jueves, 26 de marzo de 2020

Pedro y el lobo


(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 26 de marzo de 2020)

Nadie puede decir que no estábamos avisados. Recientemente hemos conocido que en un informe conjunto de la Organización mundial de la salud (OMS) y el Banco Mundial, fechado en septiembre de 2019 con el título “Un mundo en riesgo”, se alertaba de una pandemia causada por un virus desconocido que traería el pánico y colapsaría la economía mundial.

Pero es que no hacía falta seguir estos papers porque en la mente de todos estaba la cercana epidemia del Ébola con once mil víctimas entre el año 2014 y 2016. Unos años antes, en 2009, la gripe Aviar causó la muerte de por lo menos medio millón de personas en todo el mundo según algunas fuentes, aunque no menos de ciento cincuenta mil para los más optimistas. ¿Alguien acaso se acuerda de las vacas locas? Más difícil aún será recordar el llamado virus SARS que en los años 2002 y 2003 en China, Singapur y Hong Kong, pero también en Canadá, se cobró setecientas vidas a causa de una neumonía hasta entonces de origen desconocido. No hablamos de lejanas pestes en la Edad Medía ni de la gripe española, pandemia de hace más de doscientos años, sino de brotes víricos mortales que han sucedido en el último quindenio. en plena era de la globalización. Cómo no pudimos darnos cuenta.

La economía del comportamiento explica los fallos de la mente humana que nos llevan a tomar decisiones estúpidas, como las que ahora padecemos por no haber actuado antes contra el coronavirus. Son los sesgos cognitivos. Varios premios nobel de economía como Thaler en 2017 o Kahneman en 2002 han formado parte de esta escuela económica conocida como economic behavioral que estudia los mecanismos heurísticos que nos llevan a tomar decisiones automáticas, en ocasiones absurdas. Son muchos los sesgos que nos hacen distorsionar la visión de la realidad y varios los que probablemente han causado que estemos en esta dramática situación. Me atrevo a elegir uno:  el sesgo cognitivo de correlación ilusoria. Este fallo cognitivo consiste en creer que dos acontecimientos están relacionados cuando en realidad no tenemos ninguna prueba de que sea así. Que la gripe Aviar causase apenas unas muertes en Occidente no era garantía alguna de que el covid19 fuese a ser igual de benigno. Que ninguna epidemia en dos siglos hubiese pasado de unos miles de muertos fuera de esta parte del mundo, no era argumento irrefutable para que sucediese lo contrario. Un castizo traduciría este sesgo como “venirse arriba”. Nuestra sociedad llegó a creerse “ilusoriamente” mejor de lo que era, que sabía más de que lo realmente se ha demostrado. Ahora estamos pagando las consecuencias.

Si hablamos de trampas mentales, el ministro Duque podría explicar también en primera persona alguna que viene al caso. Son los llamados lapsus freudianos. Fallos o errores cognitivos en los discursos que según los psicoanalistas revelan una interferencia de la parte inconsciente de la mente en el comportamiento, causados muchas veces por el cansancio. Seguro que el ministro de Ciencia cuando compareció el pasado 20 de marzo llevaba días preocupado por su salud y la de su familia -compartir Consejo de Ministros con tantos infectados no es fácil- y su mente le jugó una mala pasada. Reconocer que a principios de febrero de 2020 ya había previsto la pandemia, liberando partidas presupuestarias para una eventual vacuna, ¡un mes antes de la convocatoria de la famosa manifestación del 8 de marzo!, es todo un lapsus linguae.

