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martes, 31 de octubre de 2023

La economía creativa

(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el día 27 de octubre de 2023)

Con la llegada del otoño nos toca a los profesores desempolvar los trajes académicos para las aperturas del curso universitario. Toga y birrete negros, guantes blancos y muceta del color de la facultad. Este año en una de estas ceremonias la lección magistral fue sobre la creatividad. El honor de dictar dicha lección recayó en un profesor que vestía de blanco porque se había doctorado en Bellas Artes y aportó algunos guarismos para demostrar la relevancia la importancia de este atributo. Para el profesor especializado en arte audiovisual José Cuesta si fuera un país el conjunto de actividades vinculadas a la educación, el arte, la cultura o el entretenimiento sería por facturación la cuarta economía mundial detrás del PIB de Estados Unidos, China y Japón. La también conocida como ICCs (industrias culturales y creativas) sería el noveno país con mayor exportación y la cuarta fuerza laboral con 144 millones de trabajadores. Y lo mejor es que sería el país del mundo con el mercado laboral más paritario, el que más empleo generaría para los jóvenes en el planeta y la nación con el mayor nivel de estudios entre sus trabajadores.

La economía creativa para el primero que la acuñó, John Howkins, es aquel sector de la economía que aglutina la generación de ideas y conocimiento. El concepto abarca la economía del conocimiento con actividades como educación, investigación e innovación, pero también la disciplinas como el arte, entretenimiento, diseño, arquitectura, moda, comunicación o gastronomía. Lo más interesante es que en estas actividades de conocimiento trabajan las bautizadas por el profesor Ricard Florida como clases creativas. Este profesor de la Universidad de Toronto considera que esta clase creativa, es el principal motor económico del mundo moderno. El estrato de creadores incluye intelectuales, artistas, diseñadores o emprendedores y las ciudades que atraen y retienen miembros de esta nueva clase prosperan mientras que las que no lo hacen se estancan. De acuerdo con sus conclusiones la mano de obra ya no sigue a las empresas, sino que son las propias empresas las que siguen a la mano de obra.

Lo más novedoso del profesor Florida no es señalar que la clave del éxito está en el talento, ya que la aportación al desarrollo había sido estudiada por buen número de investigadores de la doctrina económica. Lo más original es que a diferencia del factor productivo clásico, la tierra, no constituyen una simple dotación que viene dado por las características de una determinada sociedad sino un flujo. Se trata de elementos altamente móviles que se desplazan de un lugar a otro. La clave para traer ese talento está en libertad y en la calidad de vida. De esta manera los países abiertos, diversos, respetuosos y tolerantes serán los más exitosos.

Por ello las instituciones han de priorizar estas condiciones (y no las contrarias). Los territorios pueden experimentar salidas o entradas en su stock de talento en función del atractivo respecto a sus vecinos. Algunas políticas destinadas a promover son la implantación de sistemas educativos de calidad, meritocráticos y adaptados a las necesidades del mercado. Otras buscan promover la predisposición de los individuos hacia la innovación, la asunción de riesgos y la actividad empresarial. También son muy destacadas las actuaciones para que la tecnología y la empresa se imbriquen. Por último, es imprescindible que el entorno no sólo ofrezca oportunidades académicas, profesionales o empresariales sino también personales; el talento debe sentirse a gusto y, para ello, es necesario que exista tolerancia, mentalidad abierta, oferta de ocio y entretenimiento, así como discursos públicos que dignifiquen y apoyen a estos innovadores.

En los textos de Howkins se habla indistintamente de economía creativa o economía naranja siempre que comprendan todas las actividades relacionadas con la creatividad y generen valor. Pero, con independencia de cómo le llamemos, conviene no confundir economía creativa con otras expresiones, por ejemplo, la contabilidad creativa. Tras la reciente actualización de los datos de contabilidad nacional que tanto ha gustado al gobierno en funciones o la exclusión de los fijos discontinuos de los datos de desempleo, muchos economistas pensamos que algo de creatividad -de la mala- hay para acabar tergiversando la información. También sería imperdonable equivocarse con otro tipo de creatividad como aquella con la que sorprendió hace poco la vicepresidenta Yolanda Diaz al acusar a los innovadores de diseñar "cohetes para escapar de la tierra” o de huir “del mundo con el metaverso” y así dejar a los pobres tirados. Qué pena porque todas estas otras “creatividades” van justo en la dirección contraria de las recomendaciones de los expertos mencionados y por tanto en alejarnos del dividendo de la economía que glosó el profesor de videojuegos en la apertura del curso académico.

Naranja es la economía que puede salvar el mercado laboral español y es también el color de la muceta que nos colocamos encima de la toga los economistas cuando nos toca usar el traje académico. Creatividad y economía unidas en un color y ojalá en un país.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Alerta Roja

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 4 de septiembre de 2023)


Es la primera vez en la historia que se han usado los móviles para alertar a los ciudadanos de una emergencia. A las dos y media de la tarde de ayer en Madrid y Toledo, por arte de magia, una sirena sonó en todos los teléfonos avisando de una situación de alerta por inundaciones. Con una penetración del 100% de la telefonía móvil en comunidades como la madrileña -conforme a datos oficiales del ONTSI- habrá sido prácticamente imposible no enterarse del aviso del temporal extremo.

Las cosas cambian y lo que cuando yo era un niño era la gota fría de final del verano, ahora es una DANA, un acrónimo que surge del término exacto para referirse a estas tormentas, a saber: depresión aislada a niveles altos. Antes la radio -a duras penas- te iba informando de las catástrofes y hoy la tecnología hace posible las alertas tempranas que llegan directamente a todos y cada uno de los ciudadanos para evitar males mayores. Los alcaldes publicaban bandos que la policía municipal explicaba por las calles y ahora dinámicos regidores usan las redes sociales para que todo el mundo se ponga a buen resguardo frente a las inclemencias atmosféricas. Los meteorólogos eran “los hombres del tiempo” que fallaban más que una escopeta de feria; hoy, muchas de ellas mujeres tecnólogas, tienen a su disposición potentes innovaciones basadas en la ciencia de datos que permiten adelantar decisiones que salvan vidas.

La alerta roja que recibimos ayer en el teléfono los que vivimos en esta parte de España es una buena forma para recordar que la tecnología lo está cambiando todo y la mayoría de las veces para bien. José Ortega y Gasset dejó escrito el siglo pasado que “el único instrumento que el hombre tiene para transformar este mundo es la técnica”. Lo estamos haciendo. No lo hemos dejado de hacer a lo largo de la historia de la civilización. Desde la rueda a la imprenta pasando por las vacunas. Ahora la diferencia es que se ha acelerado ese cambio gracias a tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial generativa. El famoso ChatGPT es la punta del iceberg de lo que hay debajo y es la capacidad para utilizar miles de millones de datos para predecir el futuro -como esta DANA- y mejorar la vida de las personas en términos de bienestar.

