lunes, 17 de febrero de 2025

La mayoría de edad (de Europa)

(este artículo se publicó originalmente en el periódico 20 Minutos el 17 de febrero de 2025)

Desde un punto de vista legal en la mayoría de los países europeos los 18 años es la frontera para alcanzar la vida adulta. Eso supone poder conducir, comprar alcohol, entrar en una discoteca, pero también votar, adquirir una casa o hasta ir a la cárcel. Otra cosa diferente es emanciparse, o lo que es lo mismo vivir independiente y asumir responsabilidades fuera del hogar familiar. Ahí la edad media supera los 26 años en Europa. No es fácil, porque además de un empleo que permita pagar gastos básicos como vivienda o alimentación, supone tener que gestionar imprevistos y ser muy consciente de que ya no hay padres para ayudar o vigilar que todo es correcto. Eso hace que cada año la edad de emancipación se retrasa, hasta que ya es insostenible seguir en casa de los padres, bien por edad o bien porque los progenitores dicen basta.

Europa se encuentra en este momento de emancipación, pero no voluntaria. Llevamos décadas retrasando la decisión de ser independientes en materia de defensa. Nos hemos acostumbrado a que la responsabilidad de protegernos de los enemigos externos recaía en Estados Unidos. Y ahora, sin darnos cuenta, nos han abierto la puerta para salir del calor del hogar. La administración Trump llevaba meses avisando, el nuevo presidente lo había dicho en mítines, en los debates electorales y hasta en artículos y documentos, pero los europeos -como esos hijos consentidos- hemos hecho caso omiso. Nos pedían los americanos aumentar nuestro presupuesto en defensa, pero nosotros preferíamos plantar árboles; exigían tropas para proteger las fronteras, en cambio nosotros defendíamos acuerdos comerciales con el enemigo para aplacarles; rogaban luchar juntos contra las plataformas digitales chinas pero nosotros optamos por poner multas e impuestos a las redes sociales americanas… La realidad es muy parecida a esos hijos que los padres les piden que ahorren para independizarse pero siguen saliendo a cenar todos los días, que respeten los horarios y sean corresponsables de las tareas hogareñas, pero siguen comportándose como menores de edad cuando superar los treinta, hasta que un día te encuentras las maletas en la puerta.

Estados Unidos y Europa compartían un hogar: Occidente, pero no los gastos. A los europeos nos gustan los impuestos y las normas, en cambio odiamos las armas y Trump ha dicho hasta aquí hemos llegado. Si vivimos juntos, asumimos las cargas (y beneficios) juntos y si no es así, a emanciparse toca. El nuevo gobierno americano ha tomado decisiones en una clara dirección: Europa ya no es parte de mi familia y tendrá que formar la suya propia con lo que ello supone, desde pagar su ejército a defender sus intereses en una jungla mundial en el que no es el más fuerte y ni siquiera puede aspirar a tratar de tú a tú al grupo de los que toman las decisiones: todos ellos armados hasta las cejas con muchas bombas y poca ética.

Emanciparse nunca es sencillo, pero siempre imprescindible para ser consecuente con la edad que reza el DNI. Europa es mayor de edad y ahora ha de demostrarlo, será difícil y será mejor para todos.


Iñaki Ortega, es doctor en economía en UNIR y LLYC 

domingo, 16 de febrero de 2025

“Madman Theory” y la política trumpista

(este artículo se publicó originalmente en el diario El Levante el 15 de feberero de 2025)

Octubre de 1969, el presidente de Estados Unidos ordena a una docena de aviones militares cargados de armas nucleares que atraviesen Alaska y vuelen cerca de territorio soviético. Es la Guerra Fría con un enquistado conflicto en Vietnam, la maniobra de Richard Nixon pretendía que los rusos creyesen que estaba dispuesto a usar armas nucleares. Años después su jefe gabinete lo explicó en el libro “Los fines del poder” y acuñó la teoría el loco (Madman Theory) como la táctica usada por Nixon para hacer creer al enemigo que podría apretar el botón nuclear.  El presidente estadounidense quería que los líderes soviéticos pensaran que era lo suficientemente impredecible como para usar armas nucleares si no se llegaba a un acuerdo favorable para su país, de ahí esos bombarderos volando a metros del espacio aéreo soviético para así demostrar su disposición real a usar fuerza extrema.

La estrategia no es nueva, son varios los investigadores que han demostrado que un estadista puede formular amenazas más efectivas si es percibido como demente por las naciones rivales. “Si el líder es capaz de transmitir que está loco de forma limitada a un tema concreto, entonces a veces puede tener éxito”. Mas allá de la política, esta técnica de negociación consiste en hacer que la otra parte crea que eres capaz de tomar decisiones irracionales o extremas si no se cumplen tus demandas. La idea es que el miedo a lo impredecible lleve a la otra parte a ceder en la negociación para evitar consecuencias negativas.