Esopo vivió cinco siglos antes de Cristo y no pudo leer nada de Freud ni de Kahneman, pero dejó escrita la famosa fábula de “El pastor mentiroso” que tiene mucho de actos fallidos de la mente. Un pastor aburrido de cuidar su rebaño decide gastar una broma a sus vecinos gritando con todas sus fuerzas: ¡¡Socorro, que viene el lobo!! El pueblo, dejando a un lado todos sus quehaceres, acude a la llamada del pastor que se muere de la risa al verlos llegar. El joven vuelve a hacerlo una segunda vez y van en su ayuda, aunque nuevamente no era más que una burla. Pero en ese momento aparece el lobo y grita de nuevo, sin embargo, el pueblo ya no cree sus avisos, por lo que la fiera devora todas las ovejas. Correlación ilusionaría. Si dos veces es mentira, la tercera también ha serlo. Si no pasó nada con el Ébola o las vacas locas, tampoco con el corona. Seguro que algún lector está pensando que en este cuento, e incluso en la crisis sanitaria que vivimos en España, hay más mentiras que fallos cognitivos. Que la moraleja que nos contaron de pequeños era no mentir. Por eso antes de terminar esta columna quiero recordar que este cuento del pastor en España es conocido también como “Pedro y el lobo”. Serendipia o mera casualidad, Pedro (Sánchez) es nuestro presidente y el lobo de nuestros días es el coronavirus.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

lunes, 23 de marzo de 2020

Madrid, zona cero


(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos, el día 23 de marzo de 2020)

Imagina una ciudad donde a nadie se le pregunta de dónde es y todo el mundo es bienvenido. Una ciudad en la cual personas de toda condición encuentran trabajo, pero también amor y por tanto un sentido para arraigarse. Una ciudad con ideologías muy diferentes que se alternan en el gobierno municipal. Lo público convive con lo privado en armonía y con eficacia. Millones de turistas la visitan, aunque no tenga mar. Estudiantes de todo el mundo la eligen para formarse porque también es la mejor ciudad para divertirse. Puedes escuchar a la gente hablar con normalidad en español, pero también en inglés, alemán, catalán o gallego. En sus calles lo mismo hay funcionarios que jóvenes, financieros que jubilados, tiendas que bares, autobuses que patinetes, árboles que asfalto, vascos que andaluces, carril bici que metro, policía que okupas, campo que museos, millonarios que mendigos, cruces que medialunas… todo es posible en esa ciudad. Tal es la capacidad que tiene esa ciudad de atraer que sus habitantes, aunque no hayan nacido allí, apenas llevan unos meses residiendo se consideran nativos. Con estos mimbres, esta ciudad consigue convertirse en foco de atracción, personas de todo el país, pero también del resto del mundo vienen para quedarse. No solo sus vecinos se benefician de su prosperidad, sino que los pueblos y ciudades cercanas en una suerte de simbiosis celebran su existencia. Sus habitantes se desplazan orgullosos fuera de su ciudad en vacaciones y allá dónde van llevan riqueza. Esta ciudad que imaginamos es realidad. Esa ciudad es Madrid.

Zona cero es una expresión que llegó a nuestras vidas tras el atentado del 11 de septiembre en Nueva York. Es un calco del inglés que comenzó a usarse en la segunda guerra mundial para referirse al lugar en el que explotaron las primeras bombas atómicas. En el año 2001, a raíz del ataque terrorista a las torres gemelas, pasó a ser sinónimo de la zona de mayor devastación tras una tragedia. 

Esa ciudad que imaginamos, estos días está sufriendo como ninguna otra la pandemia.  Es nuestra zona cero. Un virus que mata y que te encierra en casa, pero también que hace despertar odios irracionales. De repente los madrileños son los culpables de la pandemia; la sombra de sospecha se instala sobre cualquiera que sea de esa ciudad; los mismos alcaldes que competían por sus visitas firman bandos en su contra; su sanidad, admirada por todos hace nada, se convierte en una apestada a la que es mejor no acercarse; su dinamismo libérrimo pasa a ser una de las causas de la epidemia; sus habitantes llevan el sambenito del coronavirus como si residir en otra parte del mundo te librara de algo; sus vecinos son señalados si son vistos fuera de la ciudad, aunque los atascos los viernes, en pleno estado de alerta, sean en otras urbes. Sus muertos se acumulan mientras muchos de reojo al ver las estadísticas de su ciudad respiran tranquilos porque se creen a salvo. Madrid, zona cero. Madrid, mi ciudad.

