(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de España el día 30 de julio de 2023)
Corría el año 1986 y Washington alojaba la reunión anual del consejo de profesores de matemáticas y una veintena de docentes, portando pancartas, se manifestaban frente al hotel del congreso. En sus carteles frases como "cuidado: el uso prematuro de la calculadora puede ser perjudicial para la educación de su hijo" o "no a la calculadora en la enseñanza primaria hasta que el cerebro sea entrenado". Protestaban ante la recomendación de su asociación de integrar la calculadora en el temario de matemáticas de la escuela en todos los niveles y amenazaban con ir a la huelga. En las caras de los manifestantes se dibujaba el temor a perder sus trabajos, pero también el incordio de que una máquina al alcance de sus alumnos hiciese mejor los cálculos que ellos mismos.
Han pasado casi cuarenta años y hoy en Estados Unidos también se manifiestan un puñado de profesionales en contra de la tecnología. Esta vez es el sindicato de actores denunciando que gran parte de los trabajos de secundarios desaparecerán de las películas porque serán sustituidos por avatares realizados por la inteligencia artificial. Los actores se han unido a la ya convocada huelga de los guionistas. Coinciden ambos colectivos en exigir restricciones en el uso de la inteligencia artificial en las producciones porque es una amenaza "existencial". La inteligencia artificial aplicada al cine podría crear “un escenario apocalíptico en el que actores falsos y muertos podrían ser las estrellas del mañana a través de rostros y voces generados por computadora”. Los sindicatos con más representación en Hollywood alertan de un futuro de películas generadas por computadora sin la participación de un equipo humano de cámaras, actores o guionistas en el que ellos perderían su trabajo.
No es nuevo. También hacia el año 1811 hubo en Inglaterra quienes usaron los piquetes contra los avances tecnológicos. Los luditas, fue un movimiento encabezado por artesanos que atentaban contra las nuevas máquinas como los telares mecanizados introducidos durante la Revolución Industrial. La tecnología de los nuevos telares permitía fabricar sesenta centímetros de brocado de seda a la semana frente a los apenas dos de los antiguos. Por ello cientos de talleres cerraron ante la incapacidad de competir y miles de trabajadores fueron despedidos. Ned Ludd era uno de esos aprendices en Nottingham que pasó la historia por ser uno de los primeros que quemó varios telares textiles mecánicos y de paso poner nombre al movimiento en contra de esa tecnología.
Y todavía más lejos, hacia el 1500 coincidiendo con la invención de la imprenta de Gutenberg, algunas voces alertaban de esta “peste llegada de Alemania” porque la nueva tecnología que permitía producir miles de volúmenes haría que esa “abundancia de libros convirtiese en menos estudiosas a las personas”. La popularización de los libros llevó incluso a algunos a alertar de los efectos nocivos en la salud y en la economía del exceso de lectura. Libros prohibidos o bibliotecas quemadas fueron la reacción. La tecnología de la imprenta, criminalizada por poner en cuestión el orden establecido y porque algunos escribanos se quedaban sin trabajo.
Todos aquellos que en el siglo XVII y en el XIX luchaban contra el paso del tiempo usaban argumentos casi tan peregrinos como los de los profesores de matemáticas en los años ochenta y estos días los actores americanos. Leer novelas de caballeros no enloquece; los telares mecánicos no son instrumentos del mal; usar la calculadora no te convierte en un patán de por vida y la tecnología no ha acabado con la industria del cine, sino que ha provocado que se vean más películas que nunca en la historia.
Ir a la huelga para la defensa de tus intereses es un derecho, pero hacerlo porque pierdes el trabajo o la posición de ventaja de tu empresa es ir contra el progreso. Joseph Schumpeter lo dejó escrito en su teoría económica hace ya más de 100 años. Se refería a la actividad emprendedora como “destrucción creativa” puesto que las creaciones de esos emprendedores acaban por destruir obsoletos productos o servicios que solo se mantienen por la inercia de falta de competencia. El MIT, una de las universidades con más patentes del mundo, precisamente define las innovaciones como aquellas novedades que crean valor, aunque para ello en muchas ocasiones haya que alterar el statu quo.
Ojalá que, en los próximos meses en la negociación por un nuevo gobierno de España e incluso de Cataluña no se elija el camino de los piquetes. Esta vez no será esgrimida la amenaza de la tecnología y en cambio sí la de la ideología disfrazada de supuestas libertades; también estará muy presente -como en todos los casos citados en este artículo- un puñado de empleos perdidos, aunque sea de militantes políticos. Como dijo el portavoz de los profesores que sí creían en la calculadora "en una sociedad moderna hay que usar herramientas modernas".
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
No hay comentarios:
Publicar un comentario