(este artículo se publicó originalmente en el diario El Levante el 15 de feberero de 2025)
Octubre de 1969, el presidente de Estados Unidos ordena a una docena de aviones militares cargados de armas nucleares que atraviesen Alaska y vuelen cerca de territorio soviético. Es la Guerra Fría con un enquistado conflicto en Vietnam, la maniobra de Richard Nixon pretendía que los rusos creyesen que estaba dispuesto a usar armas nucleares. Años después su jefe gabinete lo explicó en el libro “Los fines del poder” y acuñó la teoría el loco (Madman Theory) como la táctica usada por Nixon para hacer creer al enemigo que podría apretar el botón nuclear. El presidente estadounidense quería que los líderes soviéticos pensaran que era lo suficientemente impredecible como para usar armas nucleares si no se llegaba a un acuerdo favorable para su país, de ahí esos bombarderos volando a metros del espacio aéreo soviético para así demostrar su disposición real a usar fuerza extrema.
La estrategia no es nueva, son varios los investigadores que han demostrado que un estadista puede formular amenazas más efectivas si es percibido como demente por las naciones rivales. “Si el líder es capaz de transmitir que está loco de forma limitada a un tema concreto, entonces a veces puede tener éxito”. Mas allá de la política, esta técnica de negociación consiste en hacer que la otra parte crea que eres capaz de tomar decisiones irracionales o extremas si no se cumplen tus demandas. La idea es que el miedo a lo impredecible lleve a la otra parte a ceder en la negociación para evitar consecuencias negativas.
Ahora que Trump comienza su segundo mandato con polémicas medidas conviene no olvidar esta teoría repasando en primer lugar el pasado reciente. En 2017 siendo presidente amenazó que respondería con “fuego y furia” si Corea del Norte atacaba los intereses de Estados Unidos en el mundo; no hubo ataque porque los coreanos no escalaron la tensión Unos meses antes anunció a bombo y platillo la construcción de un muro en la frontera con México que pagarían además sus propios vecinos del sur; tampoco se inició esa muralla porque el país azteca aplicó una restrictiva política migratoria.
Pero si ahora analizamos sus primeras decisiones veremos la misma táctica. Anunciar que Estados Unidos debía “recuperar” el Canal de Panamá y así conseguir -con el miedo a una invasión- retirar a los chinos del control de esta vía de transporte. O pasarse toda la campaña alardeando de que su palabra favorita del diccionario es aranceles para en los primeros días tras su toma de posesión firmar una orden de un 25% de impuestos al comercio con México y Canadá que se retira tras conseguir 10.000 soldados respectivamente en sus fronteras del norte y sur pagados por Sheinbaum y Trudeau.
Trump podrá ser un bravucón, pero no es estúpido. Por ahora la estrategia del loco con los aranceles le ha funcionado y veremos si la de exigir Groenlandia se salda o no con un mayor presupuesto de defensa de la Unión Europea. Tampoco ha de descartarse que la boutade de acabar con la guerra de Ucrania en 24 horas o los resorts de Gaza, traigan al fin y a la postre una paz en la zona acorde a los intereses americanos, que por otro lado siempre serán mejores para nosotros que los del imperialismo ruso o los terroristas islámicos.
Decía que Trump tiene verbo flojo, aunque capacidad contrastada para los negocios. Y el presidente americano es el que menos interés tiene en una guerra comercial, aunque demuestre lo contrario. De hecho, su fortuna familiar está basada en esa apertura, pero sobre todo la prosperidad del mundo y en particular la de Estados Unidos está construda sobre el libre comercio. Ha sido así desde el nacimiento de la nación americana que se benefició de la desaparición del régimen económico mercantilista de la Europa de los siglos XVI, XVII y XVIII basado en aranceles para proteger su industria. Estados Unidos también en 1947 fue uno de los principales impulsores y firmantes del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Tras la Segunda Guerra Mundial el país de Trump buscaba promover la recuperación económica global y evitar los errores proteccionistas que habían contribuido a la Gran Depresión. Por ello, apoyó la creación del GATT para reducir barreras comerciales y fomentar el libre comercio. Es más no se entiende el exitoso “soft power” americano en el mundo sin sus multinacionales que han convertido la cultura estadounidense con su cine, moda y hasta comida en el principal atributo para seguir siendo el primer país del mundo.
Por eso y mucho más, cuando veamos a Trump fuera de sí firmando órdenes inopinadas de aranceles recordemos la frase que Maquiavelo en el siglo XVI dejó escrita “en ocasiones una cosa muy sabia es simular locura”.
Iñaki Ortega es doctor en economía en UNIR y LLYC
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