Iñaki Ortega, director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


miércoles, 18 de marzo de 2020

Jueces centauros. La inteligencia artificial se hibridará con los humanos



(este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión el día 17 de marzo de 2020)


La Inteligencia Artificial (IA) ha conseguido hacerse un hueco en nuestras vidas y su uso está mucho más extendido de lo que nosotros mismos creemos. Quizás el culpable de esta errónea percepción es Deep Blue. Han pasado más de dos décadas desde que el famoso robot de IBM venciese al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, sin embargo, los cambios disruptivos que se anunciaron entonces nunca llegaron. Pero en los últimos años han comenzado a pasar muchas cosas. Aunque aún no vinculemos la IA con nuestra cotidianidad, todos los días usamos un asistente de voz en el móvil o en casa. Siri de Apple nos informa del tiempo; Alexa de Amazon pone la música que nos gusta cuando se lo pedimos; Facebook o Google nos etiquetan y clasifican fotos a través del reconocimiento de imágenes y Waze nos da información optimizada y en tiempo real sobre los atascos. No son tan conocidos los dispositivos domóticos como termostatos inteligentes; los chatbots -sistemas que usan el lenguaje natural para la comunicación entre seres humanos y máquinas y que gracias a la IA mejoran con cada experiencia- o los asistentes para compras o para el aprendizaje de idiomas y hasta en la búsqueda de viviendas o en diagnósticos médicos. La lista se haría interminable si incluyéramos los videojuegos, los drones, las armas inteligentes y los vehículos autónomos donde la IA ha desembarcado con fuerza.

Y ha aterrizado también en el derecho. Los abogados llevan ya un tiempo beneficiándose de su uso, mediante algoritmos de tratamiento de datos, que les ayudan a buscar estrategias que han tenido éxito en casos similares o a rectificar argumentaciones. Ahora le toca al terreno procesal y vaticinamos que paulatinamente irá permeando al núcleo duro del Derecho Penal mediante su aplicación para auxiliar en la decisión judicial. Hay ejemplos diversos de la aparición de asistentes legales entrenados. Por ejemplo, en China ya funciona Xiao Fa que genera borradores de hipotéticas sentencias penales en cien tipos de delitos como los de los Tribunales de Hengezhou, Pekín y Guangzhou y ayuda a decidir en asuntos sobre operaciones en red, comercio electrónico y propiedad intelectual. El Ministerio Público Fiscal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires utiliza a Prometea, que es capaz de predecir en menos de 20 segundos y con una tasa de acierto del 96%, la solución a un caso judicial. El uso de procedimientos de IA ha permitido, asimismo, haber reducido el tiempo destinado a seleccionar casos urgentes de 96 días a 2 minutos en la Corte constitucional de Colombia. También destaca la experiencia comandada por el Ministerio de Justicia estonio, que está diseñando un “Juez robot” que pueda dirimir litigios de reclamación de cantidades inferiores a 7.000 euros, y que, a diferencia de los proyectos anteriores, hace que sea la máquina la que juzgue en primera instancia.

Pero, además, son muchas las técnicas y aplicaciones en las que la IA podría auxiliar en labores nucleares del proceso penal, como la prueba de hechos punibles y su exposición en la pericial mediante 3D, infografías, realidad virtual o hologramas. También algoritmizar indicios y elementos medibles para ayudar al Juez a la hora de condenar o absolver. A su vez podrían tener un destacado papel en la fase de instrucción en la toma de denuncias por máquinas o la interacción por voz o chat mediante asistentes digitales conversacionales reconocedores de lenguaje natural. Pero también mediante el análisis acelerado de datos personales vinculados al sospechoso, tratados con técnicas basadas en patrones de comportamiento y predicción, que hagan más fácil la toma de decisiones como la adopción de medidas cautelares o la concesión de beneficios penitenciarios.