La alerta roja por el temporal recibida en el móvil debería servir de alguna manera como un aviso -también extremo- para que profesionales y empresas sepan que sin la tecnología no habrá empleo que mantener ni compañía que ofrezca servicio alguno. Da igual los años que tengas, el sector en el que se sitúe tu compañía, el departamento en el que trabajes o seas directivo o empleado si no usas las novedades tecnológicas te quedarás a la intemperie. No lo digo yo sino todos los días informes de los mejores institutos de investigación. Si no estás al día de las innovaciones tecnológicas no tendrás refugio alguno y riadas, como las de ayer, se llevarán por delante tu puesto de trabajo y tu empresa. No podrás decir que no estabas avisado.

Iñaki Ortega es doctor en economía en LLYC y UNIR

martes, 1 de agosto de 2023

Todos a la huelga

 (este artículo se publicó originalmente en el Periódico de España el día 30 de julio de 2023)


Corría el año 1986 y Washington alojaba la reunión anual del consejo de profesores de matemáticas y una veintena de docentes, portando pancartas, se manifestaban frente al hotel del congreso. En sus carteles frases como "cuidado: el uso prematuro de la calculadora puede ser perjudicial para la educación de su hijo" o "no a la calculadora en la enseñanza primaria hasta que el cerebro sea entrenado". Protestaban ante la recomendación de su asociación de integrar la calculadora en el temario de matemáticas de la escuela en todos los niveles y amenazaban con ir a la huelga. En las caras de los manifestantes se dibujaba el temor a perder sus trabajos, pero también el incordio de que una máquina al alcance de sus alumnos hiciese mejor los cálculos que ellos mismos.

Han pasado casi cuarenta años y hoy en Estados Unidos también se manifiestan un puñado de profesionales en contra de la tecnología. Esta vez es el sindicato de actores denunciando que gran parte de los trabajos de secundarios desaparecerán de las películas porque serán sustituidos por avatares realizados por la inteligencia artificial. Los actores se han unido a la ya convocada huelga de los guionistas. Coinciden ambos colectivos en exigir restricciones en el uso de la inteligencia artificial en las producciones porque es una amenaza "existencial". La inteligencia artificial aplicada al cine podría crear “un escenario apocalíptico en el que actores falsos y muertos podrían ser las estrellas del mañana a través de rostros y voces generados por computadora”. Los sindicatos con más representación en Hollywood alertan de un futuro de películas generadas por computadora sin la participación de un equipo humano de cámaras, actores o guionistas en el que ellos perderían su trabajo.

No es nuevo. También hacia el año 1811 hubo en Inglaterra quienes usaron los piquetes contra los avances tecnológicos. Los luditas, fue un movimiento encabezado por artesanos que atentaban contra las nuevas máquinas como los telares mecanizados introducidos durante la Revolución Industrial. La tecnología de los nuevos telares permitía fabricar sesenta centímetros de brocado de seda a la semana frente a los apenas dos de los antiguos. Por ello cientos de talleres cerraron ante la incapacidad de competir y miles de trabajadores fueron despedidos. Ned Ludd era uno de esos aprendices en Nottingham que pasó la historia por ser uno de los primeros que quemó varios telares textiles mecánicos y de paso poner nombre al movimiento en contra de esa tecnología.

Y todavía más lejos, hacia el 1500 coincidiendo con la invención de la imprenta de Gutenberg, algunas voces alertaban de esta “peste llegada de Alemania” porque la nueva tecnología que permitía producir miles de volúmenes haría que esa “abundancia de libros convirtiese en menos estudiosas a las personas”. La popularización de los libros llevó incluso a algunos a alertar de los efectos nocivos en la salud y en la economía del exceso de lectura. Libros prohibidos o bibliotecas quemadas fueron la reacción. La tecnología de la imprenta, criminalizada por poner en cuestión el orden establecido y porque algunos escribanos se quedaban sin trabajo.

Todos aquellos que en el siglo XVII y en el XIX luchaban contra el paso del tiempo usaban argumentos casi tan peregrinos como los de los profesores de matemáticas en los años ochenta y estos días los actores americanos. Leer novelas de caballeros no enloquece; los telares mecánicos no son instrumentos del mal; usar la calculadora no te convierte en un patán de por vida y la tecnología no ha acabado con la industria del cine, sino que ha provocado que se vean más películas que nunca en la historia.

Ir a la huelga para la defensa de tus intereses es un derecho, pero hacerlo porque pierdes el trabajo o la posición de ventaja de tu empresa es ir contra el progreso. Joseph Schumpeter lo dejó escrito en su teoría económica hace ya más de 100 años.  Se refería a la actividad emprendedora como “destrucción creativa” puesto que las creaciones de esos emprendedores acaban por destruir obsoletos productos o servicios que solo se mantienen por la inercia de falta de competencia. El MIT, una de las universidades con más patentes del mundo, precisamente define las innovaciones como aquellas novedades que crean valor, aunque para ello en muchas ocasiones haya que alterar el statu quo.

Ojalá que, en los próximos meses en la negociación por un nuevo gobierno de España e incluso de Cataluña no se elija el camino de los piquetes. Esta vez no será esgrimida la amenaza de la tecnología y en cambio sí la de la ideología disfrazada de supuestas libertades; también estará muy presente -como en todos los casos citados en este artículo- un puñado de empleos perdidos, aunque sea de militantes políticos. Como dijo el portavoz de los profesores que sí creían en la calculadora "en una sociedad moderna hay que usar herramientas modernas".

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC


domingo, 3 de abril de 2022

El nuevo polonio ruso son los datos

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información el día 29 de marzo de 2022)


Hace pocos días se supo la noticia de la muerte en Kiev de la periodista rusa Oksana Baulina fruto de un misil de precisión lanzado por sus compatriotas. Oksana, conocida por sus críticas al régimen de Putin, no estaba en una “zona caliente” de la guerra sino en un enclave seguro junto a informadores internacionales.  Falleció mientras visitaba, en una caravana de periodistas, un arrasado centro comercial de la capital ucraniana. Cuando grababa imágenes de la destrucción provocada por la invasión rusa, su coche fue alcanzado por un proyectil que acabó con su vida al instante. Ningún otro vehículo de la expedición resultó dañado. Oksana, era corresponsal en Ucrania de un medio digital americano, pero antes trabajó para la Fundación Anticorrupción del opositor ruso Alexei Navalni. Después de que la organización fuera catalogada como una organización extremista, tuvo que abandonar Rusia para poder seguir informando sobre la corrupción del gobierno ruso.

