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lunes, 29 de julio de 2024

Humildad

(Este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el periódico 20 Minutos el 22 de julio de 2024)

El padre Barandiarán fue un sabio vasco que vivió más de 100 años y la gran mayoría los pasó investigando y sirviendo a los demás. El museo dedicado a él en su Ataun natal recibe al visitante con una enseñanza escrita en la pared que aplicó toda su vida. Una lección que recibió de su madre un día siendo niño. Volvía triunfante a su casa en el monte después de hacer brillantemente un duro examen de Latín y para templar su soberbia, su madre le llevó a la puerta del caserío para que José Miguel viese dos manzanos con las ramas dobladas por el peso de los frutos. Con esa visión le dijo: "Cuanto más cargados, más humildes". Esos árboles que tantas alegrías dan con sus sabrosas manzanas, cuando tienen más frutos, más miran hacia abajo, menos presumen.

Esta época que nos ha tocado vivir, protagonizada por las redes sociales, en las que alardear de viajes, comidas o amistades es lo habitual, exige recordar el viejo consejo de una madre a un orgulloso chaval con altas capacidades en la Euskadi rural del siglo pasado. Con el verano ya encima nos empacharemos de imágenes de maravillosos e inalcanzables planes de amigos y conocidos. Imposible no encontrarte al abrir cualquier aplicación en nuestro móvil con demostraciones de playas idílicas, atardeceres paradisíacos y siempre planes de diversión absoluta. Engreimiento y arrogancia. Como si la vida solamente tuviera sentido por poder pasear en barco o comer una mariscada.

Una temporada que nos viene, a la luz de las publicaciones digitales que ya nos inundan, repleta de actitudes altivas, de internautas que nos miran por encima del hombro con su exhibición de imágenes de su supuesto éxito: fiestas interminables, diversión sin límite y risas incontenibles. Frente a esa soberbia, recordemos la humildad del manzano que como el padre Barandiarán jamás presumió de sus frutos. Más bien al contrario, este sabio defendía las horas de trabajo con los siguientes versos a modo de broma: "Una hora duerme el gallo, dos el caballo, tres el santo, cuatro el que no es tanto, cinco el teatino, seis el benedictino, siete el viajante, ocho el estudiante, nueve el caballero, diez el majadero, once el muchacho y doce el borracho".

Menos mal que al mismo tiempo que tanta exhibición morbosa en las redes nos queda el deporte. Los triunfos de la selección española de fútbol o el tenis con Carlos Alcaraz contrapesan tanta altivez. Templanza, coralidad, humildad, sacrificio e historias auténticas. Fabián es el mediocentro español del que todo el mundo habla tras la final de Berlín, un chico criado en Sevilla por su madre que trabajaba limpiando los baños del equipo de fútbol local. Fabián ha contado estos días su historia, la de un niño que dormía en el coche de 7 a 10 de la mañana porque no empezaba a entrenar hasta esa hora en el Betis, pero su madre comenzaba su jornada al amanecer… El apuro que le daba cruzarse con ella sabiendo que se ocupaba de adecentar lo que sus colegas ensuciaban. En pleno éxito, como ese frutal repleto de manzanas, mirando hacia abajo, con humildad, un futbolista cuenta la realidad.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Metaversismo

(este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el día 1 de septiembre de 2022)

El sufijo ismo se usa en el lenguaje castellano para describir una situación que puede considerarse una tendencia o incluso una doctrina. El impresionismo en la pintura, el nacionalismo en la política o el puritanismo en la sociedad son ejemplo de lo anterior.  No se me ocurre un mejor neologismo que Metaversismo para describir el momento en el que este nuevo universo virtual se ha convertido en omnipresente. Ora en un encuentro masivo de criptomonedas, ora para mis siguientes zapatillas, ora para adquirir una propiedad digital. Vayamos por partes porque la complejidad del concepto lo exige.