En el informe de McKinsey “IA, automatización y el futuro del trabajo” se puso de manifiesto que la automatización desplazará a alrededor del quince por ciento de la fuerza laboral mundial, o lo que es lo mismo 400 millones de trabajadores podrían perder su trabajo de aquí a 2030. Dicho estudio alerta de que la IA no se podrá frenar en los trabajos con tareas repetitivas que serán sustituidos por sistemas automatizados. En Amazon, los empleados que trabajaban en los almacenes apilando paquetes hoy se están convirtiendo en operadores de robots, controlando los brazos automatizados y resolviendo problemas como una interrupción en el flujo de objetos. Si así pasa en la distribución, en el Derecho, por muchos togados que se opongan, acabará sucediendo lo mismo.

Al margen de estas consideraciones es imprescindible que se regule la utilización de la IA, también en la Justicia, para respetar tanto los derechos fundamentales como las garantías constitucionales. Hace poco más de un año varios profesores de la Universidad de Deusto firmamos una declaración a favor de una nueva generación de derechos en la era digital. Era una llamada a la reflexión sobre la necesaria y urgente defensa de la dignidad e integridad de la persona en el contexto de la revolución tecnológica. Uno de los dieciséis derechos que propusimos rezaba: “Toda persona tiene derecho a que las decisiones que afectan a sus derechos no se adopten exclusivamente a partir del tratamiento automatizado de información. Por ello, debe garantizarse la revisión por personas de cualquier decisión automatizada que incida sobre derechos y libertades”. Detrás de la IA siempre tendrá que estar un Juez.

Deep Blue también permitió que naciese un nuevo término en la empresa: los centauros. Actualizando a nuestros días esa mezcla de hombre y caballo de la mitología griega nos encontramos con la IA. Ahora ya es posible un nuevo centauro, híbrido de hombre y máquina. La capacidad analítica pero también emocional de las personas unida a la sofisticación de las máquinas permitirá poder resolver problemas inimaginables. También en la Justicia.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School
Eloy Velasco Núñez es magistrado de la Audiencia Nacional


martes, 17 de marzo de 2020

Señor Escrivá, un empujoncito, por favor

(este artículo se publicó originalmente en el diario El Mundo el 12 de marzo de 2020)



Lo diga o no lo diga un ministro, parece claro que los cambios demográficos implican que el monto del ahorro generado a lo largo de la etapa laboral terminará resultando insuficiente para sostener el ritmo de consumo en la parte final de nuestro ciclo de vida. Es un hecho incontestable que cuando nacieron los sistemas actuales de pensiones, sistemas de reparto en los que los trabajadores pagan la pensión de los retirados, la supervivencia más allá de los 65 años era de apenas unos pocos años; hoy en España superan los 20 años. Conforme a datos oficiales los años efectivos de percepción de la pensión en nuestro país superan los 23, lo que ilustra el esfuerzo de ahorro que ha de hacerse durante la vida laboral para sostener tantos años de jubilación. De hecho, según el BBVA, en España todas las aportaciones al sistema público de pensiones que ha hecho un trabajador que se jubilase ahora mismo se agotarían tras 12 años de pensión, cuando conforme a la esperanza de vida, le quedarían otros 9 años de vida.

Lo diga o no lo diga un ministro, por tanto, la tasa de sustitución o lo que es lo mismo el porcentaje de la pensión sobre el último sueldo se irá reduciendo en las próximas décadas del 80% actual a un 50% si hacemos caso a numerosos informes independientes. “Tan largo me lo fiais” ha sido desde Tirso de Molina algo muy nuestro, por eso desde aquí queremos cambiar esa costumbre tan española e invocamos a la llamada generación Z, es decir a los trabajadores más jóvenes, los nacidos a partir de 1994. Los z, conforme a nuestros datos, deberían ahorrar todos los meses unos 200 euros para compensar el previsible desgaste del sistema público y obtener una pensión vitalicia extra de 1.000 euros mensuales a partir de la edad de jubilación y hasta su muerte. La cifra de ahorro se eleva a casi 300 para los millennial (nacidos entre 1980 y 1993) y se incrementa por encima de los 500 y los 1.000 euros, respectivamente, para los integrantes de la generación X (entre 1961-1979) o los babyboomers (antes de 1960). Ahorrar esas cantidades supone, sin duda,  un esfuerzo. Pero si retrasamos la decisión, el sacrificio será prácticamente imposible.