Navalny, con este atentado, habrá vuelto a recordar desde su cárcel rusa aquel 20 de agosto de 2020 en Siberia en el que fue hospitalizado en estado grave. Su familia denunció que había sido envenenado, pero los médicos rusos se negaron a aceptar esa hipótesis y por tanto a iniciar un tratamiento. Entonces, Alemanía movilizó un avión medicalizado que logró trasladarle a Berlín. Unos días después el gobierno germano confirmó que las pruebas de toxicología eran «inequívocas» respecto del envenenamiento con Novichok, un veneno diluido en un té que Navalny tomó en el aeropuerto siberiano.

En noviembre de 2006, Alexander Litvinenko, pide también un té en un hotel de Londres. Tres semanas después, este antiguo espía ruso arrepentido, muere en un hospital británico. Dos días antes de fallecer, científicos atómicos confirmaron que dio positivo en envenenamiento por la radiación de polonio.

Oksana ha sido la penúltima víctima del Kremlin, pero esta vez no ha hecho falta un veneno en la taza de té. Ha bastado, probablemente, que la periodista rusa aceptase las cookies de alguna web para que su teléfono fuese rastreado por el ejercito ruso. Sea por eso, o por uno de los miles virus informáticos que pueden alojarse en cualquier móvil, Oksana fue localizada y el resto lo hizo un cohete de alta precisión. Hoy tus datos personales se pueden convertir, por tanto, en tan malignos como ese polonio que usa la KGB.

Hace un par de años Jim Balsillie, el que fue CEO de la matriz de los míticos teléfonos BlackBerry, testificó ante el comité canadiense de privacidad y democracia internacional y dejó para los anales esta frase “los datos no son el nuevo petróleo, son el nuevo plutonio”. En la declaración más extensa explica que los datos de carácter personal gestionados inadecuadamente tienen el potencial de causar un tremendo daño. Por supuesto que Jim no sabía lo que iba a suceder años después en Kiev con el asesinato de la periodista, pero sí conocía la historia de la segunda guerra mundial. Como explicó Adolfo Corujo en un recomendable podcast, el exterminio judío, puede explicarse también por el uso de datos personales. Holanda fue el país donde fueron asesinados un mayor porcentaje de judíos, 74%, pero en cambio en Francia esa cifra no llegó al 25% ¿Dónde reside fue la diferencia? Los nazis cuando invadían un país acudían a los registros municipales, para localizar a los judíos y otras víctimas. Holanda, antes de la invasión, había aprobado una norma para recopilar todo tipo de datos que ayudasen en sus políticas públicas. Uno de esos datos que disponían y tenían actualizado era la religión de las personas. Cuando, en mayo del 1940 el ejército nacional socialista invade el país de los tulipanes, solo tuvieron que ir al censo para encontrarse una exacta base de datos del número de judíos con sus direcciones. En el caso de Francia esa información no se almacenaba por cuestiones de privacidad. El ejército alemán no encontró en Francia esa información y gracias a ello, cientos de miles salvaron sus vidas.

No es nuevo, por tanto, que los datos de carácter personal son plutonio. Lo que sí es nuevo es que la tecnología ha permitido generar sistemas que recolectan estos datos con una eficiencia y a una escala astronómica a nivel global. Y esos datos, en malas manos, puede provocar un asesinato, un ataque a una infraestructura crítica o llevar a la bancarrota a una empresa. Sí, todo por un dato personal.

El plutonio es un material tóxico y radiactivo. El principal tipo de radiación que emite es la “radiación alfa” que ingerida o inhalada puede causar cáncer de pulmón o envenenamiento mortal. También el plutonio es un elemento que se utiliza en la fabricación de armas nucleares. Por eso este elemento químico está sujeto a todo tipo de restricciones en su uso, transporte y almacenamiento. Pero al mismo tiempo, el plutonio se utiliza en marcapasos que evitan infartos de miocardio y en los combustibles de los reactores de las centrales nucleares que están salvando, por ejemplo, a Francia, de la crisis energética que vivimos actualmente

Hay datos que son plutonio. Para bien y para mal. Por ello el debate no es prohibir su uso sino regularlo. Cada vez se habla más de una cuarta generación de derechos humanos ante los abusos de la mala tecnología. Los primeros derechos humanos, con la libertad y la igualdad, nos protegieron frente al poder absolutista gracias a la Revolución francesa. La segunda generación, con el derecho al empleo y la sanidad, permitió que hubiese un Estado que nos defendiese. La tercera oleada de derechos fundamentales fue coherente con la globalización y consagró el pacifismo Se necesita, por tanto, una cuarta, la de los derechos fundamentales en la era digital. El derecho a ser olvidados, el derecho a la identidad digital, la imparcialidad de la red y por supuesto el control de nuestros datos personales para evitar usos tan perversos ahora y en el futuro.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

viernes, 11 de febrero de 2022

¿A qué esperas para afilar el hacha?


(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 7 de febrero de 2022 )


Un fornido joven le pide trabajo a un leñador que dirige una cuadrilla en un bosque. El capataz al ver su envergadura y pensando en la cantidad de árboles por podar antes del verano le ofrece empleo sin pensarlo mucho. El primer día trabaja duramente y corta muchos troncos. La segunda jornada se esfuerza igualmente, pero inopinadamente su producción es la mitad. Al día siguiente con renovadas energías, el meritorio se propone mejorar su producción. Desde el alba golpea el hacha con toda su furia contra los árboles hasta el anochecer, pero los kilos de madera siguen bajando. Cuando el encargado se da cuenta del menguante rendimiento del chico nuevo, le pregunta por la última vez que afiló su hacha. El joven, aun exhausto por la paliza, responde enfadado que no ha tenido tiempo porque ha estado demasiado ocupado cortando árboles.

El hacha es el apero que necesitan los leñadores para trabajar. Con el uso, la cuchilla deja de cortar, se convierte en roma y por tanto ineficaz en la tala de arboles. Parar para afilar el hacha es parte del trabajo, aunque la impaciencia e inexperiencia del aprendiz, piense que es perder el tiempo.

Esta semana hablando con la primera ejecutiva de una multinacional sobre las exigencias de la alta dirección me dijo -en inglés- “yo afilo mi hacha” todos los fines de semana. Al ver mi cara de desconcierto se sintió obligada a explicarme cómo las profesionales de su nivel o sacan tiempo para actualizarse y seguir en forma o de lo contrario, alguien que sí lo ha hecho, acabará ocupando su puesto. Cuando terminé la videoconferencia con ella, tecleé en el buscador de mi ordenador esa expresión y me encontré con el cuento con el que ha empezado este artículo.

