(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 minutos el día 28 de octubre de 2024)
En una semana en la que solo se habló de maletas de lingotes de oro, del ‘todo gratis’ a cuenta del erario ministerial, cuando no de rayas de cocaína y escabrosos detalles de las andanzas nocturnas de un político dimitido, las biografías de los premiados sonaban como la esperanza que tanto necesitamos y que defendió la princesa Leonor en su nervioso, pero auténtico y delicado discurso.
Historias como la de Serrat, implacable en la defensa de la cultura popular; las escritoras Marjane Satrapi y Ana Blandiana, represaliadas en sus países por defender los derechos humanos; o Carolina Marín, la gran deportista española que se ha levantado una y otra vez tras sus lesiones.
Michael Ignatieff, premiado por su defensa de las libertades frente a los nacionalismos excluyentes, explicó en su discurso que las personas pueden ser zorros o erizos. El zorro sabe muchas cosas, en cambio el erizo solo sabe una única gran cosa. Conocer poco de muchas materias o mucho de una sola. Ser rápido, fugaz y astuto frente a las amenazas o enroscarse como una bola pétrea para defenderse con sus púas. La innovación o la tenacidad. La libertad o la coherencia.
El filósofo canadiense ha dado clases e incluso dirigido alguna de las más importantes universidades del mundo, su obra académica es de gran impacto, lo que no le ha impedido ofrecer una intensa labor divulgativa e incluso servir a su país como político. La metáfora de los animales que usó no es nueva y se usa desde la Grecia clásica para identificar estilos de liderazgo, los dirigentes ‘zorro’ versátiles y sagaces frente a los ‘erizo’ fieles a una visión.
En esa dicotomía consumió sus minutos de agradecimiento el viejo profesor para terminar confesando que siempre se había sentido un zorro que quería ser erizo porque nunca había tenido una única preocupación sino muchas. Y alertó con ello de la peligrosa tentación de dejar de lado las libertades para resolver las preocupaciones. Sus palabras retumbaron en mi cabeza en este momento de la historia de nuestro país con tantos ejemplos de inmoralidad y corruptelas.
Con tan pocas personas ejemplares de las que se hable (no porque no existan, sino porque no protagonizan el destino de nuestro país). Con tantos problemas que resolver y tantas energías consumidas en la putrefacción del sistema político. Pero no lo resolverá una solución mágica ni un mesías, sino la suma de muchos talentos como los que vimos en los premios presididos por el rey de España y como los que vendrán si dejamos que el país sea un lugar donde triunfe el mérito y la capacidad.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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