miércoles, 17 de agosto de 2016

270

(este artículo se publicó originalmente el día 17 de agosto en los periódicos del grupo Vocento)

Pitágoras situó en el número 7 un cúmulo de increíbles cualidades para ser considerado como mágico. El 666 solo con ser mencionado en una oscura sala de cine te provoca un demoniaco escalofrío. El 10, para los que disfrutamos hace muchos años viendo jugar al futbol a Maradona, nos evoca nuestra infancia y esa mítica camiseta albiceleste. Incluso algún colega matemático todavía se empeña, para demostrar su memoria, en recitar la interminable lista de decimales  del número π. Los números han generado atracción desde que alguien hace 37.000 años grabase en un hueso los primeros ordinales. Nuestra particular lista de números mágicos podría completarse con el 3, por la Santísima Trinidad o el 13 por la mala suerte entre otros muchos pero este año en el planeta Tierra vamos a tener que incorporar el 270.

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos están alcanzando velocidad de crucero con las celebraciones de las convenciones del partido demócrata y el republicano en estas últimas semanas.  El número mágico con el que sueñan los candidatos y sus equipos de campaña es el 270.  Según la Constitución americana, cada uno de los Estados solo puede elegir a un candidato, de modo y manera que el total de los votos asignados al Estado y basados en los censos de población, irá a parar a una u otra candidatura ganadora.  Es decir, o consigues todos los votos o ninguno.

Según la última encuesta publicada por el Toss-up Map 2016, la candidatura de Hillary Clinton cuenta con 217 votos electorales a su favor. Entre los Estados que serán favorables a la candidatura de Clinton, destacan los de la costa oeste con California a la cabeza sumando 55 votos electorales, y el Estado de Nueva York con 29 votos, donde la señora Clinton fue senadora.  Le faltarían 53 votos para alcanzar el número mágico.

La candidatura de Donald Trump tiene 191 votos asegurados.  Prácticamente todo el sur con Texas a la cabeza con 38 votos, y todo el mid-west, con Estados grandes en extensión, pero bajos en población, como, Montana, Nebraska o Kansas.  Al polémico empresario le faltarían 61 votos para alcanzar los ansiados 270 votos.

Teniendo en cuenta lo anterior los equipos de campaña están dedicando todo sus recursos e imaginación a influir sobre los Estados indecisos que más peso tienen sobre los futuros votos electorales. El territorio con dudas por excelencia, que ya decidió pasadas elecciones presidenciales, y que tiene el mayor número de votos de este grupo es Florida con 39.  Le sigue Pensilvania con 20 votos, Carolina del Norte con 15 y Virginia con 13. 

Es ahí donde se va a desarrollar la batalla a pesar de lo que pensemos desde Europa con nuestra visión sesgada sobre la realidad americana que se circunscribe a ambas costas. A día de hoy y según diferentes estudios demoscópicos quedan 130 votos a repartir de dichos Estados indecisos.
No es casualidad que el equipo de Clinton haya celebrado su convención en Filadelfia, la capital de Pensilvania, en busca de protagonismo para alcanzar los 20 votos de los phillies.  La elección de Tim Kaine, en el ticket con Hillary Clinton como candidato a vicepresidente, tampoco es gratuita si tenemos en cuenta que fue gobernador de Virginia y al mismo tiempo un referente en la populosa y cada vez más influyente  comunidad hispana.                                                      
Por otro lado, la estrategia del equipo de Trump parece ir encaminada a robarle los Estados de Illinois y Michigan a los demócratas aprovechando los malos tiempos que atraviesa la industria de automoción en esos lares, culpabilizando de dicha situación a las decisiones tomadas por la administración Obama en la que Hillary fue Secretaria de Estado.

La pelea política por alcanzar los 270 se presenta apasionante.  Serán los temas escogidos para ganar la batalla en dichos Estados, los fallos ajenos así como la presencia física y en medios, los que decidan el futuro del país más influyente del mundo.

Una vez que el número 3 ha desaparecido como esperanza de los observadores europeos y se ha desvanecido absolutamente la opción del ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, como tercero en liza, solo nos queda encomendarnos a los poderes mágicos de los números y que quien alcance el 270 consiga que la capacidad de influencia de Estados Unidos de América sirva para conseguir un mundo más humano.


Iñaki Ortega es director de Deusto Business School y profesor de la Universidad Internacional de la Rioja UNIR.

Gregorio Bustos es directivo de empresa y  actualmente está cursando un posgrado en Harvard Kennedy School of Government

domingo, 14 de agosto de 2016

La economía de lo raro

(este artículo se publicó originalmente en el diario económico CINCO DÏAS día 12 de agosto de 2016)

Este verano en España, sin tener en cuenta el culebrón de los pactos, estamos sufriendo dos polémicas que tienen mucho que ver con el libro que el economista americano Steven Levitt público en 2005 con el título de Freaknomics. La negativa a ponerle el nombre de Lobo a un niño en un registro de Madrid y las meteduras de pata de un candidato a presidir la primera potencia del mundo que tiene el mismo nombre que un célebre, por torpe, personaje de Disney están protagonizando las noticias estivales. 