El metaverso ha penetrado en nuestras vidas sin darnos cuenta. Desde que, en octubre de 2021, Mark Zuckerberg anunciara el cambio de nombre de Facebook a Meta, no han parado de sucederse noticias relacionadas con el término metaverso -que como afirma el emprendedor Jesús Moradillos- es la candidata más fuerte a la palabra del año. Es difícil encontrar en el 2022 un día sin noticia sobre el palabro, un sector sin un plan o una prueba piloto para posicionarse allí o un profesional que supuestamente no vaya a necesitarlo para trabajar. ¡Internet ha muerto, viva el metaverso!

Pero el concepto, a pesar del momento álgido en el que está, no es nuevo ni lo ha inventado el fundador de Facebook. La profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Inma Haro, nos recuerda que ya en 1992, Neal Stephenson escribió la novela ciberpunk “Snow Crash”, en la que se acuñaban conceptos básicos para este nuevo entorno digital como metaverso o avatar. Unos años más tarde, en 2003, apareció “Second Life”, un rudimentario antecedente del metaverso que nació antes de tiempo a la vista de su fracaso.

Y qué es el metaverso. Si vamos a su etimología nos encontramos las raíces griegas meta (más allá) y verso (de universo). En la novela ya citada se hace referencia a un espacio lineal, algo parecido a una enorme calle, con microespacios creados por particulares y empresas. Quizás ayude el siguiente paralelismo. El continente sería el metaverso, en cualquier de las plataformas que ya hoy existen, es decir lo que hoy es internet. Y el contenido, serían los metaversos que cada agente promueve que en el actual internet son las páginas webs.

Si aún así queremos definir metaverso hay que saber que no hay un consenso sobre la definición y que seguro que evolucionará en los próximos años. Podemos tomar la definición del libro de Oscar Peña y para este autor es una “representación tridimensional, inmersiva y conectada de Internet. Un universo virtual persistente -seguirá existiendo estemos o no en él-, social -podemos relacionarnos e interactuar con otros- y descentralizado -no están en manos de una única entidad o plataforma- en el que los consumidores son capaces de saltar entre diferentes experiencias virtuales, o entre la representación virtual y real del mundo físico”.

Para Marlene Gaspar el metaverso permite ofrecer experiencias inmersivas mejoradas desde cualquier dispositivo (tabletas, móviles o gafas) y hacer casi cualquier cosa como en el mundo físico, llámese entretenimiento, compras, trabajar o socializar. Incluso poseer elementos virtuales únicos, gracias a los NFT y pagarlos mediante criptomoneda.

Eso sí, antes de que empecemos a dar por muerta a nuestra querida red de redes, hay que tener muy claro que estamos todavía en un estadio inicial del metaverso. Hoy no podemos hablar realmente de un metaverso, solo de “protoversos” (universos independientes iniciales al estilo de “Second Life”) y realidades inmersivas (entornos virtuales que permiten tener experiencias mediante avatares) que se encuentran en un momento de lo que en su día fueron las primeras webs.

No sabemos si el metaverso sustituirá, o más probablemente, convivirá con el internet actual en una suerte de internet 3.0. Pero, en lo que sí hay consenso es que ha venido para quedarse. Y ahí está la causa de las expectativas puestas en su desarrollo futuro. Patricia Cavada y Luis Martín han recopilado varios estudios para poner negro sobre blanco lo anterior. Gartner, ha predicho que en 2026 el 25% de las personas pasará al menos una hora al día en este entorno y, de acuerdo con Statista, el tamaño del mercado actual roza los 47.000 millones de dólares en 2022 y la proyección es que alcance la burrada de 679.000 millones en 2030. Otros informes afirman que la economía del metaverso podría estar tasada en mucho más, entre 8 y 13 billones de dólares en 2030, con hasta 5.000 millones de usuarios. Pero llegar a ese nivel de mercado requeriría, según los analistas de Citi, una considerable inversión en infraestructuras. Para Analysis Group, dentro de una década el metaverso podría aportar 3 billones de dólares, un 2,8 % al PIB mundial, si en términos de adopción evoluciona de la misma manera que la tecnología móvil. Este estudio también concluye que en Europa la expansión del mundo virtual podría suponer una contribución del 1,7% -o lo que es lo mismo 417 000 millones de euros- a la economía del continente en 10 años. Curiosamente, uno de los sectores en los que el movimiento del mercado relacionado con el metaverso ha sido más espectacular ha sido el inmobiliario. En 2021, las compraventas en el mundo virtual alcanzaron los 500 millones de dólares y la cifra podría doblarse en 2022 y llegar a los 1.000 millones de dólares.