Para algunos el problema para conseguir ahorrar está relacionado con un sueldo insuficiente, pero para otros muchos es más mental: subestiman la longitud de su vida y sobreestiman lo que les durará su dinero. Siguiendo la escuela de behavioral economics y a uno de sus máximos exponentes, Robert Thaler, premio Nobel de Economía de 2017, nosotros creemos que hay que dar algunos empujoncitos para que haya cambios. Thaler bautizó como nudge (empujoncito en inglés) estas imprescindibles actuaciones para fomentar el incremento del ahorro a largo plazo. Dinamarca, Australia y Holanda «empujan» haciendo la inclusión semiobligatoria en esquemas privados de pensiones. Tendencia a la que se sumó en 2012 el Reino Unido. La semiobligatoriedad (o afiliación automática) consiste en que los empresarios están obligados a suscribir un fondo de pensiones para los trabajadores. Los británicos, por ejemplo, destinan cada año un 5 por ciento de su salario a generar su propia pensión complementaria, siendo su empresa y el Estado quienes ponen otro 3 por ciento; es decir, cada británico termina el año ahorrando un 8 por ciento más que un español. El «empujoncito» reside en que el trabajador tiene un mes para salirse del fondo, y si no lo hace, permanece por defecto, con lo que se consigue automáticamente un ahorro complementario a la pensión pública. El gobierno del Reino Unido llevó a la práctica, de ese modo, el plan Save More Tomorrow que el profesor Thaler formuló teóricamente en 2004. Países cercanos a España, como Francia o Alemania, han introducido también adicionalmente a sus modelos públicos de reparto incentivos para que sus ciudadanos complementen sus pensiones con planes de jubilaciones personales. En el caso germano, dependiendo del trabajador, la empresa incluye en el contrato una contribución mensual a un plan de pensiones privado. Otra vía es que el empleador solamente pague los costes de mantenimiento de dicho plan de pensiones. Son todos ellos conocidos como planes de pensiones de empleo que el ministro Escrivá anunció en su comparecencia parlamentaria.

En España también se dispone de una «pata» privada para la construcción de un sistema mixto, pero por desgracia no ha contado con el suficiente impulso institucional ni en el seno de las empresas, con la notable excepción del País Vasco. Desde 1983 lleva probándose con éxito este sistema mixto promovido por las propias empresas vascas con importantes ventajas de todo tipo para sus aportantes. Hoy, prácticamente la mitad de los trabajadores vascos se benefician de ese ahorro extra, por lo que cuando se jubilen disfrutarán de media unas pensiones totales mucho mayores que en el resto de España.

Cuando se habla de los empujoncitos, cabría referirse a las reticencias que siempre despierta un incremento de la contribución de las empresas para mejorar el ahorro privado de sus trabajadores, y que solo las empresas grandes están en condiciones de hacer. La realidad española es ésta: pocas empresas medianas y prácticamente ninguna pequeña tienen contribuciones adicionales para sus trabajadores. Por ello, en las futuras negociaciones salariales, los agentes sociales podrían llevar incluidos los dos conceptos, incremento salarial directo, algo menor a lo usual, y una contribución directa al fondo de capitalización del empleado, de forma que la suma de ambos sea mayor y sea un incentivo que «llame» al ahorro individual; a la contribución individual del empleado.

