lunes, 28 de octubre de 2024

El zorro y el erizo

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 28 de octubre de 2024)


Qué diferencia. La noche y el día. Un oasis en medio de la podredumbre de la política española. En la entrega de los premios de la Fundación Princesa de Asturias todo era elegancia, desde la puesta en escena del majestuoso teatro Campoamor en Oviedo con los delicados terciopelos azules tan asturianos al vibrante sonido de las gaitas, pasando por la solemnidad de la familia real y especialmente con los méritos de las biografías de los galardonados, jalonadas de esfuerzo, valentía y talento.

En una semana en la que solo se habló de maletas de lingotes de oro, del ‘todo gratis’ a cuenta del erario ministerial, cuando no de rayas de cocaína y escabrosos detalles de las andanzas nocturnas de un político dimitido, las biografías de los premiados sonaban como la esperanza que tanto necesitamos y que defendió la princesa Leonor en su nervioso, pero auténtico y delicado discurso.

Historias como la de Serrat, implacable en la defensa de la cultura popular; las escritoras Marjane Satrapi y Ana Blandiana, represaliadas en sus países por defender los derechos humanos; o Carolina Marín, la gran deportista española que se ha levantado una y otra vez tras sus lesiones.

Michael Ignatieff, premiado por su defensa de las libertades frente a los nacionalismos excluyentes, explicó en su discurso que las personas pueden ser zorros o erizos. El zorro sabe muchas cosas, en cambio el erizo solo sabe una única gran cosa. Conocer poco de muchas materias o mucho de una sola. Ser rápido, fugaz y astuto frente a las amenazas o enroscarse como una bola pétrea para defenderse con sus púas. La innovación o la tenacidad. La libertad o la coherencia.

El filósofo canadiense ha dado clases e incluso dirigido alguna de las más importantes universidades del mundo, su obra académica es de gran impacto, lo que no le ha impedido ofrecer una intensa labor divulgativa e incluso servir a su país como político. La metáfora de los animales que usó no es nueva y se usa desde la Grecia clásica para identificar estilos de liderazgo, los dirigentes ‘zorro’ versátiles y sagaces frente a los ‘erizo’ fieles a una visión.

En esa dicotomía consumió sus minutos de agradecimiento el viejo profesor para terminar confesando que siempre se había sentido un zorro que quería ser erizo porque nunca había tenido una única preocupación sino muchas. Y alertó con ello de la peligrosa tentación de dejar de lado las libertades para resolver las preocupaciones. Sus palabras retumbaron en mi cabeza en este momento de la historia de nuestro país con tantos ejemplos de inmoralidad y corruptelas.

Con tan pocas personas ejemplares de las que se hable (no porque no existan, sino porque no protagonizan el destino de nuestro país). Con tantos problemas que resolver y tantas energías consumidas en la putrefacción del sistema político. Pero no lo resolverá una solución mágica ni un mesías, sino la suma de muchos talentos como los que vimos en los premios presididos por el rey de España y como los que vendrán si dejamos que el país sea un lugar donde triunfe el mérito y la capacidad.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

lunes, 14 de octubre de 2024

Mi burbuja

 (este artículo se publico originalmente en el diario 20 Minutos el día 14 de octubre de 2024)

Nunca nadie lo ha vuelto a hacer. Era el año 1982 y Felipe González arrasó en las elecciones con una mayoría absoluta de 202 diputados. Un resultado inédito por muchas votaciones que se han celebrado desde entonces. Al día siguiente la madre de un amigo mío comentó a la hora de comer que cómo era posible que hubiese ganado Felipe si ella no conocía a nadie que le votase.

No hay mejor forma de explicar el sesgo de confirmación que esta anécdota. Esta trampa mental no es otra cosa que la tendencia de los humanos a buscar información que respalde los puntos de vista que ya tenemos. También nos lleva a interpretar todo tipo de evidencias de manera que apoyen lo que pensamos.

Le pasó a la madre de mi amigo y nos pasa a todos nosotros todos los días. Con la política por supuesto, pero también con el fútbol o con la música. Por eso no damos crédito cuando perdemos la Champions teniendo la mejor defensa o nuestro cantante preferido no es un superventas si llena sus conciertos. A los abuelos les sucede con sus nietos que siempre son superdotados por su precocidad para andar o hablar aunque luego la vida les ponga en su sitio. Interpretamos datos irremediablemente a nuestro favor.

Y cada vez más. Los algoritmos de internet, que nacieron para mejorar la experiencia de usuario, para que así recibiéramos mensajes adecuados a nuestras preferencias, han acentuado este sesgo y nos aíslan cada vez más de los que no piensan como nosotros. En nuestras redes sociales solamente aparecen vídeos de lo que nos gusta u opiniones afines, y no hay sugerencia para seguir a nadie que no se parezca muchísimo a nosotros mismos.