Estas mareantes cifras traerán más sectores y operadores que los hoy dominantes, Microsoft y Meta; también un mayor escrutinio por parte de los reguladores. La actuación de la CMNV alertando del encuentro MundoCrypto de Madrid es un anticipo de lo que vendrá. Será inevitable que este crecimiento del mercado virtual provoque que los supervisores y los gobiernos aborden cuestiones como las normas contra el blanqueo de dinero, el uso de las finanzas descentralizadas y los derechos de propiedad, en lo ya se ha bautizado como una futura y necesaria meta-ley.

Más allá de lo mercantil, algunos profesores como el catedrático Alfonso Castillo Pérez, se han atrevido a considerarlo como la nueva imprenta por el impacto disruptivo que tendrá en nuestra civilización. En concreto pronostica que el metaverso es una nueva forma de comunicación, similar a lo que fue la imprenta, el cinematógrafo o los discos de vinilo. De modo y manera que gracias al metaverso se alcanzará la más sofisticada comunicación, por ejemplo, de mente a mente. Ojito que al mismo tiempo no faltan los escépticos que catalogan el metaverso como un soufflé tecnológico o peor aún una zona opaca para delincuentes.

En cualquier caso, la realidad es que hoy ya tiene aplicaciones en empresas de la industria del deporte, textil, complementos, pero también en la energía, las finanzas y como ya se ha mencionado en el inmobiliario. Aunque con una apariencia rudimentaria y con la ayuda de gafas, es mejor estar presente como empresas o profesionales en el metaverso y fallar que criticarlo y quedarse fuera.

Si aún no te ha quedado claro la virtualidad del nuevo término metaversismo, te animo a que pienses si no estamos ya todos de algún modo viviendo en un metaverso. En la política parece que algunos gobiernan un universo paralelo sin darse cuenta de la falta de apoyo popular. En la economía este verano hemos gastado con furor tapándonos los ojos ante la crisis venidera. Y qué decir de todos esos que vuelcan en redes sociales una apariencia de éxito y felicidad tan alejada de la realidad.

Termino como empecé, hablando de ismos. Porque es tal la tentación de usar un juego de palabras con ese sufijo para terminar este artículo que no he podido resistirme. Lo siento. Aquí va. Que nadie se equivoque y confunda metaversismo con travestismo. Porque con tanto metaverso y realidad virtual podemos acabar creyéndonos lo que no somos. Como en el travestismo, usar prendas del sexo contrario no te convierte automáticamente en otro género. De la misma manera, estar en el metaverso con un determinado rol no te inhabilita tener que volver, sí o sí, a tu vida analógica. Así que no queda otra que seguir teniendo una pata en ambos mundos sin confundir lo que realmente somos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en La Universidad de Internet (UNIR) y LLYC

viernes, 24 de septiembre de 2021

El metaverso de Mark

 

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 20 de septiembre de 2021)

Mark Zuckerberg no gana para disgustos. Hace un año, se demostró que Facebook fomentaba la polarización partidista para así retener más tiempo a sus usuarios (e ingresar más dinero). En 2018 la red social vendió, sin permiso, los datos personales para fines políticos. Estos días nos hemos enterado de que Instagram escondió un informe que alertaba de las perniciosas consecuencias en la salud mental de las usuarias más jóvenes de esta aplicación.

Este Mark tan preocupado está en la lista de las cinco personas más ricas del mundo, pero sobre todo es un chico listo. Ya destacaba en la escuela y por eso logró matricularse en la Universidad de Harvard. Entonces creó Facebook hasta convertirla en la mayor red social del planeta. Pero ahí no paró y si vemos la lista de las tres aplicaciones más descargadas de la historia, además de las dos redes ya citadas, está WhatsApp que también le pertenece. En cuestiones de internet, Zuckerberg sabe de lo que habla, aunque le toque ponerse colorado de vez en cuando.

