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domingo, 6 de septiembre de 2020

Schumpeter vivió otra pandemia. Salvemos nuestros campeones nacionales

(este artículo se publicó originalmente en Actualidad Económica, el suplemento de Economía de El Mundo el día 6 de septiembre de 2020)




El economista austro-americano Joseph Alois Schumpeter ha pasado a la historia por su producción académica en el ámbito de la innovación. Nacido en 1883, vivió en Centroeuropa hasta que en 1932 fue fichado por la Universidad de Harvard y no abandonó hasta su muerte los Estados Unidos de América.

Para Schumpeter, encontrar nuevas combinaciones de factores de producción es parte del proceso de descubrimiento del emprendedor que le convierte en el principal motor del desarrollo económico. Estas nuevas combinaciones constituyen la mejor forma de responder a la demanda existente o de crear nuevas demandas, aunque por otro lado provoquen obsolescencia en los productos y tecnologías, lo llamó “proceso de destrucción creativa”. Schumpeter se une a así a la teoría de las olas largas de los ciclos y el crecimiento económico de su coetáneo Kondrátiev; estos ciclos son el resultado de la innovación que consiste en la generación de una nueva idea y su implementación en un nuevo producto, proceso o servicio. La innovación de los emprendedores, por tanto, no solo crea valor para ellos mismos, sino que hace posible el crecimiento económico e incrementa el empleo.

Esa constatación de que son las rupturas tecnológicas provocadas por los emprendedores las que modifican el equilibrio económico provoca un sentimiento agridulce porque hace que cierren empresas. Pero este hecho no es malo siempre que sea a causa de los cambios introducidos por otros empresarios en su búsqueda de beneficios. De hecho, si eso sucede, si se da la destrucción creativa, el flujo circular de la economía avanza hacia un estadio superior. Los empresarios se convierten en el factor de producción clave de cualquier país por encima de los clásicos de la tierra, trabajo y capital.

Un dato poco conocido de la biografía de este economista es que fue ministro de Hacienda en su país, Austria. El mismo año que la gripe española asolaba Estados Unidos, 1919, Schumpeter ocupaba esa alta responsabilidad. A pesar de ello o precisamente por eso no cambió ni un ápice su teoría y su apuesta por las empresas. Es verdad que el impacto que causó la pandemia de principios del siglo pasado apenas se notó en las economías de los países desarrollados, un reciente estudio situó en 0,4 puntos del PIB la recesión por esa gripe en la economía de Canadá. Hoy, en cambio, el impacto de la pandemia de nuestros días multiplica por 100 esa cifra en muchas geografías y son miles las liquidaciones y cierres de empresas. Por ello, aunque Schumpeter viviese otra pandemia, su apuesta por las empresas está más viva que nunca en esta otra epidemia sanitaria y económica más de 100 años después.

Que industrias españolas como Duro Felguera cierren por el impacto del coronavirus no responde a ninguna destrucción creativa y no traerá nada bueno a Asturias. Que empresas de emprendedores del sector turístico vayan a concurso de acreedores no será porque otro competidor les ha desplazado sino por un virus que vino de China y que llevará pobreza a Baleares o Canarias. Que campeones de la aeronáutica como Aciturri dejen de facturar no será porque un emprendedor mirandés como Ginés Clemente haya dejado de hacer bien su trabajo sino porque una enfermedad ha congelado los viajes en avión y únicamente provocará desánimo en Castilla y León. Esta misma semana leía en Expansión cómo Duro Felguera conseguía un nuevo contrato millonario en Brasil compitiendo con las mejores ingenierías del mundo. Empresas españolas como las que acabo de citar y otras muchas en sectores como el comercio minorista o las infraestructuras, solo han podido alcanzar su posición gracias a su desempeño, la complicidad con su clientela y su capacidad de reinventarse y adaptarse a la era digital. Han seguido fielmente las teorías del economista de Harvard y han innovado para liderar sus mercados. Por eso si Schumpeter hoy fuese ministro en España haría todo lo posible por evitar que todas estas excelentes compañías españolas que tanta riqueza y empleo han creado estos años cerrasen sus puertas. Alemania y Francia tienen desde el minuto uno de la covid19 las herramientas públicas para salvar a sus campeones nacionales. España ha tardado más, pero dispone gracias al acierto de la SEPI de un Fondo de Apoyo a la Solvencia de Empresas Estratégicas y el ICO gestiona capital europeo suficiente para salvar a empresas tractoras de nuestra economía. ¿A qué esperamos para apostar por lo que Schumpeter bautizó como el cuarto factor productivo? La otra opción es condenar al subsidio a regiones enteras de nuestro país y además nos saldrá más caro.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR)