El problema es que esta trampa mental también nos afecta más allá de la vida personal y ha desembarcado en el desempeño profesional. De modo y manera que las empresas empiezan a sufrir también el sesgo de confirmación. Compañías que maltratan a los seniors cuando su clientela lo es, pero sus empleados no. Marcas que hacen política porque sus primeros ejecutivos piensan así, olvidando la pluralidad de sus seguidores y usuarios. Directivos encerrados en sus despachos y coches de empresa que confunden sus necesidades con las del público al que se supone que sirven… por no hablar de tantas campañas de publicidad que solamente gustan al presidente y primer accionista.

Las empresas deben estar constantemente alineadas con las conversaciones sociales más relevantes para su audiencia. Sin embargo, identificar y entender los temas clave donde una marca debe posicionarse está cada vez más expuesto a los sesgos de la alta dirección y de sus propios empleados. La buena noticia es que esa misma tecnología que polariza también permite un fiable mapeo de territorios de la conversación social. Es decir, que gracias a la huella digital se puede con altas dosis de fiabilidad saber lo que quiere o piensan los grupos de intereses claves. No hay excusa por tanto para que las organizaciones superen estos errores cognitivos, identifiquen las temáticas adecuadas para diferenciarse y de paso eviten tantos riesgos causados por vivir en una burbuja.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

domingo, 6 de octubre de 2024

¿Han pasado de moda los emprendedores?

 (este artículo se publicó originalmente en la plataforma académica The Conversation el 6 de octubre de 2024)

La adoración de la juventud no solamente ha estado muy presente en disciplinas artísticas como la escultura o la pintura, sino también en la economía: las empresas emergentes despiertan mucha atención. Si los pintores plasmaban en sus cuadros a hombres y mujeres jóvenes y lo mismo sucedía con los bustos en mármol, algo parecido se da en el estudio de las empresas. Desde el economista Joseph Alois Schumpeter, pasando por Frank Hyneman Knight y hasta Israel Kirzner, la investigación académica ha glosado el valor que supone para una economía rejuvenecer el censo empresarial.

Por todo lo anterior, desde hace más de cien años las administraciones han apoyado con diferentes políticas públicas a los emprendedores. Más recientemente, con la irrupción de la digitalización, se incorporaron a este fenómeno las grandes compañías a la caza de las startups, con sus programas de innovación abierta también conocidos como de emprendimiento corporativo.

Leyes de apoyo a los emprendedores, incubadoras o aceleradoras de startups han sido algunas de las herramientas que han estado muy presentes en la opinión pública en los últimos tiempos. Era difícil encontrar un discurso de un líder empresarial o político que no hablase de los emprendedores. Pero, de unos años a esta parte, hemos dejado de tener tan presentes a las startups, no porque lo joven no siga siendo atractivo sino por otras razones que me atrevo a exponer.

En primer lugar, hay que recordar que la atención a los emprendedores históricamente ha estado muy vinculada a los ciclos económicos y políticos. Las primeras agencias públicas de apoyo a las pequeñas empresas se crean en EE. UU. tras la Gran Depresión, en los años 30, pero no es hasta la década de los 70 cuando se convierten en impulsoras de las nuevas empresas tras la crisis del petróleo.

España tendrá que esperar hasta los años 80 para que comience a hablarse de los emprendedores con las primeras agencias públicas en Barcelona y Bilbao, en una difícil coyuntura de reconversión industrial. Habrán de pasar un par de décadas para que los emprendedores vuelvan a tener protagonismo en nuestro país, coincidiendo con la crisis del 2008.

Prácticamente en cada ciudad se promovió un semillero de empresas (instalación pública con espacios para alojar a empresas nacientes así como apoyo para sus primeros años), así como normas de apoyo de todo tipo.

El relevo lo toman las grandes empresas poniendo el foco en las startups en la década pasada con Teléfonica y Repsol como pioneros con sus incubadoras. Estas son plataformas que ofrecen infraestructuras y servicios y están diseñadas para impulsar la creación, el crecimiento y la consolidación de proyectos emprendedores emergentes y conectarlos con diferentes agentes.

Otra medida de impulso es el corporate venture capital, una herramienta de emprendimiento corporativo basada en inversiones minoritarias en el capital de empresas de reciente creación, realizadas a través de la estructura formal de un fondo de inversión.

Este interés se extiende, hasta la etapa de la pandemia de covid-19, por todas las grandes empresas con la madurez y democratización de la tecnología. En los años anteriores a 2020 es imposible encontrar una gran empresa sin una acción en este campo. Generalmente una aceleradora de startups, que no solo ofrecen espacio y asesoramiento a los emprendedores para evitar que mueran en los primeros años de vida sino que también añaden la posibilidad de que los gestores de la misma inviertan en el capital de la startup para “acelerar” su crecimiento, de ahí su nombre.

Este breve repaso nos recuerda que el apoyo al emprendimiento ha pasado por diferentes oleadas, es decir con picos y valles.

El emprendimiento, en el imaginario social, se asocia con la juventud. Pero el actual envejecimiento de la población ha provocado que cada vez haya menos jóvenes y por tanto cada vez haya también menos emprendedores de esa edad.

El III Mapa de Talento Sénior puso de manifiesto que hay muchos más emprendedores autónomos séniores (977 000) que jóvenes (189 000). El colectivo de jóvenes en España ha pasado de ser más de 8 millones en 2008 –fecha de una de las oleadas de atención a los emprededores– a poco más de 6 millones en la actualidad. Menos jóvenes, menos atención pública.

Por último, como certifican varios informes como el Global Entrepreneurship Monitor (GEM) o la estadística nacional (INE), las vocaciones empresariales han caído en los últimos años en España. El interés por crear una empresa pasa por horas bajas, quizás influenciado por el desprestigio que ha sufrido la figura del empresario por los ataques desde el mundo político.

También ha podido afectar la última oleada de difusión del emprendimiento que llevó a emprender a muchas personas que finalmente tuvieron que cerrar su empresa por los rigores de la pandemia. Tampoco puede obviarse que el emprendimiento es una actividad que exige mucho esfuerzo, en un periodo como el actual en el que se busca equilibrar la vida personal y la profesional con fenómenos como “la gran dimisión”.

En cualquier caso, que no se hable tanto de emprendimiento no es un drama ya que lo realmente importante, como han puesto de manifiesto recientes estudios, es que la economía cambie gracias a los emprendedores a un sistema basado en la innovación. O lo que es lo mismo, y por terminar hablando de cultura como empezó este artículo, pasar de las musas al teatro.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de dirección de empresas en UNIR

viernes, 4 de octubre de 2024

Draghi en español son dragones

(este artículo se publicó originalmente en el Periódico de Cataluña el 4 de octubre de 2024)

El lunes 9 de septiembre Mario Draghi presentó en Bruselas su esperado informe “El futuro de la competitividad europea” encargado hace meses por la presidenta de la Comisión. El que fuera presidente del BCE y primer ministro de Italia respondió al mandato de Von Der Leyen con un trabajo de más de 400 páginas muy consciente de que será una suerte de documento guía para la Comisión y su colegio de comisarios.

Unos días después la alemana y el italiano se desplazaron a la localidad francesa de Estrasburgo para presentar al Parlamento europeo los puntos clave de su informe. Simbólicamente se reflejaba así el respeto a la cámara y a su pluralidad política. Mucho se ha escrito sobre un plan que  propone básicamente una nueva estrategia para alcanzar el crecimiento y la competitividad sostenible en Europa. Esta integración de dos objetivos clave para Bruselas, la descarbonización y la industrialización de la economía europea, señala el camino para corregir los excesos regulatorios del Pacto Verde Europeo. La economía europea, pese a contar con una base sólida y un mercado único con elevados estándares en gobernanza, salud, educación o sostenibilidad, ha sufrido una desaceleración en su crecimiento económico frente a EE.UU y China. La UE se enfrenta ahora a una serie de retos cruciales, entre los que destacan la necesidad de acelerar la innovación y encontrar nuevos motores de crecimiento, reducir los altos precios de la energía mientras se avanza en la descarbonización, y adaptarse a un entorno geopolítico cada vez más inestable.

Pero poco se han comentado las implicaciones para España de la nueva hoja de ruta europea que se resumen en la traducción del apellido del economista y estadista italiano: Draghi. Esta palabra es el plural de drago, o lo que es lo mismo dragones, en su traslación al castellano. Y ese es el resumen del plan para nuestro país. Me explico. “Hic svnt dracones” (aquí hay dragones) es una frase utilizada a lo largo de la historia para referirse a territorios ignotos o peligrosos. Tiene su origen en la costumbre medieval de poner en los mapas esa criatura mitológica, en los territorios aún sin explorar. Y el informe en cuestión plantea muchos dragones, como el apellido de su autor, para nuestro país. Territorios inexplorados de ausencia de competitividad de nuestra economía con grandes amenazas. Por lo menos cinco.

El dragón del tamaño de las empresas. La menor escala del tejido empresarial patrio, dominado por micropymes, impide beneficiarse de las economías de escala imprescindibles para acometer inversiones que hagan plausible competir en el concierto internacional.

El dragón de la innovación. Un siglo después seguimos haciendo buena la frase de Unamuno “que inventen ellos”, las empresas y los centros de investigación españolas no destacan en tecnologías digitales lo que nos lleva como país a un discreto puesto número 30 en los países más innovadores y una menor inversión en este campo.