La herramienta para nuestro trabajo somos nosotros mismos; nuestra cabeza, pero también nuestro físico. Y en los tiempos que vivimos no siempre es fácil sacar tiempo para cuidar esa herramienta. La tecnología ha cebado un estajanovismo para que no quede un mensaje sin responder y al mismo tiempo una oferta de ocio inconmensurable que lastra el descanso. Horas y horas trabajando dentro y fuera de la oficina. Horas y horas consumidas delante de la pantalla del móvil o de la televisión.  Como en el cuento, golpeamos y golpeamos al árbol, pero cada vez rendimos menos. Este ritmo vertiginoso de reuniones que atender, series que ver, tareas que resolver, redes sociales que revisar y prisas para todo, impide parar. Parar para saber dónde quiero ir, parar para ponerme fuerte, parar para dormir, parar para estudiar, parar para comer bien, parar para aprender, parar para escuchar, parar para reír, parar para alzar la vista y ver si hay luz al final del túnel.

Un año de pandemia ha sido como cinco años para la digitalización de muchas tareas, según los analistas de Gartner. Y ni te cuento para la salud mental. Esto va muy deprisa…¿a qué esperas para afilar el hacha? Luego no digas que estabas demasiado ocupado.

Iñaki Ortega es doctor en economía en la Universidad en Internet UNIR y LLYC

lunes, 13 de septiembre de 2021

La buena tecnología


(este artículo se publicó originalmente en Actualidad Económica el suplemento económico del diario El Mundo, el día 12 de septiembre de 2021)



Las noticias falsas, el perverso uso de los datos personales, el cibercrimen, la precariedad laboral o el ciberactivismo han traído una profunda desconfianza hacia la tecnología.  Algunas de las grandes plataformas tecnológicas ya son más poderosas que los gobiernos de la mayoría de las naciones del mundo y saben más de nuestra vida que nosotros mismos. Este verano Apple ha anunciado que el nuevo iPhone tendrá un sistema que analizará las imágenes que se hagan con todos sus dispositivos en busca de material inapropiado. No sabemos si esta tecnología se implantará finalmente en todos los móviles, pero en el caso de hacerse miles de millones de usuarios podrían ser vigilados permanentemente. Yuval Harari cree que la inteligencia artificial será capaz de saber la orientación sexual antes que el propio adolescente simplemente por los datos acumulados de su navegación en internet o redes sociales.

Pero a pesar de lo anterior, es imprescindible defender la tecnología en la era de la covid19. Porque sin los avances tecnológicos hubiera sido imposible encontrar y dispensar una vacuna en tiempo récord, mantener la cadena logística de abastecimiento sin interrupciones, permitir la asistencia sanitaria universal, impartir millones de horas de clases en colegios y universidades, y un sistema de telecomunicaciones que ha permitido sobrevivir a la economía y a las familias. La buena tecnología ha estado disponible en los momentos más difíciles, fue buena porque resistió y porque ayudó al bien común.

La pandemia ha sumido a países como España en una profunda crisis que exige reconstruir las bases de nuestro modelo económico. Pero, al mismo tiempo, la alarma sanitaria ha permitido en un año avances tecnológicos que sin ella habríamos necesitado más de un lustro en conseguir. Quiero pensar que tantos sectores económicos devastados, con lo que ello supone en términos de destrucción de empleo y empobrecimiento, será un incentivo para acelerar, de una vez por todas, el proceso de transformación digital. Las empresas tecnológicas en España en plena emergencia sanitaria fueron declaradas sector esencial, esto demuestra que también son esenciales para cualquier otra industria del país y para el nuevo tiempo que nos toca vivir.

Ha tenido que ser la pesadilla de la alarma sanitaria la que nos ha hecho ver cómo la tecnología nos ha cambiado la vida para bien ya que está detrás de la erradicación de muchas enfermedades mortales o que la pobreza se esté reduciendo e incluso está haciendo posible un mejor planeta para las minorías. La esperanza de vida no ha dejado de crecer y apenas hay diferencias en la edad media por ejemplo entre Argelia y Hungría; la mayoría de la población del mundo vive en países que no son pobres y la energía ha llegado a la inmensa mayoría del globo. 

El coronavirus ha marcado un antes y después en nuestras vidas, pero también en la historia. Acabamos de iniciar, por tanto, la era de la pandemia. La época que recién empieza está por definirse, pero ya hay una certeza, la tecnología lo impregnará todo. Mi apuesta es que será para bien. Aquellos territorios que abracen el cambio tecnológico -sin esperar a que todo vuelva a ser igual que en marzo de 2020- conseguirán empresas, empleos y sistemas de bienestar resilientes. En la era de la pandemia no puede mirarse hacia atrás con nostalgia sino hacia el futuro con ilusión. Cada día la tecnología nos da buenas noticias en todo el mundo: aplicaciones que nos permiten viajar con garantías, hospitales que se construyen en semanas, sistemas logísticos eficientes, infraestructuras seguras de datos, empresas que no contaminan con el hidrógeno verde y administraciones soportando la economía a través de ayudas para las pymes y ciudadanos. Por supuesto que los problemas seguirán ahí y sufriremos episodios que la tecnología no podrá resolver e incluso en ocasiones empeorará.

No obstante, por cada uno de esos escenarios distópicos, hay diez beneficiosos, según el investigador Rafael Yuste. La neurotecnología se aplicará en pacientes con Parkinson a través de estimulación cerebral o en personas sordas con implantes que incorporan un micrófono que recogerá sonidos del exterior. En el futuro también se espera que con estas tecnologías puedan llegar a ver personas ciegas, o curar el Alzheimer finalmente gracias al refuerzo de los circuitos neuronales de la memoria.

Tenemos que aprovechar esta buena tecnología que nos permite lo anterior pero también hace posible abrirnos al mundo, trabajar a distancia, asumir con naturalidad la irreverencia de las nuevas generaciones, encontrar valor en los datos o competir con cualquiera. La reconstrucción económica y social de países como España ha de basarse en el talento de las personas y las instituciones que utilicen estas buenas tecnologías. Ortega y Gasset postulaba que la técnica solo adquiere sentido si está al servicio del hombre, en nuestra mano tenemos, ahora, darle la razón al filósofo español.


NOTA: el contenido del artículo se desarrolla en el libro LA BUENA TECNOLOGIA editado por PLANETA y que verá la luz en noviembre de 2021 y del que Iñaki Ortega es coautor


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) 

 

 

viernes, 13 de agosto de 2021

Un nuevo juramento

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 8 de agosto de 2021)


La medicina nace hace más de dos mil años en la Antigua Grecia cuando se evoluciona de la curación basada en la magia y la religión a lo clínico, a lo científico. Hipócrates es considerado el padre de esta medicina moderna pero también ha pasado a la historia por haber dejado escrito el primer código ético de conducta en una profesión que se mantiene en nuestros días. Es el juramento hipocrático, un compromiso que asume el médico para actuar siempre en beneficio del ser humano y nunca perjudicarlo. Del compromiso moral del médico griego en forma de promesa, se evolucionó el siglo pasado a los códigos deontológicos. Periodistas, abogados, médicos y otras profesiones tienen en esos códigos, negro sobre blanco, una serie de compromisos éticos a seguir en el ejercicio de su actividad. Fue el filósofo alemán Kant quien popularizó la deontología para referirse a aquella parte de la ética que trata deberes y principios que afectan a una profesión

Las noticias falsas nos llevan a tomar decisiones injustas y conforme a un reciente informe dos de cada tres ciudadanos (68%) se ve incapaz de diferenciar lo que es real de una manipulación deliberada o un bulo. La automatización destruye los empleos de los más vulnerables, de hecho, McKinsey ha pronosticado que entre 400 y 800 millones de personas serán desplazadas de sus puestos de trabajo antes de 2030 debido a la automatización. La ciberdelincuencia campa por sus respetos empobreciendo a los atacados y haciendo más fuertes a los criminales; en España un 24% de las grandes empresas han sufrido algún ataque, pero el 31,5% de los usuarios particulares de Internet han sido hackeados.

