(Artículo publicado originalmente en el periódico ABC el día 5 de enero de 2014)
Son diferentes expresiones para una misma misión que Melchor de Jovellanos,
hace ya más de 200 años, exigía a las leyes “remover estorbos que impiden la
libre acción de la actividad económica”. En economía los milagros no existen, y
solo propiciando las mejores condiciones para que el talento emprendedor nazca y
crezca conseguiremos que España esté en la lista de esas “economías
emprendedoras”. La buena noticia de la aprobación de la ley de emprendedores
solo será recordada como el punto de inflexión hacia esa nueva economía si se
consiguen políticas públicas eficientes en este terreno y se alinean con los
valiosos programas de innovación abierta de las grandes compañías españolas y
con una educación que promueva actitudes emprendedoras.
Iñaki Ortega es director de Madrid Emprende y profesor de la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja)
El país más pobre de Asia a mediados del siglo pasado es hoy el líder mundial
en alta tecnología. Donde hace un siglo en la costa mediterránea había un
desierto, hoy se sitúa la mayor concentración de innovación y talento del
planeta. La nación sudamericana con la dictadura más extractiva en los años
setenta se ha convertido en la referencia global de políticas gubernamentales
inclusivas a favor de las startups. El estado europeo con más impuestos a los
emprendedores hacia el año 1990 goza estos días de la tasa de actividad más
alta gracias a la eliminación de trabas a la creación de nuevas empresas. En
una granja cerca de la costa californiana, a finales del siglo XIX, quince
profesores crearon una universidad que gracias a la iniciativa emprendedora de
sus alumnos, docentes y con la ayuda de los diferentes gobiernos se ha
convertido en el lugar donde han nacido y siguen naciendo las mejores empresas.
Los casos de Corea, Israel, Chile, Holanda y Silicon Valley demuestran que en
economía el estado de las cosas puede cambiarse y no hay determinismos basados
en la geografía, la cultura o la tradición política. El conocimiento se ha
convertido en el factor de producción decisivo que está reconfigurando la
estructura económica mundial. Y los emprendedores son el vehículo
imprescindible para que ese conocimiento se trasforme en prosperidad. Por ello
los países han de garantizar un entorno, orquestado desde lo público y lo
privado, con un alto grado de libertad económica que incentive la iniciativa
empresarial. La literatura económica ha definido esta tarea como la búsqueda de
una “economía emprendedora”.
La presidenta de Corea lo ha llamado “economía creativa” y fundamenta su modelo
en una educación de excelencia como motor de desarrollo e innovación
empresarial. Lo que le ha permitido a esta nación asiática multiplicar un 400%
su riqueza en apenas cincuenta años. Simón Peres bautizó a Israel como “la
nación emprendedora” para lo cual trasformaron las granjas en incubadoras
tecnológicas y los agricultores en científicos. Chile se cansó en 2010 de que
los mejores se fuesen de su territorio y unió la fuerza de un programa
gubernamental de atracción de emprendedores con fortísimos incentivos a un
entorno institucional y territorial atractivo para crear “Startup Chile” que ha
inspirado a los gobiernos del Reino Unido o Canadá a replicarlo en sus países.
Holanda veía como se desincentivaba la iniciativa emprendedora con inasumibles
cargas de seguridad social a empresas que apenas facturaban. Ante esta
situación, el país acometió a finales del siglo pasado varias reformas
inspiradas en el aforismo “pensar primero en pequeña escala”, que supusieron la
eliminación de trámites y la rebaja de cargas fiscales y de seguridad social,
especialmente para los emprendedores. Hoy, los Países Bajos se sitúan como una
de las naciones con menor desempleo en Europa. Francia, por cierto, en 2008
emprendió una estrategia similar basada en reducir los costes de seguridad
social para los emprendedores desde la aprobación del “estatuto del autoemprendedor”
y logró escalar veinte puestos en el ranking del Banco Mundial sobre facilidad
para hacer negocios. En Estados Unidos, hacia 1892, el fundador de la
Universidad de Stanford, el corazón de Silicon Valley, cogió como lema “sopla
el viento de la libertad”. Desde entonces, ese viento ha sido generado por el
talento que ha egresado de esa institución, pero también por los sucesivos
gobiernos federales con sus programas públicos de financiación a pymes, por los
municipios del “Valle” con sus zonas libres de impuestos para emprendedores,
con las actuaciones estatales que facilitaban la inversión de las grandes
empresas y con el capital financiero más inteligente que por todo lo anterior
se situó allí.
Iñaki Ortega es director de Madrid Emprende y profesor de la UNIR (Universidad Internacional de La Rioja)