Lo diga o no lo diga un ministro si se confía exclusivamente en una fuente de renta pública para el futuro, uno se aboca a una pobreza de nuevo cuño. Por eso nosotros, apostamos por un sistema basado en los tres pilares del ahorro: el sistema público; el ahorro vinculado a la vida laboral que ahora necesita un “empujoncito”, y el puramente individual y directamente relacionado con sus ingresos y voluntad de ahorro, éste último puesto en cuestión estos días por el Gobierno.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y coautor del libro La Revolución de las Canas

miércoles, 11 de marzo de 2020

Coronafobia


(este artículo se publicó originalmente el 9 de marzo de 2010 en el periódico 20 Minutos)

Me cuentan mis hijos que una serpiente se dio un atracón de murciélago y ahí empezó todo, con una sopa del reptil que gusta mucho en China. Mi amiga Margarita tiene una niña que no puede dormir porque nota que le sube el coronavirus todas las noches por su pierna. Miriam está embarazada y tiene ya heridas de tanto lavarse las manos. A María la hija de los dueños de una tienda de conveniencia de Toledo, un chino de toda la vida, le han dejado de hablar en el Instituto. Marzo de 2020, la coronafobia ha llegado a España.

La obsesión por el covid19 no dejará de crecer en las próximas semanas en nuestro país y tenemos que estar preparados casi más para gestionar esta fobia que para las consecuencias de una eventual pandemia. Porque una cosa es prevenir y otra es desabastecer los supermercados. Hay un trecho entre ser prudentes y acumular cientos de mascarillas además de geles en casa. Y el sentido común dicta que si estornudas en el metro en primavera puede ser por la alergia y no es necesario que se presente un escuadrón de Chernóbil. El coronavirus puede sacar lo de peor de nosotros y esto no ha hecho más que empezar. Esta semana un alto responsable sanitario no vio problemas en la manifestación feminista de ayer porque eran sólo españolas (¿y si aparecen chinas o italianas hay que prohibirles la asistencia?). Las crónicas en los medios de comunicación sobre las víctimas relativizan las consecuencias del virus en nuestro país porque sólo mueren ancianos (¿edadismo?). Y las empresas cierran sus sedes centrales para evitar más contagios, pero esos mismos trabajadores se agolpan al atardecer en las terrazas para disfrutar de bulliciosas cervezas y vinos (¿doble moral?). Los sindicatos en breve pedirán teletrabajo, pero a ver quién le dice a la gente que deje de ir a ver su deporte favorito o a las fiestas de su pueblo (¿relativismo?).

Para la psiquiatría las fobias son un temor angustioso e incontrolable ante ciertas situaciones que se saben absurdas y se aproxima a la obsesión. Dudo que no pienses como yo que mucho de lo que estamos viviendo estos días se ajusta como anillo al dedo a esta definición. Coronafobia que además será alimentada por las noticias falsas. Mis amigos de Vitoria y La Rioja no dejan de escribirme para decirme que, por ahora, no es verdad que en Haro se ha impuesto el toque de queda a pesar de que la historia de que en un funeral se contagiaron cientos de vecinos corre como la pólvora por Internet. Pero apriétate el cinturón porque viene curva. Italia ha suspendido las clases en colegios y universidades, partidos de fútbol sin público, pero también museos cerrados y bodas que no podrán celebrarse. Por eso me atrevo a pedir a los investigadores que además de la vacuna para el virus busquen también un tratamiento urgente para esta nueva fobia social.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR


lunes, 2 de marzo de 2020

Breve historia de un político francés


(este artículo se publicó originalmente el 27 de febrero de 2020 en el diario La Información)


Un joven y dinámico analista francés es nominado como candidato a alcalde de París por otro joven y dinámico financiero del mismo país. Ambos, atractivos personajes, forman parte de un joven partido que ha jubilado a la vieja clase política gala. Usando los códigos de la generación millennial, este nuevo partido ha acabado en Francia con la tradicional forma de votar, o bien a la derecha, o bien a la izquierda. Apoyado masivamente por los nacidos a partir del año 1980 -los menores de cuarenta años- este nuevo movimiento despierta también la ilusión de un electorado harto de los desmanes de la élite política.