Acabamos de citar tres ámbitos en los que la digitalización está lesionando la dignidad del ser humano. Solamente tres expresiones de esta era digital en los que la ética profesional defendida por Hipócrates y Kant ni está ni se le espera. Podríamos citar muchas más como la “uberización” de la economía o lo que es lo mismo la precarización de muchos empleos vinculados a plataformas tecnológicas o la habitual utilización de los datos personales para usos mercantiles sin permiso alguno, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la noticia esta semana de que el nuevo iPhone podrá saber las fotos que ves y denunciarte a la policía. El profesor Anderson de la Universidad de Cambridge ha alertado de que con esa decisión de Apple estaríamos en la antesala de la vigilancia permanente de nuestra intimidad.

Detrás de todas estas expresiones que atentan contra la ética hay profesionales, muchas veces directivos que deberían ser conscientes de que sus decisiones en el ejercicio de su actividad lesionan derechos y pueden llegar a ser inmorales. Una suerte de nuevo juramento hipocrático para los tecnólogos podría ser la solución y no son pocas las instituciones que ya lo han propuesto. Mi amigo Ignacio Pascual que trabaja seleccionando directivos en la firma Alexander Hughes me ha dado otra solución este verano. La autorregulación. Su argumento es que cada vez más los criterios de búsqueda de los mejores ejecutivos incluyen además de experiencia y capacitación técnica, exigencias de estándares éticos. Las empresas empiezan a darse cuenta de que tan importante como ganar dinero es hacerlo sin dejar a nadie atrás. Ojalá estemos a tiempo. 


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la UNIR


lunes, 28 de junio de 2021

Juegos muy serios


(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el día 28 de junio de 2021)


Ahora que comienzan las vacaciones escolares, si tienes cerca un adolescente (y conexión wifi) es muy probable que le oigas gritar, reír y hasta patalear a solas encerrado en su cuarto. No te alarmes, no está poseído por el demonio. Tampoco te enfades pensando que ha montado una fiesta en tu casa. Simplemente está jugando.

Jugar es consustancial a la edad infantil. Y menos mal. Los psicólogos aseguran que los juegos infantiles facilitan la creatividad y el aprendizaje. Además, fomentan la autoestima, hacen sonreír, focalizan la atención y segregan endorfinas, la hormona de la felicidad. Pero a pesar de todo eso, algunos adultos nos hemos empeñado desde hace unas décadas en que jugar es malo. Me explico. Todo comenzó a mediados de los ochenta del siglo pasado cuando, gracias a la tecnología, los videojuegos llegaron a los hogares. Los videojuegos se habían inventado un poco antes, pero el paso de jugar al Comecocos en los salones recreativos a hacerlo en casa con la irrupción de los ordenadores portátiles marcó todo un hito. La generación de la EGB se acostumbró a videojuegos como Super Mario Bros con las famosas consolas de Nintendo o los Spectrum. Y jugar que había sido una sana costumbre para los niños a lo largo de la civilización, comenzó a ser vista como una amenaza para su futuro. Los padres de entonces (y los de ahora) despotricaban de esos chismes que distraían a los chavales de estudiar y labrarse un buen futuro. Nada más lejos de la realidad. Me cuenta el profesor madrileño José Cuesta que hoy la tecnología que soporta los videojuegos es una herramienta clave para la competitividad de las empresas ya que les ayuda en su transformación digital. Por ejemplo, usando la realidad virtual de los videojuegos se posibilita la monitorización de una planta industrial. Pero si agrupamos el uso de tecnología de los videojuegos en las empresas aparecen tres grandes campos: la selección de personal, el entrenamiento de habilidades y las simulaciones virtuales. Y esto no ha hecho más que empezar porque gracias a que millones de jugadores se divierten, se ha creado una industria que no deja de crecer e invertir en mejorar hasta límites insospechados los videojuegos. Esa sofisticación de los juegos digitales tiene aplicaciones en la salud, con las cirugías en remoto o en la seguridad del mundo, usando la realidad virtual para evitar catástrofes o atentados terroristas. El cine y las nuevas plataformas de televisión actuales tampoco se entenderían sin la calidad técnica de los videojuegos.

Esta afición exige destrezas como la rapidez de respuesta, la memoria visual o la concentración. Y por si fuera poco la tecnología de hoy permite jugar con tus amigos, aunque cada uno esté en su casa, fomentando el trabajo en equipo. Hay quien se ha atrevido a bautizar como “juegos serios” este fenómeno porque mezcla aprendizaje y diversión. Por eso cuando oigas ese jaleo en la habitación del adolescente, alégrate porque está preparándose para la economía digital y el nuevo mercado laboral.

 

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

miércoles, 18 de marzo de 2020

Jueces centauros. La inteligencia artificial se hibridará con los humanos



(este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión el día 17 de marzo de 2020)


La Inteligencia Artificial (IA) ha conseguido hacerse un hueco en nuestras vidas y su uso está mucho más extendido de lo que nosotros mismos creemos. Quizás el culpable de esta errónea percepción es Deep Blue. Han pasado más de dos décadas desde que el famoso robot de IBM venciese al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, sin embargo, los cambios disruptivos que se anunciaron entonces nunca llegaron. Pero en los últimos años han comenzado a pasar muchas cosas. Aunque aún no vinculemos la IA con nuestra cotidianidad, todos los días usamos un asistente de voz en el móvil o en casa. Siri de Apple nos informa del tiempo; Alexa de Amazon pone la música que nos gusta cuando se lo pedimos; Facebook o Google nos etiquetan y clasifican fotos a través del reconocimiento de imágenes y Waze nos da información optimizada y en tiempo real sobre los atascos. No son tan conocidos los dispositivos domóticos como termostatos inteligentes; los chatbots -sistemas que usan el lenguaje natural para la comunicación entre seres humanos y máquinas y que gracias a la IA mejoran con cada experiencia- o los asistentes para compras o para el aprendizaje de idiomas y hasta en la búsqueda de viviendas o en diagnósticos médicos. La lista se haría interminable si incluyéramos los videojuegos, los drones, las armas inteligentes y los vehículos autónomos donde la IA ha desembarcado con fuerza.