Steven D. Levitt, es un prestigioso economista de Harvard que junto al periodista Stephen J. Dubner publicaron un libro rápidamente se convirtió en un bestseller y que podríamos traducir como La economía de lo raro‎. En el libro dedicaron su sexto capítulo al original asunto de los patrones socioeconómicos de los distintos nombres de las personas. ‎Los autores defienden y demuestran en su manual infiriendo datos desde modelos económicos, la importancia que tiene el nombre en el futuro de un bebé.‎ Estudiando los nombres de miles de californianos llegaron a la conclusión que aquellos niños con nombres menos vinculados a la raza negra tenían más posibilidades de éxito, incluso si el análisis se hacía solo teniendo en cuenta a niños de color. Su conclusión es que Si un Estado quiere velar por el bienestar de un niño, más que prohibir ciertos nombres, tiene que procurar que todos los niños tengan acceso a las mismas oportunidades. Con una buena educación, hasta alguien llamado Lobo podrá hacer algo grande en la vida.


Lo que nos lleva a la segunda noticia del verano. Las supercherías de Donald Trump, siguiendo la teoría anterior, tienen mucho que ver con la decisión que tomaron sus padres cuando le bautizaron en el año 1946 con el mismo nombre que el famoso pato de Disney. Conviene recordar que la primera aparición del pato Donald fue en el año 1934 y que en los años 40 ya era todo un fenómeno en estados unidos del que no se pudieron abstraer los padres del polémico empresario al ponerle su nombre. El Pato Donald es un personaje de Disney, caracterizado como un pato blanco que generalmente viste una camisa de estilo marinero y un sombreroDonald suele intentar ver las cosas con positivismo y alegría, aunque la mayoría de las veces acaba montando en cólera cuando se le tuercen las cosas. Uno de sus movimientos más característicos es su singular manera de saltar sobre uno de sus pies cuando se enfada, a la vez que grita de manera incoherente.


‎Así ha debido reaccionar el candidato Trump en la intimidad al ver que sus colegas republicanos le afeaban en masa sus desprecios a la familia del soldado americano de origen musulmán o cuando los economistas cercanos al partido del elefante se han hartado de criticar sus alegatos en contra de la economía de mercado, por no mencionar lo que los cientos de miles de votantes latinos del partido de Bush le han hecho saber por sus xenófobos comentarios. Al igual que al personaje de la factoría Disney a Trump no le basta con ser ocurrente para que la gent‎e le siga sino que, como se está viendo y sin duda leeremos en lo que queda de campaña, sus frivolidades le están saliendo muy caras. La economía de lo raro también fructifica en nuestro personaje cuando vemos como inopinadamente toda la izquierda mundial acaba coincidiendo con el icono de la derecha ultramontana americana en su odio al nuevo acuerdo de libre comercio entre Europa y USA conocido por sus siglas en inglés TTIP

Es poco probable que el nombre marque diferencia alguna, pero los padres al menos pueden sentirse mejor al saber que, desde el principio, hicieron todo lo posible" concluyen Levitt y Dubner, en algún momento de su estudio. Así lo debieron de pensar los señores Rodham cuando pusieron a su hija el nombre de origen latino, Hilaria, que significa "la que es alegre", y que como pronostica esta "teoría de lo raro" puede ser todo un indicio de que nos alegrará con políticas a favor de la igualdad de oportunidades, la apertura de fronteras al libre comercio y la defensa de un orden mundial más humano. Lo raro no es malo per se sino que lo raro, por incoherente, sería echar por tierra años de envidiadísimas políticas de apoyo a la atracción de talento que han hecho de Estados Unidos de América desde hace más de un siglo el mejor lugar del mundo para poder poner en marcha un proyecto empresarial y personal. Lo raro crece en nuestro mundo, lo acabamos de explicar en el caso americano pero también con el Brexit, o con los millones de jóvenes persiguiendo pokemon por las ciudades o con nuevos partidos políticos como el Movimiento Cinco Estrellas en Italia. Pero lo raro siempre tiene explicación e incluso la economía puede ayudarnos a entender que en ocasiones la frivolidad tiene consecuencias irreparables.

Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor de la Universidad de Deusto


lunes, 8 de agosto de 2016

El vals se acabó

(este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días el día 8 de agosto de 2016)

‎El vals es un elegante baile del cual podemos disfrutar en la ópera y en el ballet, aunque desde hace unos años y gracias a las películas de Disney también con nuestros hijos en el cine viendo Blancanieves. La palabra vals es un galicismo valse, que a su vez procede del verbo alemán wälzen,  que significa girar o rodar. La clave del vals, desde que se convirtió en todo un fenómeno social entre la nobleza de Viena en el siglo XVIII, es ser capaz de girar armónicamente. El vals exige bailar a ritmo lento con tu pareja como si se tratase de un único cuerpo siguiendo los compases de las piezas musicales compuestas por Chopin o Tchaikovsky‎.

La legislación mercantil sitúa al Consejo de Administración como  el máximo órgano de gobierno de una sociedad, que opera como un instrumento de supervisión y control de la gestión de las empresas, con el ánimo de equiparar los intereses del equipo de dirección con los de los accionistas. Actuar a la vez, consejeros y directivos, pero sin estorbarse ha sido la norma en las grandes empresas desde que la propiedad se separó de la gestión. La empresa y sus consejeros han ‎acompasado sus actuaciones, como el vals, de un modo armónico auspiciado por las sucesivas recomendaciones de buen gobierno corporativo. La elegancia del baile vienés sirve para resumir estas relaciones y ni uno ni otro se han pisado durante sus mandatos. Ni la empresa decía que no a ninguna petición de los consejeros y ni mucho menos los miembros de los consejos eran capaces de poner en aprietos a las corporaciones que generosamente les acogían en sus máximos órganos de gobierno.

‎Pero la crisis del 2008 hizo que las melodías de Strauss dejasen de sonar y el vals de los consejeros y las empresas se acabase. La ausencia de control de los consejos de administración sobre las erróneas decisiones corporativas que cebaron la crisis; la falta de preparación de muchos consejeros para ejercer como tales y la consideración por parte de alta dirección como mero atrezo de esos órganos lo han cambiado todo. Sirvan como ejemplo ‎la reforma de la Ley de Sociedades del 2014 o la del Código Penal de 2015 que eleva las penas de los consejeros por la comisión de delitos en el seno de la empresa. Las últimas sentencias que no eximen de responsabilidad a los miembros de los consejos por las decisiones tomadas por sus directivos y también los últimos fichajes de consejeros ultraformados con brillante futuro profesional por delante nos ponen, de nuevo, en la pauta de cómo están cambiando las relaciones entre la empresa, sus directivos y los representantes de la propiedad de la misma.

La evolución de la tecnología nos puede ayudar a entender mejor este cambio de paradigma en el gobierno corporativo. La ciberseguridad se ha convertido en unos pocos años en una de las principales amenazas para las empresas. Da igual que sea grande o pequeña, de un sector u otro, todas están bajo el punto de mira de los cibercriminales. La candidata demócrata a la Casa Blanca ha sufrido este verano la peor crisis en su larga campaña porque según el FBI “envió  información clasificada a través de una cuenta de correo personal”. Para la agencia americana el problema residía en que Hillary Clinton dejó una puerta abierta a los terroristas de todo el mundo usando un correo sin seguridad. Si ahora pensamos en los consejeros de las empresas más importantes y la información que manejan en sus dispositivos móviles no daremos cuenta que, como sus nietos o sobrinos, cualquier hacker del mundo o la propia competencia podría acceder a ella sin mucha sofisticación.

De modo y manera que este nuevo riesgo va a impactar en la relación empresa y consejeros exigiendo, de nuevo, abandonar la armonía del vals. La empresa  va a obligar a los consejeros a cumplir con ‎protocolos muy estrictos  de ciberseguridad que eviten fugas de información incluso llegando a usar jaulas Faraday en las sesión del Consejo. Ya no bastará con ser nominado para formar parte del Consejo sino será imprescindible pasar un examen de la propia empresa que garantice que no es un potencial riesgo cibernético para la compañía por su falta de cualificación tecnológica. Pero también, a su vez,  el consejero deberá exigir a la empresa una auditoría de ciberseguridad antes de tomar posesión para calibrar la fiabilidad de la empresa que va a representar. Si acepta formar parte de consejo deberá pedir la comparecencia en el mismo del responsable de riesgos de la empresa para que informe del plan de seguridad.‎ Así mismo instará a la dirección a disponer de formación y un seguro específico en estas lides.‎ 

Los intereses de consejeros y empresa no tienen por que ser los mismos y de hecho en ese balanceo entre propiedad y gestión reside la buena gobernanza de las organizaciones. Ya nunca más volveremos a bailar vals sin pisarnos pero eso no quiere decir que la relación empresa y consejeros sea una guerra, simplemente cada uno ejercerá sus responsabilidades y ambos habrán de hacer posible que sean conciliables para el bien de la organización y por ende de la sociedad a la que prestan innumerables beneficios.


Iñaki Ortega es doctor en economía y profesor en Deusto Business School
José Luis Moreno es director en EY