Ahora que Trump comienza su segundo mandato con polémicas medidas conviene no olvidar esta teoría repasando en primer lugar el pasado reciente. En 2017 siendo presidente amenazó que respondería con “fuego y furia” si Corea del Norte atacaba los intereses de Estados Unidos en el mundo; no hubo ataque porque los coreanos no escalaron la tensión Unos meses antes anunció a bombo y platillo la construcción de un muro en la frontera con México que pagarían además sus propios vecinos del sur; tampoco se inició esa muralla porque el país azteca aplicó una restrictiva política migratoria.

Pero si ahora analizamos sus primeras decisiones veremos la misma táctica. Anunciar que Estados Unidos debía “recuperar” el Canal de Panamá y así conseguir -con el miedo a una invasión- retirar a los chinos del control de esta vía de transporte. O pasarse toda la campaña alardeando de que su palabra favorita del diccionario es aranceles para en los primeros días tras su toma de posesión firmar una orden de un 25% de impuestos al comercio con México y Canadá que se retira tras conseguir 10.000 soldados respectivamente en sus fronteras del norte y sur pagados por Sheinbaum y Trudeau.

Trump podrá ser un bravucón, pero no es estúpido. Por ahora la estrategia del loco con los aranceles le ha funcionado y veremos si la de exigir Groenlandia se salda o no con un mayor presupuesto de defensa de la Unión Europea. Tampoco ha de descartarse que la boutade de acabar con la guerra de Ucrania en 24 horas o los resorts de Gaza, traigan al fin y a la postre una paz en la zona acorde a los intereses americanos, que por otro lado siempre serán mejores para nosotros que los del imperialismo ruso o los terroristas islámicos.

Decía que Trump tiene verbo flojo, aunque capacidad contrastada para los negocios. Y el presidente americano es el que menos interés tiene en una guerra comercial, aunque demuestre lo contrario. De hecho, su fortuna familiar está basada en esa apertura, pero sobre todo la prosperidad del mundo y en particular la de Estados Unidos está construda sobre el libre comercio. Ha sido así desde el nacimiento de la nación americana que se benefició de la desaparición del régimen económico mercantilista de la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII basado en aranceles para proteger su industria. Estados Unidos también en 1947 fue uno de los principales impulsores y firmantes del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Tras la Segunda Guerra Mundial el país de Trump buscaba promover la recuperación económica global y evitar los errores proteccionistas que habían contribuido a la Gran Depresión. Por ello, apoyó la creación del GATT para reducir barreras comerciales y fomentar el libre comercio. Es más no se entiende el exitoso “soft power” americano en el mundo sin sus multinacionales que han convertido la cultura estadounidense con su cine, moda y hasta comida en el principal atributo para seguir siendo el primer país del mundo.

Por eso y mucho más, cuando veamos a Trump fuera de sí firmando órdenes inopinadas de aranceles recordemos la frase que Maquiavelo en el siglo XVI dejó escrita “en ocasiones una cosa muy sabia es simular locura”.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

martes, 11 de febrero de 2025

Una infiltrada en los Goya

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 9 de febrero de 2024)

En plena Ilustración, la desconfianza a una universidad reacia a las nuevas ideas propició la creación de las academias que no eran otra cosa que sociedades culturales generalmente agrupadas por disciplinas. A lo largo de los siguientes siglos se fueron creando las academias de la historia, la de bellas artes o la de ciencias morales. Todas tenían por costumbre premiar a los mejores de su ámbito cada año. En España y en todo el mundo. Quizás los galardones más conocidos son los premios Nobel de la academia sueca que datan de 1901, aunque los que han cogido protagonismo en la era audiovisual son los premios Oscar de la academia estadounidense del cine que se entregan desde 1929.

Aquí no fue hasta mediados de los ochenta cuando se crea la academia española del cine y con ello la entrega de los premios Goya. Años antes los franceses instauraron sus premios Cesar y los italianos los David; todos a imagen y semejanza de Hollywood buscaban no solo el reconocimiento a los mejores sino también la promoción del cine patrio con una gala siempre televisada repleta de estrellas y actuaciones.

Me gusta ver los Goya, aunque reconozco que desde hace años a regañadientes por la intromisión de la política. Los cineastas acaban creyendo que su ideología es la de sus espectadores y se empeñan en convertir la gala en una sucesión de consignas. 

Desde el No a la Guerra contra Aznar, pasando por las críticas a Rajoy por las políticas de vivienda o los lugares comunes de actores y actrices denunciando el cambio climático o la condena al franquismo, como si no fuese algo compartido por una inmensa mayoría. Pero al mismo tiempo en estos años jamás una mención al auge del populismo de izquierdas o del independentismo y apenas algún comentario sobre el terrorismo etarra. Por supuesto los asuntos sociales ocupan más espacio en las intervenciones en el caso de que gobierne la derecha, ya que si es un partido progresista el que manda, los asuntos como las guerras en la que participa España, la pobreza o la corrupción desaparecen de la agenda. Un experimento sencillo es comprobar si el bar donde toma usted el café se habla de las mismas cosas que escuchamos a los actores.