Ahora lleva un tiempo obsesionado en todas sus intervenciones con el metaverso. Visto lo visto, deberíamos ponernos al día sobre este concepto porque nos acabará afectando. Metaverso surge de la unión del prefijo griego “meta” -después- y la palabra “universo”. Es, por tanto, un nuevo mundo muy diferente al que conocemos, casi como una dimensión inédita que va mucho más allá. Un metaverso sería una conjunción del mundo analógico y el digital, un universo en el que lo presencial y lo virtual confluyen.

Los expertos en tecnología de Voxel School me cuentan que no es algo nuevo. Metaversos o universos paralelos generados por un ordenador se conocen desde hace dos décadas. Lla película Matrix en la que no se distingue lo real de la pesadilla, la red social Second Life en la que tu avatar cobraba vida, pero también los videojuegos de Epic Games han explorado con éxito estos mundos virtuales ficticios de los que puedes formar parte y escuchar un concierto de un famoso rapero. Hasta el youtuber español más conocido, El Rubius, tiene sus metaversos particulares cuando él mismo aparece en un videojuego.

Por mucho que la pandemia baje su intensidad algunas cosas nunca volverán a ser iguales. Las oficinas o las aulas no serán ya solo físicas, sino que -como en estos meses pasados- trabajaremos en remoto y recibiremos clases desde nuestras casas. Al mismo tiempo las empresas o las escuelas tendrán trabajadores y estudiantes híbridos, muchas veces de forma presencial pero otras virtualmente. Por eso, Zuckenberg, y también el primer ejecutivo de Microsoft, apuestan por los metaversos como el gran paradigma del tiempo pospandémico. Creen que después de tantos años hablando de metaversos, el momento ha llegado. El coronavirus nos encerró en casa, pero nos llevó a estar todo el tiempo conectados virtualmente. Por eso ahora son posibles esos nuevos mundos virtuales en los que viviremos como en el real. Los gigantes de Silicon Valley apuestan por que las reuniones, pero también los exámenes o el ocio y las compras serán en un metaverso. Esperemos que estos metaversos sean buenos para todos y Mark no vuelva a hacer de las suyas.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja

 

sábado, 31 de marzo de 2018

Facebook no solo tiene la culpa

(este artículo se publicó originalmente en el diario La Información en la columna #serendipia el 26 de marzo de 2018)