Y ha aterrizado también en el derecho. Los abogados llevan ya un tiempo beneficiándose de su uso, mediante algoritmos de tratamiento de datos, que les ayudan a buscar estrategias que han tenido éxito en casos similares o a rectificar argumentaciones. Ahora le toca al terreno procesal y vaticinamos que paulatinamente irá permeando al núcleo duro del Derecho Penal mediante su aplicación para auxiliar en la decisión judicial. Hay ejemplos diversos de la aparición de asistentes legales entrenados. Por ejemplo, en China ya funciona Xiao Fa que genera borradores de hipotéticas sentencias penales en cien tipos de delitos como los de los Tribunales de Hengezhou, Pekín y Guangzhou y ayuda a decidir en asuntos sobre operaciones en red, comercio electrónico y propiedad intelectual. El Ministerio Público Fiscal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires utiliza a Prometea, que es capaz de predecir en menos de 20 segundos y con una tasa de acierto del 96%, la solución a un caso judicial. El uso de procedimientos de IA ha permitido, asimismo, haber reducido el tiempo destinado a seleccionar casos urgentes de 96 días a 2 minutos en la Corte constitucional de Colombia. También destaca la experiencia comandada por el Ministerio de Justicia estonio, que está diseñando un “Juez robot” que pueda dirimir litigios de reclamación de cantidades inferiores a 7.000 euros, y que, a diferencia de los proyectos anteriores, hace que sea la máquina la que juzgue en primera instancia.

Pero, además, son muchas las técnicas y aplicaciones en las que la IA podría auxiliar en labores nucleares del proceso penal, como la prueba de hechos punibles y su exposición en la pericial mediante 3D, infografías, realidad virtual o hologramas. También algoritmizar indicios y elementos medibles para ayudar al Juez a la hora de condenar o absolver. A su vez podrían tener un destacado papel en la fase de instrucción en la toma de denuncias por máquinas o la interacción por voz o chat mediante asistentes digitales conversacionales reconocedores de lenguaje natural. Pero también mediante el análisis acelerado de datos personales vinculados al sospechoso, tratados con técnicas basadas en patrones de comportamiento y predicción, que hagan más fácil la toma de decisiones como la adopción de medidas cautelares o la concesión de beneficios penitenciarios.

En el informe de McKinsey “IA, automatización y el futuro del trabajo” se puso de manifiesto que la automatización desplazará a alrededor del quince por ciento de la fuerza laboral mundial, o lo que es lo mismo 400 millones de trabajadores podrían perder su trabajo de aquí a 2030. Dicho estudio alerta de que la IA no se podrá frenar en los trabajos con tareas repetitivas que serán sustituidos por sistemas automatizados. En Amazon, los empleados que trabajaban en los almacenes apilando paquetes hoy se están convirtiendo en operadores de robots, controlando los brazos automatizados y resolviendo problemas como una interrupción en el flujo de objetos. Si así pasa en la distribución, en el Derecho, por muchos togados que se opongan, acabará sucediendo lo mismo.

Al margen de estas consideraciones es imprescindible que se regule la utilización de la IA, también en la Justicia, para respetar tanto los derechos fundamentales como las garantías constitucionales. Hace poco más de un año varios profesores de la Universidad de Deusto firmamos una declaración a favor de una nueva generación de derechos en la era digital. Era una llamada a la reflexión sobre la necesaria y urgente defensa de la dignidad e integridad de la persona en el contexto de la revolución tecnológica. Uno de los dieciséis derechos que propusimos rezaba: “Toda persona tiene derecho a que las decisiones que afectan a sus derechos no se adopten exclusivamente a partir del tratamiento automatizado de información. Por ello, debe garantizarse la revisión por personas de cualquier decisión automatizada que incida sobre derechos y libertades”. Detrás de la IA siempre tendrá que estar un Juez.

Deep Blue también permitió que naciese un nuevo término en la empresa: los centauros. Actualizando a nuestros días esa mezcla de hombre y caballo de la mitología griega nos encontramos con la IA. Ahora ya es posible un nuevo centauro, híbrido de hombre y máquina. La capacidad analítica pero también emocional de las personas unida a la sofisticación de las máquinas permitirá poder resolver problemas inimaginables. También en la Justicia.

Iñaki Ortega es director de Deusto Business School
Eloy Velasco Núñez es magistrado de la Audiencia Nacional


martes, 30 de abril de 2019

Hackear el ser humano

(este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días el día 30 de abril de 2019)

«Entramos en la era de hackear humanos. A lo largo de la historia nadie tuvo suficiente conocimiento y poder para hacerlo, pero muy pronto, empresas y gobiernos hackearán a personas» No es ciencia ficción, es la premonición de uno de los autores más leídos en el mundo, el profesor de historia Yuval Noah Harari. 

Cualquier usuario de Internet ya ve como normal la irrupción de publicidad absolutamente personalizada gracias a los datos que se recolectan de las páginas que visitamos. Pero también cualquier lector informado sabe que las más importantes agencias de inteligencia tienen como prioridad luchar contra las noticias falsas emitidas desde el exterior que buscan tensionar y desestabilizar nuestras democracias. Quizás no es tan conocido que los tribunales de justicia de este parte del mundo ya dedican más tiempo y recursos a los delitos en la red que a los convencionales o que el cibercrimen mueve más dinero que cualquier industria del mundo, exactamente un 1% del PIB mundial. Además, las noticias sobre el uso perverso de Internet se acumulan: hace unos meses el caso Cambridge Analytica puso de manifiesto que Facebook vendía los datos personales de sus usuarios o recientemente la investigación de la fiscalía de EE. UU. concluyó que Rusia espió, usando Internet, al partido demócrata para beneficiar al entonces candidato Trump. Pero no olvidemos otros casos como Falciani que filtró datos personales bancarios o Weakileaks que hizo lo mismo, pero con agentes secretos, por no mencionar los famosos Papeles de Panamá o los virus informáticos que todos los días se crean como el famoso Wannacry.

Por tanto, si gobiernos y empresas sin escrúpulos ya pueden hackear las elecciones de la primera potencia del mundo; nuestros datos personales (incluso médicos) o el 90% de las empresas españolas ha sido ya atacadas (según un reciente informe de Panda) cuánto tiempo falta para que se creen algoritmos que nos conocerán mejor que nosotros mismos. Con esa tecnología y con todos nuestros datos, insistimos no solo económicos sino también biométricos, será muy fácil manipular, pero también controlar a cualquier ciudadano o empresa.

