(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 8 de agosto de 2023)
La semana pasada se conocieron los resultados de varias encuestas que el CIS realizó unos pocos días antes de las elecciones generales. Cinco de cada diez encuestados creían que Feijóo sería el próximo presidente del Gobierno, mientras que tres de cada diez consideraban que sería Sánchez. La realidad es que la mayoría votó para que no gobernase el gallego. Al mismo tiempo la intención de voto indicada por los encuestados otorgaba al PSOE el 28% de los apoyos, y al PP un 24%. Finalmente, el resultado de las elecciones indica que el 33 % votó a los populares y el 31% a los socialistas. Pero es que también el 83,2 % de los encuestados afirmó que iría a votar con toda seguridad, aunque la participación se quedó en el 70,4 %. Mentimos como bellacos.
La mentira fue la palabra que protagonizó la campaña electoral. Los candidatos se acusaban de mentirosos y los periodistas en sus entrevistas les sacaron los colores por ello. Pero a la vista de la última encuesta de Tezanos también los electores mienten y mucho. Ninguna encuesta, ni siquiera la que más recursos tiene, acertó y no es por la mala calidad de los centros demoscópicos sino porque en la naturaleza humana está mentir y los sondeos no iban a ser la excepción.
Mentimos por vergüenza, mentimos por miedo e incluso mentimos por el gusto de hacerlo. No nos apetece decirle a nadie nuestro voto, y mucho menos a un anónimo que te llama por teléfono. Votamos con las tripas -no con la cabeza- y eso es mejor tenerlo bien escondido. Antes de que empecemos a pensar mal de nuestra calidad democrática como país, tengo que tranquilizar al lector, porque esto de mentir no lo hacemos solo cuando votamos.
Como ha demostrado David Ruiz Uceta de The Valley, los consumidores no hacen siempre lo que piensan. Apoyándose en la ciencia del dato y en la economía del comportamiento, ha comprobado que compramos de una manera no racional, influenciados por numerosos sesgos y prejuicios. Decimos públicamente que tenemos unas preferencias y unos umbrales de precios para nuestras compras, pero luego no las cumplimos. Nos mentimos nosotros mismos. Para este profesor son tres los sesgos cognitivos que nos llevan a engañarnos a la hora de consumir. Primero, el sesgo de presente que por ejemplo nos hace no ahorrar porque ante la decisión de elegir entre una hipotética ventaja futura o una gratificación inmediata, los seres humanos tienden a quedarse con el aquí y el ahora, minusvalorando los beneficios futuros.
En segundo lugar, el sesgo de riesgo cero que nos lleva a contratar seguros de hechos muy improbables, por ejemplo, cuando viajamos al extranjero el riesgo de que nos operen de algo, solo por ganar tranquilidad. Es decir que preferimos reducir un pequeño riesgo hasta el 0% de probabilidad, en vez de reducir en mayor cantidad (aunque sin reducirlo al 0%) un riesgo más probable.
Por último, el sesgo de capacidad que consiste en considerar que es más importante la posibilidad de perder algo que la posibilidad de conseguir algo de igual valor. Debido a este sesgo, muchas personas consideran que perder tiene más impacto que ganar, incluso en aquellas circunstancias donde ganar o perder puede ocurrir con las mismas probabilidades. Nos espanta perder lo logrado y eso nos hace no afrontar cambios, aunque sean más beneficiosos.
No se si lo anterior servirá de consuelo ante estas mentiras puestas de manifiesto en los sondeos electorales, pero tengo que reconocer que la explicación científica de estas trampas mentales, a mí por lo menos me ha ayudado a dejar de dar vueltas a qué narices pasó con las encuestas el 23 de julio. Mentimos y mucho porque está en nuestra naturaleza como seres humanos. Simplemente porque nuestra mente busca protegernos.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR Y LLYC
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