Que los usuarios hemos perdido el control de nuestros datos es algo que no deberíamos haber tardado tanto tiempo en enterarnos. Pero la semana pasada emergió el caso Facebook a raíz de una investigación a la consultora Cambridge Analytica destapándose que se usan datos de las redes sociales sin  autorización. De repente, gracias a esa noticia, se nos ha caído la venda de los ojos que nos impedía darnos cuenta que nuestra información personal ya no está solo en nuestras manos.
Chivo expiatorio es una antigua expresión, que ya aparecía en la Biblia, que se usa para denominar a aquel que paga las culpas de otra persona, librándole de las consecuencias. Su origen está en la costumbre de los judíos de sacrificar un joven macho de cabra, chivo, como ofrenda a Dios para expiar los pecados.
Ahora parece que todos queremos convertir a la empresa de Mark Zuckenberg en el perfecto chivo expiatorio del uso de datos personales para fines espurios. Nos viene bien no enfrentarnos a una realidad mucho más compleja en la que, por supuesto, las grandes plataformas tecnológicas como Facebook tienen su responsabilidad pero compartida con los gobiernos del mundo que no han estado a la altura y sin olvidarnos de los propios usuarios que hemos actuado con demasiada inmadurez. Facebook no solo tiene la culpa sino que si somos justos una parte alícuota nos corresponde a nosotros mismos y otra a la miopía de lo público ante una nueva realidad.
Los llamados GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) obtienen masivamente datos de sus usuarios que en muchos casos se han convertido en ciegos seguidores. Gran parte de la información que queda en sus manos son datos personales muy sensibles. Es cierto que todas estas compañías piden permiso a sus usuarios para obtenerlos, pero damos nuestro visto bueno porque de otro modo quedaríamos privados de usar esas plataformas, lo que hoy significaría casi nuestra muerte social. Se tarda algo más de cuarenta minutos de media en leer los “términos y condiciones de uso” que se nos exigen cuando nos damos de alta en los GAFA, sin embargo, y también de promedio, los usuarios damos el OK en tan solo ocho segundos. Por no mencionar las famosas cookies que aparecen cuando navegamos por internet y las aceptamos sin saber que a partir de ese click estaremos ya tan balizados como el coche que llevó a Puigdemont de Finlandia a Alemania.
Esas plataformas son ya más poderosas que la mayoría de los gobiernos del mundo y saben más de nuestra vida que nosotros mismos, o por lo menos tienen esos datos y no se les olvidan tan fácilmente como a los humanos. Pero en una mezcla de miedo a ofender al poderoso, ignorancia tecnológica ante una inédita situación de abusos o simplemente ausencia de armas para luchar en esta nueva guerra, los gobiernos no han sabido defendernos.
Estos días algunos analistas muy cercanos a esas corporaciones han querido quitar importancia al asunto porque no es la primera vez que surgen histerias colectivas en referencia a los datos y la tecnología. Sus argumentos te hacían sentir como un ludita queriendo romper los telares en los albores de la revolución industrial inglesa. Para ellos es algo parecido a los que pasó en los años 60 con la publicidad subliminar en las películas o a finales de los 90 con la cámaras en las ciudades. Puesto que ni esas películas nos hacían comprar lo que no queríamos, ni nuestras vidas se convirtieron en un Gran Hermano ni ahora nadie comercializará peligrosamente con nuestros datos. Pero es cuestión de tiempo que aparezcan más casos como el de los datos de 50 millones de usuarios “robados” por la consultora británica, como también es cuestión de tiempo que ya no se pueda ocultar mucho más los miles de chantajes en la red que sufren cada día anónimos ciudadanos o rentables corporaciones por descuidar su seguridad informática.
Por eso, es importante retomar el control de la situación. Para  ello se antoja imprescindible concienciarnos, como usuarios, del problema y actuar con responsabilidad; debemos ser capaces de disfrutar de los beneficios de la tecnología, pero eso no debe ser incompatible con que gestionemos nuestros datos. Apelo también a la conciencia de los fundadores de esas grandes plataformas para que no olviden que con sus pioneros emprendimientos situaban a los usuarios en el centro frente al beneficio o las ventas. Por último los gobiernos han de ser audaces y con la ayuda de los organismos supranacionales han de usar el derecho internacional  como límite al abuso en la gestión de la tecnología.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Derechos fundamentales en la era digital

(este artículo se publicó originalmente en el diario El País el dia 19 de marzo de 2018 firmado por Eloy Velasco e Iñaki Ortega)

¿Estamos seguros de que el único precio que pagamos por utilizar un teléfono móvil es la tarifa plana? España es, junto con Singapur, uno de los países donde hay más teléfonos móviles por persona. El 92% de los ciudadanos españoles tiene uno y hay 120 líneas por cada 100 usuarios. Nos situamos por tanto, incluso por encima de Estados Unidos, donde solo el 90% de la población tiene un móvil.

Precisamente en ese país, un juez de Michigan ha condenado a 110 años de prisión a una persona, apellidada Carpenter, porque se le involucró en cuatro atracos a cuatro centros comerciales por los datos de ubicación sacados de su teléfono móvil, aunque se obtuvieron sin orden judicial. A pesar de que su abogado alegó ante el Tribunal Superior que, según la cuarta enmienda de la Constitución americana se estaban violando sus derechos, el tribunal de apelación desestimó la alegación asegurando que nadie está obligado a llevar un teléfono móvil y que si alguien no desea que le geolocalicen, es mejor que no lo tenga.

La tecnología es el presente, y no debe alarmarnos, pero sí es preocupante cómo un uso indebido de la cantidad de datos recolectados gracias a ella puede lesionar la privacidad, la reputación e incluso la dignidad del ser humano.