El dragón del mercado único. La fragmentación europea tiene su zona cero en nuestro país, con 17 marcos legales para las empresas que son barreras que hacen imposible la adquisición del músculo necesario para competir en Europa y por supuesto en el resto del mundo, por no hablar de una fiscalidad heterogénea y muchas veces confiscatoria.

El dragón del endeudamiento. Las políticas de alimentación de la demanda agregada instauradas tras la pandemia y la relajación de las normas fiscales europeas por el shock del 2020, han instaurado la creencia en gobiernos europeos como el español que el control del déficit y la deuda pública son rémoras del pasado. La realidad es que España está más endeudada que sus socios europeos y por tanto más débil para afrontar turbulencias futuras. El retraso en afrontar reformas que embriden el gasto público en beneficio del calendario político hace temer por un mayor aumento aun del apalancamiento de las cuentas públicas.

El dragón de la seguridad y la sostenibilidad. La unilateralidad del gobierno español puesta de manifiesto con Venezuela y el reconocimiento a Palestina ha tenido su penúltima expresión con el reciente viaje a China del presidente Sánchez en el que ha echado por tierra la estrategia de elevar aranceles a los coches eléctricos chinos para ayudar a la industria continental en su camino a las energías limpias.

Casualidad o causalidad, pero la traducción del apellido del Señor Draghi que da nombre al informe más importante para los siguientes seis años de Europa, nos recuerda como españoles que por mucho que nuestro PIB crezca y el empleo escale, quedan demasiados dragones viviendo en nuestra economía. Luchar contra ellos ha de ser la principal prioridad política por encima de cualquier otra consideración cortoplacista o partidista.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 1 de octubre de 2024

Popeconomics

 (este artículo se publicó originalmente en el periódico La Información el 30 de septiembre de 2024)


Hay una frase atribuida a Warren Buffet que dice algo así como que cuando el taxista habla de la bolsa hay que dejar de invertir en el mercado de valores para buscar otras opciones menos populares. Estas semanas de vuelta al cole también han comenzado las tertulias con muchos opinadores que usan la actualidad económica en sus intervenciones amplificadas por las redes sociales. De modo y manera que conceptos como la carestía de la cesta de la compra en Estados Unidos, las ayudas públicas a la pobreza energética en Reino Unido, la prima de riesgo en Francia o el fraude de las criptomonedas en España... han acabado en boca de legos en economía pero hábiles en verborrea.

Si el mago de Omaha abandonaba su cartera de mercados financieros por culpa del taxista inversor, a los economistas no nos puede pasar algo similar al escuchar tanto contertulio y acabar desistiendo de explicar la coyuntura. Más bien al contrario. Cuando los asuntos económicos se sitúan en la agenda pública es una oportunidad que no puede desperdiciarse para lograr una educación social que ayude a la ciudadanía a afrontar mejor las crisis economicas. En el mundo anglosajón lo han llamado popeconomics. Es decir “economía pop” o ese momento en que los temas técnicos de esta disciplina se convierten en tan populares como una canción gracias a la industria del entretenimiento.

Los resultados de las encuestas de educación financiera a la población demuestran el desconocimiento masivo de conceptos tan básicos como que los préstamos han de devolverse o que los intereses crecen con el paso del tiempo si se aplica el tipo compuesto. Este año se han incluido las criptomonedas y la mayoría no sabía el riesgo inherente a las mismas. Es por eso mismo, porque la ignorancia avanza con penosas consecuencias, la razón para no desistir en explicar con rigor y sencillez conceptos económicos, en este cuarto de hora de popularidad de la ciencia social.

No es fácil porque esas tertulias nos recuerdan muchas veces al cuñadismo de los encuentros familiares por esa capacidad de hablar de todo sin saber de nada, pero no hay que perder la esperanza. Unos investigares bautizaron en los años cincuenta con su nombre, efecto Duning-Kruger, un experimento que viene al caso. Las opiniones de una persona que no sabe nada de un tema son mucho más numerosas que las de aquella otra que sí sabe algo. Es decir analizando numerosos datos concluyeron que conforme más se conoce un tema menos se opina porque uno se da cuenta de su estulticia. «La ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento». O si se prefiere, comenzar a estudiar es comenzar a callar. Solo, decían estos científicos, las opiniones vuelven a emitirse en cantidad cuando se sabe muchísimo de un asunto como para ser situado en la categoría de experto por los demás.

De ahí mi esperanza de que si la economía se vuelve popular, cuñados y tertulianos tengan que entrar en wikipedia un par de veces y empiece a funcionar el Efecto Duning_Krug, por el bien de todos.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC