre por sindicatos y partidos de izquierdas.A la vista de cómo está evolucionando nuestra tierra, tengo mis dudas de que lleguemos al aniversario redondo de los 100 años en el año 2031. Habrá poco que celebrar y pocos que lo celebren. 

Hoy somos algo más de 20 millones los españoles que trabajamos, pero hay que decir alto y claro que cada vez trabajamos menos en nuestro país. No es una opinión sino una realidad puesta de manifiesto por las estadísticas oficiales.

ü  Primer dato: en España las horas medias trabajadas en el año 2023 han bajado respecto al año 2019.


ü  Segundo dato: una carrera laboral media española es de 34 años frente a los 42 de los suecos o los 37 de los portugueses.


ü  Tercer dato: somos el país europeo con una de las más altas tasas de desempleo de Europa (lo que incluye el paro juvenil pero también el paro sénior).


ü  Cuarto dato: apenas 6 de cada 10 españoles trabajan o buscan trabajo, frente a los 8 de Alemania o Países Bajos.


ü  Quinto dato: la edad de inicio del trabajo se ha ido retrasando (por encima de los 25 y debajo de los 29 años) porque se ha alargado la formación; pero la del retiro se ha adelantado situándose de media en los 62 años.

Además, millones de trabajos desaparecerán antes de 2030 por la digitalización. McKinsey ha pronosticado que con el actual desarrollo tecnológico la mitad de los actuales empleos podrán ser automatizados, es decir sustituidos por una máquina. En concreto han calculado que fruto de lo anterior en España alrededor de 1,6 millones de trabajadores se verán empujados a cambiar de ocupación, incluyendo 1,4 millones obligados a un cambio total de ocupación y categoría. Estos analistas creen que cinco millones de españoles verán como su empleo ya ni existe en el 2030.

La tendencia es clara, cada vez queremos trabajar menos y cada vez habrá menos trabajos. Y qué decir de las cifras de afiliación de los sindicatos convocantes del primero de mayo y de los asistentes a las manifestaciones. Según un estudio de la OCDE, en España la afiliación sindical no ha dejado de caer en las últimas décadas siendo uno de los países desarrollados con menor tasa de sindicación. En cuanto a las movilizaciones del primero de mayo basta con echar un vistazo a las fotografías de las movilizaciones de los años 80 para sacar conclusiones.

Poco ayuda un país como el nuestro cada vez más polarizado, en el que abanderar desde una posición ideológica una causa supone el rechazo inmediato de la otra parte. Unirse a una manifestación del primero de mayo para la mitad de la población española sería imposible, no porque no apoyen las demandas de ese día sino porque se sentirían agredidos por los lemas y pancartas de las marchas.

La única esperanza que nos queda para seguir celebrando el primero de mayo es que fallemos en las previsiones. Que la tecnología cree más empleos porque nos formamos más y mejor. Que los españoles decidamos trabajar más para poder financiar mejor nuestra vejez y el desarrollo de nuestro país. O que la política no manche las causas justas como la del trabajo. Soñar es libre (por ahora).

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y en LLYC