 


lunes, 31 de agosto de 2020

¿Quién cuida a las empresas? Las catástrofes que no se ven

 (este artículo se publicó originalmente el 31 de agosto de 2020 en el diario 20 Minutos)


El final de agosto ha traído inundaciones e incendios; casas anegadas por las tormentas, pueblos desalojados por las llamas, pero por suerte también bomberos trabajando a destajo. Miedo y destrucción mitigada por policías, bomberos y miembros del ejército. Sin embargo, en las noticias de este verano además de catástrofes naturales he encontrado otros fenómenos que también están ya generando miedo en España y -si no hacemos nada- también destrucción. No pienses que hablo de los rebrotes de la pandemia, una suerte de espada de Damocles que nos ha acompañado estos meses impidiéndonos como en el mito griego disfrutar de los banquetes de Siracusa (las vacaciones) por el temor a que la afilada arma (el coronavirus) sostenida por un único pelo de la crin de un caballo (la gestión de la crisis sanitaria) se cayese sobre nuestra cabeza (un nuevo confinamiento). No. A fuerza de leer contagios y observar nuevas medidas nos hemos acostumbrado a vivir con esa amenaza porque además confiamos en que los médicos con los nuevos tratamientos y los científicos con la vacuna nos salven. Me refiero a una catástrofe quizás menos evidente pero igualmente destructiva si nadie nos ayuda. La destrucción del tejido empresarial español.

Por mi trabajo no dejo de leer la actualidad empresarial cada día y he seguido con tristeza las noticias de una gran empresa española en apuros. Duro Felguera forma parte de la historia empresarial de nuestro país. Fundada en Asturias a mediados del siglo XIX ha sido capaz de evolucionar con los tiempos, de la extracción del carbón a la siderurgia pasando por la producción de bienes de equipo y en la actualidad la gestión de complejos proyectos energéticos. No sin problemas, Duro Felguera ha sobrevivido a guerras, crisis, éxitos y fracasos. Pero ahora un virus de nombre covid19 puede acabar con mas 160 años de historia y lo que es peor dejar sin empleo a más de 2400 familias y privar a España y Asturias de una empresa multinacional e innovadora que ganaba dinero antes de la pandemia.

El coronavirus tiene a los médicos, las catástrofes a los bomberos, pero quién atiende a las empresas en apuros. Francia ha anunciado esta misma semana un plan de 100.000 millones para salvar empresas. Alemania ha aumentado estos días la dotación a su fondo billonario para salvar sus industrias nacionales. España creó a finales de julio el Fondo de Apoyo a la Solvencia de las Empresas para aquellas compañías con fuerte aportación social y económica afectadas en su continuidad por la pandemia. Tenemos la suerte de vivir, como reza nuestra Constitución, en un estado social y de derecho; o lo que es lo mismo que la ley es garante del bien común. Por eso tenemos médicos y policías, hospitales y pensiones; pagadas por los impuestos de todos los que trabajamos. Pero sin empresas en las que emplearse nada de eso sería posible. Qué buena oportunidad para consolidar nuestro Estado del Bienestar salvando empresas como Duro Felguera u otras que como las del sector aeronáutico ya no aguantarán mucho más la crisis del turismo. Qué buena oportunidad para demostrar que las empresas sí tienen quien les cuide cuando vienen malas. Qué buena oportunidad para entender que el bien común se construye desde la colaboración público-privada.

 

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

jueves, 28 de mayo de 2020

El virus normativo que ha pasado desapercibido

(este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión el 27 de mayo de 2020)


La crisis del covid19 se ha cobrado la vida de decenas de miles de compatriotas, millones perderán su empleo y sus negocios, pero a todos nos ha caído encima -aunque aún muchos no se hayan dado cuenta- una ingente losa legislativa.

Desde que se decretó el estado de alarma, el Boletín Oficial del Estado ha demostrado que es la herramienta mejor engrasada de la economía española. Es la única industria que no ha dejado de trabajar, día y noche, en laborable o festivo, sin importarle la fase de la desescalada. La publicación en el BOE de las órdenes, reales decretos, instrucciones, resoluciones y por supuesto correcciones de errores es un tsunami normativo que se lleva por delante hasta las mentes más preclaras. Cientos de miles de páginas -imposibles de digerir- con la intención de crear un marco jurídico para afrontar la pandemia con reformas y medidas específicas en el ámbito laboral, sanitario, fiscal o económico.

