(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 26 de marzo de 2020)
Nadie puede decir que no estábamos
avisados. Recientemente hemos conocido que en un informe conjunto de la Organización
mundial de la salud (OMS) y el Banco Mundial, fechado en septiembre de 2019 con
el título “Un mundo en riesgo”, se alertaba de una pandemia causada por un virus
desconocido que traería el pánico y colapsaría la economía mundial.
Pero es que no hacía falta seguir
estos papers porque en la mente de todos estaba la cercana epidemia del Ébola
con once mil víctimas entre el año 2014 y 2016. Unos años antes, en 2009, la gripe
Aviar causó la muerte de por lo menos medio millón de personas en todo el mundo
según algunas fuentes, aunque no menos de ciento cincuenta mil para los más optimistas.
¿Alguien acaso se acuerda de las vacas locas? Más difícil aún será recordar el
llamado virus SARS que en los años 2002 y 2003 en China, Singapur y Hong Kong,
pero también en Canadá, se cobró setecientas vidas a causa de una neumonía
hasta entonces de origen desconocido. No hablamos de lejanas pestes en la Edad
Medía ni de la gripe española, pandemia de hace más de doscientos años, sino de
brotes víricos mortales que han sucedido en el último quindenio. en plena era
de la globalización. Cómo no pudimos darnos cuenta.
La economía del comportamiento
explica los fallos de la mente humana que nos llevan a tomar decisiones estúpidas,
como las que ahora padecemos por no haber actuado antes contra el coronavirus. Son
los sesgos cognitivos. Varios premios nobel de economía como Thaler en 2017 o Kahneman
en 2002 han formado parte de esta escuela económica conocida como economic behavioral
que estudia los mecanismos heurísticos que nos llevan a tomar decisiones
automáticas, en ocasiones absurdas. Son muchos los sesgos que nos hacen distorsionar
la visión de la realidad y varios los que probablemente han causado que estemos
en esta dramática situación. Me atrevo a elegir uno: el sesgo cognitivo de correlación ilusoria. Este
fallo cognitivo consiste en creer que dos acontecimientos están relacionados cuando
en realidad no tenemos ninguna prueba de que sea así. Que la gripe Aviar causase
apenas unas muertes en Occidente no era garantía alguna de que el covid19 fuese
a ser igual de benigno. Que ninguna epidemia en dos siglos hubiese pasado de
unos miles de muertos fuera de esta parte del mundo, no era argumento
irrefutable para que sucediese lo contrario. Un castizo traduciría este sesgo
como “venirse arriba”. Nuestra sociedad llegó a creerse “ilusoriamente” mejor
de lo que era, que sabía más de que lo realmente se ha demostrado. Ahora
estamos pagando las consecuencias.
Si hablamos de trampas mentales,
el ministro Duque podría explicar también en primera persona alguna que viene
al caso. Son los llamados lapsus freudianos. Fallos o errores cognitivos en los
discursos que según los psicoanalistas revelan una interferencia de la parte
inconsciente de la mente en el comportamiento, causados muchas veces por el
cansancio. Seguro que el ministro de Ciencia cuando compareció el pasado 20 de
marzo llevaba días preocupado por su salud y la de su familia -compartir Consejo
de Ministros con tantos infectados no es fácil- y su mente le jugó una mala
pasada. Reconocer que a principios de febrero de 2020 ya había previsto la pandemia,
liberando partidas presupuestarias para una eventual vacuna, ¡un mes antes de la
convocatoria de la famosa manifestación del 8 de marzo!, es todo un lapsus
linguae.
Esopo vivió cinco siglos antes de
Cristo y no pudo leer nada de Freud ni de Kahneman, pero dejó escrita la famosa
fábula de “El pastor mentiroso” que tiene mucho de actos fallidos de la mente. Un
pastor aburrido de cuidar su rebaño decide gastar una broma a sus vecinos
gritando con todas sus fuerzas: ¡¡Socorro, que viene el lobo!! El pueblo,
dejando a un lado todos sus quehaceres, acude a la llamada del pastor que se
muere de la risa al verlos llegar. El joven vuelve a hacerlo una segunda vez y van
en su ayuda, aunque nuevamente no era más que una burla. Pero en ese momento aparece
el lobo y grita de nuevo, sin embargo, el pueblo ya no cree sus avisos, por lo
que la fiera devora todas las ovejas. Correlación ilusionaría. Si dos veces es
mentira, la tercera también ha serlo. Si no pasó nada con el Ébola o las vacas
locas, tampoco con el corona. Seguro que algún lector está pensando que en este
cuento, e incluso en la crisis sanitaria que vivimos en España, hay más mentiras
que fallos cognitivos. Que la moraleja que nos contaron de pequeños era no
mentir. Por eso antes de terminar esta columna quiero recordar que este cuento
del pastor en España es conocido también como “Pedro y el lobo”. Serendipia o
mera casualidad, Pedro (Sánchez) es nuestro presidente y el lobo de nuestros
días es el coronavirus.
Iñaki Ortega es director de Deusto
Business School y profesor de la UNIR
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