(este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión el día 17 de marzo de 2020)
La Inteligencia Artificial (IA) ha conseguido hacerse un hueco en nuestras
vidas y su uso está mucho más extendido de lo que nosotros mismos creemos.
Quizás el culpable de esta errónea percepción es Deep Blue. Han pasado más de
dos décadas desde que el famoso robot de IBM venciese al campeón mundial de
ajedrez Gary Kasparov, sin embargo, los cambios disruptivos que se anunciaron
entonces nunca llegaron. Pero en los últimos años han comenzado a pasar muchas
cosas. Aunque aún no vinculemos la IA con nuestra cotidianidad, todos los días
usamos un asistente de voz en el móvil o en casa. Siri de Apple nos informa del
tiempo; Alexa de Amazon pone la música que nos gusta cuando se lo pedimos;
Facebook o Google nos etiquetan y clasifican fotos a través del reconocimiento
de imágenes y Waze nos da información optimizada y en tiempo real sobre los
atascos. No son tan conocidos los dispositivos domóticos como termostatos
inteligentes; los chatbots -sistemas que usan el lenguaje natural para la
comunicación entre seres humanos y máquinas y que gracias a la IA mejoran con
cada experiencia- o los asistentes para compras o para el aprendizaje de
idiomas y hasta en la búsqueda de viviendas o en diagnósticos médicos. La lista
se haría interminable si incluyéramos los videojuegos, los drones, las armas
inteligentes y los vehículos autónomos donde la IA ha desembarcado con fuerza.
Y ha aterrizado también en el derecho. Los abogados llevan ya un tiempo
beneficiándose de su uso, mediante algoritmos de tratamiento de datos, que les
ayudan a buscar estrategias que han tenido éxito en casos similares o a
rectificar argumentaciones. Ahora le toca al terreno procesal y vaticinamos que
paulatinamente irá permeando al núcleo duro del Derecho Penal mediante su
aplicación para auxiliar en la decisión judicial. Hay ejemplos diversos de la
aparición de asistentes legales entrenados. Por ejemplo, en China ya funciona
Xiao Fa que genera borradores de hipotéticas sentencias penales en cien tipos
de delitos como los de los Tribunales de Hengezhou, Pekín y Guangzhou y ayuda a
decidir en asuntos sobre operaciones en red, comercio electrónico y propiedad
intelectual. El Ministerio Público Fiscal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
utiliza a Prometea, que es capaz de predecir en menos de 20 segundos y con una
tasa de acierto del 96%, la solución a un caso judicial. El uso de
procedimientos de IA ha permitido, asimismo, haber reducido el tiempo destinado
a seleccionar casos urgentes de 96 días a 2 minutos en la Corte constitucional
de Colombia. También destaca la experiencia comandada por el Ministerio de
Justicia estonio, que está diseñando un “Juez robot” que pueda dirimir litigios
de reclamación de cantidades inferiores a 7.000 euros, y que, a diferencia de
los proyectos anteriores, hace que sea la máquina la que juzgue en primera instancia.
Pero, además, son muchas las técnicas y aplicaciones en las que la IA podría auxiliar en labores
nucleares del proceso penal, como la prueba de hechos punibles y su exposición
en la pericial mediante 3D, infografías, realidad virtual o hologramas. También
algoritmizar indicios y elementos medibles para ayudar al Juez a la hora de
condenar o absolver. A su vez podrían tener un destacado papel en la fase de
instrucción en la toma de denuncias por máquinas o la interacción por voz o
chat mediante asistentes digitales conversacionales reconocedores de lenguaje
natural. Pero también mediante el análisis acelerado de datos personales
vinculados al sospechoso, tratados con técnicas basadas en patrones de
comportamiento y predicción, que hagan más fácil la toma de decisiones como la
adopción de medidas cautelares o la concesión de beneficios penitenciarios.
En el informe de McKinsey “IA, automatización y el futuro del trabajo” se
puso de manifiesto que la automatización desplazará a alrededor del quince por
ciento de la fuerza laboral mundial, o lo que es lo mismo 400 millones de
trabajadores podrían perder su trabajo de aquí a 2030. Dicho estudio alerta de
que la IA no se podrá frenar en los trabajos con tareas repetitivas que serán
sustituidos por sistemas automatizados. En Amazon, los empleados que trabajaban
en los almacenes apilando paquetes hoy se están convirtiendo en operadores de
robots, controlando los brazos automatizados y resolviendo problemas como una
interrupción en el flujo de objetos. Si así pasa en la distribución, en el
Derecho, por muchos togados que se opongan, acabará sucediendo lo mismo.
Al margen de estas consideraciones es imprescindible que se regule la
utilización de la IA, también en la Justicia, para respetar tanto los derechos
fundamentales como las garantías constitucionales. Hace poco más de un año
varios profesores de la Universidad de Deusto firmamos una declaración a favor
de una nueva generación de derechos en la era digital. Era una llamada a la
reflexión sobre la necesaria y urgente defensa de la dignidad e integridad de
la persona en el contexto de la revolución tecnológica. Uno de los dieciséis
derechos que propusimos rezaba: “Toda persona tiene derecho a que las
decisiones que afectan a sus derechos no se adopten exclusivamente a partir del
tratamiento automatizado de información. Por ello, debe garantizarse la
revisión por personas de cualquier decisión automatizada que incida sobre
derechos y libertades”. Detrás de la IA siempre tendrá que estar un Juez.
Deep Blue también permitió que naciese un nuevo término en la empresa: los
centauros. Actualizando a nuestros días esa mezcla de hombre y caballo de la
mitología griega nos encontramos con la IA. Ahora ya es posible un nuevo
centauro, híbrido de hombre y máquina. La capacidad analítica pero también
emocional de las personas unida a la sofisticación de las máquinas permitirá
poder resolver problemas inimaginables. También en la Justicia.
Iñaki Ortega es director de Deusto Business School
Eloy Velasco Núñez es magistrado de la Audiencia Nacional
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