Pero existe el riesgo de que tantas nuevas regulaciones acaben convirtiéndose en un pesado lastre que nos impida salir a flote. Ciudadanos que no conocen los detalles de cómo y cuándo moverse en su territorio sin incumplir lo acordado por las autoridades.  Empleados que ya no saben dónde encontrar la solución a las dudas sobre el ERTE que padecen. Autónomos que desconocen la letra pequeña de esa solicitud sobre su subsidio que nunca le acaban de responder. Pymes desconcertadas porque no tiene un euro en la cuenta, pero el ICO les deniega la financiación por defecto de forma. Asociaciones empresariales que ven como sus representados no pueden ejercer, pero actividades similares a la suya son autorizadas.  Y por supuesto las miles de empresas que tienen que responder a inéditas transformaciones económicas y al mismo tiempo cumplir con un nivel de regulación inusitado. Todos, además, con el coste de oportunidad (que explicamos en nuestras clases de economía) de dedicar un precioso tiempo a bucear en las oscuras aguas del océano legislativo en lugar de sacar adelante el país. Por no hablar del otro coste de oportunidad de solicitar la subvención equivocada y haber dejado vacante la que realmente merecía la pena.

Es imprescindible que todos los administrados aprovechemos con eficiencia los recursos facilitados desde el sector público para paliar la complejísima coyuntura, pero -por desgracia- la actividad de las administraciones con tantas páginas de BOE está cebando la incertidumbre. Hoy encontrar una solución en la norma para tu problema es una proeza, seas un padre que quiere pasear a su hijo, una hija que sueña con poder visitar a su madre enferma o un pequeño empresario que duda sobre si la norma le permite operar y hasta una gran corporación que no sabe si podrá operar fuera de nuestras fronteras.

Desde el año 2015, la CEOE publica un informe anual que señala las dificultades que las regulaciones inestables, desproporcionadas e incluso discriminatorias, ocasionan para las empresas. Millones de páginas de producción legislativa cada año que, durante estos meses de estado de alarma, está creciendo exponencialmente. Si nadie duda de que la crisis sanitaria ha podido superarse gracias a la abnegación y buen hacer de los sanitarios españoles ahora en la hora de la recuperación económica se nos antoja que otros profesionales habrán de tomar el relevo a los médicos. No solo será imprescindible el espíritu emprendedor y de superación de los españoles, sino que ante este alud normativo se necesitará un ejército de profesionales que desenmarañen el ovillo regulatorio. Laboralistas, expertos fiscalistas y administrativistas, abogados y economistas que nos ayuden a interpretar las nuevas legislaciones, pero también, y esta es la novedad en nuestro país, profesionales de los asuntos públicos. Deberán ser estos últimos en especial, los encargados de acercar los intereses públicos y privados para facilitar la búsqueda y posible concertación de soluciones duraderas y efectivas cuando superemos el estado de alarma y llegue la hora de la sociedad civil.

Los asuntos púbicos, entendidos como la gestión por las empresas de su relación con las administraciones públicas como reguladoras y últimas condicionantes del ámbito y de los mercados en los que ejercen su actividad económica, son un instrumento imprescindible para las mismas. defender sus intereses legítimos con transparencia y capacidad de rendición de cuentas por lo hecho, informar sobre sus proyectos, y comunicarse con todas las personas, agentes económicos, organizaciones o instancias interesadas o afectadas por su actividad económica, los llamados stakeholders.

La hora, por tanto, de muchos profesionales que ayuden a la reconstrucción de nuestro país reorientando ese aluvión normativo a los cauces de la trasparencia y la igualdad de oportunidades.

Iñaki Ortega es director del programa de asuntos públicos y relaciones gubernamentales de Deusto Business School

jueves, 2 de abril de 2020

La empresa en los tiempos del coronavirus

(este artículo se publicó originalmente el día 31 de marzo de 2020 en el periódico El Economista)


Una novela dedicada al verdadero amor. Así se ha definido el libro de García Márquez “El amor en los tiempos del cólera”. Un hombre espera cincuenta años para recuperar a su amada, todo ello ambientado en un lugar devastado por la epidemia del cólera. ¿Cómo era posible amar en ese momento histórico? ¿Cómo es posible hoy pensar en otra cosa que no sea la emergencia sanitaria? La respuesta a ambas cuestiones es la misma: se puede y se debe.

