(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 30 de noviembre de 2020)
Un año más la Real Academia
Española (RAE) ha presentado la actualización del diccionario de la lengua en
la que se han incorporado más de 2500 nuevas voces. Aunque en 2020 hemos usado palabras como
desescalada, desconfinar o coronavirus hasta este mes de noviembre no estaban
reconocidas por la academia. Tampoco distópico. Pero cientos de miles de
personas en plena alerta sanitaria buscaron el significado de este término.
Para muchos hispanohablantes lo vivido estos meses de pandemia era distópico,
es decir muy relacionado con una distopía. Una distopía para la RAE es lo
opuesto a una utopía. Si utópica es una sociedad idílica; distópica es la
representación de un mundo que solo causa degradación. Para gran parte de los
500 millones de hablantes de español en el mundo, la crisis sanitaria está
siendo como hacer real el peor de los sueños.
Pero hay otra distopía que
estamos viviendo que también ha puesto el foco en España; quizás no nos demos
cuenta, pero ya la estamos sufriendo. El reciente documento del Banco de España
titulado “La situación laboral de los de los licenciados universitarios” pone
de manifiesto que existe una elevada tasa de desempleo de los titulados
españoles en relación con nuestros pares europeos. El mayor paro de los
universitarios de nuestro país no responde a que los jóvenes elijan
titulaciones con menores salidas laborales, sino simplemente que los egresados
por estos lares trabajan en puestos de baja cualificación. Los investigadores
del banco central concluyen que esto podría obedecer a la menor calidad de la
educación superior española. El porcentaje de universitarios en paro ha crecido
en los últimos 12 años más de cuatro puntos provocando que la tasa de desempleo
de los licenciados españoles sea el doble que los graduados de la zona euro.
Esta semana también he leído en
el informe de CaixaBank sobre desigualdad que la cohorte de edad en la cual los
ingresos más han caído por el coronavirus son los jóvenes. El “escudo social”,
con herramientas como los ERTEs o la renta mínima vital, no ha llegado a los
jóvenes y de media sus ingresos han bajado casi a la mitad. El banco con sede
en Valencia ha analizado las nóminas de sus clientes menores de 29 años y ha
llegado también a la conclusión que uno de cada tres no ha tenido ingreso
alguno durante el confinamiento para concluir que únicamente los que tienen
trabajos con mayor cualificación se han librado de la caída de poder
adquisitivo.
Vivir peor que sus padres es la
distopía de las generaciones españolas nacidas después de 1980. Una pesadilla
que no se acabará cuando llegue la vacuna. La covid19 se irá, pero la
precariedad del empleo, la baja calidad de nuestro sistema educativo y el
abandono escolar no terminarán cuando estemos todos inmunizados. La novedad es que
la solución a esta pandemia no está en manos de laboratorios extranjeros, sino
que depende de nosotros mismos. Para bien y para mal.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la
UNIR