Los usuarios hemos perdido el control de nuestros datos y es importante retomarlo. Proponemos para ello el Derecho, para que actúe como límite a la explotación desordenada, al desequilibrio y al abuso en la gestión de la tecnología. Debemos ser capaces de disfrutar de los beneficios de la tecnología, pero eso no debe ser incompatible con que gestionemos nuestros datos.

No son pocos los investigadores que hablan de una cuarta generación de derechos humanos que nos permita poder desconectar o que las máquinas nos olviden, incluso que la Red sea neutral. La primera generación de derechos humanos, con la libertad y la igualdad, nos protegió frente al poder de los Estados gracias a la Revolución Francesa. La segunda generación, con el derecho al empleo y la sanidad, permitió un Estado que nos defendiese. La tercera generación de derechos fundamentales fue coherente con la globalización y consagró el pacifismo. Ahora el Derecho tiene que volver a ser el límite a la explotación y al abuso, esta vez en la gestión de la tecnología que muchas plataformas están haciendo. Se necesita por tanto una cuarta generación, la de los derechos fundamentales en la era digital. El derecho al olvido, el derecho a la muerte digital, el derecho a la neutralidad de la Red o el mencionado derecho a gestionar tus datos, son solo algunos campos donde merece la pena profundizar.

En estos momentos, las cinco empresas que se sitúan a la cabeza de la facturación mundial ya no son constructoras o compañías de hidrocarburos, sino que son plataformas que están relacionadas con las telecomunicaciones y la tecnología. Si se nos permite el juego de palabras, el nuevo petróleo son los datos que estas empresas obtienen masivamente de sus usuarios, en ocasiones de manera inconsciente. Es cierto que todas estas compañías sí piden formalmente permiso a los usuarios para obtenerlos, pero el consentimiento que prestamos se da, más para no quedar aislados tecnológicamente del mundo, que por otras razones. Se tardan unos 40 minutos de promedio en leer los “términos y condiciones de uso” que se nos exigen cuando damos de alta un aparato o nos inscribimos en una red social. Sin embargo, y también de promedio, los usuarios prestamos nuestro consentimiento en tan solo ocho segundos.

En 2020 se calcula que habrá 50.000 millones de dispositivos conectados a Internet en el llamado IoT (Internet de las cosas). De modo que a las fuentes habituales de captación de datos deberemos añadir en breve la aportación de los procesadores, los sensores y el tratamiento masivo de esos big data. Y conviene también tener en cuenta que esas máquinas además de captar datos, pueden tratar, ordenar e incluso llegar más allá de lo que normalmente podemos hacer los humanos con nuestras limitadas capacidades.

Mucha de la información que queda en manos de estas empresas son datos personales que incluyen salud, ocio, ideario político o religioso del presente, del pasado e incluso de futuro —a través de nuestra agenda—. Eso incluye también, para nuestra desgracia, los datos borrados y enviados a la papelera o cortes de voz, o imágenes familiares íntimas, por no hablar de los datos de geolocalización. Así, al final, algunas de esas plataformas, que ya son más poderosas que la mayoría de los Gobiernos del mundo, saben más de nuestra vida que nosotros mismos.

A lo largo de la historia cada impulso relevante en la defensa de los derechos humanos ha surgido como respuesta de la sociedad civil a manifiestos abusos del poder. Ante la monarquía absolutista, la declaración de derechos de Virginia del año 1776. Ante el auge de los totalitarismos la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Asamblea de Naciones Unidas del año 1948. Ahora, ante el auge exponencial de tantas violaciones de derechos en el mundo digital, a qué esperamos para actualizar esa lista, e incluso para incluir nuevos derechos.

Es evidente que la transformación digital ha traído muchas ventajas, algunas irrenunciables y casi todas irreversibles. Por tanto, la solución no es poner pie en pared frente a la tecnología. La solución es humanizarla.



Eloy Velasco Núñez es Magistrado-Juez de la Audiencia Nacional e Iñaki Ortega es `profesor y director de Deusto Business School