Las tecnologías de la información son el presente y no deben alarmarnos. Sin embargo, es preocupante que la masiva recolección de grandes conjuntos de datos personales unido al desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial pueda dar lugar a maquinas que nos conozcan mejor que nosotros mismos y que usadas perversamente acaben lesionando la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano.  En este contexto un grupo multidisciplinar de profesores de la Universidad de Deusto, entre los que nos encontramos, proponemos que el derecho actúe como límite a la explotación abusiva de las tecnologías de la información. El ser humano ha de ser capaz de disfrutar de los beneficios de estas tecnologías, pero al mismo tiempo, debe articular instrumentos que le permitan evolucionar en su uso y desarrollo. Los usuarios de la tecnología hemos perdido ya el control de nuestros datos ahora toca retomar esa potestad.

A lo largo de la historia, cada impulso relevante en la defensa de los derechos humanos ha surgido como respuesta de la sociedad civil a manifiestos abusos del poder. Ante el auge exponencial de tantas violaciones de derechos en el mundo digital, no parece razonable demorar la proclamación y afirmación de nuevos derechos fundamentales, surgidos a partir del avance y desarrollo tecnológico. La catedrática valenciana Adela Cortina resume perfectamente la tarea a encarar “todos, sin esperar a la política, tenemos que ser activistas para frenar las noticias falsas, el auge de los populismos, las intromisiones en la intimidad o la falta de seguridad y neutralidad en la red”.

La transformación digital ha traído indudables ventajas, algunas irrenunciables. Pero la respuesta no puede articularse a partir de la frontal oposición a la tecnología, sino mediante su humanización. De modo y manera que prevalezca el bien común sobre los intereses particulares, por mayoritarios y legítimos que éstos sean; así como la prioridad del ser humano sobre todas sus creaciones, como la tecnología, que está a su servicio. Humanizar internet es priorizar la integridad de la persona, más allá del reduccionismo de los datos que pretenden cosificarlo, pero también reivindicar la autonomía y responsabilidad personales frente a las tendencias paternalistas y desresponsabilizadoras. Por último también urge en este campo defender la equidad y justicia universal en el acceso, protección y disfrute de los bienes y derechos que posibilitan una vida digna del ser humano
Por eso concluimos con el profesor Harari que, si los nuevos algoritmos que gestionan nuestra intimidad no son regulados, el resultado puede ser el mayor régimen totalitarista que jamás ha existido que dejará pequeño al nazismo o al estalinismo. Quién será ese nuevo “Gran Dictador” nadie lo sabe, igual es un país o por qué no una empresa o incluso una red de piratas informáticos desde el anonimato de sus hogares. No es el nuevo argumento de un videojuego, es simplemente la constatación de un hecho que por desgracia no tiene el protagonismo que debiera en la opinión pública.  Ojalá que el nuevo tiempo político que ahora se abre ponga el foco en estas cuestiones porque si no quizás será demasiado tarde para reaccionar.

Eloy Velasco es juez de la Audiencia Nacional e Iñaki Ortega es director de Deusto Business School

miércoles, 21 de marzo de 2018

Derechos fundamentales en la era digital

(este artículo se publicó originalmente en el diario El País el dia 19 de marzo de 2018 firmado por Eloy Velasco e Iñaki Ortega)

¿Estamos seguros de que el único precio que pagamos por utilizar un teléfono móvil es la tarifa plana? España es, junto con Singapur, uno de los países donde hay más teléfonos móviles por persona. El 92% de los ciudadanos españoles tiene uno y hay 120 líneas por cada 100 usuarios. Nos situamos por tanto, incluso por encima de Estados Unidos, donde solo el 90% de la población tiene un móvil.

Precisamente en ese país, un juez de Michigan ha condenado a 110 años de prisión a una persona, apellidada Carpenter, porque se le involucró en cuatro atracos a cuatro centros comerciales por los datos de ubicación sacados de su teléfono móvil, aunque se obtuvieron sin orden judicial. A pesar de que su abogado alegó ante el Tribunal Superior que, según la cuarta enmienda de la Constitución americana se estaban violando sus derechos, el tribunal de apelación desestimó la alegación asegurando que nadie está obligado a llevar un teléfono móvil y que si alguien no desea que le geolocalicen, es mejor que no lo tenga.

La tecnología es el presente, y no debe alarmarnos, pero sí es preocupante cómo un uso indebido de la cantidad de datos recolectados gracias a ella puede lesionar la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano.

Los usuarios hemos perdido el control de nuestros datos y es importante retomarlo. Proponemos para ello el Derecho, para que actúe como límite a la explotación desordenada, al desequilibrio y al abuso en la gestión de la tecnología. Debemos ser capaces de disfrutar de los beneficios de la tecnología, pero eso no debe ser incompatible con que gestionemos nuestros datos.

No son pocos los investigadores que hablan de una cuarta generación de derechos humanos que nos permita poder desconectar o que las máquinas nos olviden, incluso que la Red sea neutral. La primera generación de derechos humanos, con la libertad y la igualdad, nos protegió frente al poder de los Estados gracias a la Revolución Francesa. La segunda generación, con el derecho al empleo y la sanidad, permitió un Estado que nos defendiese. La tercera generación de derechos fundamentales fue coherente con la globalización y consagró el pacifismo. Ahora el Derecho tiene que volver a ser el límite a la explotación y al abuso, esta vez en la gestión de la tecnología que muchas plataformas están haciendo. Se necesita por tanto una cuarta generación, la de los derechos fundamentales en la era digital. El derecho al olvido, el derecho a la muerte digital, el derecho a la neutralidad de la Red o el mencionado derecho a gestionar tus datos, son solo algunos campos donde merece la pena profundizar.

En estos momentos, las cinco empresas que se sitúan a la cabeza de la facturación mundial ya no son constructoras o compañías de hidrocarburos, sino que son plataformas que están relacionadas con las telecomunicaciones y la tecnología. Si se nos permite el juego de palabras, el nuevo petróleo son los datos que estas empresas obtienen masivamente de sus usuarios, en ocasiones de manera inconsciente. Es cierto que todas estas compañías sí piden formalmente permiso a los usuarios para obtenerlos, pero el consentimiento que prestamos se da, más para no quedar aislados tecnológicamente del mundo, que por otras razones. Se tardan unos 40 minutos de promedio en leer los “términos y condiciones de uso” que se nos exigen cuando damos de alta un aparato o nos inscribimos en una red social. Sin embargo, y también de promedio, los usuarios prestamos nuestro consentimiento en tan solo ocho segundos.

En 2020 se calcula que habrá 50.000 millones de dispositivos conectados a Internet en el llamado IoT (Internet de las cosas). De modo que a las fuentes habituales de captación de datos deberemos añadir en breve la aportación de los procesadores, los sensores y el tratamiento masivo de esos big data. Y conviene también tener en cuenta que esas máquinas además de captar datos, pueden tratar, ordenar e incluso llegar más allá de lo que normalmente podemos hacer los humanos con nuestras limitadas capacidades.