La crisis del covid-19 ha paralizado el mundo y de repente las prioridades son otras. Lo importante es no morir, no hacer que nadie muera, no contagiar ni contagiarse. Por eso el estado de alarma, el confinamiento y el cierre de una gran mayoría de los comercios de cara al público. En principio el sector educativo, luego la restauración y los minoristas para posteriormente en cascada ir parando prácticamente todas las industrias. Las consecuencias se sufrieron inmediatamente en los mercados financieros y por tanto en la valoración de las empresas cotizadas. En la misma semana llegaron los primeros despidos que hoy colapsan las oficinas estatales de empleo. En breve el pulmón de las empresas más frágiles se acabará y comenzarán los concursos de acreedores y los cierres patronales, porque prohibir despidos o los permisos retribuidos no pararán la hemorragia. Todo con un abrumador y cada día más frágil consenso en que las duras medidas de aislamiento son las necesarias para frenar la pandemia y evitar más muertes. La economía, como miles de españoles, en la UCI. Pero el pulso de nuestra economía sigue latiendo gracias al teletrabajo y la necesidad de seguir abasteciendo a los millones de encerrados. Hasta aquí nada nuevo. Quizás para algunos sí lo sea que empresas españolas de toda tamaño y sector han reconvertido su actividad para fabricar mascarillas o respiradores. Igualmente que emprendedores se están movilizando de manera altruista bien para digitalizar pymes que sino cerrarán, bien para dar herramientas de big data a los hospitales. Grandes corporaciones de capital español están usando sus redes logísticas y capacidad financiera para, sin pedir nada a cambio, ayudar al sistema sanitario. Directivos dedican estos días todo su tiempo a movilizar recursos para salvar empresas con herramientas financieras de impacto social.
Pero desde este fin de semana nos encontramos en una nueva encrucijada: parar definitivamente la economía endureciendo el confinamiento o permitir que la actividad económica siga bajo mínimos. Los que defienden la primera opción, la hibernación, quieren evitar contagios causados por las personas que siguen trabajando pero quizás no tienen en cuenta que gracias a muchos de esos trabajadores ninguna localidad y ningún español ha estado desabastecido o ha dejado de disfrutar servicios de energía, agua o telecomunicaciones. Igual tampoco han reparado en que este débil pulso de la actividad empresarial está permitiendo que millones de españoles sigan con empleo aunque sea en remoto. Tal vez no son conscientes de que se ha levantado toda una ola de solidaridad liderada por empresas que también sufren. 

Antes de que nos demos cuenta la Semana Santa habrá pasado y el elefante seguirá en la habitación y tendremos que responder a la gran pregunta ¿seguir o no seguir con la economía parada? Somos muchos los que pensamos que tomar el camino del cierre total es llevar la economía a un coma inducido que en medicina es siempre la última opción para un enfermo por el riesgo de irreversibilidad.

Gabriel García Márquez consiguió hacer creíble en plena epidemia del cólera una historia sobre el verdadero amor que dio lugar a su premiada novela. Hoy, a pesar de lo que piensen algunos ministros una gran mayoría de empresas están mostrando la verdadera cara de la actividad económica. Empresarios y trabajadores que cuidan de sus familias la vez que trabajan, aunque nadie se lo pida. Cientos de miles de autónomos que seguirán pagando sus cotizaciones a pesar de no tener ingreso alguno. Corporaciones que evitan los ERTEs a costa de sus dividendos, CEOS que no duermen para buscar un resquicio que permita no despedir a nadie, altos directivos que se recortan sus salarios o multinacionales que se ponen a disposición de los gobiernos. Emprendedores empeñados hasta las cejas que no pueden dejar de trabajar no para pagar sus deudas sino para buscar soluciones de emergencia para las consecuencias del covid-19.

No han pasado ni tres semanas de confinamiento pero parece ya una eternidad. Entonces el debate era cómo conseguir empresas con propósito. Desde las grandes instituciones y los foros más relevantes del mundo se nos decía que había que reinventar el capitalismo; conseguir una economía de mercado inclusiva que no dejase nadie atrás; pensar menos en el dividendo y más en el compromiso con las comunidades. Había que aspirar a ser una empresa ESG (por sus siglas en inglés: environmental, social and governance). Ha tenido que venir esta pandemia para conseguir todo lo anterior y descubrir la verdadera empres:  la que sufre a la vez que la sociedad a la que sirve o la que se sostiene nuestro bienestar en contra de sus intereses.
Ojalá dejemos que empresas y directivos españoles sigan mostrando esa verdadera cara de la actividad económica aunque sea en los tiempos del coronavirus. Esta vez les premiará la historia.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR

jueves, 26 de marzo de 2020

Pedro y el lobo


(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 26 de marzo de 2020)

Nadie puede decir que no estábamos avisados. Recientemente hemos conocido que en un informe conjunto de la Organización mundial de la salud (OMS) y el Banco Mundial, fechado en septiembre de 2019 con el título “Un mundo en riesgo”, se alertaba de una pandemia causada por un virus desconocido que traería el pánico y colapsaría la economía mundial.

