(este artículo se publicó originalmente en el periódico económico La Información el día 30 de septiembre de 2023)
En este inicio de curso tan convulso, en el que nos hemos frotado los ojos después de ver a un presidente de Estados Unidos en un piquete de huelguistas, al ganador de las primarias en Argentina defender que los empresarios pueden contaminar ríos o a una vicepresidenta española hablar de avaros millonarios que viven en cohetes, he tenido que recurrir a la bibliografía académica para explicar en una expresión tanta superchería.
Por si fuera poco, en México el presidente a López Obrador ha invitado a militares rusos para que desfilen en el día de la patria. En Eslovaquia, Hungría y Polonia líderes políticos no dejan de insultar y humillar a la invadida Ucrania. En China el ministro de asuntos exteriores ha sido apartado por una relación amorosa “inapropiada”. Tampoco las empresas se escapan de las barrabasadas, los primeros ejecutivos de McDonald’s, Ford, Ogilvy o Lazard fueron cesados al saltarse los códigos éticos por la misma razón que el diplomático chino. Hasta los fiables alemanes de Volkswagen buscaron los atajos con aquel dispositivo que falseaba emisiones. Qué decir del deporte y Rubiales investigado por confundir la final del mundial con una despedida de soltero y el Barca acusado de cohecho por querer ganar los partidos de futbol no en el campo sino en los despachos con maletines de dinero para árbitros.
Antes de que algún lector piense que el concepto omnicomprensivo que define tanta torpeza es “sujétame el cubata” he revisado la literatura del ramo para no alimentar yo mismo este chapoteo. La buena noticia es que he encontrado un concepto que permite explicar todos estos resbalones sin consumir ríos de tinta o peor aún agotar los calificativos ad hominem. El rinoceronte gris. La analista Michele Wucker lo explica como antagónico al cisne negro acuñado por Nassim Taleb, esos sucesos como la covid19 que nadie pudo prever. En cambio, un rinoceronte gris es un fenómeno que sí es altamente probable porque ya ha sucedido en el pasado, pero por alguna razón difícil de explicar el riesgo es ignorado. Cualquier manual de zoología explica que un rinoceronte gris es un fiero espécimen que vive en el Congo y con permiso del elefante, el mamífero terrestre más pesado de la Tierra. Se conoce su peligrosidad, pero, a pesar de ello, todos los años pierden la vida algunos turistas que subestiman el riesgo de acercarse al bicho únicamente para conseguir una fotografía y así presumir de safari.
Frente a cisnes negros como la tormenta Filomena en Madrid, el rinoceronte gris es un fenómeno altamente probable porque ya ha sucedido en el pasado. Es sabido que decir exabruptos en política genera odios africanos o que incumplir los códigos éticos en la empresa acaba con las carreras más exitosas. También la historia nos ha enseñado que los nacionalismos exacerbados provocan tragedias, que el odio al diferente es la antesala de la violencia y que los atajos no te hacen llegar antes sino embarrar. Aun así, se sigue minusvalorando el peligro y es demasiado habitual que personajes con altas responsabilidades institucionales, jueguen con fuego en sus intervenciones públicas.
Pero que nadie se equivoque y piense que lo mejor es ponerse un esparadrapo en la boca y estarse calladito. El desafío más difícil para muchos CEOs es cuándo involucrarse en cuestiones públicas y cuándo no opinar. Y es que ya no es posible pasar de puntillas. Si eres un líder empresarial, estás obligado a comprometerte, porque quien no defienda las causas sociales corre el peligro de que la gente (empleados, clientes o proveedores) piense que no le importan.
Hoy la sociedad no perdona. Y tan nefasto es hablar más de la cuenta como no posicionarse ante las inmoralidades. Todos sabemos que “no existe una segunda oportunidad para causar una primera impresión” y en los tiempos que nos ha tocado vivir cuesta muy poco generar una crisis de reputación, pero muchísimo que se olvide ese incidente. Dejó escrito nuestro premio Nobel Ramón y Cajal que “las ideas duran poco, hay que hacer algo con ellas”. Exactamente igual pasa con la reputación de las instituciones, dura muy poco el prestigio de una empresa si se actúa con imprudencia o desalineado con la sociedad a la que se sirve.
Termino esperando que al lector nunca le pase como a ese turista muy ufano montado en una potente camioneta empeñado en inmortalizar con su cámara al rinoceronte gris. Porque cuando la bestia se pone a correr ya no hay protección ni punta de velocidad de coche que aguante la embestida de su cuerno y solo queda lamentarse de la imprudencia o rezar para salir vivo. Ojalá tantos representantes de la cosa pública pero también de la empresa antes de ponerse delante de un micrófono o buscar soluciones rápidas a problemas complejos tuvieran muy presente este concepto del rinoceronte gris o por lo menos la imagen de la cara de pánico del imprudente turista. Mejor nos iría.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR Y LLYC