Mucha de la información que queda en manos de estas empresas son datos personales que incluyen salud, ocio, ideario político o religioso del presente, del pasado e incluso de futuro —a través de nuestra agenda—. Eso incluye también, para nuestra desgracia, los datos borrados y enviados a la papelera o cortes de voz, o imágenes familiares íntimas, por no hablar de los datos de geolocalización. Así, al final, algunas de esas plataformas, que ya son más poderosas que la mayoría de los Gobiernos del mundo, saben más de nuestra vida que nosotros mismos.

A lo largo de la historia cada impulso relevante en la defensa de los derechos humanos ha surgido como respuesta de la sociedad civil a manifiestos abusos del poder. Ante la monarquía absolutista, la declaración de derechos de Virginia del año 1776. Ante el auge de los totalitarismos la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Asamblea de Naciones Unidas del año 1948. Ahora, ante el auge exponencial de tantas violaciones de derechos en el mundo digital, a qué esperamos para actualizar esa lista, e incluso para incluir nuevos derechos.

Es evidente que la transformación digital ha traído muchas ventajas, algunas irrenunciables y casi todas irreversibles. Por tanto, la solución no es poner pie en pared frente a la tecnología. La solución es humanizarla.



Eloy Velasco Núñez es Magistrado-Juez de la Audiencia Nacional e Iñaki Ortega es `profesor y director de Deusto Business School

jueves, 18 de enero de 2018

De la Florencia del siglo XV a la España del turismo


(este artículo se publicó originalmente el 15 de enero de 2018 en el diario La Información dentro de la columna #serendipias)

Esta semana la aparición de dos informes sobre nuestro país nos ha hecho más llevadera la temida cuesta de enero. El nuevo secretario general de la Organización Mundial del Turismo (OMT) certificó que España es ya el segundo país del mundo en número de visitantes con más de 80 millones de turistas en 2017 solamente detrás de Francia. Por otro lado las estadísticas mundiales de criminalidad, dadas a conocer por el Banco Mundial nos han situado como uno de los países más seguros del mundo. Tenemos las tasas de asesinato más bajas no sólo de la Unión Europea, sino del mundo, por debajo de Alemania, Francia o Portugal. Por esta causa, mueren 0,7 de cada 100.000 habitantes, lejos de la media mundial, que asciende a 5,3. Sólo Irlanda, Holanda, Austria, Singapur y Liechtenstein tienen mejores datos.

No pueden estar equivocadas dos instituciones del prestigio de las anteriores y tampoco los millones de ciudadanos que nos visitan cada año y lo atestiguan. España es uno de los mejores países del mundo en calidad de vida. Precisamente el profesor canadiense Richard Florida lleva años defendiendo el poder de ese “buen ambiente”  para cambiar el mundo. Conforme a su teoría de las 3T, los territorios más dinámicos son aquellos que ofrecen las mejores condiciones para atraer y retener el talento (1ªT) y la tecnología (2ªT) –las clases creativas-. Esas condiciones las ha resumido en la palabra tolerancia (3ªT), entendida por el profesor en sentido amplio como la suma de libertades sociales y económicas además de una buena oferta educativa, cultural sin olvidar un clima agradable para vivir.

Otro profesor, Francisco González-Bree, esta vez español,  explica a directivos que la palabra cooperación ha de guiarnos en la nueva economía. Cooperación es un vocablo que procede del latín: co (unión) y operari (trabajar). Trabajar diferentes en unión es lo que dio lugar en el siglo XV de algún modo al llamado “efecto Médici” que ahora en nuestros días podemos reeditar en España. El profesor  de Deusto Business School cuenta en sus clases que Lorenzo de Médici, también conocido como Lorenzo el Magnífico por sus contemporáneos, fue un estadista de la República de Florencia durante el Renacimiento italiano. Príncipe de Florencia, mecenas de las artes, diplomático, banqueropoeta filósofo renacentista, perteneciente a la familia Médici. Esta influyente saga tuvo entre sus miembros a reyes de Francia e Inglaterra, varios Papás además de numerosos dirigentes florentinos que pasaron a la historia por patrocinar artistas y científicos de su época. La vida de Lorenzo coincidió con el esplendor del Renacimiento a finales del siglo XV. Un período de transición entre la Edad Media y los inicios de la Edad Moderna. Significó la reivindicación de la cultura clásica griega y romana pero también, lo que es más importante, se planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano sustituyendo el teocentrismo medieval por el antropocentrismo. La ciudad de Florencia, en Italia, fue el lugar de nacimiento y desarrollo de este movimiento, que se extendió después por toda Europa gracias a las creaciones literarias de escritores como Petrarca y Maquiavelo, las obras de arte de Miguel Ángel o Leonardo da Vinci, y grandes ejemplos de arquitectura, como la iglesia de Santa María del Fiore en Florencia y la Basílica de San Pedro en Roma.

Son muchos los autores que han llegado a considerar este Renacimiento florentino como el periodo de mayor creatividad de la historia de la humanidad. Pero lo que no se conoce tanto es el efecto impulsor de ese periodo conocido como “efecto Médici". Con esta expresión se quiere trasmitir que las explosiones de innovación y creatividad se dan en contextos de atracción de talento y  frontera entre disciplinas. La familia Médici, y en concreto Lorenzo de Medici, financiaron y apoyaron a investigadores, artistas, arquitectos, científicos y pensadores que se instalaron en esa parte de Italia conectando y creando intersecciones entre disciplinas y culturas generando contextos de frontera.

Ahora está en nuestra mano que se pueda reeditar ese periodo de tanta creatividad si nos inspiramos en el “efecto Médici". Son varios los factores que lo están facilitando. El primer factor es el mundo digital y en red que está desarrollando individuos digitales, equipos virtuales, organizaciones integradas, empresas en red y negocios interconectados a través de tecnologías de la información. El segundo factor es el mundo de la innovación, emprendimiento y pensamiento creativo que fomentan una adecuada mentalidad emprendedora, innovadora, crítica y creativa, tan necesaria en el entorno incierto actual de los negocios. El tercer factor es el mundo de la sostenibilidad que integra la búsqueda del éxito empresarial medido en términos de rendimiento, productividad y competitividad a la vez que intenta resolver los retos económicos, políticos y sociales globales y locales. Los nuevos modelos de negocio están integrando la sostenibilidad y el valor compartido como elementos clave para el rendimiento empresarial y la calidad de vida social. El cuarto es una nueva generación que tiene todas las habilidades anteriormente citadas que si se alinean con el poder que ostentan las generaciones pretéritas hará que sea imparable lograr un nuevo Renacimiento en nuestros días. El último factor tiene que ver con cómo empezó este artículo, con buenas noticias que trasladen al mundo un efecto llamada de que en España tenemos el mejor ambiente, la tolerancia de Richard Florida, para hacer florecer el talento.