Pero es que no hacía falta seguir estos papers porque en la mente de todos estaba la cercana epidemia del Ébola con once mil víctimas entre el año 2014 y 2016. Unos años antes, en 2009, la gripe Aviar causó la muerte de por lo menos medio millón de personas en todo el mundo según algunas fuentes, aunque no menos de ciento cincuenta mil para los más optimistas. ¿Alguien acaso se acuerda de las vacas locas? Más difícil aún será recordar el llamado virus SARS que en los años 2002 y 2003 en China, Singapur y Hong Kong, pero también en Canadá, se cobró setecientas vidas a causa de una neumonía hasta entonces de origen desconocido. No hablamos de lejanas pestes en la Edad Medía ni de la gripe española, pandemia de hace más de doscientos años, sino de brotes víricos mortales que han sucedido en el último quindenio. en plena era de la globalización. Cómo no pudimos darnos cuenta.

La economía del comportamiento explica los fallos de la mente humana que nos llevan a tomar decisiones estúpidas, como las que ahora padecemos por no haber actuado antes contra el coronavirus. Son los sesgos cognitivos. Varios premios nobel de economía como Thaler en 2017 o Kahneman en 2002 han formado parte de esta escuela económica conocida como economic behavioral que estudia los mecanismos heurísticos que nos llevan a tomar decisiones automáticas, en ocasiones absurdas. Son muchos los sesgos que nos hacen distorsionar la visión de la realidad y varios los que probablemente han causado que estemos en esta dramática situación. Me atrevo a elegir uno:  el sesgo cognitivo de correlación ilusoria. Este fallo cognitivo consiste en creer que dos acontecimientos están relacionados cuando en realidad no tenemos ninguna prueba de que sea así. Que la gripe Aviar causase apenas unas muertes en Occidente no era garantía alguna de que el covid19 fuese a ser igual de benigno. Que ninguna epidemia en dos siglos hubiese pasado de unos miles de muertos fuera de esta parte del mundo, no era argumento irrefutable para que sucediese lo contrario. Un castizo traduciría este sesgo como “venirse arriba”. Nuestra sociedad llegó a creerse “ilusoriamente” mejor de lo que era, que sabía más de que lo realmente se ha demostrado. Ahora estamos pagando las consecuencias.

Si hablamos de trampas mentales, el ministro Duque podría explicar también en primera persona alguna que viene al caso. Son los llamados lapsus freudianos. Fallos o errores cognitivos en los discursos que según los psicoanalistas revelan una interferencia de la parte inconsciente de la mente en el comportamiento, causados muchas veces por el cansancio. Seguro que el ministro de Ciencia cuando compareció el pasado 20 de marzo llevaba días preocupado por su salud y la de su familia -compartir Consejo de Ministros con tantos infectados no es fácil- y su mente le jugó una mala pasada. Reconocer que a principios de febrero de 2020 ya había previsto la pandemia, liberando partidas presupuestarias para una eventual vacuna, ¡un mes antes de la convocatoria de la famosa manifestación del 8 de marzo!, es todo un lapsus linguae.

Esopo vivió cinco siglos antes de Cristo y no pudo leer nada de Freud ni de Kahneman, pero dejó escrita la famosa fábula de “El pastor mentiroso” que tiene mucho de actos fallidos de la mente. Un pastor aburrido de cuidar su rebaño decide gastar una broma a sus vecinos gritando con todas sus fuerzas: ¡¡Socorro, que viene el lobo!! El pueblo, dejando a un lado todos sus quehaceres, acude a la llamada del pastor que se muere de la risa al verlos llegar. El joven vuelve a hacerlo una segunda vez y van en su ayuda, aunque nuevamente no era más que una burla. Pero en ese momento aparece el lobo y grita de nuevo, sin embargo, el pueblo ya no cree sus avisos, por lo que la fiera devora todas las ovejas. Correlación ilusionaría. Si dos veces es mentira, la tercera también ha serlo. Si no pasó nada con el Ébola o las vacas locas, tampoco con el corona. Seguro que algún lector está pensando que en este cuento, e incluso en la crisis sanitaria que vivimos en España, hay más mentiras que fallos cognitivos. Que la moraleja que nos contaron de pequeños era no mentir. Por eso antes de terminar esta columna quiero recordar que este cuento del pastor en España es conocido también como “Pedro y el lobo”. Serendipia o mera casualidad, Pedro (Sánchez) es nuestro presidente y el lobo de nuestros días es el coronavirus.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la UNIR