Benjamin Griveaux y Emmanuel Macron son los nombres de nuestros protagonistas. Ambos participaron en la creación del nuevo movimiento político “En Marcha” que ha revolucionado la política en el país vecino. Benjamin acabó formando parte del Gobierno de la República de Francia que preside, aún hoy, Emmanuel. Pero, rápidamente deja su puesto de portavoz gubernamental para preparar el asalto a la Alcaldía de Paris, feudo de los socialistas durante la última década y quizás el último reducto de la vieja política.

“En Marcha” que comparte iniciales con Emmanuel Macron (toda una declaración de intenciones) ha tenido la habilidad de conectar de un modo increíble con el pueblo francés; en apenas un año desde su creación en 2016, gana las elecciones y corona a su líder como el presidente más joven de la historia de Francia. Su secreto reside, en parte, en utilizar los códigos de los millennials franceses, precisamente porque la nueva forma digital de comunicarse es tan potente que ha acabado contagiando al resto de generaciones. Todos hoy somos un poco millennials y Macron con su equipo supieron leerlo a tiempo. Me explico.


Los millennials y más aún los jóvenes de la generación posterior, los llamados Z, han forjado su personalidad, se han educado y socializado a través de Internet. Y el uso masivo que hacen de la red de redes ha hecho que la unidad de medida del tiempo se haya acelerado de tal manera que lo que las anteriores generaciones aspirábamos a tener en un mes, ellos lo tienen en un minuto. Música, amigos, compras, viajes se consiguen ahora casi de forma inmediata. Además, son irreverentes por naturaleza y se lo cuestionan todo, porque gracias a Internet acceden de modo inmediato a un conocimiento casi infinito. Pero lo más llamativo es que millennials y Z han tenido una increíble capacidad de contagiar esa inmediatez e irreverencia a los que no pertenecemos a su generación. De modo y manera que en estos momentos una gran mayoría de la población piensa, consume y hasta vota con la mentalidad millennial, en Francia y también en el resto del mundo.

Pero volvamos a nuestra breve historia, porque cuando toda parecía que iba sobre ruedas, el brillante candidato a la alcaldía de París anuncia -este mes de febrero- su retirada de la cita electoral, a raíz de la difusión de un vídeo de contenido sexual. Para complicarlo todo es un artista ruso, Piotr Pavlenski, asilado en Francia, quien reivindica la difusión de los documentos para denunciar la hipocresía de Griveaux. "Alguien que se apoya en la permanencia de los valores familiares, que dice querer ser el alcalde de las familias y pone siempre como ejemplo a su mujer y a sus hijos, pero es todo lo contrario”. Fin de la historia y de la fugaz carrera de nuestro protagonista.

La misma semana que sucedía todo esto tuve la suerte de acudir a una conferencia de Charo Sádaba de la Universidad de Navarra. La decana explicaba a los padres asistentes cómo gestionar los conflictos con nuestros hijos ante la todopoderosa llegada de la tecnología a sus vidas. Puso de manifiesto que Internet no es un parque de atracciones para nuestros hijos, sino que son muchos los riesgos que ella resumió en las tres Cs. A saber: contenidos, contactos y conductas. Materiales de alto contenido sexual que se intercambian con el sexting; delincuentes que se ocultan tras falsos contactos con el grooming y conductas de acoso con el bulling.

Inmediatamente la serendipia se apareció con toda crudeza al recordar la noticia de la dimisión del político francés precisamente por sextear, que así recomienda la Fundéu que se use el verbo sexting o el envío de contenido sexual vía Internet. Cómo es posible que el mago de la política francesa, que es capaz de llevar a El Elíseo a Macron por su capacidad de conectar con las nuevas generaciones “muera” probando su propia medicina. Con los mensajes a su amante demostró que aunque sabía ganar elecciones usando Internet, poco había aprendido de lo realmente importante. La red de redes como recuerda Sádaba es también una potente escuela para entrenar valores como la prudencia y la fortaleza.

Hasta aquí la breve historia de un político francés que no supo gestionar los riesgos de los nuevos formatos de comunicación. Griveaux también demostró que, a pesar de su brillante estrategia digital, todavía está en párvulos en saber usar Internet racionalmente.