Aun así, soy uno de los siete millones de españoles que me atornillo al sofá de casa para ver la entrega de los premios. Siempre descubro una película que se me escapó de la cartelera y eso me permite reconciliarme con el buen cine español, a pesar de los pesados que se empeñan en agradecer el premio a todos los amigos de su cuadrilla amén de padres, cuñados y sobrinos. Pues bien, esa era mi actitud la noche de este sábado, tirando a arrepentido, después de casi cuatro horas de ceremonia, cuando la Academia sorprendió, a eso de la 1.30 de la madrugada, concediendo el premio a la mejor película "ex aequo" a dos títulos, El 47 y La infiltrada. 

Y María Luisa Gutiérrez, la productora de la película de una policía que se hace pasar por etarra para detener a los terroristas, tomó la palabra. Y lo que nunca se escucha en los Goya pudo oírse: "la democracia se basa en la libertad de expresión, y esta se sustenta en que, aunque yo esté en las antípodas de lo que piensas tú, te respete y tengas el derecho a decir lo que piensas". Ninguna idea es mejor que otra y ningún asunto debe ser vetado: "es una historia (la de las víctimas de ETA) que hay que recordar, porque la memoria histórica también está para la historia reciente de este país".

Me acosté pensando que esta academia sí era la misma que las del Renacimiento que nacieron para expresar lo que no se podría decir en otros foros. Que dure.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC

viernes, 7 de febrero de 2025

El efecto pendulo

(este artículo se publicó originalmente en el diario 20 Minutos el día 3 de febrero de 2025)

No hace falta desempolvar un manual de cuando estudiabas bachillerato para recordar que un péndulo puede ser cualquier objeto colgado de un hilo que con un movimiento oscila de un lado a otro. La ley física que lo explica está basada en la gravedad y Newton lo resumió con su famosa máxima: para cada acción, hay una reacción igual y opuesta.

El movimiento del péndulo se usa en los relojes que estaban en los salones de nuestros abuelos o en esos aparatos, los metrónomos, que usan los pianistas para seguir el compás y aunque no lo sepas, también en los móviles de hoy en día para contar pasos o girar la pantalla.  Pero lo más actual no es la aplicación a los smartphones de este principio de la física que Galielo Galilei estudió hace cinco siglos. El efecto péndulo permite explicar perfectamente la conducta de una gran mayoría de personas de nuestro tiempo. Comportamientos generalmente extremos que tienen impacto en la economía, en la política y en las relaciones sociales.


Los psicólogos lo están estudiando y han llegado a la conclusión de cómo las personas, cuando están ancladas en un comportamiento radical que se quiere abandonar, necesitan explorar el lado contrario. Sin embargo, este cambio no se produce, por desgracia, de manera paulatina, sino que es pendular, yéndose estas personas, por tanto, de un polo a justo el contrario.

En el ámbito económico se observa en las políticas fiscales y monetarias. En tiempos de crisis, las autoridades recurren a medidas de estímulo agresivas, como la inyección de dinero con bajos tipos de interés o reduciendo impuestos, para fomentar el crecimiento y el consumo. Sin embargo, una vez superada la crisis, optan por drásticas medidas en la dirección opuesta, como el aumento de las tasas de interés o los recortes en el gasto público, con el fin de controlar la inflación y reducir la deuda.

Lo estamos viendo también con las políticas medioambientales en las que se ha pasado de una superproducción normativa de leyes ecologistas al momento actual de frenazo en seco. Por no hablar del control de las redes sociales con la verificación de datos que hasta hace poco era toda una censura previa para ahora haberse eliminado y dejar que reine la ley del más fuerte en las plataformas sociales.  En el terreno político, el péndulo se manifiesta en la alternancia entre gobiernos de derecha e izquierda. Lo hemos vivido en España y ahora en Estados Unidos, un partido llega al poder, e implementa inmediatamente políticas que buscan revertir las medidas de sus predecesores. Da igual que sean buenas o malas. Y qué decir de cómo la actriz española transexual Karla Sofía Gascón ha pasado de la noche a la mañana de heroina a villana.

Nada que no se vea en nuestro ámbito más cercano, como ese familiar conocido por sus excesos y ahora se acuesta a las diez para correr maratones y hacer ayuno o esa amiga que defendía la vida ordenada y familiar hasta que un cambio de estado civil le lleva a prácticamente vivir en los bares de copas

Por eso frente a la vieja ley del péndulo me atrevo a recomendarte que nos quedemos con Aristóteles y su también antigua defensa de que en el punto medio está la virtud. No es fácil porque la fuerza de gravedad es potente, pero se trata de hacer un esfuerzo e intentarlo. A todos nos iría mejor.

Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC